De toda nuestra familia Sarah es mi preferida. A pesar de la
diferencia de edad siempre me trató distinto, como si yo no fuese su prima sino
su mejor amiga. A veces me pasaba a buscar por la clase de gimnasia y yo la
acompañaba a elegir vasos, o algún adorno para su departamento nuevo. Porque como sus padres habían fallecido Sarah
era independiente, vivía sola en un departamento alquilado, con un balcón buenísimo
y una habitación para ella sola. Hasta que el anteaño pasado entró en coma.
¿Cómo ocurrió esa desgracia y mi prima Sarah entró en coma? Pasó
lo siguiente: un sábado por la tarde Sarah vino a casa y me pidió que la
acompañara a la peluquería a hacerse un “shock de keratina”. El shock de keratina
es un baño de crema que te deja el pelo suave y súper luminoso. Y Sarah se lo
cuidaba mucho porque decía que el cabello de una mujer para los hombres es un
detalle muy importante.
Además de unos ojos azules grandes e inolvidables, Sarah
tenía un pelo castaño pesado y larguísimo. Mientras la peluquera la atendía me
dijo que si quería, para no aburrirme, a mí podían pintarme las uñas. Al final
yo no quise la pintura de uñas, esperamos el turno mirando revistas, la
peluquera le hizo el baño de crema bastante rápido y volvimos a casa.
La fórmula de esa crema vaya una a saber si tenía algún
componente prohibido, en mal estado, o no sé qué, el hecho puntual fue que al
llegar a casa -mamá estaba preparando la merienda para mis hermanos en la
cocina- Sarah dijo “qué calor”, empezó a repetir “qué calor, qué calor, qué
calor” con distintos tonos de voz, le dio un hipo fuerte y se cayó desvanecida
al piso. Mi mamá llamó a mi papá que se vino volando del negocio, me dejaron a
cargo de mis hermanos y él, mamá y la abuela la cargaron en el auto y la
llevaron al hospital Alemán.
Los estados de coma no son como en “Los ricos también
lloran” o en “Bety la fea” donde uno de los protagonistas se accidenta con el
auto, queda descerebrado, pero al quinto capítulo se recupera, reconoce a su amada,
le da uno de esos besos en los que se chupan la boca y son felices por siempre.
En la vida real es más complicado. Mi mamá me contó que en el hospital a Sarah le
hicieron exámenes complicadísimos, tomografías, resonancias magnéticas y un
estudio con rayos de luz que se llama fluoroscopia. Los médicos dijeron que prácticamente
no registraba actividad cerebral y lo más probable es que no volviese a
despertar.
Papá, mamá y la abuela volvieron a casa y estuvieron un rato
hablando en voz baja en el comedor. Como dije, excepto a nosotros Sarah no
tenía a nadie, así que al rato papá nos llamó a mis tres hermanos y a mí y nos
dijo que con la abuela y mamá iban a turnarse para cuidar a Sarah mientras
estuviese en el hospital y después la íbamos a traer a vivir a casa.
Lo que sentí con esa noticia fue contradictorio porque por
un lado me apenaba que mi prima estuviese en coma y que quizás no volviese a
despertar, pero por otro me alegraba tenerla cerca viviendo en nuestra propia
casa como si fuese mi hermana mayor.
Cuando salió del Alemán y la trajeron, la abuela dijo que le
iba a hacer un lugar en su cuarto. Sarah podía estar en una cama común y no
necesitaba suero, respirador y ese tipo de cosas; solo debía recibir la visita
de una kinesióloga tres veces por semana que le hacía masajes. Durante el día yo
trataba de estar con ella el mayor tiempo posible, la peinaba o le leía alguna nota
de las revistas sobre la realeza que a ella tanto le gustaban. Pero la verdad
que aunque tenía los ojos abiertos, Sarah no parecía escuchar nada.
Cuando en marzo comenzó el colegio, con la confección de las
carpetas nuevas y la cantidad de materias para organizar yo empecé a verla menos,
además me daba cuenta de que la abuela se ponía nerviosa cuando estábamos las
tres porque en el cuarto éramos demasiada gente.
Con los pacientes en coma pasa algo raro, como no responden
cuando les hablás y tienen los ojos fijos y no podés adivinar lo que están
pensando, si una no hace un esfuerzo es como que poco a poco van dejando de ser
personas. La abuela un día le dijo a papá que necesitaba el lugar de Sarah para
poner su máquina de coser. Así fue como, a falta de otro lugar, mi prima fue a
parar al cuarto de los trastos, donde cabía perfectamente paradita y apoyada en
la pared entre el secarropas y la lustra enceradora.
Por esa época justo papá había contratado pintores para
reciclar la casa y sucedió el accidente: uno de los trabajadores, que ya había
pintado la habitación de mis hermanos y la mía, siguió por el cuarto de trastos
y sin darse cuenta le dio dos manos de satinol a la pobre Sarah. Por suerte, se
dio cuenta cuando en la nariz de mi prima comenzaron a hacerse dos globitos y alcanzó
a pincharlos antes de que la pobre se muriera asfixiada.
Como dice mi abuela, uno aprende más de los errores que de
los aciertos. Luego del susto, mi papá volvió a reunirnos para decir que habíamos
sido insensibles con nuestra prima, que a pesar de no comportarse como lo hacen
las personas normales seguía siendo familia y que por lo tanto debíamos tratar
de integrarla para que cumpliera con alguno de los deberes de la casa.
