lunes, 21 de diciembre de 2020

La velocidad de las cosas

Mi padre se detuvo, mi hermano Ramiro y su mujer también, mi madre obviamente no, mi madre falleció en el ‘95’ y si viviese, pobre, creo que no se hubiese detenido. Mi hermana Vivi, no; yo estoy escribiendo esto así que tampoco. En el barrio el fenómeno fue dispar, sin lógica aparente, hablo de alguna lógica de este mundo.

La cosa es más o menos esta: hoy es jueves, el lunes a eso de las diez de la mañana la gente que iba por la calle para las oficinas, a los gimnasios, a casa de otra gente, empezó a andar lento, cada vez más lento, hasta que se detuvo. Así de simple.

Digo la gente que iba por la calle para ser gráfico, pero el fenómeno incluye a los que estaban en sus casas, en edificios públicos, negocios, automóviles, pizzerías. Cuando sucedió yo dormía, siempre duermo hasta el mediodía, así que al despertar, mientras encendía las hornallas para calentar el café me enteré por la tele.

¿Cuesta creerlo? A mí no, diría más bien que lo creo perfectamente, como están dadas las cosas en el mundo hoy puede suceder casi cualquier cosa.

¿Estrés, un virus desconocido que ataca al sistema nervioso central? Los genios de los programas de la tarde tartamudean su asombro sin ponerse de acuerdo. Como en toda ciudad más o menos organizada se puso en marcha el sistema sanitario y a media tarde aullaron ambulancias trasladando a los primeros a los centros de diagnóstico. Los sometieron a exámenes, los tomografiaron, no habían entrado en pánico, no estaban en estado de shock, sencillamente se habían detenido.

La cantidad total se ignora: digamos que una parte importante de la población. De una familia tipo, por poner un ejemplo, dos se detuvieron y tres no. En nuestro caso, si cuento a mi cuñada como familia, la cifra se invierte: tres sí y dos no. El martes, mi hermana lloró casi todo el día, por la tarde me insultó como si yo fuese el responsable, por la noche armó un bolso y se fue a lo de nuestra tía Haydée a Mar del Plata.

Los hospitales lógicamente colapsaron y las autoridades -ante nada mejor a que echar mano- decidieron dejar a los detenidos allí donde habían dado el último paso.

Mi padre quedó a mitad de camino entre la puerta abierta de su auto y la entrada del taller adonde lo lleva a revisarle el sistema eléctrico (el miércoles lo fui a ver, le estuve observando largo rato la expresión de la cara, tiene esa mueca de interrogación característica de los detenidos). De mi hermano y su mujer no hay noticias, así que deduzco que también han sufrido su detención.

Yo soy de naturaleza tranquila, no me alarmo, no entro en pánico como esa multitud de desaforados que taponan la subida a la autopista para escapar. No es que no me importe, más bien digamos que guardo ciertas distancias, no tengo demasiadas expectativas en cuanto a lo que pueda suceder con la vida, entonces sencillamente no dramatizo y trato pensar. En principio, me gustó la arbitrariedad. ¿De qué depende el haberse detenido o el seguir en movimiento?

Hoy al mediodía salí a ver el panorama. Las calles son como la imagen de una película cuyo proyector acaba de trabarse: un mismo fotograma, vibrante, busca echarse a andar y no lo consigue. Es una pausa rara, impenetrable. Me quedé observando a los detenidos largo rato: las aletas de la nariz apenas se les mueven, algunos transpiran a mares, otros lloran, las lágrimas les bajan por las mejillas en un acto mecánico, sin gracia. Lo fascinante es la expresión de los ojos: es como si en la última milésima de segundo sus cerebros hubiesen procesado una única imagen, un mismo, exacto pensamiento. ¿Cuál fue? ¿Qué vieron?

A mis espaldas de golpe escucho un carraspeo, me corro, doy paso al familiar o al amigo que con un banquito plegadizo, el tejido o el diario de la tarde viene a hacerle compañía al detenido y sigo mi camino: quiero dejarles en claro que no soy un mirón, que no me estoy burlando del dolor ajeno, que sólo trato de entender.

Mi padre dice que soy apático, que desde que terminé de estudiar mi actividad más regular y productiva ha sido proyectar sombra. A él le gusta formular esos juicios de humor dudoso. No lo sé. No es que yo piense que el mundo es una mierda, me encajo los walkman, me tiro en la cama y que todo estalle en mil pedazos. Más bien me aturde el revoltijo, la multiplicación, la velocidad de las cosas, creo que para que uno se mueva primero tiene que haber alguna dirección hacia la cual ir, y por más que me empeñe no la encuentro.

Con mi padre somos opuestos, él tuvo mil actividades, viajó por el mundo, se casó tres veces, sabe hacer dinero y vive jactándose de sus logros. Pero resulta que ahora yo estoy desparramado en su sillón favorito y él detenido a mitad de camino entre la portezuela abierta de su Land Rover Defender y la entrada del taller de Rodados Mario. ¿No es irónico? Quizás en eso haya algún mensaje, una respuesta a lo que está pasando.

Sigo viendo la tele y en el canal de noticias por segunda vez se informa el caso de un recuperado (el otro fue el miércoles, había sido primicia de Crónica) Miro la placa con el titular, a continuación las cámaras muestran el lugar de los hechos: el protagonista, un vendedor de panchos en Avenida de Mayo y Florida, dos testigos describen la secuencia: hombre detenido entre otros detenidos, hombre en el que en sus ojos de golpe algo cambia, cuerpo que sufre un espasmo violento, hombre que sacude la cabeza, mira el entorno, se toma unos segundos para volver en sí y huye despavorido. Como la de Crónica el miércoles, la información es falsa. Media hora después otro canal la desmiente, un locutor habla de irresponsabilidad, de amarillismo. Se me ocurre pensar que quizás estamos en las horas finales del mundo y que existe alguien en un canal de televisión que por tres puntos de rating y un ascenso inventa lo que los demás, a gritos, necesitan creer.

A la detención de mi padre no la siento, en cambio extraño a mi madre. En líneas generales la extraño desde que falleció, pero creo que si ahora estuviese aquí me ayudaría a comprender. Mi madre era un ser armónico, vivía en paz con su prójimo y eso se malinterpretaba por debilidad. En cierta forma era alguien de otra época, decía que hay que temer a la naturaleza, y dentro de la naturaleza que debemos aprender de los animales. Me inquieta asociar sus palabras con las palomas de plaza Holanda: al principio las palomas de plaza Holanda se mostraban desconfiadas, pero ahora duermen sobre los hombros de los detenidos, los ensucian alegremente. ¿Eso qué significa? ¿Por qué ya no les temen?

Mi hermana me llamó por teléfono y me pidió disculpas. Mi hermana Vivi atraviesa la adolescencia, por lo tanto hay momentos en que es un ser normal y otros en que no. Me dijo que cierre la casa, que active la alarma y que me tome un ómnibus a Mar del Plata, que la tía Haydée nos puede alojar hasta que esto pase. Le respondí que estoy bien acá: la ciudad tarde o temprano tendrá que retomar su ritmo, la mitad en movimiento se acostumbrará al nuevo paisaje, redoblará el esfuerzo para suplir a los detenidos y todos felices y contentos.

En la calle escuché un diálogo entre dos individuos que parecían saber de lo que hablaban: uno decía que pasado el período de “incubación” (utilizó esa palabra) el virus debería mutar o desaparecer, con lo que todo tendría que volver a la normalidad; el otro le retrucó que no, que por el contrario la cosa mostraba síntomas de empeorar y que se esperaban réplicas de detenciones en otras latitudes.

Si alguien me preguntara a mí, me inclinaría por la segunda hipótesis, no es que sea negativo, lo que sucede es que no creo en los finales felices, como cuando veo películas suenan armados, artificiales. Pero no veo de qué puede servir lo que yo opine, mañana por la mañana voy a ir a afeitar a mi padre, le llevo una gorra para el sol, también voy a cambiarle la ropa humedecida por el rocío de la noche. Y voy a aprovechar para verle los ojos, es notable la expresión que tienen en los ojos.


miércoles, 4 de noviembre de 2020

Mala leche (o la extraña metamorfosis de Santos “el tuerto” Comesaña)

 Personaje

El Tuerto

Buenos Aires, década del 60’, con una bolsa de las compras Santos “el tuerto” Comesaña circula por la verdulería, se mueve entre los exhibidores, selecciona para comprar. El personaje debe hablar y moverse como un malevo y en algún momento delatar algún gesto femenino. Viste traje entallado de compadrito y una cicatriz brutal que le obtura el ojo izquierdo, sin embargo lleva sandalias de mujer y bajo la camisa se le adivinan dos abultadas tetas.

EL TUERTO: Pero fíjese el descaro de la mocosa: “No se preocupe -me dice. “Hoy ya vendimos corpiños a seis caballeros tan varoniles como usted”, me dice. ¡Habrase visto! Treinta años trabajando en el puerto, treinta años entre una mersa mitad delincuentes, mitad animales, ¿y esta chitrula va a explicarle a Santos “el tuerto” Comesaña si tiene o no tiene que preocuparse? Juro que me subió un impulso de manotearla por el gañote...

Es como decía la vieja: "Santitos vos tenés mala estrella" (se señala la cicatriz del ojo) ¿Cómo arrancó la cosa? La cosa arrancó esa misma mañana cuando me levanté, después  de afeitarme y cambiarme me tomo a la carrera el mate cocido con leche en la cocina de la pensión y rajo hasta la parada de la esquina para agarrar el rápido de las seis. Pero algo me decía que no, algo me decía la cosa no venía bien. Y ya en el bondi escucho en la radio: las autoridades de salubridad advierten a la población que un compuesto en mal estado en la leche entera “La Martita” está provocando un raro cambio en la población masculina.  Yo había tomado mi tasa diaria de mate cocido con leche, yo sabía que la patrona compraba leche entera “La Martita”, era sumar dos más dos. ¡Listo, cartón lleno!.

