viernes, 9 de noviembre de 2012

Con mucha inteligencia


La pareja de Marcos y Paloma en algún momento de su breve historia comenzó a hacer agua, como en tantos otros casos el joven matrimonio descubrió que era incompatible, sus proyectos, sus expectativas, hasta sus hábitos cotidianos apuntaban en direcciones opuestas; y pese a empecinarse en tratar de no aceptar lo evidente, la vida en común rápidamente les puso ante sus ojos la realidad. Por suerte aún no habían tenido hijos, algo que en cierta forma aligeraba la mochila de aquel fracaso, sólo compartían la crianza de un gato castrado al que llamaban Gorbachov y que, a decir verdad, apenas los necesitaba.

Una vez aceptado el problema, Marcos y Paloma decidieron continuar bajo el mismo techo hasta tanto consiguieran una nueva casa. En el sector de mantenimiento del banco donde trabajaba, Marcos consiguió una de esas cintas extensibles con pie para organizar las colas y –con mucha inteligencia- dividió los ambientes del PH para circular sin tener que cruzarse ni compartir los mismos espacios. Con esta barrera, cada cual podía moverse y a hacer uso de su medio baño, su media cocina, su media habitación, su medio living, sin incomodar al otro. Por supuesto, en algún momento el otro debía hacer uso de la parte que le quedaba afuera (quiero decir, el que tenía acceso al lavatorio y a la ducha del baño, por ejemplo, debía utilizar el inodoro y el bidet y viceversa), para ello dispusieron del lavadero como zona neutral en la que cada cierto tiempo hacían el intercambio.

Aquella medida un tanto atípica, permitió un tiempo de relativa calma. Paloma y Marcos no sólo no se entendían, ni siquiera hacían el mínimo esfuerzo por intentarlo. Entre otras cosas, ella le reprochaba el carácter débil, las intromisiones reiteradas de su suegra y cada salida fuera de la rutina, él la obsesión por las dietas, la obstinación de hablar y hablar sin parar con los taxistas y el hecho de que pusiese la radio encendida bajo la almohada a la hora de dormir. La cinta divisoria impedía el contacto físico, pero las pujas, los sarcasmos, las agresiones verbales iban en progresión.

Luego de sopesarlo, con mucha inteligencia decidieron que lo mejor sería dejar de hablarse. De común acuerdo, propusieron que a partir del jueves 17 de mayo, Día Internacional de las Telecomunicaciones, sólo podrían contactarse vía mensajes de texto, y para cuando los móviles no tuviesen señal, con una pizarra y marcadores podrían escribir alternadamente lo que tenían para decirse.

Hay que decir en favor de la pareja que tanto él como ella eran buena gente, generosos, amigos de sus amigos y desde el momento de su unión el PH había sido el lugar obligado de encuentro de un ruidoso grupo de camaradas: amigos de infancia, ex compañeros del secundario caían sin aviso y organizaban cenas, partidas de cartas, se juntaban a ver películas o a jugar al escrabel. En la actual situación, era comprensible que esa relación también se resintiese: ahora se veía llegar a los amigos, circular desorientados por uno u otro lado de la cinta, sin poder hablar con el que estaba del otro lado, o escribiendo extravagantes mensajes en una pizarra. Sin contar con el clima cargado de malas vibraciones que se respiraba en la casa. Poco a poco dejaron de ir a visitarlos y, con más tiempo para estar el uno con el otro, la situación entre Marcos y Paloma empeoró.

¿Se habrían equivocado tanto con aquel matrimonio? Los reproches de toda laya, que ahora se hacían por escrito o vía celular, iban en peligroso aumento, llegando al extremo de hacer insoportable el sólo contacto visual entre ambos. Volvieron a replantear la situación, con mucha inteligencia Marcos propuso la confección de una grilla horaria para estar siempre en distintos ambientes. De tal forma, aunque estuviesen ambos en la casa, no tendrían que verse. El cronograma estipulado fue el siguiente:

                                                  Paloma
Baño de 8 a 10 - de 12 a 14 - de 16 a 18 - de 20 a 22. Cocina: contra turno. Living de 8 a 10 - de 12 a 14 - de 16 a 18 - de 20 a 22. Patio contra turno. Habitación de 24 a 4.
                                                  Marcos
Baño de 10 a 12 - de 14 a 16 - de 18 a 20 - 22 a 24. Cocina contra turno. Living de 10 a 12 - de 14 a 16 - de 18 a 20 - 22 a 24. Patio contra turno. Habitación de 4 a 8.

