jueves, 9 de febrero de 2017

La mano del Luis

Sentados en el café, junto a la vidriera, están el Gordo Héctor, el Bobina, Mario y el Colorado. El Bobina hojea un suplemento deportivo.

MARIO: Fue este el que lo vio.

COLORADO: ¿Sí?

GORDO: Sí. Salió del “telo” con una vieja.

COLORADO: ¿Con una vieja? ¿Cómo con una vieja?

BOBINA (asomando la cabeza del diario): Una vieja: rodete, agujas de tejer, bizcochuelo para los nietos. ¿No sabés lo que es una vieja?

COLORADO: ¿Al Luis? ¡No puede ser!

GORDO: ¿Voy a joder con algo así?

COLORADO: No, no, claro. ¡Pero q
ué bárbaro, che! Justo él que siempre tuvo las minas que quiso.

MARIO: En eso estoy de acuerdo, es raro.

BOBINA: ¿Qué tiene de raro? Uno se pone grande, va perdiendo el levante.

COLORADO: Sí, es raro. Por ahí fue por lo del accidente, por ahí le movió algo de la sesera.

BOBINA: ¿Qué accidente?

MARIO: ¿No sabés lo del accidente?

BOBINA: No tengo idea, además el nabo este es amigo de ustedes.

GORDO: ¡No seas jodido!

MARIO: Según se dijo, fue una cosa totalmente pelotuda: el Luis que viene con el taxi por Alem, tranqui, escuchando un caset de Arjona o del César “Banana” Pueyrredón, cuando a la altura del Correo se roza con un interno de la línea 152 que venía pasando a otro. Justo con la mala leche que en ese momento el Luis iba con el brazo afuera de la ventanilla tomando el fresco.

BOBINA: ¿Y?

MARIO: Y que el bondi le llevó mano, anillo, reloj, pulsera con las iniciales, todo. Estuvo internado como un mes y por lo de la mano terminaron haciéndole un implante.

BOBINA: ¿Un implante?

COLORADO: La mano de otro chabón. Tal cual. Yo fui a verlo. ¡De no creer! La habitación propiamente era un desfile de minas.

GORDO: ¡Qué jugador, el Luis!

MARIO: Un maestro.

BOBINA (descreído): ¡Déjense de joder!

COLORADO: Hablando de Roma, ahí viene. Che, no lo jodan mucho. Que se sienta cómodo.

MARIO (festivo): ¡Mirá quién viene acá!

GORDO: ¡Luisito querido!

Todos se incorporan menos el BOBINA. Entra LUIS, camisa con el cuello abierto, campera de gamuza arremangada, rostro tostado, pelo escaso pero batido. Se aproxima a la mesa. Tiene la mano en cuestión metida en un bolsillo.


LUIS: ¡Qué dice la gilada!

GORDO: ¿Cómo anda ese sex symbol?

LUIS: Mejor imposible.

MARIO: ¿Qué tomás? ¿Lo de siempre? (al mozo) Gonzalo, traete un fernet con cola con mucho limón para el amigo.

LUIS se sienta, por unos segundos todos se miran en silencio.

GORDO: Y bueno, dale, mostrala.

Con gestos medidos, LUIS saca la mano del bolsillo y la apoya delicadamente sobre la mesa.

COLORADO: Impresiona.

MARIO: ¿Y vos decís que es de otro chabón?

LUIS: Así es.

COLORADO: ¿Y no te da asco morderte las uñas?

GORDO: Jaja. ¡No jodás, Colorado!

Bobina aparta el suplemento deportivo.

BOBINA: Che Luis, cambiando de tema, ¿es verdad que le estás dando para que tenga a una de ochenta?

LUIS (tocado): ¡Avisá, che, de dónde sacaste eso!

MARIO: No le des bola.

LUIS: ¡Nada que ver!

BOBINA: ¿Nada que ver? Cómo nada que ver si acá el amigo Héctor te vio salir del “telo”.

LUIS: Te repito, nada que ver (se hace un silencio incómodo) Esa es otra historia.

COLORADO: ¡Y contá, contá!

LUIS: Tal vez en otra ocasión, Colorado.

GORDO: ¡Dale, che, no te hagas rogar!

LUIS mantiene unos segundos la vista perdida en la acera de enfrente y se vuelve hacia sus amigos.  

LUIS: Pero les pido reserva.

COLORADO: ¡Olvidate!

El COLORADO da vuelta la silla y se monta sobre ella con el respaldo hacia adelante. Todos se aprietan  en torno a la mesa.

LUIS: Después del accidente tuve algunos problemas, digamos, de adaptación. Fue al mes del implante, como no sentía molestias y la herida en la muñeca había cicatrizado, el médico me dijo que podía volver al taxi.

COLORADO: ¿Tan pronto?