A alguien próximo, amenazante.

EL TUERTO: ¿Qué pasa? Sí a usted, ¿qué pasa? ¿Dije algo gracioso?... Ah, bien... El primer síntoma lo sentí alrededor de las diez de la mañana, un hormigueo, como si la sangre se me hubiese puesto a hervir. Después un sudor frío acá. Al entrar en la garita el Chino que me advierte que estaba caminando raro.
Yo lo paro en seco: “¿Qué pelotudez estás diciendo vos?”. 
“Y, raro, raro, don  Comesaña. No sabría precisarle –se atropelló el chico.
Apenas una hora después, pude advertir lo que había descripto mi compañero: los zapatos de golpe me bailaban, los pies se me habían reducido por lo menos dos números y al caminar debía hacer un esfuerzo terrible para no contonearme como esas mocosas que pasean por la calle Florida (se abre el saco y apunta con las tetas) Antes del mediodía ya habían empezado a crecerme estas.

¡A ver, usted que tiene pinta de despierto, míreme y explique ¿cómo un tipo como yo, alguien que ama andar en mangas de camisa, dando órdenes por el playón, transpirando y puteando a los gritos, un líder, digamos; podía ahora de golpe encerrarse en la garita como un puto monaguillo, sin moverse, sin decir esta boca es mía, sin desabotonarse el saco para no mostrar esto?

Pero uno es pobre, la plata nunca sobra y hay que trabajar. Pasadas las doce salieron tres contenedores con frutas secas de República Dominicana, dos con abanicos y muñecos de tela con origen en Taiwán, y después ingresó un embarque de aceite de oliva de San Rafael. Seguí hasta la una supervisando la salida de los camiones (se señala las tetas) pero estas dos eran una presencia anormal y de mierda que me sacaban la concentración y me ponían ciego de furia. Pasadas las dos tuve un cruce de palabras con el Turco Matta. El Turco es un tipo de cuidado, es uno de los choferes más antiguos y a partir de una cuestión turbia por un faltante en un embarque de gomina para el pelo habíamos discutido y haciendo uso de mi autoridad yo le había dado un par de sopapos. Nada del otro mundo, sólo para poner las cosas en su lugar. Pero sabía que el ladino estaba esperando que cometiera el mínimo error para exponerme.

Y a eso de las tres mi paciencia ya llegó al límite. El vaivén de caderas con un poco de buena voluntad podía sobrellevarlo, en cambio estas ubres habían tomado una dimensión tal que, por más que me encorvara y metiese el tórax para adentro ya se me notaban bajo el saco. Para hacer bulto me envolví el cuello con una chalina medio apolillada que encontré en la garita, pero en el playón hacía cerca de 35 grados y transpiraba como un beduino. Para colmo, cuando daba alguna orden la voz se me aflautaba en un falsete que por más que tosiera y simulara un catarro era imposible de justificar (a alguien próximo) ¿A usted le parece que así un hombre honrado puede trabajar?

Se me ocurrió poner como excusa una diligencia a las oficinas de la Aduana, dejé al Chino a cargo de la garita y me fui. Me tomé el primer ómnibus de regreso, me bajé en Tacuarí, a tres cuadras de la pensión para evitar encontrarme con algún conocido y cuando reconocí el escaparate de la tienda entré. Ahí fue donde compré el corpiño y la pelotuda esta me dice “señor, no se preocupe”

Revisa en la góndola. Al verdulero.

EL TUERTO: “¿A cuánto la papa blanca, Jaime?”… Decidí recluirme en la pieza para analizar la situación. Apagué la luz y me tiré a fumar en la cama. Más que indignado, me aturdía el desconcierto, ¿cómo podía un hombre de cincuenta años, ya hecho como yo, terminar convertido en hembra? Se me vino la imagen de Albertito. Albertito es el hijo de la Delia, mi hermana. El pobre chico siempre fue manfloro, le robaba la ropa a la madre, se depilaba las cejas. Pero Albertito quería ser mujer, en cambio, ¿en qué categoría entraba lo mío? ¿Había sido víctima de un envenenamiento? ¿De un capricho del destino? ¿De un accidente? ¿Dónde tenían la cabeza los fabricantes de esa podrida leche para provocar semejante desbarajuste? Demasiadas preguntas –me dije- y yo no tenía ni tiempo ni ganas para preguntas, era un hombre de acción y, sobre todo,  ¡necesitaba seguir siendo hombre, caray!

Esa noche, a la hora de la cena me quedé en la pieza mordisqueando unos bizcochos y me tomé media botella de grapa mientras buscaba en la radio: los informativos no aportaban demasiadas novedades, en las puertas de la empresa láctea se había reunido una manifestación con los familiares de los intoxicados. Esas cosas no sirven para nada. Recién pude conciliar el sueño de madrugada, dormí mal, soñé con el Turco Matta. Estábamos en el playón de descarga frente a frente. Presagiando pelea, todo el personal de la mañana se había reunido en torno a nosotros. El Turco llevaba algo en una mano y me lo extendía: “Che, Tuerto, te traje este obsequio” –decía, alzando la voz con tono zumbón. Yo agarraba el paquete, lo abría, era una cajita de música, levantaba la tapa y una bailarina diminuta vestida con una de esas polleritas de gasa rosa se incorporaba y se ponía a dar giros. Yo notaba que entre los curiosos se forzaban algunas toses para evitar la risa. El desafío estaba echado. Dejé caer esa cajita de mierda a un costado y reculando un paso saqué el cuchillo. Comencé a medirlo, agazapado, haciendo amagues rápidos. Tenía que estar concentrado porque el Turco tenía fama de diestro con la navaja. De golpe, de la manera estúpida con que suceden las cosas en los sueños, yo me veía vestido con la pollerita, las medias can can y las zapatillitas con puntera de la bailarina. Dejaba caer el cuchillo y elevando las manos empezaba a hacer giros sobre mí mismo. El  personal completo de la dársena estallaba en una carcajada. El Turco Matta, desparramado en el piso y sosteniéndose la barriga con las manos me decía algo que no alcanzaba a entender. Cuando conseguía detener el bailoteo corría hacia la avenida para subirme al primer ómnibus que me sacase de ese papelón. Algo vergonzoso, una experiencia de mierda, la verdad.

A la mañana siguiente, muy temprano, cuando salí de la pieza y fui al baño, el impacto fue tremendo: me habían crecido dos largos bucles de cabello grisáceo que me caían casi hasta tocar los hombros. Las facciones de la cara, antes duras, angulosas, se me habían rellenado y poblado de gestos delicados. Los hombros anchos y poderosos habían desaparecido, en su reemplazo tenía estas formas regordetas en los brazos, en las caderas y, por supuesto, estaban las dos macizas tetas.

Desnudo y tembloroso, estuve estudiándome sin dar crédito a lo que mostraba el espejo: salvo por esto (se señala la cicatriz del ojo) era una copia calcada de mi hermana la Elsa (a alguien cercano) “No, no me da vergüenza reconocerlo, don, del ojo habilitado me saltaron las lágrimas y lloré como una María Magdalena”.  Es que la situación era improcedente por donde se la mirase, yo soy un tipo llano, de otra época, solterón empedernido, asiduo al cabaret, la verdad que nunca sentí demasiado respeto por las mujeres, las juzgaba como una herramienta o para brindar compañía, o para satisfacer una necesidad física. Pero ahora la realidad me había arrinconado en ese baño mugriento transformado precisamente en una. 

Superado el impacto inicial, estuve un rato espiando que no hubiera movimientos en el pasillo, después salí y me refugié en la pieza. ¿En esas condiciones podía ir al puerto? Imposible. Con mucho cuidado volví al pasillo y usé el teléfono común para hablar al trabajo. Di con el Chino, agravando la voz le pedí que cuando terminase el turno me viniese a ver, que le tenía un encargue.

Cuando el muchacho se presentó en la pensión, subió al primer piso y le abrí la puerta, se quedó congelado. “Es esa mala leche”, le dije. Aunque en pantalón pijama y camiseta, había tenido la delicadeza de ponerme el corpiño y de atarme las crenchas de mi ahora aleonada cabellera con una piola. “Escuchame bien, Chino, en algún momento voy a tener que salir de esta pieza así que tenés que conseguirme ropa”. Sin decir más le anoté la dirección donde había comprado el portasenos y le di unos billetes. El otro fue hasta la tienda y volvió con tres vestidos, una blusa, dos polleras tableadas y dos pares de sandalias del cuarenta y tres. Después se ofreció a ir hasta la cocina a traer la pava con el agua, yo serví un plato con criollitas y compartimos unos mates. El Chino me puso al tanto de las novedades de la dársena, el entrerriano, uno de los operadores más antiguos de la grúa, también había resultado intoxicado. El Turco Matta hizo correr la voz de que lo había visto bajarse de la grúa y escapar del puerto emitiendo gemiditos y zarandeándose como una bataclana. Nos reímos con ganas imaginando la escena, ya que el entrerriano era un grandote bastante mal arreado.

El día siguiente era sábado, sin embargo el Chino volvió a visitarme. Aunque algo atolondrado, no es un mal chico. Traía como novedad algo que no dejaban de repetir por la radio y, por lo tanto, que yo ya sabía de sobra: la partida de leche había sido retirada del mercado, los médicos habían conseguido identificar el compuesto responsable de la intoxicación, aunque todavía no se encontraba el antídoto para revertir sus consecuencias. Visto que la cosa tendía a dilatarse y echando mano a mis influencias en la oficina de personal pedí una licencia por enfermedad hasta tanto se fuese aclarando la historia.