En nuestro hogar todo el mundo tenía asignado algo para hacer y eso que hacía
constituía su deber. Cuando vivía mi abuelo, él era el encargado de ir una vez
a la semana a hacer las jugadas del loto y el telekino, la abuela con su
máquina de coser debía hacer las servilletas, los repasadores y las toallas de
la casa, Tommy todavía era chiquito pero Andy y Julián cortaban el pasto de la
entrada y yo horneaba los brownies y ayudaba a mis hermanos con matemáticas. Esos
eran nuestros deberes, así que a partir de ese día Sarah también iba a tener
los suyos.
El primer deber de mi prima fue ocurrencia de mamá: cuando por
las noches teníamos que salir al cine o a algún cumpleaños, dejábamos a Sarah
sentada en el sillón del living con una revista, un cigarrillo en los labios, un
piloto con el cuello subido y unos lentes para sol. La idea era que los ladrones que intentasen entrar siempre se
encontrarían con un “seguridad” que les haría fracasar el atraco. A veces,
incluso, papá le dejaba la radio encendida a todo volumen y le inclinaba la
cabeza hacia el parlante para que pareciera que mientras leía, escuchaba la
música siguiendo el compás.
El segundo deber de Sarah surgió cuando llegaron las fiestas
de fin de año. Con mis hermanos cada 8 de diciembre armábamos el arbolito de
Navidad en el living al lado de la chimenea, y Andy preguntó si esta vez no la
podíamos poner a Sarah de árbol. El bastidor de alambre y plástico imitación pino
que usábamos ya estaba bastante deteriorado y todos estuvimos de acuerdo. Así
que paramos a Sarah junto a la chimenea, yo primero la peiné, le hice unas
trenzas preciosas y comenzamos a colgarle las guirnaldas plateadas, las piñas,
los copitos de nieve, los globos de vidrio y finalmente le enroscamos las luces
de colores. Fue una idea buenísima, la Nochebuena la abuela puso a sus pies los
regalos que había dejado Papá Noel y desde la mesa grande yo no pude dejar de
contemplar a mi prima en toda la noche, luminosa y bella, como a ella le
gustaba verse.
Ese verano, como cada año, mi papá alquiló la casa en Santa
Teresita y fuimos a pasarlo a la playa. Sarah viajó en el asiento de atrás con
Tomás en la falda y para trasportarla hasta la arena usamos el carrito de las
reposeras. Después de dejar las valijas en la casa, al llegar a la playa mamá
ordenó que le pusiéramos una gruesa capa de protector en la espalda y mi papá
la paró con una mano sosteniendo la sombrilla y con la otra dibujando una “u”
para que la familia pudiese colgar los bolsos, los buzos y la heladerita para
que no se llenaran de arena. Por eso, a partir de allí mi hermano Julián la
apodó “prima perchero”.
Aunque no podíamos hablar como antes, para mí era
emocionante que Sarah estuviese ahí con nosotros en la casa de la playa. Por las
noches dormía en la cama cucheta encima de la mía y yo podía contarle por horas
mis planes de conseguir un novio el próximo año de colegio, o de inventar una
vacuna, viajar por la selva africana y curar a la gente de las tribus salvajes.
Y así, poco a poco, mi prima pasó a transformarse en un
miembro más de la familia. De vuelta en Buenos Aires, a pesar de su estado de
coma, Sarah tuvo un montón de otros deberes: ayudó a mamá cuando comenzó a dar
el curso de maquillaje artístico prestando su cara y sus ojos inolvidables para
practicar las técnicas con sus alumnas. Cuando se astilló el parante del techo
del galpón, papá la puso de columna para que el cielo raso no se cayese hasta
que viniese el techista.
Un día la abuela se apareció con una revista del Club de
Leones donde promocionaban un concurso de estatuas vivientes, era un evento
importante en el que competían candidatos de todo el país y se iba a hacer en
un teatro del centro. La estatua ganadora se llevaría una medalla de honor y
tres canastas de golosinas surtidas de la cadena mayorista Plencovich Hermanos.
Mamá maquilló a Sarah, yo la peiné y la abuela le hizo un vestido de novia de
gasa con un velo bordado.
Mi prima ganó el primer premio. Estaba tan bella que vinieron
a hacernos una nota del diario La Prensa, el fotógrafo le hizo miles de fotos y
nos regalaron una para ampliarla y papá la colgó con un marco en el living. La
desgracia fue que mi hermano Andy se comió doce mantecoles y veintitrés
chocolatines del premio, se intoxicó y tuvieron que llevarlo al Alemán y
hacerle un lavaje de estómago.
Resumiendo, yo la quiero muchísimo a Sarah y estoy feliz de
que esté con nosotros, pero por momentos no puedo dejar de pensar en la cantidad
de cosas que se está perdiendo de la vida y me da una gran pena. Cuando se
aproxima la Navidad, antes de armar el árbol, yo comienzo a tener un sueño que
se me repite: faltan unos minutos para las doce, estamos todos sentados a la
mesa cuando de pronto miro hacia el árbol/prima Sarah y noto un temblor, es
casi imperceptible, miro a los demás y solo yo parezco percibirlo. De golpe el
árbol entero parece sufrir un terremoto, varias bolas de vidrio se desprenden y
estallan contra el piso, entonces Sarah abre grande sus ojos azules. La abuela
da un grito, mi papá se ahoga con el vaso de sidra y mis hermanos se levantan
de un salto y empiezan a escandalizar. Sarah entonces me mira y dice “¡Millie,
me alcanzás un vaso de coca que tengo la garganta seca!”. Hasta ahí llega el
sueño y me despierto.
Pero repito, en la vida real los estados de coma no son como
en las novelas de la tele y que Sarah vuelva a ser como antes es un sueño, nada
más.