miércoles, 12 de agosto de 2015

Como el agua que moja

Personajes:
Mariela
Ernesto

Departamento despojado, mesa, dos sillas, sobre el fondo puerta de entrada, sobre un costado un espejo de pie. Vemos llegar a Mariela, viste un ambo de médico, deja la cartera, se pone a barrer, acomoda unos libros, se queda por un instante con la mirada perdida, llora, se contiene y recomienza la tarea. Entra Ernesto, con aire apático, lleva un maletín, todo en él denota rutina y naturalidad, salvo por el atuendo: viste un traje de superhéroe (remera y calzas al cuerpo, calzón, botas, capa, etc.) En el pecho y en el centro de la capa pueden leerse las iniciales S.E. de SuperErnesto.

ERNESTO: Hola, amor.

Mariela no responde, Ernesto deja el maletín junto a la mesa, al pasar delante del espejo se mira la capa. Sale de escena para ir al baño, tiempo, se escucha la descarga del depósito, regresa, se sienta.

ERNESTO: Qué calor está haciendo.

Mariela no responde.

ERNESTO: ¿Cómo te fue en la clínica?

Mariela no responde.

ERNESTO: Hoy tuve la boca seca todo el día. ¿Hay algo para tomar?

MARIELA: Hay jugo.

ERNESTO: Que bueno, ¿me traés?

Mariela, a desgano, sale.

ERNESTO (alzando la voz): Creo que queda una lata de cerveza en la puerta del congelador, te la cambio por el jugo, ¿dale?

Mariela vuelve con la lata, se la da y estudia a Ernesto largamente. Este abre la lata, toma tragos cortitos, al sentirse observado se incomoda.

MARIELA: Me agregaron guardias y tengo que trabajar el fin de semana. ¿Y a vos cómo te fue? (vuelve a observarlo) ¿Luchaste por la Justicia?

ERNESTO: Mariela, no empecemos.

MARIELA: ¿No empecemos? Yo no empiezo nada. ¿Acaso no estamos hablando de lo que hicimos durante el día? Bueno, yo te pregunto: ¿luchaste por la Justicia?

ERNESTO (con leve resentimiento): Sí.

MARIELA: ¿Sí qué?

ERNESTO: Sí luché.

MARIELA: Ves, a una pregunta, una respuesta. No es tan difícil.

ERNESTO: No, claro que no es tan difícil. Pero si usas ese tono...

MARIELA: ¿Qué tono?

ERNESTO: Ese tono. Decís ‘luchaste por la Justicia’ con ese tono. ¡Por qué hay que volver siempre a lo mismo, digo yo!

Ernesto se incorpora, se pone delante del espejo, hace poses de carrera, saca músculos.

MARIELA: ¿Sabés por qué? ¿Sabés por qué? Porque el sábado cumplimos un año de casados, por eso (lloriquea) Y esto es un desastre.

ERNESTO (yendo sobre ella): Mariela…

MARIELA (recházandolo): Estoy bien, dejame (contemporizando) Dale, contame qué hiciste.

ERNESTO: ¿De verdad querés saber?

MARIELA: Sí.

Mientras desarrolla el relato Ernesto en algún momento volverá a hacer poses frente al espejo.