Pasó la semana, encerrado en la pieza por momentos me deprimía y por momentos me invadía una furia asesina. Me mantenía al tanto de las novedades en la dársena a partir de lo que me trasmitía el Chino por teléfono, o de lo que me contaba cuando venía a verme después de cumplir con su turno. Pero el domingo siguiente, los acontecimientos tomaron un giro inesperado cuando el muchacho se me apareció por la pensión con un ramo de flores.

Aunque difícil de medir en toda su magnitud, hay que entender que –digamos- mi interioridad estaba pasando por un momento complejo: junto con los cambios físicos mi sensibilidad, en tránsito de acomodamiento, era bombardeada por un millón de emociones y sentimientos nunca antes experimentados. Así, detalles pavotes, como un valsecito criollo escuchado por la radio, o los malvones florecidos de una maceta del pasillo, de repente y sin motivo me provocaban un nudo en la garganta y hacían que el ojo sano se me llenase de calientes lágrimas. O de golpe sentía el impulso irrefrenable de cantar y reír a los gritos, algo que dos semanas atrás era inconcebible y lo más alejado de mi carácter. ¿Debía aceptar esa novedad o reprimirla?  ¿Seguía siendo Santos “el Tuerto” Comesaña o estaba naciendo en mí otro ser? (a alguien cercano) A usted, el de la cara inteligente, ¿qué tiene para decir? ¿Qué opina?

En cuanto a las emociones que me unían con el Chino, la confusión obviamente no iba a la zaga. ¿Cómo se da el tránsito de un sentimiento varonil a otro que no lo es tanto? ¿Qué es lo que se trastoca? Una tarde de sábado en que habíamos estado escuchando los resultados de los partidos del ascenso, al verlo volver al cuarto con la pava de agua caliente supe que estaba enamorado.

El Chino y yo nos casamos un cinco de enero del año siguiente, fue una ceremonia discreta y, lógicamente, sin valor legal,  ya que corría el año 67 y en el país una legislación sobre el casamiento entre personas del mismo sexo todavía era impensable. El responsable de casarnos fue el hijo de mi hermana la Elsa, que habiendo postergado sus propios planes para transformarse en mujer se había puesto a estudiar de cura.

Pedí la jubilación anticipada en el puerto y empecé a coser para afuera. Un año más tarde mi cambio físico, por lo menos desde lo exterior, ya era casi completo, entonces decidimos agrandar la familia. Consultamos y decidimos adoptar, nuestra hija se llama Martita, ya tiene cuatro años. La llamamos Marta lógicamente en homenaje a la leche entera “La Martita”.

Vuelve a buscar en las góndolas. Al verdulero.

EL TUERTO: “No sé si voy a llevar las papas o un kilo y medio de zucchinis, Jaime. Esta noche puedo hacer zapallitos rellenos”... Acostumbrarse a lo que nos toca y aguantar, qué se le va a hacer. Lo que nunca terminó de cuadrarme fue lo de vestirme de hembra, por ahí a las cansadas me pongo una pollera estampada, algún body, más que nada de entrecasa porque al Chino le gusta. 

Y esa es la historia. El problema de la mala leche al final se arregló, las autoridades reaccionaron, de ahí en más se reemplazó el conservante y la empresa indemnizó a los afectados. ¡Bah, la realidad es que nos dieron una miseria! Pero ese año unos trescientos cincuenta varones tan inocentes y desprevenidos como yo vieron cambiada su vida. Y hubo que adaptarse y seguir, qué otro remedio.

Y ahora me voy. ¿Qué hora es? Todavía tengo que pasar a buscar a Martita por la guardería (al verdulero) “Me voy a llevar los zucchinis, Jaime” (a alguien cercano, amenazante) ¿Qué pasa?  ¿Y por qué esa sonrisa? ¿Le parece gracioso lo que digo?... Ah, me parecía. Salute.

Sale rumbo a la Caja. APAGÓN

sábado, 17 de octubre de 2020

Programa del fin del mundo

El Departamento de Letras de la Universidad Nacional del Noroeste, en un escueto comunicado publicado por “El lector”, su órgano de difusión, informó el hallazgo de la última obra literaria de Andrés Cuantemoc Frene.

Los originales, consistentes en un grueso block de hojas escritas a mano alzada, con manchas de dulce y parcialmente quemados, se titulan “Programa del fin del mundo” y fueron encontrados entre las cenizas de un brasero en los fondos del domicilio del singular escritor bonaerense. 

Su descubrimiento estuvo a cargo del profesor Pedro Gabriel García, especialista en la obra de ACF, quien haciéndose eco de algunos rumores de pasillo que aseguraban la existencia de un manuscrito inacabado del artista, se apersonó en la vieja casona abandonada y concretó el hallazgo.

Narrador, ensayista, poeta y dramaturgo, Andrés Cuantemoc Frene nació en la localidad de Agustina. Hijo de Aldana Pulido y Lucio “Chichín” Frene, un conocido empresario de electrodomésticos de la zona, quedó huérfano a temprana edad y a partir de ese momento se dedicó a hacer gimnasia, a la escultura con fósforos y a la “lectura sistémática”, esto es, a leer en orden alfabético ascendente -comenzando con las autores con “z”- el catálogo completo de los volúmenes de la biblioteca municipal local.

Pronto despuntó su carácter intolerante y su personalidad esquiva. Desde sus primeros escritos juzgó a su obra como “basofia” e “inútil pérdida de tiempo”. Se mantuvo al margen de los cenáculos literarios y desarrolló un profundo pesimismo. Siguiendo el pensamiento de Schopenhauer, para ACF “las cosas no son tan malas como parecen, son peores”.

En 1974 -sin mucho entusiasmo- finaliza su primera obra a la que titula “¡A ver si nos callamos!”, un largo poema épico sobre el tratado Roca-Runciman. La originalidad de la propuesta, más allá de su temática, radicaba en el hecho de que el trabajo solo tenía una existencia mental, esto es, ACF había decidido no darle una entidad exterior concreta en papel; por lo que una vez editado el libro contó con prólogo, con tapa y contratapa a tres colores, pero todas sus páginas iban en blanco.

El ambiente literario lo rechazó, el escritor fue acusado de frívolo, de ególatra, y el frente de la casona paterna fue salvajemente cascoteado. ACF, en vez de rebelarse, estuvo de acuerdo. “Hacen muy bien –dijo- Yo reaccionaría igual. ¿Qué me propongo con esta mierda?”.

A partir de “¡A ver si nos callamos!” en los cinco años subsiguientes ACF edita “La felicidad es de los otros”, “De qué se ríen”, “Balada del anciano con gota”,  (novelas), “Incomprensiones 1”, “Incomprensiones 2”, “Incomprensiones 3” e “Incomprensiones 4” (poesía) y “La oscuridad de la razón”, una extensa investigación histórica sobre la crisis del ‘30´ y su impacto en la industria de la marroquinería y las tiendas de ropa interior femenina.

Su estrategia literaria es la misma, las obras nacen, maduran y concluyen en la imaginación de ACF y su posterior edición es con las páginas en blanco. El escritor se vuelve aún más resistido, los reseñistas se ven en figurillas para redactar las críticas de sus libros, se lo acusa de fraude, se lo tilda de provocador, algunos especulan con la incidencia de una enfermedad mental preexistente. Las ventas lógicamente no ayudan y Fidalgo Hnos., su editorial, finalmente lo abandona.

En 1979 Andrés Cuantemoc Frene no recibe los Premios Alfaguara y Biblioteca Breve de novela, ni el Premio Anagrama de ensayo, ni el Premio Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez de poesía.

En 1983 su repulsión hacia el acto manual de escribir aumenta, para no obligarse a redactar, incluso, memoriza las listas de las compras. Cuando debe conceder entrevistas hiperventila y sufre crisis de angustia.

A pesar de su aversión al contacto social comienza a tener adeptos: integrantes de asociaciones de solos y solas, de clubes de doma y grupos de extrema derecha empiezan a seguirlo. La atracción es un verdadero misterio, ya que debido a las características propias de la producción literaria del ACF ninguno ha leído de él ni una sola línea. Sin embargo tratan de contactarlo, le envían telegramas, montan guardia frente en su domicilio, pero una y otra vez el polígrafo los rechaza, los denuncia al 911, incluso les arroja agua con vinagre desde las ventanas.

Su pulsión literaria, en tanto, no halla sosiego. En 1986 sale a la luz “Lobotomía ya”, poemas, “¿Vamos a jugar a que tenemos vida interior?”, teatro para niños, y “El libro de la desazón”, una novela de ciencia ficción donde los seres humanos deciden auto-eliminarse al descubrir que hace 25.000 años fueron clonados por extraterrestres.

ACF decide innovar: con su última producción volverá al formato tradicional, esto es, los libros tendrán capítulos impresos y cada página estará rellena de palabras. Desoyendo el consejo de su nuevo editor, el escritor agustinense publica un único ejemplar de cada obra, que lee en voz alta a Lin, la encargada del supermercado chino en el que se aprovisiona y con quién ha entablado una relación, para luego incinerarlos en la parrilla del fondo de su casa.

“Los estímulos que la sociedad actual pone a nuestro alcance –sostiene el artista- nos sobre-excitan y desvían nuestra atención respecto a la principal actividad de nuestra existencia: dormir”

En 1989 ACF no recibe el Premio Internacional Rómulo Gallegos, ni el Premio Herralde de novela, ni el IV Premio de Dramaturgia Hispana de Chicago.

Ese mismo año, el artista escucha por la radio el rumor de que es uno de los candidatos a recibir el Nobel de Literatura. ACF decide llamar a la academia sueca, lo comunican con recepción, donde deja dicho que los premios literarios son “tentaciones que corroen el innato sinsentido de la creación” y que  si le otorgan el Nobel de ningún modo va a aceptarlo.

