jueves, 18 de febrero de 2016

oooh.noten.és.ag.uan.te.tet

Los hechos de violencia entre las hinchadas de San Lorenzo y de Huracán datan de años, tantos como dilatada historia de estos clásicos rivales del fútbol argentino. Por un lado, “el ciclón” de Almagro, uno de los cinco grandes del fútbol vernáculo, con Sanfilippo como su máximo goleador, diez títulos en el país, dos copas internacionales; y por otro el emblema de Parque Patricios, el equipo de Brindisi, de Ardiles, del inolvidable René Houseman.
Aquella tarde, la última, tras la victoria del Globo ante el equipo azulgrana por dos tantos contra cero, las agresiones se iniciaron fuera del estadio del Nuevo Gasómetro. Cinco micros de la barra de Huracán partieron de regreso hacia Parque Patricios, cuando en la intersección de la avenida Cobo con la calle Beauchef un grupo de unos diez hinchas de San Lorenzo comenzó a arrojar botellas contra la caravana.
La respuesta no se hizo esperar, los agredidos hicieron detener los micros, se bajaron y respondieron con piedras y cuanto objeto contundente pudieran recolectar de un coqueto restó inaugurado semanas atrás en la intersección de esas arterias. En cuestión de minutos se inició una lucha casi cuerpo a cuerpo, noticia que no tardó en llegar al resto de la afición que todavía evacuaba el estadio y que –como es lógico- corrió hacia la zona para sumarse a la refriega.
La violencia se tornó ingobernable, a los golpes de puño, botellas y proyectiles de toda laya se sumaron armas blancas, manoplas y cadenas. Los enardecidos hinchas de San Lorenzo, con contactos en la zona, lograron ingresar a varios edificios que se elevaban por sobre el “campo de batalla” y desde los balcones comenzaron a arrojar muebles, enseres y electrodomésticos. Los vecinos dieron aviso a las autoridades y en pocos minutos unos veinte  patrulleros de la Seccionales 10, 20, 32 y 34 de la Federal, dos autobombas, un vehículo lanza agua y el Escuadrón Antimotines de la Gendarmería, acudieron con la orden de aislar la reyerta.
Ante la atropellada de las fuerzas del orden en un principio los fanáticos de ambas parcialidades retrocedieron y los uniformados ganaron fácilmente posiciones. Pero entonces sucedió algo curioso: primero en forma velada, pero luego de modo cada vez más ostensible, la dura Seccional 34 de Nueva Pompeya y los efectivos de la Gendarmería fueron buscando como objetivos de sus palos a los parciales de Huracán. Fue un cambio espontáneo, podría decirse, casi natural. En tanto, la Seccional 20 de San Cristóbal y la 32 de Parque Patricios, se volcaron a gasear y a aporrear a conciencia a los barras de San Lorenzo.
Como decíamos en un principio, la rivalidad entre las hinchadas de estas escuadras es de vieja data, hay en el medio disputas de barrio, pujas, alianzas, historias de familia y hasta oscuros intereses políticos y económicos, elementos que ahora emergían a la luz provocando que las fuerzas del orden implicadas, primero acataran “objetivamente” las órdenes superiores, para luego dar cabida a lo que libremente dictaba su corazón futbolero.
Al choque con piedras, cadenas, palos y navajas, entonces, como si a un enajenado se le hubiese ocurrido echar nafta a un incendio, se agregaban ahora las pistolas nueve milímetros y las mortíferas itakas de las fuerzas del orden.
Los canales de televisión y las radios, anoticiados de lo que sucedía no tardaron en enviar sus móviles. Las imágenes y los informes de los reporteros hacían poner los pelos de punta: en poco más de dos horas de enfrentamientos ya se habían producido 20 muertos y más de 300 heridos.
Los habitantes de Buenos Aires, ejemplo de compromiso y participación ciudadana, superado un primer momento de estupor comprendieron que no podían mantenerse al margen. En Liniers, Villa Urquiza, Villa Crespo, Constitución y Barracas fueron surgiendo los primeros intercambios de palabras: simpatizantes de Argentinos Juniors, de Ferro, de Platense, aliados históricos de San Lorenzo salían de sus hogares, se agrupaban a deliberar en las bocacalles y propalaban sus razones; partidarios de Boca, de Vélez, de Banfield y Nueva Chicago, más cercanos al Globo, retrucaban con las suyas. Acto seguido, se distribuían en dos bandos, comenzaban a insultarse hasta que alguien lanzaba el primer cascotazo: esa era la señal para irse unos contra otros como fieras rabiosas en mitad de la calle.
La ciudad fue asaltada por la violencia, en poco tiempo las víctimas fatales se contaban por centenares y el traslado y la atención de los heridos hizo colapsar el sistema sanitario. Desde el gobierno metropolitano se declaró el estado de emergencia, pero con las fuerzas encargadas de restablecer el orden, involucradas en el desorden, no había forma de controlar nada. Impotente, el Jefe de Gobierno porteño se comunicó con el ministro del Interior de la administración nacional, este se encerró en el despacho presidencial y en un tris se decidió la intervención federal de la ciudad capital. El Presidente de la Nación reunió de urgencia a su gabinete y en pocos minutos realizó el comunicado por cadena nacional.