ERNESTO (con entusiasmo): Estoy probando varias cosas, algunas más efectivas que otras. Hoy trabajé en dos. La primera es muy graciosa: vos viste cómo circulan los tacheros por el centro, se creen los amos, los dueños de la calle, circulan a mil, invaden carriles, paran donde se les ocurre, pero más que nada yo noté que en las bocacalles los tipos doblan como si tal cosa, y si estás intentando cruzar, por la senda peatonal, con el paso a su favor, más vale que corras, saltes o te tires a un costado porque te llevan puesto. Así que lo estuve pensando y me dije “Esto puede ser un trabajo para SuperErnesto”. Me voy a la esquina de Corrientes y Suipacha, me pongo delante del grupo de peatones que se forma esperando el semáforo, cuando da la luz verde veo por el rabillo del ojo que un taxi viene doblando y me le tiro encima del capot. El tipo clava los frenos, yo doy un par de tumbos aparatosos y caigo en el asfalto. ¡Gran quilombo gran!  Para serte sincero, al principio hay como un momento de confusión, al verme con el taje algunos creen que es una cámara sorpresa o algún tipo de publicidad callejera, pero cuando se dan cuenta de que va en serio llaman al SAME, se corta el tránsito, yo exagero, grito, simulo convulsiones. Y mientras parte de la multitud se preocupa por atenderme, el resto gira hacia el tachero y, primero con timidez y después cada vez más osados comienzan a putearlo, a patearle las puertas, a escupirle el parabrisas, un par meten las manos por la ventanilla y quiere sacarlo de los pelos. Despiertan del letargo, liberan su rebeldía ante el abuso, ¿se entiende? Y entonces yo aprovecho la confusión, me incorporo y me pierdo en la multitud.

Ernesto queda a la expectativa de la reacción de Mariela, pero esta, incrédula, no emite sonido.

ERNESTO: Acción dos: ¡esta es genial! Voy trotando por Mitre altura Montevideo –no sé si te lo dije, pero por la calle yo intento siempre trotar para que la capa flamee y se me vean las iniciales- Así que voy trotando por Mitre hasta que llego a Callao y me meto en la sucursal del Banco Nación. Multitud de gente, calor de cagarse, no anda el aire acondicionado, voy hasta el subsuelo, sector Cajas. Como de costumbre, larga cola y de tres ventanillas sólo una atendiendo. Me ubico en el último puesto, dejo pasar unos minutos y digo, así, como al pasar: “¡Claro, cómo si uno no tuviera nada que hacer, no cierto!”  No necesito mirar a alguien para percibir que entre los más cercanos hay como un removerse en sus lugares: el virus ha sido inoculado. Dejo pasar otro par de segundos y ya mirando de lleno a uno, agrego: “Yo no sé. Menos mal que son las cajas para clientes, ¿no?”. “¡La misma historia de siempre, señor!” –engrana el primero. “Sí. Tal cual, ¿me quiere decir porque no atienden las otras ventanillas?”. “¡A los tipos no les importa. Somos como ganado! –grita otro- ¡Peor que eso: somos pedazos de mierda!”. Y ya no hay vuelta: la cola empieza a sacudirse y se rompe. Gritos, puños en alto, algunos avanzan sobre el cajero, otros van contra los mostradores. Yo me voy hacia las escaleras. Y antes de salir, giro para echar una última mirada: alguien parado sobre el mostrador empieza a sacarse la ropa, otro salta con un matafuego en una mano. ¡Éxito total! Una nueva acción de SuperErnesto para socavar los cimientos de una sociedad mezquina… ¿Y? ¿Qué decís?

MARIELA: Vos te das cuenta, ¿no?

ERNESTO: ¿De qué?

MARIELA: ¿Cómo de qué? Esos no son actos heroicos, Ernesto, esas son pelotudeces.

ERNESTO: No son pelotudeces.

MARIELA: ¡Sí que son!

ERNESTO: No son pelotudeces. Si pensás así entonces hay que redefinir qué se entiende por  ‘pelotudez’ y qué se entiende por ‘acto heroico’.

MARIELA: ¡Por favor!

ERNESTO: Es que vos estás muy pegada al superhéroe yanqui, Mari, a Spiderman, a Batman. Te domina el estereotipo de Hollywood. En cambio yo te hablo del mundo real.

MARIELA: ¡No, yo te hablo del mundo real!  Vos no sos un superhéroe, Ernesto.

ERNESTO: Sí que lo soy.

MARIELA: No lo sos.

ERNESTO: ¿Ah, no? ¿Y entonces qué soy?

MARIELA: ¿Querés saber?

ERNESTO: Por favor.