LUIS: Efectivamente. El primer día fue como cualquier otro, podía agarrar el volante, acomodar el espejo, mover la palanca de la luz de giro, todo lo más  bien. Al siguiente,  vengo por Av. de Mayo, altura Tacuarí, cuando sube un viejo, de golpe siento un hormigueo, la mano que se suelta del volante, se mueve hacia el asiento de atrás y le palmea la pelada al tipo.

GORDO:
¡A la mierda!

BOBINA: Juá, juá. ¡Déjense de joder!

LUIS (reaccionando): ¡Si se me van a cagar de risa me paro y me voy!

COLORADO: ¡No le hagás caso a éste, vos seguí!

Luis se acomoda en la silla y mira a MARIO como buscando un sostén.

LUIS: Ubicate en la situación, Marito, el viejo que me ojea como para comerme y yo que no sé qué carajo hacer. Para zafar empecé a decir disparates, cosas de trastornado, el tipo se bajó a las dos cuadras despavorido. Esa mañana no pasó nada más, hasta que a media tarde la mano que sale por la ventanilla y saluda a una mina que iba con un changuito de las compras. Me dije: “Luis, acá algo no está funcionando” Así que me vuelvo a la clínica, hablo con el cirujano que me había operado: No  se haga problemas –me dice el tipo- lo que a usted le ocurre es muy normal. ¿Cómo va a ser normal andar saludando a gente desconocida por la calle, doctor? -le digo. Es que precisamente no es gente desconocida –me contesta el tipo.

COLORADO: ¡Que hijo de puta! ¡Los médicos son unos turros, es creer o reventar!

GORDO: Para mí que te estaba cargando.

LUIS: L
o mismo pensé yo, Gordo. Mi problema es muy serio como para que encima se ponga a tomarme el pelo, doctor, le digo. Déjeme explicarle –me dice el tipo- ocurre que muchas veces los miembros que nosotros trasplantamos tienen recuerdos, sienten nostalgia de su vida anterior...

GORDO: Pará, pará. “De su vida anterior”¡Ya está!: el viejo del taxi y la mina del changuito, venían a ser conocidos del dueño original de tu mano.

LUIS: Exacto.

Pausa, quedan en silencio como sopesando lo que el GORDO acaba de descubrir.

LUIS: Se imaginarán que quedé aturdido. ¿Pero entonces qué tengo que hacer? -le pregunto.
Por ahora nada –me dice el médico- si su mano extraña no es bueno contrariarla porque puede sufrir un rechazo y tendríamos que amputársela.

MARIO: ¡Qué situación complicada!

COLORADO: La verdad. ¡Situación de mierda!

El BOBINA corre ruidosamente la silla y con gesto escéptico mete otra vez la cara en el suplemento deportivo.

LUIS:
Y... me quedé preocupado, Marito, no te voy a engañar. Un sábado a la tarde me empilcho, cazo un ramo de flores y me voy a visitar a una mina que tengo por Colegiales, y resulta que la mina esta no se encuentra. Me había dejado un papelito diciendo que estaba en lo de la pedicura. Entonces me cruzo a la plaza de enfrente a esperarla sentado en un banco. Ni bien me apoyo en el banco la mano que se pone como loca, cómo explicarlo: era un hormigueo mucho más fuerte que las veces anteriores, y en ese momento la veo a la mujer sentada en el banco.

MARIO: ¿Qué mujer?

LUIS: Martirio Barrile viuda de Crocco.

COLORADO: ¿Quién?

GORDO: ¿La vieja del “telo”?

LUIS: Exacto, la vieja del “telo”.
Buenas -me dice. Pero, de golpe yo noto que la anciana esta me mira con una expresión rara, como de desconfianza: en el mismo momento, les juro que fue una fracción de segundo, la mano que se mueve como un periscopio, parece otear el aire y con la velocidad de un refucilo vuela y se le prende a la teta derecha.

MARIO: ¡Noooo!

COLORADO: ¡Qué decís, animal!

GORDO: ¡Vos no tenés perdón de Dios! ¡Cómo vas a hacer una cosa así!

LUIS (hinchado): ¡Me van a dejar hablar o no me van a dejar hablar!

COLORADO: No, dale, seguí.

LUIS: Entonces la vieja esta que se para de un salto y es como que empezamos a forcejear, mientras yo trato de explicarle lo del implante
, la mano que no le suelta la teta. Pensé: ahora me surte, me encaja un bollo, se pone a armar quilombo y termino en cana.

COLORADO:
No era para menos, le estabas manoteando un órgano sexual.

LUIS: Pero no va que la vieja esta alza la cartera y desaparece. A partir de ahí les juro que  quedé como estúpido, estuve sentado en esa plaza como seis horas: ni fui a lo de la mina, ni volví a mi casa. La mano, mientras tanto no paraba de hormiguearme. ¿Me estaré volviendo loco?, pensaba. Y me dije que tenía que volver a ver a esta vieja, no sé, tenía que hablar con ella, sentía como un pálpito.