Las provincias de Córdoba, Neuquén, Santa Fe y San Luis, opositoras al partido gobernante, recibieron el anuncio de la peor forma. El Gobernador de Córdoba, candidato perdedor de las últimas elecciones presidenciales e hincha de Talleres, tradicional aliado de San Lorenzo desde las épocas del antiguo Torneo Nacional de Fútbol, comunicó a los medios que lo del enfrentamiento entre hinchadas era “la excusa perfecta para violar el federalismo y llevarse por delante las autonomías provinciales”.
Ante la medida consumada, las provincias rebeldes decidieron desconocer la decisión de la Nación y junto a Catamarca, Chubut y Tierra del Fuego, elevaron un comunicado en el que se solidarizaban con la causa de “la gloriosa hinchada de Boedo, cuyos colores azul y rojo simbolizan el ideal y la lucha y les desean el mayor de los éxitos en el próximo torneo de verano”.
Santa Cruz, Mendoza, Entre Ríos y Jujuy no tardaron en responder a la provocación, en sus capitales de provincia la gente se dio cita en las plazas para dar apoyo irrestricto a la decisión del Presidente de la Nación, quemaron públicamente casacas de los de Boedo y mediante decretos de necesidad y urgencia sus gobiernos declararon obligatoria la afiliación de las administraciones públicas provinciales al club de socios de Huracán de Parque Patricios.
Los ánimos se caldearon, viejos rencores entre vecinos afloraron como el pus en una herida infectada, y en los asentamientos y poblados de los límites provinciales no tardaron en producirse los primeros hechos de violencia.
Las Fuerzas Armadas, con sus filas divididas, lanzaron un comunicado en el que se declaraban inoperantes. Los mandos medios de la Marina desconocieron a su Estado Mayor y en un acto de audacia extrema ordenaron izar la bandera de San Lorenzo en toda la flota de guerra. Mientras las bases y los altos mandos del Ejército y la Aeronáutica adherían a Huracán, la oficialidad de las tropas de tierra y los mandos medios de la Marina se pronunciaron a favor de “El Ciclón” de Boedo.
De esta forma, un torpe duelo de hinchadas surgido en una esquina cualquiera de la ciudad de Buenos Aires había logrado crecer, mutar y contagiarse como un virus purulento a cada rincón de la República.
La noticia no tardó en traspasar las fronteras. En el encuentro de cancilleres previo a la asamblea anual del Mercosur, el representante de Brasil interpelo a su par argentino expresando la preocupación de la Región por la guerra civil que había estallado en el Río de la Plata y su temor por “los inevitables coletazos de violencia en las naciones vecinas”. El canciller argentino respondió que se trataba de una cuestión doméstica, que su gobierno no iba a permitir injerencias y que “para hablar con ese tono el canciller evidentemente aún no digería la eliminación del Corinthians a manos de Boca Junior, aliado de Huracán, en la última copa mundial de clubes”. El representante brasileño se incorporó encolerizado, el presidente “pro témpore” de la Asamblea trató de apaciguar los ánimos proponiendo pasar al postergado debate de la baja de las barreras arancelarias, pero la mecha estaba encendida.
A los gritos, el representante venezolano denunció que los servicios bolivarianos de inteligencia habían descubierto que las FARC colombianas fomentaban con droga y armas la reacción violenta entre los fanáticos del Atlético Orinoco de Venezuela, el Chivas azteca y el Sporting Cristal peruano.  El canciller de Bolivia, acusó a Chile y Uruguay de racismo contra su gobierno de mayoría indígena y de discriminar “la altura” de La Paz en los encuentros de la Copa América. Reinó el descontrol: el canciller de Ecuador sacó de su maletín una bandera del Emelec y se paró sobre su escritorio, mientras los representantes de Venezuela y Colombia ya se habían tomado del cuello con claras intenciones de ahorcamiento.
Por la mañana, los principales diarios del continente coincidían en diagnosticar “la herida de muerte propinada al bloque del Mercosur”. En Brasil, las torcidas del Palmeiras de Sao Paulo y el Flamengo, comenzaron a salir espontáneamente a las calles, declaraban su adhesión a uno u otro de los equipos de la capital argentina e iniciaban los desmanes. Sao Paulo, Brasilia y Belo Horizonte se transformaron de la noche a la mañana en incontrolables focos de violencia.
El presidente de Paraguay, desacreditado por la corrupción y con un débil 5% de la aprobación popular, enmascarando la medida con una distractiva adhesión a “la heroica lucha libertadora de la parcialidad de Huracán contra de las mafias enquistadas en la Confederación Sudamericana de Fútbol”, declaró campeón por decreto a Cerro Porteño de Asunción. La población asunceña, enardecida, salió a la calles y comenzó a saquear e incendiar oficinas públicas. En el transcurso de 48 horas varias capitales de continente comenzaron a arder.