MARIELA: Sos un pelotudazo de 30 años, casado reciente, sin un trabajo fijo, que vive en un departamento alquilado y sin muebles, y que si no fuera por su mujer, que se mata haciendo guardias, hace seis meses que viviría en la plaza de la esquina.

Ernesto intenta disimular el impacto, vuelve al espejo, se contempla.

MARIELA: ¿Podés dejar de hacer eso, por favor?

ERNESTO (volviendo a su silla): Okey, okey, te reconozco que por ahora son intervenciones menores. Pero aunque te suene difícil de creer, acá no hay nada improvisado. Acá hay un camino cuidadosamente delineado, hay un plan, una estrategia.

MARIELA: ¿Y cuál es esa estrategia?

ERNESTO: Lo que en marketing se conoce como ‘imponer la marca’. Tengo que empezar a hacerme visible, sentar presencia, para que la gente cuando me vea no se asuste.

MARIELA: ¡No se cague de risa, mi amor!

ERNESTO: Dije ‘no se asuste’. Para que vayan haciéndose a la idea de que en esta puta ciudad hay alguien que piensa en ellos, que los protege, que vela por sus derechos. ¡Claro que cuando logre mi super poder!...

MARIELA: ¿Tu súper poder?

ERNESTO: Sí (bajando la voz, vigilando que nadie escuche) El rayo paralizante.

MARIELA: ¡¿El rayo paralizante?!? ¡¿El rayo paralizante?!? (Mariela, se pone  a temblar, sufre una crisis de nervios, se agarra de la mesa como si estuviera a punto de caerse, Ernesto la sostiene) ¡¿El rayo paralizante?!?

ERNESTO: Vení, sentate, Mari. Hoy estás muy tensa.

MARIELA: ¡Por favor, escuchate, Ernesto! Si cuando salimos a la calle le tenés miedo a los perros, cuando el mes pasado discutiste con el diariero tuvimos que dormir una semana con la luz prendida ¿A quién te vas a enfrentar? (Tiempo) ¿Sabés?, yo no puedo creer que esté pasando esto: que vos estés así vestido, que hablemos de superpoderes. Por momentos me digo “Mariela, es una pesadilla, a la cuenta de tres vas a despertar”, pero cuento uno, dos, tres y no despierto, nunca despierto.

ERNESTO: Es que no tenés que despertar (mostrándose a sí mismo con las manos) Esto es real.

Mariela vuelve a lloriquear, se calma, advierte la presencia del maletín.

MARIELA: ¿Qué traés ahí?

ERNESTO: ¿Dónde?

MARIELA: ¿Me ves cara de idiota? En ese maletín, Ernesto, ¿qué traés?

ERNESTO: Nada.

MARIELA: ¡Soy tu mujer y quiero saber! (levanta el maletín, lo pone sobre la mesa, lo abre, de su interior saca un gran libro de tapas duras, lee)  “10 claves para el desarrollo del Superhéroe Moderno”

Mariela emite una risita histérica, Ernesto le arrebata el volumen.

MARIELA: Y de dónde sacaste…  Ah, sori, mirá la pregunta que se me ocurre…

ERNESTO: ¡Me lo consiguió mamá, sí! ¿Y qué?  Este es un libro casi imposible de conseguir,  es prácticamente un incunable.

Mariela se incorpora, camina nerviosa buscando las palabras.

MARIELA: A ver, Erni, por si no te diste cuenta: ¡Tu mamá… está TOTAL COMPLETA REMATADAMENTE LOCA!

Ernesto se incorpora y comienza a salir.

MARIELA: ¿Adónde vas?

ERNESTO: Si vamos por ese lado me niego a seguir dialogando.

MARIELA (cambiando): ¡No, esperá, perdóname! (por señas lo invita a sentarse junto a ella, lo toma de las manos) Mi amor, esto que voy a decirte puede sonar feo, pero tu madre me mira mal, yo no le caigo bien.

ERNESTO: No hables así.

MARIELA: Es la verdad, Erni, creo que desde la primera vez que nos vimos, no pegamos onda, no sé, no me quiere.