Andrés Cuantemoc Frene ya tiene setenta años. Ha experimentado con libros mentales, ha escrito volúmenes corrientes y ahora la intuición le dice que debe buscar algo más. En una noche de insomnio, entonces, descubre que a partir de ese momento su relación con la literatura va a ser sólo de ideas. Los próximos años va a dedicarse únicamente a pensar ideas para libros, de las que no va a desarrollar ninguna.

Es así que entre 1990 y 1999 concibe la friolera de mil cuatrocientas cuarenta un tres ideas para libros de poemas, seiscientas sesenta y dos ideas para novelas y cuatrocientas veintinueve para volúmenes de ensayo; producción monumental de la que -fiel a su propuesta- no escribirá una sola línea.

A fines de 1999 se pierde todo registro del escritor, las ventanas de la vieja casona familiar están siempre cerradas, se rumorea que se fue a vivir a Paso de la Patria, Corrientes; hasta que la supermercadista Lin comunica la mala nueva: la madrugada del 14 de noviembre de 1999 Andrés Cuantemoc Frene muere en su lecho de un infarto cerebral y deja tras de sí una extensa y estrafalaria obra.

A modo de homenaje y para concluir esta breve biografía, la Universidad Nacional del Noroeste ha decidido compartir un fragmento del valioso hallazgo del Profesor Pedro Gabriel García –lo único que ha logrado rescatarse de las llamas- el índice de su obra póstuma:

“Programa del fin del mundo” – Novela inconclusa de Andrés Cuantemoc Frene - Índice
06:30 horas – Apertura.
07:00 horas - Lluvia de meteoritos.
08:30 horas - Llegada del primer tsunami.
10:00 horas - Contaminación del agua.
11:30 horas -
Estallidos de las principales centrales nucleares y liberación de radiación.
De 12:00 a 13:30 horas - Almuerzo.

14:00 horas - Comienzo de la destrucción.
15:30 horas - Eclipse e inversión de los polos magnéticos de la Tierra.
16:00 horas - Desembarco de los ovnis
17:00 horas - Revelación pública de la identidad del Anticristo.
17:30 horas - Suicidios rituales en masa.
18:00 horas - Apertura de grietas en la superficie de la Tierra.
De 19:00 a 20 horas - Refrigerio.
20:30 horas - Súper calentamiento global y disminución del oxígeno.
21:00 horas - Desaparición de la flora y la fauna.
22:00 horas - Aniquilación de la población humana.
23:00 horas - Desintegración del sistema solar.
De 23:30 a 00:00 horas - Brindis de despedida y cierre.

domingo, 30 de agosto de 2020

Crónicas de Radio Cracovia 3

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Cronista: Hola, como andan, como siempre yo aquí en el lugar donde se genera la noticia. Estamos en un edificio de departamentos de Avenida Directorio al 1800, donde funcionaba hasta hace unas horas, un improvisado estudio de televisión.

Al parecer, a partir de la declaración de la pandemia desde aquí la conocida conductora Marcela Von Grolman realizaba su programa “Marcela de entrecasa”, como ustedes saben dedicado a la cocina, la decoración y las actividades manuales para las amas de casa.

Según la denuncia, en la emisión de ayer, Marcela habría intentado enseñar a hacer a sus seguidoras una operación de estómago utilizando instrumentos caseros como navajas, hilo sisal, la gotita y tapones de goma en desuso. Y para ello se prestó el encargado del edificio, de nombre Elvio Marincovich, quien lamentablemente falleció desangrado en la intervención.

Hace unos minutos retiraron el cuerpo del infortunado y en estos momentos la conductora está por ser trasladada por la Policía. El Juez interviniente es el Dr. Prilidiano Ramos y la carátula en principio sería ejercicio ilegal de la medicina.

¡Si me permiten, si me permiten! Disculpen la desprolijidad, pero la conductora está saliendo esposada en este momento.

-Marcela, Marcela, ¿qué siente, Marcela? Marcela, ¿qué tiene para decirle a sus seguidoras. Marcela ¿sabe operar?, ¿usted es gastroenteróloga?, Marcela.

Bueno, lamentablemente la conductora no quiso dar declaraciones, y en una actitud violenta empujó y escupió a varios colegas. Bueno, eso es todo por el momento, cualquier novedad volvemos. Adelante ustedes.

 

 

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Cronista: Hola, cómo están, yo aquí nuevamente en el lugar donde nace la noticia. Hoy estamos en barrio 14 de Noviembre del Partido de Almirante Brown, porque tras un espectacular procedimiento policial acaba de desbaratarse la temible banda de Antonia Gubitosi, “La Petrona”.

La situación es la siguiente, desde unos hace quince años, esta delincuente, Antonia Gubitosi de Balestrase, conocida como “La Petrona” (76 años, seis hijos, nueve procesamientos y con seis causas judiciales) en el frente de su vivienda regenteaba un kiosco de venta de cocaína y pasta base, con la utilización de nueve menores de edad armados de custodia y –como corresponde- con la protección de las fuerzas policiales de la zona.

Lo que nadie sospechaba es que tras esta convencional fachada, “La Petrona” ocultaba el verdadero negocio: una impresionante cocina de elaboración, fraccionamiento y tráfico de pastas y postres gourmet sin ningún tipo de control sanitario, ni bromatológico e incumpliendo la reglamentación del Código Alimentario Argentino.

El la parte trasera de la humilde vivienda, la División Fénix de la Policía Federal incautó 4 hornos Evelyn Gourmet, 10 moldes flaneros, 6 amasa-pastas y dos batidoras Naldo con gancho de amasado para mezclas pesadas.

La malviviente contaba además contaba con grupo electrógeno propio para eludir los cortes de luz y utilizaba a sus “soldaditos” para concretar los deliverys.

Se cree que el negocio cubría una vasta zona conformada por los partidos de Almirante Brown, San Miguel, oeste de Morón, Merlo, Marcos Paz, hasta La Matanza.

La detenida, que intentó chantajear a las fuerzas especiales con una porción de peceto mechado con ciruelas recién elaborado, fue puesta a disposición del Juzgado de Garantías Número 2 del Departamento Judicial de Almirante Brown. Por el momento es todo, cualquier novedad volvemos, adelante estudios.

 

 

8

Cronista: Hola, como lo dictan las buenas escuelas de periodismo, aquí estamos, en el lugar donde se genera la noticia. En esta oportunidad en la localidad de Olivos, en compañía del matrimonio Mir, quien con mucha cordialidad nos invitó a pasar junto a otros colegas al living de su hogar. En esta ocasión para compartir una experiencia extraterrestre o “del tercer tipo”.

Sucedió lo siguiente, Juancho y Esmeralda Mir en el día de ayer, en horas de la noche, volvían de unas vacaciones en Alta Gracia, Córdoba, por ruta 9, cuando a la altura de la localidad de Laguna Larga vieron una potente luz en el cielo que comenzó a seguirlos.

- ¿Esto fue así Juancho?

- “Sí, sí, fue así”.

La pareja, lógicamente asustada, siguió viaje y cuando estaban a un kilómetro de la localidad de Amstrong, la luz se aproximó, se ubicó encima del vehículo y a partir de allí ya no recuerdan nada, hasta recuperar la conciencia sesenta kilómetros más adelante cuando ya estaban llegando al cruce de Alcorta.

-¿Esto es así?

-“Sí, sí, es así”

Cuando el matrimonio volvió en sí, comprobó que el auto funcionaba y que ellos estaban bien, fue en ese momento que escucharon desde el asiento trasero a Bartolo, el bulldog enano de la familia, recitando –fuerte y claro- un poema de César Vallejo.

-¿Esto fue así?

-“Sí, sí, fue así, fue así”.

Evidentemente los extraterrestres habrían concretado algún tipo de experimento con el pobre can, que al parecer se comporta como perro, pero cada tanto cambia de actitud, pone una mirada soñadora y comienza a recitar. Y algo que llama la atención, siempre al mismo autor, a Cesar Vallejo.

Quiero aclarar, que tanto los colegas aquí presentes como este cronista, podemos dar fe de esta facultad excepcional, porque hace apenas unos minutos el can fue hasta la ventana y mirando hacia la calle recitó ese que comienza diciendo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!. Golpes como del odio de Dios” “Los heraldo negros”, tremendo poema. Se imaginarán que quedamos todos conmovidos.

Y ahora, una primicia, en exclusiva para Radio Cracovia y su cadena de repetidoras, le vamos a pedir a Bartolo que nos regale otra interpretación del notable poeta peruano:

- ¡Bartolo, Bartolo, vení chiquito! ¡Bartolo!

- Grrrrrrrrr. Arrrf, grrrrrr.

Estudios centrales, lamentablemente en este momento, nos explica el amigo Mir, el can no está en condiciones anímicas para demostrarnos sus capacidades de recitador.

Bueno, por el momento eso es todo desde aquí, cualquier novedad volvemos, adelante ustedes.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Crónicas de Radio Cracovia 2

4

Cronista: Hola, como están. Yo aquí en la zona de Retiro, en el Barrio Padre Carlos Mujica, más conocido como la Villa 31, para informar que autoridades de la Policía de la Ciudad acaban de detener al señor José Alves da Moura, de nacionalidad brasilera.

¿Quién es este personaje? Seguramente lo recordarán: se trata del  famoso Besuqueiro, quien dos décadas atrás pasó a ser noticia por besar a cuanta personalidad famosa o relevante se le pusiera a tiro. Burlando medidas de seguridad, así fue que el Besuqueiro consiguió darle besos a Frank Sinatra, a Mick Jagger, al Papa Juan Pablo II, al ex presidente Raúl Alfonsín y a la actriz Julia Roberts, entre otros.