Pero sirvió de poco y nada, la grilla era permanentemente infringida, en el trajín del día se pasaban de la hora, se olvidaban, se confundían los turnos. Lo más problemático era la utilización del baño y de la habitación, sin bañarse, mal dormidos, se propinaban cataratas de insultos, el fracaso los exasperaba. En la desesperación, a Paloma se le ocurrió la idea de reemplazar la cinta divisoria directamente por una pared, lo consultaron con un estudio de arquitectos que enseguida dio por tierra con el plan: una construcción irregular de esas características inevitablemente bajaría la valuación de la vivienda en el momento que quisieran venderla para dividir los bienes.

A esta altura, la situación se tornó irrespirable, en un silencio áspero y cargado se echaban terribles miradas de odio. Paloma desde la adolescencia tomaba clases de kick boxing, en dos oportunidades estuvo a un tris de saltar la cinta para golpear a su marido en el cuello y en las articulaciones. Previendo esa posibilidad, Marcos se había comprado un aerosol de gas pimienta que planeaba vaciar en los ojos de su mujer ante el menor amague. Era un escándalo, un verdadero papelón. ¿Debían llegar al extremo de comportarse como animales salvajes? ¿Acaso no eran personas normales, con una educación? (Marcos había completado el Colegio Comercial, Paloma tenía estudios terciarios en diseño de indumentaria), era absurdo llegar al punto de la violencia física. Algo tenían que hacer y debía ser drástico.

Con mucha inteligencia entonces Marcos recurrió a ese fenómeno físico omnipresente en la vida moderna e imprescindible en los hogares: la electricidad. Convocaron a un técnico que diseñó y distribuyó un denso cableado adherido a la cinta divisoria y conectado a un transformador de 3000 voltios. El otrora hogar de la pareja, quedaba ahora partido por una valla perimetral chisporroteante que, al tiempo de impedir cualquier agresión, invitaba por su misma peligrosidad a mejorar el trato y a recomponer mínimas pautas de convivencia.

No hubo tiempo, claro. Al enfrascarse en conflictos intensos, los seres humanos se obnubilan y muchas veces no reparan en los detalles; invirtiendo un transitado refrán: el bosque les impide ver el árbol, y eso, claro, tiene sus consecuencias. Sucedió que Margarita, la señora de la limpieza que asistía en la casa de la pareja tres veces por semana, y Gorbachov, el gato castrado, a las dos horas de instalado el sistema murieron electrocutados.

Fue una circunstancia penosa y a los efectos del relato los detalles sobran. Baste decir que el destino quiso que la pareja llegase junta de sus respectivos trabajos minutos después de los decesos, para terminar de apagar los cuerpos carbonizados y humeantes con un extinguidor de incendios.

Marcos y Paloma reportaron lo sucedido y se entregaron espontáneamente a las autoridades. Como se declararon culpables, fueron juzgados en un juicio abreviado y se los condenó a seis años de prisión efectiva por la muerte de la mujer, más seis meses adicionales por el óbito del gato.

Paloma hoy ocupa una celda en una cárcel de mujeres de Misiones y Marcos otra en el Penal de Ushuaia. ¿Un capricho de la burocracia penal? Nada de eso: fue en este caso el Servicio Penitenciario del Estado quien con mucha inteligencia se propuso alojarlos en dos unidades lo más distantes posible una de otra. Y otro dato importante, según los informes policiales Marcos y Paloma son reclusos ejemplares: evidentemente el problema radicaba en la vida en común.

Hace dos meses comenzaron a escribirse, largas y sentidas cartas donde reflexionan sobre lo sucedido. No son delincuentes, el sufrimiento los ha curtido, han madurado y planean rehacer sus vidas, por supuesto ya no como pareja, pero tal vez cuando salgan puedan encontrarse, aunque más no sea para tomar un café.