ERNESTO: Eso es injusto, a su modo, pero mamá te aprecia.

MARIELA: Erni, yo creo que hay formas y formas de intentar sacarse de encima a una nuera (lloriquea, lo señala) Pero no ‘esto’.

ERNESTO: ¿Qué querés decir?

MARIELA: Es tremendamente cruel, es vergonzoso…

ERNESTO (apartándose): ¡Yo no soy un títere de mamá!

MARIELA: No dije eso.

ERNESTO: Con otras palabras pero es lo que insinuás. Y estás completamente equivocada.  Cuando yo nací ella tuvo una iluminación, intuyó que era un ser especial, ella descubrió que yo tenía este potencial y que estaba bendecido por una misión.

Durante este parlamento Ernesto va a realizar el ejercicio del “rayo paralizante”. Abre el libro, observa una ilustración, saca del maletín una varilla con una piola y una arandela atada en el extremo, inserta la varilla en algún orificio en la parte superior del espejo, hace pendular la arandela, se coloca a distancia, respira, se prepara y gira teatralmente clavándole la mirada, sosteniéndose ambas sienes con los dedos, e intentando que la arandela detenga el vaivén. Repite la operación varias veces.

ERNESTO: Pero antes de asumir ese mandato yo debía experimentar el mundo de la gente común, debía crecer, adquirir experiencia. Yo y otros como yo, porque no soy un caso aislado, hay muchos más, la lucha audaz en defensa del inocente existe desde tiempos inmemoriales, ha ido creciendo y multiplicándose…

MARIELA (observando el accionar de Ernesto): ¿Qué hacés?

ERNESTO (en la suya): Generosidad, desinterés, sacrificio por el otro, son el combustible de esta misión. Aunque te suene presumido, los tipos como yo, desde el llano, a veces desde el anonimato más absoluto, somos los santos modernos.

MARIELA: ¿Podés responder qué hacés?

ERNESTO: Ejercito.

MARIELA: Vos sabés que no lo entiendo. Lo pienso, le doy vueltas y no lo entiendo.

ERNESTO: ¿Qué cosa no entendés?

MARIELA: Semejante cambio, Erni. Cuando yo te conocí estudiabas Administración de Empresas, ¿te acordás? eras ambicioso, tenías sueños. Y eras encantador. ¿Te olvidaste de eso?

ERNESTO (se sienta junto a Mariela, cambiando): ¿Cómo voy a olvidarme?

MARIELA: Nos íbamos a ver el amanecer a la Costanera, esperábamos a que abrieran los puestos de flores y me comprabas un ramillete de fresias.

ERNESTO: Y desayunábamos en el bar de Aeroparque, café con leche con churros. Y yo me iba durmiendo en la mesa mientras vos cantabas. ¿Qué cantabas?

MARIELA (canta): Memoria hostil de un tiempo de paz / sin paz / Narices frías de una noche atrás.

ERNESTO Y MARIELA (cantan a dúo): Besos por celular / las momias de este amor / piden el actor de lo que fui… *

ERNESTO: Y cuando te quedabas a dormir en casa, si llegaba mamá tenía que esconderte en el placard (Ríen)

MARIELA: Yo me enamoré de ese chico, Erni, ¿dónde quedó?

ERNESTO: Acá, mi amor, ese y este somos la misma persona.

Mariela se ensombrece, se incorpora.

ERNESTO: ¿Qué pasa?

MARIELA: Hoy hablé con mi hermana. Quiero que me digas algo y que, por favor, seas honesto. ¿Qué le dijiste a Mati? ¿Qué le metiste en la cabeza? 

ERNESTO: ¿A Mati?...

MARIELA: Sí, a Mati.

ERNESTO: Ah, nada, estuvimos hablando. Me preguntó algunas cosas y… 

MARIELA: Tiene siete años, Ernesto. ¡A vos evidentemente algo en la cabeza no te funciona! ¿Sabés que el domingo, en la pileta, tuvieron que hacerle reanimación durante cinco minutos porque casi se ahoga? Dijo que estaba (hace con los dedos comillas) ‘ejercitando’ para desarrollar el poder de la respiración abajo del agua.