Alves da Moura, al parecer desde hace unos años estaba retirado de esta ocupación y vivía en nuestro país dedicado al rubro gastronómico, con una cadena de parrillas al paso en la ciudad mendocina de Malargüe, primero, y posteriormente en la ciudad de Santa Fe.

Al parecer, hace unos años su mujer murió de toxoplasmosis, el Besuqueiro quedó en la ruina y se radico en la villa de Retiro, donde poco a poco -patrocinado por tres casas de lápices de labios artesanales del barrio- fue volviendo al viejo oficio de dar besos.

Al parecer, en el mes de marzo al declararse la pandemia, con la utilización obligatoria de barbijos y el distanciamiento social, el Besuqueiro se vio privado de su única fuente de sustento y en la mañana de hoy decidió realizar una protesta activa en defensa de su fuente de trabajo.

Para ello comenzó a moverse por inmediaciones de la Terminal de Ómnibus, arrancándole el barbijo y besando indiscriminadamente a cuanto peatón desprevenido se le cruzase.

Se calcula que besó a unos ocho ancianos, a dos bomberos, tres gendarmes, a dos médicas del SAME, a dos vendedores de panchos y a un Policía Federal antes de poder ser reducido. 

Hace minutos el Besuqueiro fue esposado y llevado a la Alcaidía de Tribunales. El Juzgado interviniente es el es el de Instrucción en lo Contravencional Número 2. Por el momento eso todo desde acá, cualquier novedad volvemos. Adelante ustedes.

 


1

Cronista: Hola, cómo andan ustedes, hoy estamos en la localidad bonaerense de Cortínez, una comunidad de gente habitualmente tranquila que -desde muy temprano- es protagonista de un hecho conmocionante: la materialización en la heladera de un hogar, más específicamente en una feta de jamón cocido, de una figura de unos tres centímetros de largo por dos de ancho que aparentemente mostraría a la Virgen Desatanudos de frente y con el brazo izquierdo elevado.

La noticia de la aparición se difundió rápidamente en el barrio y el lugar poco a poco fue transformándose casi en un santuario.

La familia, de apellido Sampietro, enseguida dispuso turnos para que los fieles pudiesen ingresar a su cocina para contemplar a la santita. Pero al tratarse de fiambre, procurando no interrumpir por mucho tiempo la cadena de frío -señalaron.

En poco tiempo, más y más devotos comenzaron a congregarse frente a la casa y a  acampar en las cercanías y un allegado de la parroquia local propuso trasladar la feta hasta la Basílica de Luján para constatar que la aparición se tratase realmente de un milagro.

Pero, lamentablemente, no hubo tiempo. Lo que hasta el momento se vivía como una fiesta de la espiritualidad, en un minuto fatídico se transformó en un infierno. Ocurrió lo siguiente: en el hogar del milagro vive un octogenario que al parecer sufriría de Alzheimer, la cuestión fue que en un momento en que la procesión se hallaba interrumpida, el anciano se levantó de la siesta, bajó a merendar y en circunstancias aún confusas se comió la feta de jamón donde se alojaba la aparición.

Como suele ocurrir con los descuidos, todo se desencadenó en segundos. La dueña de casa, al pasar por la cocina se encontró al anciano en calzoncillos, el frasco abierto de la mayonesa, ante sí el plato vacío, y sólo atinó a lanzar un grito de espanto.

La noticia cayó como un baldazo de agua fría. Superada la conmoción inicial, entre la multitud fue gestándose un tremendo malestar, comenzaron a insultar a los Sampietro y el anciano debió ser trasladado con una fuerte custodia a un centro de la tercera edad.

En este preciso momento, la casa está siendo atacada a pedradas y la policía local ha tenido que acordonar la cuadra. Hay mucho temor de que la situación se torne inmanejable.

Hace instantes se hicieron presentes el Ministro de Seguridad de la Provincia, el Escuadrón Cóndor de la Policía Federal y –por supuesto- el Dr. Crescenti.

Por el momento eso es todo desde acá, cualquier novedad volvemos, adelante ustedes.

 

 

12

Hola amigos, como cómo les va, disculpen la desprolijidad, estamos en la calle Peña al 2500, barrio de Recoleta, entre curiosos y agentes del orden. Hay demasiada gente reunida en torno a esta propiedad, un antiguo PH de dos plantas en el que, al parecer, un vecino con las facultades mentales alteradas, abrió las canillas del agua de la planta baja, provocando una inundación de grandes magnitudes.

- ¡Por favor, no empuje, señor, deje trabajar!

Por lo que logramos ver por los cristales de la puerta de ingreso, la planta baja se halla totalmente sumergida en el líquido elemento y los vecinos se han refugiado en la planta superior y por las ventanas dialogan con la prensa y las autoridades.

El alienado, antes de abrir las canillas, habría trabado y sellado la puerta de ingreso, todas las ventanas y las banderolas que dan a los patios internos.

- Señora, señora, ¿puede decirnos qué pasó? ¿Dónde está Nemo, dónde está el inundador? (murmullo a lo lejos)

No sé si alcanzaron a escuchar, nos dicen que el sujeto, al que en el barrio llaman Nemo, en estos momentos estaría buceando por la planta inundada provisto de un harpón de fabricación casera, al acecho de cualquier vecino que quisiera forzar alguna abertura para que el agua escurra.

Al parecer, el mencionado Nemo ya es un personaje pintoresco en la zona; fanático de la vieja serie televisiva “Viaje al fondo del mar” en su departamento tiene distribuidas unas setenta peceras donde cultiva peces tropicales, cangrejos y caballitos de mar y cuando sale a hacer las compras se lo ve con un traje de neoprene, con mascarilla y tubo de oxígeno incluidos.

Hace instantes, mientras los Bomberos del Cuartel Cuarto acordonaban la cuadra, se acercó la Doctora Stella Maris Ayacucho, una psicóloga que trata a este hombre hace unos diez años. Según explicó, la fantasía de Nemo ha sido siempre convertir los lugares donde habita en comunidades subacuáticos, donde intentar convivir en equilibrio humanos con distintas especies de peces, plantas y microorganismos marinos, como una forma de ir adaptándose al futuro que le espera a la humanidad cuando los océanos invadan los continentes. Un disparate por donde se lo mire.

Ahora bien, ante la presente situación, ¿por qué no se derriba la puerta del frente y se permite que el agua fluya hacia la calle para terminar con el problema? -es lo que con otros colegas preguntamos al jefe del operativo. Al parecer, hace un momento, el Superintendente del Cuerpo de Bomberos, Juan Carlos Moriconi, mantuvo un diálogo acalorado con los vecinos del primer piso y la Sra. Sabina Esther Fernández, presidenta del consejo de propietarios, le manifestó que de ningún modo permitirían que su fuerza rompiera los vidrios de la puerta principal porque esos cristales habían sido cambiados hace apenas un mes y el consorcio estaba inhibido en el banco y no tenía dinero para reponerlos.

Amigos de Cracovia, una situación aparentemente sin salida. En estos momentos estamos viendo llegar al Dr. Crescenti con su flota de quince ambulancias del SAME y los bomberos mientras tanto inflan salvavidas para rescatar a los daminificados.

Veremos cómo se soluciona esto, cualquier novedad nos comunicamos. Por el momento eso es todo desde aquí, adelante ustedes.

 

 

2

Cronista: Hola, cómo andan. Un luctuoso accidente se produjo en el Circo de Los Hermanos Rosaspini, ubicado en la avenida Juan de Garay al 2200, del barrio de Boedo.

Estamos en el lugar de los hechos. Al parecer hubo una desinteligencia en el lanzamiento del Hombre Bala. La víctima, de nombre Goliath es un enano incorporado recientemente como ayudante del Hombre Bala titular, el señor Rodolfo Durán, quien se hace llamar el Gran Rudy.

Al parecer y según las primeras investigaciones, el Gran Rudy en el día de ayer amaneció con fiebre y fue aislado como posible víctima de coronavirus. Fue entonces que Goliath lo reemplazó en el número del cañon.

Pero al parecer nadie reparó en que para un hombre robusto de noventa y cinco kilos de peso y un metro noventa de estatura como es el Gran Rudy, la carga de pólvora necesaria para dispararlo lógicamente no podía ser la misma que para disparar a un enano.

Llegado el acto del Hombre Bala, aparentemente el occiso tomó posición dentro del cañón, se produjo el disparo y el infortunado hizo un boquete en lo alto de la carpa y se perdió de vista al instante.

En estos momentos se está buscando el cuerpo, por la orientación del cañón se especula que cayó para el lado del Paso Cristo Redentor, Mendoza. Hasta ahora esas son las novedades, cualquier cosa volvemos, adelante ustedes.

miércoles, 22 de julio de 2020

Crónicas de Radio Cracovia

9
Cronista: Hola, como están ustedes, nosotros aquí en esta mañana húmeda en el bajo porteño, Leandro N. Alem al 700, en la sede de AEVRA, la Asociación de Estatuas Vivientes de la República Argentina.
Acaba de finalizar la reunión convocada por el gremio para analizar la crisis que están viviendo los trabajadores y trabajadoras del sector, tras declararse en marzo último la cuarentena sanitaria para hacer frente al coronavirus.
Hay que recordar que junto al rubro hotelero, la confección de ropa, juegos de azar, actividades deportivas, las peluquerías y las agencias de viaje, las estatuas vivientes son uno de los sectores laborales más castigados desde el 20 de marzo último.
El encuentro, que comenzó a las 11 horas, se desarrollo en el salón Augusto Rodin del primer piso y estuvo convocado por Juan Antonio Pesatti, el Secretario General de AEVRA. Y para quien les habla -tengo que confesar- aunque estoy habituado a conferencias de prensa y protestas gremiales de la más diversa índole, fue una experiencia por demás curiosa.
En principio, los asistentes, unos cuatrocientos trabajadores provenientes de todo el país, que ocupaban el auditorio, con su ropa, su maquillaje blanco y sus pedestales, se mantuvieron en todo momento inmóviles, prolijamente alineados y en absoluto silencio. Y por otro la conducción, que junto al secretario general, habló por turnos analizando la crisis del sector, también se mostró fría, cauta en sus arengas, y cada dos minutos interrumpía el discurso y había que ponerle una moneda para que continuase.
Entre las medidas votadas, la AEVRA decidió presentar un petitorio en el Ministerio de Trabajo, e iniciar un plan de lucha por el regreso a las plazas y una ayuda estatal de veinte mil pesos pagaderos en monedas de un peso y depositadas de a una en las alcancías metálicas utilizadas en las performances por estos trabajadores del arte.
En la reunión, los representantes de la Sección Capital, presentaron además una denuncia contra el Museo Nacional de Bellas Artes, que puso como condición para contratar a algunos asociados, serrucharles los brazos y las piernas para que pudiesen ser exhibidos junto con las obras del Salón de Escultura  Griega y Romana.
Tras el encuentro, una nutrida columna encabezada por el Secretario General de AEVRA partió por Avenida Alem hacia el Ministerio de Trabajo, que está apenas a unas cuadras, pero calculan que estarían llegando a primeras horas de la tarde, ya que como se sabe, las estatuas vivientes no son precisamente rápidas.
Por el momento eso es todo desde acá, un saludo y cualquier novedad volvemos, adelante ustedes.