LUIS
hace otra pausa, el COLORADO baja una mirada indignada sobre la mano, apoyada inocentemente sobre la mesa.

COLORADO:
¡Qué mano de mierda!

LUIS: En ella no hay culpa, Colorado, en todo caso si hay un responsable ese es el progreso irreversible de la ciencia.

GORDO (exaltado): Tal cuál, el progreso irreversible de la ciencia, que avanza sin tener en cuenta al ser humano. Fijate sino lo que me está pasando a mí con las pastillas para adelgazar.

MARIO: Pará Gordo, que vuelva a la historia. ¿Y? ¿Volvieron a verse?  

LUIS:
Volví a esa plaza durante dos semanas seguidas. Te juro que cada vez que me acercaba al banco, la mano cambiaba de personalidad, se ponía como loca. Y un jueves por la tarde la encontré. Siéntese -me dice la vieja, no parecía nerviosa ni asustada y yo pensé: antes que nada tengo que disculparme: Mire, doña... –empecé. No es necesario –me corta.

El BOBINA, rojo de rabia, cierra aparatosamente el suplemento deportivo.

BOBINA: Y ahí nomás la mano la hipnotizó, la agarró del cogote y se la llevó para el “telo”. ¡Dejate de joder! ¡Cómo se pueden tragar semejante sapo!

COLORADO: ¿Vos por qué no seguís leyendo?

BOBINA: ¡Pero quien no tiene sus ratones, papá, es lo más natural del mundo! ¿Acaso Héctor no sueña con voltearse a dos jugadoras de hockey mientras lo cagan a cintazos?

GORDO (ruborizándose): ¿Y eso que tiene que ver con lo que está contando?

BOBINA: Que todos tenemos a nuestro degenerado oculto, Gordo, que es lo más natural del mundo. Por eso digo que éste tiene que asumirlo: si ahora lo calienta una de la tercera edad, que lo caliente una de la tercera edad y dejémonos de tanto verso.

LUIS: ¡Por qué no te vas a la concha de tu madre!

LUIS salta de la silla y se le va al humo, entre el COLORADO y el GORDO lo sostienen. El Bobina, estupefacto, retrocede hacia la barra.

MARIO: ¡Pará! No le des bola.

LUIS: ¿Pero quién invita a la mesa a este boludo?

GORDO: Es un tarado, un resentido. Haceme caso: vos no te calentés.

LUIS se estira las mangas de la campera, termina de un trago el fernet y mira la hora.

LUIS: Bueno, resumiendo, esta señora Martirio me cuenta que a ella también la habían operado el veintitres de mayo, el mismo día que a mí y en la misma clínica. La había mordido un perro y tuvieron que hacerle un implante de glándula mamaria.
Había ido a averiguar y para su operación habían utilizado la teta de una donante que había sufrido un accidente fatal un par de horas antes, el mismo accidente en el que había fallecido el donante de mi mano, y que ambos habían resultado ser marido y mujer.

El COLORADO y el GORDO abren la boca como dos pescados.

MARIO: ¡Increíble!   

LUIS (satisfecho del efecto logrado):
Con la importancia que en mi vida tiene el amor, se imaginarán que cuando aclaramos la situación supe que había que hacer todo lo posible para permitir ese reencuentro.
 
COLORADO: Más vale.

MARIO: Hiciste muy bien.

LUIS: Entonces la vieja dijo que por esa plaza pasaba mucha gente conocida, que no estaría bien visto que nos viesen, yo entonces propuse ir a un lugar más privado y ahí surgió lo del “telo”. Nos encontramos
los jueves de seis a siete de la tarde, pedimos una pieza, nos recostamos en la cama,  mientras la mano y la teta se entienden, yo leo el Grafico o miro alguna película, y la vieja teje cosas para sus nietos.

LUIS se estira en la silla dando por concluida la historia.

GORDO: Un acto de amor más allá de la muerte.

LUIS: Vos lo dijiste.
 
Pausa. El COLORADO alza de la mesa la mano del Luis y se la estrecha con solemnidad.

COLORADO: ¡Impresionante, varón, te juro que me hiciste saltar las lágrimas!

Quedan en silencio, reflexivos, de golpe se escucha la voz del BOBINA desde la otra punta de la barra.

BOBINA: Che, Luis, entonces: si estaban ustedes dos, la teta de esa mujer y la mano del otro: cuando te clavaste a la vieja la cosa se hizo orgía.

LUIS salta de la silla y corre hacia el BOBINA, que sale a velocidad por la puerta rumbo a la calle. El GORDO, el COLORADO y MARIO se asoman a las vidrieras para observar la persecución.

COLORADO: Qué no corra así. A ver si le hace mal a la mano.

MARIO: Igual no lo va alcanzar ni a palos.

GORDO: ¡Qué jugador este Luis! ¡Qué maestro!... ¿Vos le crees?

COLORADO: ¡Más vale! ¿Vos no?

APAGÓN