domingo, 3 de mayo de 2020

Prima perchero

De toda nuestra familia Sarah es mi preferida. A pesar de la diferencia de edad siempre me trató distinto, como si yo no fuese su prima sino su mejor amiga. A veces me pasaba a buscar por la clase de gimnasia y yo la acompañaba a elegir vasos, o algún adorno para su departamento nuevo.  Porque como sus padres habían fallecido Sarah era independiente, vivía sola en un departamento alquilado, con un balcón buenísimo y una habitación para ella sola. Hasta que el anteaño pasado entró en coma.

¿Cómo ocurrió esa desgracia y mi prima Sarah entró en coma? Pasó lo siguiente: un sábado por la tarde Sarah vino a casa y me pidió que la acompañara a la peluquería a hacerse un “shock de keratina”. El shock de keratina es un baño de crema que te deja el pelo suave y súper luminoso. Y Sarah se lo cuidaba mucho porque decía que el cabello de una mujer para los hombres es un detalle muy importante.

Además de unos ojos azules grandes e inolvidables, Sarah tenía un pelo castaño pesado y larguísimo. Mientras la peluquera la atendía me dijo que si quería, para no aburrirme, a mí podían pintarme las uñas. Al final yo no quise la pintura de uñas, esperamos el turno mirando revistas, la peluquera le hizo el baño de crema bastante rápido y volvimos a casa.

La fórmula de esa crema vaya una a saber si tenía algún componente prohibido, en mal estado, o no sé qué, el hecho puntual fue que al llegar a casa -mamá estaba preparando la merienda para mis hermanos en la cocina- Sarah dijo “qué calor”, empezó a repetir “qué calor, qué calor, qué calor” con distintos tonos de voz, le dio un hipo fuerte y se cayó desvanecida al piso. Mi mamá llamó a mi papá que se vino volando del negocio, me dejaron a cargo de mis hermanos y él, mamá y la abuela la cargaron en el auto y la llevaron al hospital Alemán.

Los estados de coma no son como en “Los ricos también lloran” o en “Bety la fea” donde uno de los protagonistas se accidenta con el auto, queda descerebrado, pero al quinto capítulo se recupera, reconoce a su amada, le da uno de esos besos en los que se chupan la boca y son felices por siempre. En la vida real es más complicado. Mi mamá me contó que en el hospital a Sarah le hicieron exámenes complicadísimos, tomografías, resonancias magnéticas y un estudio con rayos de luz que se llama fluoroscopia. Los médicos dijeron que prácticamente no registraba actividad cerebral y lo más probable es que no volviese a despertar.

Papá, mamá y la abuela volvieron a casa y estuvieron un rato hablando en voz baja en el comedor. Como dije, excepto a nosotros Sarah no tenía a nadie, así que al rato papá nos llamó a mis tres hermanos y a mí y nos dijo que con la abuela y mamá iban a turnarse para cuidar a Sarah mientras estuviese en el hospital y después la íbamos a traer a vivir a casa.

Lo que sentí con esa noticia fue contradictorio porque por un lado me apenaba que mi prima estuviese en coma y que quizás no volviese a despertar, pero por otro me alegraba tenerla cerca viviendo en nuestra propia casa como si fuese mi hermana mayor.

Cuando salió del Alemán y la trajeron, la abuela dijo que le iba a hacer un lugar en su cuarto. Sarah podía estar en una cama común y no necesitaba suero, respirador y ese tipo de cosas; solo debía recibir la visita de una kinesióloga tres veces por semana que le hacía masajes. Durante el día yo trataba de estar con ella el mayor tiempo posible, la peinaba o le leía alguna nota de las revistas sobre la realeza que a ella tanto le gustaban. Pero la verdad que aunque tenía los ojos abiertos, Sarah no parecía escuchar nada.

Cuando en marzo comenzó el colegio, con la confección de las carpetas nuevas y la cantidad de materias para organizar yo empecé a verla menos, además me daba cuenta de que la abuela se ponía nerviosa cuando estábamos las tres porque en el cuarto éramos demasiada gente.

Con los pacientes en coma pasa algo raro, como no responden cuando les hablás y tienen los ojos fijos y no podés adivinar lo que están pensando, si una no hace un esfuerzo es como que poco a poco van dejando de ser personas. La abuela un día le dijo a papá que necesitaba el lugar de Sarah para poner su máquina de coser. Así fue como, a falta de otro lugar, mi prima fue a parar al cuarto de los trastos, donde cabía perfectamente paradita y apoyada en la pared entre el secarropas y la lustra enceradora.

Por esa época justo papá había contratado pintores para reciclar la casa y sucedió el accidente: uno de los trabajadores, que ya había pintado la habitación de mis hermanos y la mía, siguió por el cuarto de trastos y sin darse cuenta le dio dos manos de satinol a la pobre Sarah. Por suerte, se dio cuenta cuando en la nariz de mi prima comenzaron a hacerse dos globitos y alcanzó a pincharlos antes de que la pobre se muriera asfixiada.

Como dice mi abuela, uno aprende más de los errores que de los aciertos. Luego del susto, mi papá volvió a reunirnos para decir que habíamos sido insensibles con nuestra prima, que a pesar de no comportarse como lo hacen las personas normales seguía siendo familia y que por lo tanto debíamos tratar de integrarla para que cumpliera con alguno de los deberes de la casa.