7
Cronista: Hola, gracias amigos de Cracovia, cómo andan. En esta mañana invernal estamos en la calle Falucho al 200 de la localidad bonaerense de Ingeniero Budge, en el frente de un domicilio donde hace unas horas ingresó un grupo de malvivientes y amordazando a toda una familia, se alzo con lo que pudo transportar en un vehículo estacionado previamente en la puerta y que, como no hay cámaras en el barrio, todavía no se ha podido identificar.
En el momento del ilícito, los cacos por suerte no ejercieron violencia contra sus víctimas y antes de retirarse sucedió algo asombroso: ocurre que por estos días, los Martinotti, ese es el apellido de los damnificados, estaba haciendo arreglos por filtraciones y pintando la vivienda;  al parecer antes de emprender la huida los malvivientes les dieron una mano completa de pintura a un cuarto y al living comedor de la casa, cielorraso y aberturas incluidas.
Los investigadores tejen varias hipótesis, la más firme indica que la banda es nueva en el delito y posiblemente antes de optar por la mala senda, poseía una empresa de pintura e impermeabilización. La Doctora María Elena Smith, Fiscal interviniente, sostiene que hacia allí se orientan las investigaciones.
Como dato extra, Jorge Martinotti, el vocero de la familia, se mostró agradecido por el gesto y sostuvo que los atacantes hicieron un trabajo tan profesional que los ambientes intervenidos no necesitarían una segunda mano.
Por el momento eso es todo desde acá, cualquier novedad nos comunicamos, un saludo y adelante ustedes.


6
Cronista: Buenas tardes, cómo andan ustedes. Hoy estamos en la localidad  de San Andrés de Giles, urbe de unos 13.000 habitantes distante a unos 90 kilómetros de la Capital Federal. Nos ha traído hasta aquí un hecho por demás curioso. Parece que tras una denuncia del personal de limpieza de la conocida discoteca local “Aeropuerto”, finalmente se localizó en sus instalaciones, más precisamente en su pista de baile, a Oscar “El Oso” Sosa, un conocido ex futbolista, trabajador municipal y relacionista público local, quien tras una misteriosa desaparición venía siendo intensamente buscado desde el sábado 21 de marzo próximo pasado. Oscar El Oso Sosa fue encontrado a oscuras, semi congelado y meciéndose en la amplia pista vacía del local bailable, cerrado desde que se dispuso la cuarentena por la pandemia que afecta nuestro país y al mundo desde hace seis meses.
Al parecer, cuando tras la denuncia ingresaron las autoridades locales acompañadas por médicos del SAME y descubrieron a El Oso Sosa, este, al verlos primero saludó, luego dejó de bailar y finalmente perdió el conocimiento cayendo al piso.
Según se pudo reconstruir, la noche del sábado 21 de marzo el infortunado había asistido a “Aeropuerto” que se hallaba al tope y con la música a todo volúmen. Sosa estaba bailando con la señorita Gladys Nidia Barbieri, peluquera y cosmetóloga local, cuando en mitad del tema “Movidito, movidito”, del cantautor Sebastián, la dama le pidió que lo esperara porque debía trasladarse hasta el toilette.
Según fuentes acreditadas, el Oso Sosa se mantuvo en la pista a la espera. En ese preciso momento se hicieron presentes autoridades municipales para declarar el inicio de la cuarentena y el desalojo de la boite. Sosa, tal vez presa de un ataque de pánico, o por orgullo, o quizás para no desairar a la dama que estaba conquistando, se mantuvo bailando en la pista primero toda esa noche, luego el día siguiente, y luego el siguiente, hasta llegar a los ciento nueve que viene durando el aislamiento desde que se desató el virus.
Mientras tanto era intensamente buscado por familiares y autoridades locales por la ciudad y parajes vecinos. Los empleados de limpieza, incluso, aseguraron que seguía bailando “Movidito, movidito” y repetía su letra.
Hace instantes, El Oso Sosa fue trasladado al hospital municipal y nos informan que está sedado, con respiración asistida y que sufre un severo cuadro de deshidratación.
Nosotros intentaremos ubicar Gladys Nidia Barbieri, su pareja de esa noche, para ver si nos puede agregar algún detalle más a la historia. Cualquier novedad nos comunicamos y volvemos, un saludo cordial y adelante ustedes.