En la Casa Blanca las repercusiones no se hicieron esperar, el Subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Paul Cannon, planteó al Presidente su inquietud ante el inesperado brote de violencia en América del Sur. Reunido con el Comité de Crisis, el Presidente de improviso pidió ubicar a su Ministro de Deportes, el Secretario de Estado lo miró azorado. Se sabía que el Presidente era fanático de los NY Yankees, su deporte era el baseball y prácticamente lo ignoraba todo sobre el balompié, por lo que había que averiguar a cuál de las dos hinchadas del fútbol argentino adscribían sus admirados Yankees, la lógica indicaba que esa era una tarea de su Ministro de Deportes. En el Salón Oval se sucedieron minutos tensos, los miembros del Estado Mayor Conjunto consultaron en silencio los últimos informes de la CIA, finalmente sonó el teléfono rojo: “estamos con Huracán”, se escuchó del otro lado. Y aquellas tres palabras sellaron la posición de la principal potencia del mundo en la nueva amenaza que se cernía sobre la paz del planeta.
Como correspondía en estos casos, se convocó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Antes de la reunión, China y la Federación Rusa lanzaron sendos comunicados en el que se declaraban a favor de San Lorenzo de Almagro. La Unión Europea, excepto las intransigentes Irlanda y República Checa, propusieron llegar a algún tipo de acuerdo que desactivase el enfrentamiento, “quizás apoyando a alguna hinchada no alineada como la del Al-Shabab de Arabia Saudita o el Racing de Camerún podrían aquietarse las aguas” Las principales potencias prometieron sopesar la propuesta y la reunión del Consejo se programó para el día siguiente en la ciudad de Ginebra.
Mientras en los estratos del poder esto sucedía, entre la población civil las víctimas se contaban por decenas de miles. La Argentina, el lugar donde había estallado el conflicto, ya era tierra arrasada, se producían movimientos de tropas y enfrentamientos en Venezuela, Colombia, México y Bolivia. En el D.F. mexicano la gente comenzó a salir armada a la calle y los carteles de la droga aprovecharon la anarquía para ejecutar sus crueles venganzas. El caos desembarcó en el continente africano y Siria amenazó con lanzar sus misiles atómicos.
Aunque sin datos concluyentes, entre las principales escuadras del planeta se registraba el siguiente alineamiento:
* A favor de San Lorenzo: Real Madrid, Bayern Munich, Arsenal, Milan, Olympique de Marsella, Hamburgo, Dynamo, América de Cali, Santos y Cruz Azul.
* A favor de Huracán: Manchester United, Barcelona, Chelsea, Inter, Tottenham, Olimpyacos, Colo Colo, Peñarol, Flamengo y FC Torpedo de Moscú.
La reunión del Consejo de Seguridad de la ONU fue un fracaso rotundo. Japón y Alemania, si bien no opusieron reparos a su alineamiento con EE.UU., instaron a los miembros a aplicar urgentes sanciones económicas contra la Confederación Asiática de Fútbol por sospechar que era utilizada como pantalla por el comunismo de mercado chino para perpetrar espionaje industrial. Como represalia, Corea del Norte amenazó, a su vez, con utilizar su arsenal nuclear. Un fanático se filtró en la reunión, burlando la seguridad se subió al estrado y se inmoló a lo bonzo. El desgraciado llevaba puesta una casaca de un equipo del ascenso de la Liga Árabe, lo que agregó más confusión a la confusión porque era un club desconocido y no se sabía a cuál de las facciones en pugna respondía.
A una semana de su inicio, la escalada de violencia se hizo ingobernable: dos millones de muertos, dieciseis capitales arrasadas, desabastecimiento, saqueos y los primeros desplazamientos masivos de poblaciones hambrientas y desesperadas que huían a ninguna parte. John W.Tornes, el destacado analista internacional de “The Washington Post”, señaló en su editorial: “la tan temida Tercera Guerra Mundial finalmente ha estallado. Sus causas: un estúpido duelo de hinchadas en un ignoto arrabal latinoamericano. Sin dudas un desenlace esperado, que sólo denuncia el patético fracaso de la especie humana por perpetuarse en la historia”

En el planeta lunar Oxímeris, Alawhi W, Interceptor a cargo de la poderosa Antena Imbelonita III bostezó, estaba mal dormido, la Jefatura Suprema le había ordenado vigilar un pequeño planeta ubicado en la galaxia vecina y a eso había dedicado las últimas cuarenta y ocho horas. De pronto, una rara interferencia saturó el audio, Alawhi W intentó modular la señal y aguzó el oído: escuchó una suma de voces que coreaban algo así como: “ooooh.noten.és.ag.uan.te.tet”. Transcurrieron un par de segundos, la letanía se repitió. Se disponía a ecualizar la transmisión para grabarla  y pasar el informe cuando un resplandor enceguecedor lo hizo caer de la butaca: el pequeño planeta de pronto se tornó refulgente, pareció sufrir un breve espasmo, pasó a una coloración verde violácea, volvió al brillante y estalló en mil pedazos. Nunca había presenciado cosa parecida. Alawhi W pensó en el suceso que tendría para relatarle a su hembra-robot. Fascinado, observó los diminutos trozos incandescentes que se esparcían en la densa noche estelar, los fragmentos emitieron un último destello y se perdieron para siempre.