En nuestro hogar todo el mundo tenía asignado algo para hacer y eso que hacía constituía su deber. Cuando vivía mi abuelo, él era el encargado de ir una vez a la semana a hacer las jugadas del loto y el telekino, la abuela con su máquina de coser debía hacer las servilletas, los repasadores y las toallas de la casa, Tommy todavía era chiquito pero Andy y Julián cortaban el pasto de la entrada y yo horneaba los brownies y ayudaba a mis hermanos con matemáticas. Esos eran nuestros deberes, así que a partir de ese día Sarah también iba a tener los suyos.

El primer deber de mi prima fue ocurrencia de mamá: cuando por las noches teníamos que salir al cine o a algún cumpleaños, dejábamos a Sarah sentada en el sillón del living con una revista, un cigarrillo en los labios, un piloto con el cuello subido y unos lentes para sol. La idea era que  los ladrones que intentasen entrar siempre se encontrarían con un “seguridad” que les haría fracasar el atraco. A veces, incluso, papá le dejaba la radio encendida a todo volumen y le inclinaba la cabeza hacia el parlante para que pareciera que mientras leía, escuchaba la música siguiendo el compás.

El segundo deber de Sarah surgió cuando llegaron las fiestas de fin de año. Con mis hermanos cada 8 de diciembre armábamos el arbolito de Navidad en el living al lado de la chimenea, y Andy preguntó si esta vez no la podíamos poner a Sarah de árbol. El bastidor de alambre y plástico imitación pino que usábamos ya estaba bastante deteriorado y todos estuvimos de acuerdo. Así que paramos a Sarah junto a la chimenea, yo primero la peiné, le hice unas trenzas preciosas y comenzamos a colgarle las guirnaldas plateadas, las piñas, los copitos de nieve, los globos de vidrio y finalmente le enroscamos las luces de colores. Fue una idea buenísima, la Nochebuena la abuela puso a sus pies los regalos que había dejado Papá Noel y desde la mesa grande yo no pude dejar de contemplar a mi prima en toda la noche, luminosa y bella, como a ella le gustaba verse.

Ese verano, como cada año, mi papá alquiló la casa en Santa Teresita y fuimos a pasarlo a la playa. Sarah viajó en el asiento de atrás con Tomás en la falda y para trasportarla hasta la arena usamos el carrito de las reposeras. Después de dejar las valijas en la casa, al llegar a la playa mamá ordenó que le pusiéramos una gruesa capa de protector en la espalda y mi papá la paró con una mano sosteniendo la sombrilla y con la otra dibujando una “u” para que la familia pudiese colgar los bolsos, los buzos y la heladerita para que no se llenaran de arena. Por eso, a partir de allí mi hermano Julián la apodó “prima perchero”.

Aunque no podíamos hablar como antes, para mí era emocionante que Sarah estuviese ahí con nosotros en la casa de la playa. Por las noches dormía en la cama cucheta encima de la mía y yo podía contarle por horas mis planes de conseguir un novio el próximo año de colegio, o de inventar una vacuna, viajar por la selva africana y curar a la gente de las tribus salvajes.

Y así, poco a poco, mi prima pasó a transformarse en un miembro más de la familia. De vuelta en Buenos Aires, a pesar de su estado de coma, Sarah tuvo un montón de otros deberes: ayudó a mamá cuando comenzó a dar el curso de maquillaje artístico prestando su cara y sus ojos inolvidables para practicar las técnicas con sus alumnas. Cuando se astilló el parante del techo del galpón, papá la puso de columna para que el cielo raso no se cayese hasta que viniese el techista.

Un día la abuela se apareció con una revista del Club de Leones donde promocionaban un concurso de estatuas vivientes, era un evento importante en el que competían candidatos de todo el país y se iba a hacer en un teatro del centro. La estatua ganadora se llevaría una medalla de honor y tres canastas de golosinas surtidas de la cadena mayorista Plencovich Hermanos. Mamá maquilló a Sarah, yo la peiné y la abuela le hizo un vestido de novia de gasa con un velo bordado.

Mi prima ganó el primer premio. Estaba tan bella que vinieron a hacernos una nota del diario La Prensa, el fotógrafo le hizo miles de fotos y nos regalaron una para ampliarla y papá la colgó con un marco en el living. La desgracia fue que mi hermano Andy se comió doce mantecoles y veintitrés chocolatines del premio, se intoxicó y tuvieron que llevarlo al Alemán y hacerle un lavaje de estómago.

Resumiendo, yo la quiero muchísimo a Sarah y estoy feliz de que esté con nosotros, pero por momentos no puedo dejar de pensar en la cantidad de cosas que se está perdiendo de la vida y me da una gran pena. Cuando se aproxima la Navidad, antes de armar el árbol, yo comienzo a tener un sueño que se me repite: faltan unos minutos para las doce, estamos todos sentados a la mesa cuando de pronto miro hacia el árbol/prima Sarah y noto un temblor, es casi imperceptible, miro a los demás y solo yo parezco percibirlo. De golpe el árbol entero parece sufrir un terremoto, varias bolas de vidrio se desprenden y estallan contra el piso, entonces Sarah abre grande sus ojos azules. La abuela da un grito, mi papá se ahoga con el vaso de sidra y mis hermanos se levantan de un salto y empiezan a escandalizar. Sarah entonces me mira y dice “¡Millie, me alcanzás un vaso de coca que tengo la garganta seca!”. Hasta ahí llega el sueño y me despierto.

Pero repito, en la vida real los estados de coma no son como en las novelas de la tele y que Sarah vuelva a ser como antes es un sueño, nada más.