viernes, 19 de junio de 2020

Vacación

Personajes:
Mariela

Nico



Interior de un baño, Nico está en la ducha enjabonándose y Mariela  del otro lado de la cortina, ante el espejo, se saca el maquillaje.
MARIELA (llorosa): Lo pienso y no lo puedo creer.
NICO: Bueno, aflojá, Mari.
Corriendo la cortina y mirándole el pene.
MARIELA: Haceme el favor, volvé a mirarlo.
NICO: No puedo.
MARIELA: ¡Miralo, Nico!
NICO: No puedo. Me da impresión.
MARIELA: Ah, ¿te da impresión? ¿Y a mí, no me da impresión?
Tiempo.
NICO: Bueno, Mari, pongámosle onda.
MARIELA: ¿Pongámosle onda? Y decime, ¿cómo hacemos? ¿cómo le ponemos onda a esto?
NICO: Y yo qué sé. Pasan cosas peores.
MARIELA: ¿Por ejemplo?
NICO: No sé… Que hubiera vuelto sin nada, por ejemplo.
MARIELA: ¡Ay, cállate, qué decís!
NICO: ¡Bueno, entonces, Mari, te pido por favor que hablemos de otra cosa! (entrando en crisis) ¡Vos no parás, no parás y yo no quiero ponerme más nervioso de lo que estoy!
Mariela descorre de nuevo la cortina, le acaricia la cara.
MARIELA: Tenés razón, amor, perdóname.
NICO: No perdóname vos, me descontrolé. Ya está. Vamos a tranquilizarnos los dos y vas a ver que vamos a encontrarle una solución.
Tiempo. Con resquemor Nico comienza a estudiar su pene, lo observa, lo mueve para una lado y para otro.
NICO: Es raro, ¿sabés?, es como tener…
MARIELA: No es Nikito.
NICO: Evidentemente no.
MARIELA: Lo que no entiendo es cómo tardaste veinticuatro horas en darte cuenta. Explicame, ¿cómo alguien tarda un día entero en darse cuenta que hay una parte de su cuerpo que no es suya?
NICO: No sé, Mari.
MARIELA: ¿Anoche cuando llegamos no te bañaste?
NICO: Sí, pero uno se baña como con piloto automático. Anoche estaba cansadísimo, la verdad que no me fijé.
MARIELA: Volvé a llamar.
NICO: Ya llamé tres veces
MARIELA: Llamá cuatro.
NICO: Pero ahora me estoy bañando, Mari.
Tiempo.
NICO: Yo no quería ir.
MARIELA: ¡Ahí está! Ya sabía que en algún momento iba a llegar: “Yo no quería ir”, por ende  ¿de quién es la culpa?
NICO: Nadie es culpable de nada, Mari. Es un comentario, nada más…Pero reconocé que sos vos la de esas fantasías.
MARIELA: Ah, claro, porque el señor nunca fue a un club swinger y es la depravada esta la que lo obliga. ¡Con la harpía esa seguro que no ibas!
NICO: Con Alicia…
MARIELA: ¡No la nombres!
NICO: Con ´la harpía esa´ era distinto.
MARIELA: ¿Y por qué era distinto?
NICO: Teníamos muchos problemas. ¡Mari, no tiene sentido que ahora nos pongamos a hablar de mi ex!  Lo que te digo es que yo con nuestra vida sexual estoy contento.
MARIELA: ¡Sí, seguro!
NICO: A ver, amor, toda pareja tiene sus temporadas altas y sus temporadas bajas, es como con el turismo, como con los pasajes aéreos. Y eso no quiere decir nada. Además decís “el señor nunca fue a un club swinger” como si yo fuese todos los sábados. Con “la harpía esa” fui una sola vez.
MARIELA: Suficiente. Por lo tanto no vengas ahora con que yo soy la pervertida.
NICO: ¿Y cuándo dije que vos eras una pervertida?
MARIELA (suspirando): Okey.
NICO: Okey.
MARIELA: Quisimos los dos.
NICO: Quisimos los dos.
Tiempo. Mariela lucha con lo que tiene que decir, desde el otro lado de la cortina Nico espera hasta que ya no puede.
NICO: ¿Qué hay?
MARIELA: Otra cosa que no me entra en la cabeza: ¿cómo alguien puede ir a un lugar como ese y venir con el miembro de otro, Nico? (lloriquea) ¡Sólo a vos te pasan esas cosas, sólo a vos!
NICO: Bueno, no fue a propósito.
MARIELA: Por favor, necesito que lo repases de nuevo: nosotros entramos…
NICO: Entramos y en el living estaba el matrimonio ese tan agradable de Necochea.
MARIELA: Yolanda y César.
NICO: Yolanda y César. Tomamos una copa, después vos tomaste otra copa y te sentaste con el marido en uno de los sillones y yo con la mujer. Después… empezó a pasar lo que tenía que pasar, ¿te tengo que describir con lujo de detalles, Mari?
MARIELA: No, no, hasta ahí ya lo sé. Yo estaba con el tal César, nos besábamos, pero cuando en un momento miré para tu lado habían desaparecido.
NICO: La mujer, en un momento me dice “dejémoslos solos”, me agarra de la mano y pasamos a la habitación de al lado.
MARIELA: ¿Y?
NICO: Y ahí sí que se puso picante.
MARIELA: ¿Qué había?
NICO: ¡Mucha gente, Mari! Eran dos camas King-size con mucha gente. Todos en bolas, no se entendía qué cosa era qué ni a quien pertenecía, ¿me entendés? ¡Era un despelote!
MARIELA: ¿Cuántos había?
NICO: Qué se yo, diez, doce.
MARIELA: Una vergüenza.
NICO: No, más bien una orgía.
MARIELA: ¿Y?
NICO: Y la chica esta, Yolanda, al principio no quería, después empezó a querer, al final entramos en esa vorágine y hasta ahí sé.
MARIELA: ¿Cómo “hasta ahí sé”?
NICO: Claro, no sé cuántas veces, ni con quién, ni por dónde. Entré como en un lockout, en una nebulosa, nunca me pasó algo así. ¿Qué querés que te diga?
MARIELA: ¿QUÉ QUÉ QUIERO QUE ME DIGAS? UNA SOLA COSA QUIERO QUE ME DIGAS: CÓMO PUEDE SER QUE HAYAS PERDIDO TU PITO Y HAYAS VUELTO CON EL DE OTRO, NICO. ¡ESO QUIERO QUE ME DIGAS!
NICO: Bueno, pará que vas a despertar a papá y a los chicos.
Tiempo.
MARIELA: ¿Como podés ser tan insensible? Nico, ¿cómo podés ser tan frívolo?
NICO: ¿Por qué decís eso?
MARIELA: No es cualquier parte de tu cuerpo, hablamos de Nikito (lloriquea)
NICO: Bueno, Mari.
MARIELA: Yo había establecido una relación, vos me conocés, soy de encariñarme. Había una familiaridad, una empatía, yo le hablaba.
NICO: ¿Le hablabas?
MARIELA: Le hablaba mentalmente, es una forma de decir. Yo sabía lo que a él le gustaba, él sabía lo que me gustaba a mí.
NICO: Ya lo sé, amor.
MARIELA: Y a vos te parece que así como así yo puedo reemplazarlo por otro (descorre de golpe la cortina y lo señala, acusadora) A ver, ese que tenés ahora, ¿cómo se llama? ¿Cuáles son sus hábitos? ¿Cómo se levanta, cómo se despereza en la mañana, qué le gusta? ¿Vos lo sabés?
NICO: No.
MARIELA: Y bueno, yo tampoco.
Tiempo. Le da el celular
MARIELA: Tomá, llamá de nuevo.
NICO: Pero ¿me puedo terminar de duchar?
MARIELA: ¡No, no podés! Tenés que llamar a ese lugar, Nico, esto tenemos que solucionarlo ya.
Nico llama a desgano.
NICO: Hola, sí, ¿Sweet Club & Temtation?... Buenas noches, señor, quiero hacerle una consulta: anoche mi señora y yo asistimos a una reunión. ¿Por casualidad no quedó algo olvidado?... (a Mariela) Me pregunta algo como qué.
MARIELA: ¡Y decile!
NICO: Como un pene, señor, algo como un miembro masculino. Es que luego del encuentro, vio como es este deporte, hay mucha fricción, deporte de contacto, jejeje.
MARIELA: ¡No seas pelotudo!
NICO: Es que estoy nervioso, Mari (al celular) Perdón, señor, le decía que luego del encuentro no me di cuenta y me vine con el pene de otro, ¿me comprende?... Sí, sí, claro, vaya.
MARIELA: ¿Qué dice?
NICO:  Dice que se fue a fijar. Mari, ¿puedo terminar de bañarme? Me voy a enfriar.
MARIELA: No señor, vos lo perdiste, vos lo encontrás.
NICO: Uff (tiempo, espera) Hola, sí señor… ¿A qué hora fue? Y esto fue a la noche (a Mariela) ¿A qué hora fuimos?
MARIELA: Once.
NICO: A las once…. Ah, de anoche nada… Ah (a Mariela) Dice que tiene dos prótesis de glúteo y tres consoladores pero que son del grupo de la tarde (al celular) Okey, muchas gracias, señor... Si no le molesta... Okey, adios, muy amable (a Mariela) Me dijo que si llega a llamar alguien preguntando por su miembro va a tomarle el número y que yo lo vuelva a llamar en dos o tres días.
MARIELA: ¡Dos o tres días, Nico!
NICO: Y bueno, ¿qué querés que haga el tipo?
MARIELA: Qué te pase el listado de la gente que participó de la orgía esa y listo.
NICO: Pero no seas ingenua, ¿vos te crees que la gente que fue deja sus datos personales? (le alcanza el celular) ¡Tomá el teléfono! Ahora por favor dejame terminar de bañarme.
Tiempo.
NICO: Mari.
MARIELA: ¿Qué?
NICO: El calefón está en tres, ¿no?
MARIELA: Sí, ¿por qué preguntás?
NICO: No sé, es raro, el agua no está demasiado caliente pero sin embargo…
MARIELA (corre la cortina y mira): ¡Ay, no seas asqueroso!
Mariela vuelve al espejo.

NICO: Sí, sí, el nuevo se está desperezando, estamos inaugurando la primera erección y te digo que… ¡Jo jo jo, guau, mirá, Mari, mirá lo que es esto! ¡Por Dios!
Mariela vuelve a correr la cortina, queda impactada, se vuelve al espejo.
NICO: ¡Jo jo jo, sí que es distinta, es bien distinta!
MARIELA: Bueno, s-sí, no sé, Nico, creo que es bastante más… decidida, ¿no? Más emprendedora… más… ¡Qué calor que está haciendo en este baño!
NICO (en la suya, aúlla y juega con su pene): ¡Jo jo jo! ¡Auuuuu auuuu! ¡Toin, toin! ¡Cuidado que voy a cruzar! ¡Permiso! ¡Toin toin! ¡Aaauuuu! ¡Es tremenda!
Mariela comienza a desmaquillarse a velocidad y a deshacerse con apuro de los trozos de algodón sucios.
MARIELA: ¡Shhht, bajá la voz! Hagamos algo, seamos prácticos, Nico, ¿en cuánto dijiste que tenías que volver a llamar al lugar ese?
NICO: Me dijo en dos o tres días.
MARIELA: Quien dice tres, dice cuatro. Escuchá esto: dejemos el drama y tomémoslo como una vacación, ¿qué te parece? Una breve vacación. Y en las vacaciones, ¿uno que hace?
NICO: ¿Qué hace?
MARIELA: Uno sale de la rutina. Uno se permite probar lo nuevo, lo nunca experimentado. Vive sus fantasías.
NICO: Sus fantasías secretas. Tal cual.
MARIELA: ¿Cuánto te falta?
NICO: Me enjuago la cabeza y estoy.
MARIELA: Dale. Yo cierro con llave por los chicos, pongo las sábanas de raso, cubro el velador con el pañuelo y te espero.
NICO: ¡Seeee!
MARIELA: Desnudita. Apurate.
NICO: ¡Seeee!
Mariela sale. Nico cierra el agua de la ducha, se mira el pene, sonríe.

APAGÓN

domingo, 7 de junio de 2020

Taller de Guapo Iturralde Hermanos


La ocurrencia nació del chico de los Smith. El chico de los Smith había llegado de un viaje por Europa con la familia y le estaba contando anécdotas -estaban los dos sentados en el patio encalado de la pensión-, decía que en ciudades como Berlín o Amsterdam a la gente se le daba por hacer cursos y aprender sobre cualquier cosa, que se dictaban talleres de lo que a uno se le ocurriera. De golpe el muchacho se interrumpió y abrió grande los ojos: “Don Iturralde, si usted necesita tranquilamente puede abrir el suyo”

El chico Smith vivía en la única casa decente de la manzana, el padre, conocido suyo de sus años mozos, era el dueño del inquilinato y al hijo le gustaba merodear por la vieja casa chorizo y asistir a las rondas de mate cuando él y los demás se juntaban en el patio.
“Usted debe ser uno de los últimos guapos vivos. Ni lo dude, alumnos va a conseguir –insistió el chico. Le dijo que para las clases él podía pedirle a su padre que le permitiera usar la habitación del frente que estaba vacía.

A Iturralde le gustaba el desparpajo con que lo trataba el muchacho, los demás cuando se dirigían a él siempre lo hacían midiendo las palabras. Encendió el cigarrillo y no le respondió. La verdad sea dicha, necesitaba el dinero, había tenido una vida demasiado trajinada para su gusto y en el último tiempo casi no le quedaba resto.

Infancia de canillita, trabajador del puerto, empleado de seguridad del Concejo Deliberante, dos matrimonios para el olvido, asiduo concurrente a la milonga, algún que otro entredicho con la autoridad por alteración del orden y fama de diestro con el cuchillo; Iturralde ya tenía sesenta y ocho y si no inventaba algo pronto corría el riesgo de engrosar la nómina de clientes de la asistencia pública.