ERNESTO: No puede ser.

MARIELA: ¡Sí puede ser! (lloriquea) Carla me dijo que no quiere que vuelvas a verlo. Y que mientras yo esté con vos, tampoco. Mati es mi ahijado. ¿Qué opinás de eso?

Ernesto también se incorpora, vuelve al espejo y se estudia.

ERNESTO: Que hay que ser fuertes, Mari. Las resistencias, la incomprensión son parte la lucha.

MARIELA: ¡Escuchate! ¡Ni vos te crees lo que estás diciendo!

ERNESTO: No me agredas.

MARIELA: Yo no te agredo. Mirá, Erni, discúlpame que te baje de tu nube de pedos pero necesitamos plata. ¿Alguna vez vas a traer algo parecido a un sueldo? ¿Dónde cobran vos, Linterna Verde, Superman? ¿Con qué bancos operan? Yo tengo necesidades concretas, necesito irme de vacaciones, necesito que compremos un auto, no puedo seguir cruzando toda la ciudad en tres colectivos para llegar a la Clínica.

ERNESTO: Me estás presionando.

MARIELA: No te estoy presionando, te hablo de la realidad. Quiero una vida normal, con planes, con ocupaciones normales, me quiero hacer socia del Club de Amigos, ir a tomar sol los fines de semana. El mes que viene mis padres y Carla alquilan casa en Cariló, ¿por qué nosotros no podemos ir?

ERNESTO: Basta, Mariela.

Ernesto rumbea hacia el dormitorio.

MARIELA: ¡No te escapes! (lloriquea) Si por lo menos siguieras usando esa máscara.

ERNESTO: ¡Sabés que me irrita las mejillas!

MARIELA: ¡Pero no te reconocen, Ernesto! ¡Andar por el barrio es tan vergonzoso! ¿Sabés las cosas que me dicen en el trabajo? En la Sala de Guardia me pegan carteles. La semana pasada tuve que ir a hablar con el Director, me dijo que lamentaba mi situación familiar, me ofreció una licencia.

ERNESTO: ¡Basta, Mariela!

MARIELA: ¡No, basta las pelotas! ¿Y nuestros hijos? ¿Recordás lo que planeamos? Yo en un año más quiero tener, primero una nena, después el varoncito (lo señala, el llanto le impide continuar) Te imagino… yendo así a las reuniones de padres de la escuela, corro al baño y vomito.

ERNESTO: ¡Basta, Mariela! ¡BASTA! ¡MARIELA, MIRAME! ¡MARIELA, MIRAME!

Mariela lo mira sin comprender, Ernesto se lleva los dedos a las sienes y le lanza ‘el rayo paralizante’. Mariela queda petrificada. Tiempo.

ERNESTO: ¡Mierda, funcionó! ¡Mariela! ¡Mariela! ¡Uno, dos! ¡Funcionó! (de la sorpresa y la satisfacción pasa a la desesperación, intenta hacerla volver en sí) ¡Mariela! ¡Reaccioná! ¿Y ahora cómo se hace para hacerla volver? (corre hasta el libro, busca) En algún lado tiene que decir. ¡Nada, no dice nada! La puta madre (la sacude con desesperación) ¡Mariela, mi amor! (le apoya el oído en el pecho) ¿Le late el corazón? ¿La asesiné, eliminé a mi mujer? (lloriquea, busca en el maletín el celular, llama) Hola, mamá, hola, escuchame: asesiné a Mariela… No lo sé, estábamos discutiendo, perdí la cabeza y usé ‘el rayo paralizante’… (levantando la voz) Qué usé ‘El rayo paralizante’… Sí, funcionó, ¿no es increíble?... Sí, claro que estoy contento. ¡No, me hacés decir cualquier cosa, cómo voy a estar contento si asesiné a mi esposa! ¡No reacciona, mamá! (llora)…  ¿Desaparecer el cuerpo? ¿Cómo desaparecer el cuerpo? ¿ESTÁS DEMENTE?…  Sólo a vos se te ocurre hacer chistes en un momento así. ¡No estoy para bromas!... ¿Ah, sí? ¿Estás segura? Mirá que en el libro no…. A ver, dejame ver, después te llamo, chau, chau (deja el celular, se acerca a Mariela y le aplaude en la cara. Esta vuelve en sí en el acto) ¡Ay, qué suerte! Qué susto, mi amor (la abraza) pensé que te había perdido para siempre.