El chico de los Smith se apareció a la tarde siguiente y le preguntó si había pensado en su idea. Le contestó que sí. “¿Y qué nombre le va a poner?”. “¿Taller de Guapo Iturralde?”. “Póngale Taller de Guapo Iturralde Hermanos, tiene otro vuelo”.

El muchacho también lo ayudo a confeccionar unos folletos. Sin mucha expectativa, Iturralde los repartió en los bares y las whiskerías de los alrededores de la plaza Defensa. Los bolicheros, que lo conocían bien, al principio lo miraron con sorna, pero ante el gesto gélido del malevo bajaron la vista y ofrecieron el lugar destacado de la vidriera para pegar las publicidades.

Iturralde decidió organizarse: el paso siguiente era conseguir una libreta, una birome y pensar en algo parecido a una propuesta pedagógica. Esa tarde al guapo no se lo vio por el patio, encerrado en la pieza apagó la radio, se tiró en la cama y mientras mordisqueaba sin ganas unos bizcochos de grasa, se puso a pensar.

En el metier del guapo no había teoría, más bien todo era acción y él contaba con no poca experiencia. En el puerto había aprendido el manejo de la daga y de la época de guardaespaldas había participado en por lo menos una docena de entreveros -en ninguno, por suerte, con muertes que lamentar. Luego, hasta donde le llegaba la memoria, su vida había estado marcada por la rígida ética del coraje, donde la austeridad en el decir, el pulso firme y el optar siempre por el bando de los desvalidos, eran piezas importantes.

Yendo a lo concreto, se dijo que para comenzar cada clase podía proponer unos diez giros al trote alrededor de la pieza, luego unas lagartijas y luego comenzaría a desarrollar su programa teórico-práctico que tentativamente podría dividir en: Indumentaria básica del guapo (Bolilla 1); La mirada (Bolilla 2); Cómo ingresar al boliche y de qué forma pedir la ginebra (Bolilla 3); Cómo prender el cigarrillo y el escupitajo de costado (Bolilla 4); El juego de la seducción en la milonga y rudimentos del baile (Bolilla 5); Identificación del rival y la provocación a la pelea (Bolilla 6) y El desenfunde de la daga y rudimentos de su uso (Bolilla 7)

Con eso había suficiente como para un primer cuatrimestre y más adelante iría adentrándose en cuestiones más avanzadas.

En los tres días subsiguientes Iturralde consiguió cuatro alumnos. El primero, que se presentó temprano por la mañana en la puerta de la pensión, era un bibliotecario lector del escritor Jorge Luis Borges, que –según dijo- “buscaba pasar por el cuerpo la adrenalina, los miedos y las contradicciones del cuchillero de las orillas”. Raros hay para todos los gustos, pensó el guapo, pero quién era él para juzgar las motivaciones ajenas.

El segundo, un policía retirado que extrañaba su trabajo y necesitaba mantenerse lejos de su hogar el mayor tiempo posible, la tercera era una mujer bajita y muy nerviosa que buscaba obtener técnicas para lidiar con sus dos hijos adolescentes. Y el cuarto –el guapo lo había visto venir- el impulsor del proyecto y su seguidor incondicional, el chico de los Smith, al que -por desgracia- no podría cobrarle los cuarenta pesos de cuota.

Ya con los primeros candidatos confirmados tuvo que moverse con premura: el Taller de Guapo Iturralde Hermanos iría los martes de diecinueve a veintiuna comenzando la semana siguiente. El guapo consiguió que Smith padre mandara a dos grandotes que le vaciaron de muebles la habitación del frente, barrió el piso de pinotea, le puso un tapete en el medio y llevó el Winco con su colección de discos de D´Arienzo para las lecciones de milonga.

Así comenzaron las clases. El chico Smith enseguida se transformó en su alumno más aventajado, la mujer bajita resultó una buena bailarina de tango canyengue y al bibliotecario se le bajó la presión la primera vez que Iturralde le puso en las manos su famosa daga arbolito con mango de plata.

En el ensayo de la incitación a la pelea, el ex policía se le fue encima intentando conectarle un golpe de puño. Iturralde interrumpió la acción en seco: “El guapo nunca boxea a su rival, a lo sumo le da un sopapo de revés -gesto con el que da a entender desprecio- y enseguida desenfunda”.

“¿Y el duelo con cuchillo es a muerte?”, se interesó la mujer bajita. “Aunque existen y han existido siempre duelos a muerte, en la pelea por lo común se hiere buscando no interesar órganos vitales –explicó el guapo- Y con la primera sangre los rivales se dan por satisfechos, el desafío queda saldado y el ganador invita a una ronda de ginebra para todos los presentes”. El chico de los Smith tomaba apuntes.

A los alumnos fijos Iturralde comenzó a agregar algunos ocasionales: turistas chinos o alemanes que –como parte del paquete de atracciones del barrio de San Telmo- asistían a una clase, se subían a una combi y desaparecían para siempre.

La presencia de estos foráneos –a los que igual daba un plato de rabas de las cantinas de la Boca, el puente Zárate Brazo Largo, o su invaluable oficio- a Iturralde lo sacaba de quicio: entendían poco y nada, distraían al resto y -sobre todo los de raza amarilla- cortaban los momentos más intensos para sacar fotos absurdas. Pero, claro, pagaban al momento y en dólares.

Aunque todo aquello, en definitiva, había nacido de una conversación y de su necesidad económica, el guapo comenzó a experimentar una serie de emociones encontradas: sentía que le gustaba enseñar, que esperaba semana a semana el contacto con sus alumnos y al mismo tiempo se preguntaba si eso no lo hacía menos hombre. La vida dura que le había tocado en suerte, su instinto de supervivencia y los prejuicios de una época, quizás no habían permitido siquiera plantearse disparate semejante: una carrera docente. Pero los tiempos habían cambiado y ese presente vertiginoso y confuso en el que el guapo por momentos se sentía un dinosaurio, tal vez ahora ayudaban.

Además había algo importante a tener en cuenta: sus alumnos respondían. A la tercera clase la mujer bajita vino con la noticia que tras una de sus habituales disputas familiares, con un par de inofensivos puntazos en brazos y glúteos había conseguido que sus dos hijos adolescentes se fuesen a bañar sin hacer escándalo. Era muy bueno que su labor tuviera un correlato práctico en la vida diaria.

Con el taller Iturralde también observó algunos cambios de hábito: comenzó a sentarse a su mesa del bar ‘El Federal’ a corregir las pruebas escritas. Ese era su momento de solaz, y todos sabían que no podían acercarse ni hablarle hasta que terminase de poner las notas.

Pero una felicidad y una armonía plenas y extendidas en el tiempo nunca habían combinado con la vida de Carmelo Leoncio Iturralde. Una tarde de viernes, mientras seleccionaba la lista de tangos para la próxima clase, se apareció el chico de los Smith agitando un papel en la mano. Iturralde leyó: “Taller de Guapo Comesaña SRL, con la incorporación de técnicas orientales extraídas del kung fu y la disciplina samurái. Duelos a primera sangre, milonga y cumbia orillera. Oferta promocional 30 pesos”.

“¿Lo conoce?”, inquirió el muchacho. El guapo no respondió. Comesaña, claro que lo conocía, se había cruzado un par de veces con el sujeto, era un compadrito bastante pendenciero de Barracas y en San Telmo estaba claramente fuera de jurisdicción.

No quiso implicar al chico de los Smith: “Seguramente es una broma, olvidalo, pibe”. “No, Don Iturralde, es la pura verdad. Por la dirección es el local que estaba en alquiler al lado de la despensita ´Los chilenos´, pasé recién y está dando clases. Tiene tres alumnos”.

“Y bueno -suspiró el guapo mientras descolgaba el saco del perchero- si aquella era la intención el mensaje había llegado a puerto: ese era su barrio y esa su rama de la enseñanza, la provocación se había puesto en marcha y justamente él no iba a esquivar el bulto”.

A paso decidido el guapo cruzó la plaza rumbo a la nueva escuela. El chico de los Smith lo seguía unos pasos por detrás.“Don Iturralde, ¿qué piensa hacer?”. “¿Y a vos qué te parece?” Le respondió casi con desprecio.

Cuando Iturralde entró al local supo que el otro lo estaba esperando. Ante la inminencia de problemas los alumnos pasaron a su lado y evacuaron a paso rápido. Comesaña conservaba la expresión feroz y el porte temible que recordaba. “¿Qué decís, Iturralde, venís a inscribirte?”, lo recibió con tono zumbón.

El guapo no estaba para prolegómenos, dio dos pasos largos hacia el otro y sacó la daga. “¡Epa que estás apurado, che, pero te quedaste en el tiempo!”, dijo el de Barracas, al tiempo que hacía un movimiento de manos veloz a la parte trasera de la cintura. Entonces el guapo vio surgir ese objeto estrambótico, eran dos palos gruesos y lustrosos unidos por una cadena que el malevo visitante hacía saltar de una mano a la otra y que giraba en el aire como una endiablada aspa de ventilador.

“¡Don Iturralde, cuidado, es un nunchaco chino!”, escuchó a sus espaldas al chico de los Smith. “¡La puta con los amarillos –se dijo- primero lo de las fotos en clase y ahora esto!”. Pero no debía ponerse dramático: se enfrentaba, sí, a un rival feroz que utilizaba armas no convencionales, pero si había llegado su hora y entregaba el alma, lo haría en su ley: resuelto y acometiendo y –en una de esas- sumando una última bolilla a su programa de estudios: el guapo debe vivir y debe morir defendiendo sus sueños. “¡Comesaña!”, aulló antes de la primera estocada.