MARIELA: ¿Qué pasó?

ERNESTO: Nada, nada, olvidate.

MARIELA: ¿Decime qué pasó? ¿Sufrí un desmayo? No recuerdo nada.

ERNESTO: Te paralicé. Fue ‘el rayo paralizante’, finalmente funcionó.

MARIELA: ¡¿Qué decís?! (se enfurece, le pega con los puños en el pecho) ¡VOS SOS UN INSANO! ¡SOS UN ENFERMO! ¡SE ACABÓ, ESTOY HARTA, ERNESTO! (va a la habitación, vuelve con una valija, la apoya sobre la mesa, la abre) Hasta acá llegamos. Yo no puedo seguir con esta locura (vuelve a salir, regresa con una pila de ropa y la pone dentro y la cierra)

ERNESTO: Mariela, por favor, ¿qué decís?

MARIELA: Se acabó, me voy, no tiene sentido que sigamos de esta forma.

ERNESTO: Pero yo te quiero.

MARIELA: Es que somos muy distintos, somos el agua y el aceite, Erni. Así no se puede vivir.

ERNESTO: No es tan complicado, yo te acepto como sos, vos aceptame a mí.

MARIELA (lloriquea): No quiero que sigamos lastimándonos. Es doloroso, pero esa capa absurda, tus misiones, tu rayo paralizante, para vos son más importantes. Yo no quiero competir con eso.

ERNESTO: Es que no tenés que competir, mi amor, esto es algo a lo que no puedo renunciar, como el viento que agita los árboles, como el agua que moja, es algo que está en mi naturaleza, es lo que me configura como individuo, ¿comprendés? Por favor, no te vayas.

MARIELA: Sori. No puedo.

Mariela corre melodramáticamente hacia la puerta, se detiene, amaga volverse y finalmente sale. Pausa. Ernesto va hacia el espejo. Se observa por unos segundos y rompe en llanto. Va en busca del celular.

ERNESTO: Hola. Se fue… (levantando la voz) Qué se fue, mamá, que Mariela me abandonó…  ¡Sí que la tiene, sí que la tiene! ¡Tiene toda la razón: yo soy el culpable! ¡Yo la perdí! (llora)…. Ya lo sé, ya lo sé. Por supuesto que me acuerdo, pero ahora no lo voy a decir… ¡Mamá, basta, ahora no lo voy a decir!…  (por lo bajo, a desgano) “SuperErnesto del lado de la gente”…  No, basta, ¿querés que me escuchen los vecinos? (levantando algo más la voz) “SuperErnesto del lado de la gente”, ¿estás contenta? …  (animándose paulatinamente) Pienso, pienso, no soy negativo. Ya lo sé, ahora con ‘el rayo paralizante’ se abre otro panorama... No, creo que no necesito nada (vuelve al espejo y se mira las botas) Les puse las plantillas. Estas se lucen más, además  son más cómodas (se mira el traje) Los colores están bien, el rojo no me convence del todo, creo que la gama del violeta combinaba más. ¿Sabés qué? Fijate si la capa se puede hacer de alguna tela más liviana. Al mediodía, con el sol en la espalda te mata. Podría ser un raso o algún material más fino…

Con el diálogo telefónico la luz va disminuyendo.

 APAGÓN.



*“Spaghetti del rock” - Divididos