Los hechos de violencia entre las hinchadas de San
Lorenzo y de Huracán datan de años, tantos como dilatada historia de estos
clásicos rivales del fútbol argentino. Por un lado, “el ciclón” de Almagro, uno
de los cinco grandes del fútbol vernáculo, con Sanfilippo como su máximo
goleador, diez títulos en el país, dos copas internacionales; y por otro el
emblema de Parque Patricios, el equipo de Brindisi, de Ardiles, del inolvidable
René Houseman.
Aquella tarde, la última, tras la victoria del
Globo ante el equipo azulgrana por dos tantos contra cero, las agresiones se
iniciaron fuera del estadio del Nuevo Gasómetro. Cinco micros de la barra de
Huracán partieron de regreso hacia Parque Patricios, cuando en la intersección
de la avenida Cobo con la calle Beauchef un grupo de unos diez hinchas de San
Lorenzo comenzó a arrojar botellas contra la caravana.
La respuesta no se hizo esperar, los agredidos
hicieron detener los micros, se bajaron y respondieron con piedras y cuanto
objeto contundente pudieran recolectar de un coqueto restó inaugurado semanas atrás en la intersección de esas arterias.
En cuestión de minutos se inició una lucha casi cuerpo a cuerpo, noticia que no
tardó en llegar al resto de la afición que todavía evacuaba el estadio y que
–como es lógico- corrió hacia la zona para sumarse a la refriega.
La violencia se tornó ingobernable, a los golpes
de puño, botellas y proyectiles de toda laya se sumaron armas blancas, manoplas
y cadenas. Los enardecidos hinchas de San Lorenzo, con contactos en la zona,
lograron ingresar a varios edificios que se elevaban por sobre el “campo de
batalla” y desde los balcones comenzaron a arrojar muebles, enseres y electrodomésticos.
Los vecinos dieron aviso a las autoridades y en pocos minutos unos veinte patrulleros de la Seccionales 10, 20, 32
y 34 de la Federal ,
dos autobombas, un vehículo lanza agua y el Escuadrón Antimotines de la Gendarmería , acudieron
con la orden de aislar la reyerta.
Ante la atropellada de las fuerzas del orden en un
principio los fanáticos de ambas parcialidades retrocedieron y los uniformados
ganaron fácilmente posiciones. Pero entonces sucedió algo curioso: primero en
forma velada, pero luego de modo cada vez más ostensible, la dura Seccional 34
de Nueva Pompeya y los efectivos de la Gendarmería fueron buscando como objetivos de sus
palos a los parciales de Huracán. Fue un cambio espontáneo, podría decirse,
casi natural. En tanto, la Seccional 20 de San Cristóbal y la 32 de Parque
Patricios, se volcaron a gasear y a aporrear a conciencia a los barras de San
Lorenzo.
Como decíamos en un principio, la rivalidad entre
las hinchadas de estas escuadras es de vieja data, hay en el medio disputas de
barrio, pujas, alianzas, historias de familia y hasta oscuros intereses
políticos y económicos, elementos que ahora emergían a la luz provocando que
las fuerzas del orden implicadas, primero acataran “objetivamente” las órdenes
superiores, para luego dar cabida a lo que libremente dictaba su corazón
futbolero.
Al choque con piedras, cadenas, palos y navajas,
entonces, como si a un enajenado se le hubiese ocurrido echar nafta a un
incendio, se agregaban ahora las pistolas nueve milímetros y las mortíferas itakas
de las fuerzas del orden.
Los canales de televisión y las radios,
anoticiados de lo que sucedía no tardaron en enviar sus móviles. Las imágenes y
los informes de los reporteros hacían poner los pelos de punta: en poco más de
dos horas de enfrentamientos ya se habían producido 20 muertos y más de 300
heridos.
Los habitantes de Buenos Aires, ejemplo de
compromiso y participación ciudadana, superado un primer momento de estupor
comprendieron que no podían mantenerse al margen. En Liniers, Villa Urquiza, Villa
Crespo, Constitución y Barracas fueron surgiendo los primeros intercambios de
palabras: simpatizantes de Argentinos Juniors, de Ferro, de Platense, aliados
históricos de San Lorenzo salían de sus hogares, se agrupaban a deliberar en
las bocacalles y propalaban sus razones; partidarios de Boca, de Vélez, de
Banfield y Nueva Chicago, más cercanos al Globo, retrucaban con las suyas. Acto
seguido, se distribuían en dos bandos, comenzaban a insultarse hasta que alguien
lanzaba el primer cascotazo: esa era la señal para irse unos contra otros como
fieras rabiosas en mitad de la calle.
La ciudad fue asaltada por la violencia, en poco
tiempo las víctimas fatales se contaban por centenares y el traslado y la
atención de los heridos hizo colapsar el sistema sanitario. Desde el gobierno
metropolitano se declaró el estado de emergencia, pero con las fuerzas
encargadas de restablecer el orden, involucradas en el desorden, no había forma
de controlar nada. Impotente, el Jefe de Gobierno porteño se comunicó con el
ministro del Interior de la administración nacional, este se encerró en el
despacho presidencial y en un tris se decidió la intervención federal de la
ciudad capital. El Presidente de la
Nación reunió de urgencia a su gabinete y en pocos minutos
realizó el comunicado por cadena nacional.
Las provincias de Córdoba, Neuquén, Santa Fe y San
Luis, opositoras al partido gobernante, recibieron el anuncio de la peor forma.
El Gobernador de Córdoba, candidato perdedor de las últimas elecciones
presidenciales e hincha de Talleres, tradicional aliado de San Lorenzo desde
las épocas del antiguo Torneo Nacional de Fútbol, comunicó a los medios que lo
del enfrentamiento entre hinchadas era “la excusa perfecta para violar el
federalismo y llevarse por delante las autonomías provinciales”.
Ante la medida consumada, las provincias rebeldes
decidieron desconocer la decisión de la Nación y junto a Catamarca, Chubut y Tierra del
Fuego, elevaron un comunicado en el que se solidarizaban con la causa de “la
gloriosa hinchada de Boedo, cuyos colores azul y rojo simbolizan el ideal y la
lucha y les desean el mayor de los éxitos en el próximo torneo de verano”.
Santa Cruz, Mendoza, Entre Ríos y Jujuy no
tardaron en responder a la provocación, en sus capitales de provincia la gente
se dio cita en las plazas para dar apoyo irrestricto a la decisión del
Presidente de la Nación ,
quemaron públicamente casacas de los de Boedo y mediante decretos de necesidad
y urgencia sus gobiernos declararon obligatoria la afiliación de las
administraciones públicas provinciales al club de socios de Huracán de Parque
Patricios.
Los ánimos se caldearon, viejos rencores entre
vecinos afloraron como el pus en una herida infectada, y en los asentamientos y
poblados de los límites provinciales no tardaron en producirse los primeros
hechos de violencia.
Las Fuerzas Armadas, con sus filas divididas,
lanzaron un comunicado en el que se declaraban inoperantes. Los mandos medios
de la Marina
desconocieron a su Estado Mayor y en un acto de audacia extrema ordenaron izar
la bandera de San Lorenzo en toda la flota de guerra. Mientras las bases y los
altos mandos del Ejército y la
Aeronáutica adherían a Huracán, la oficialidad de las tropas
de tierra y los mandos medios de la
Marina se pronunciaron a favor de “El Ciclón” de Boedo.
De esta forma, un torpe duelo de hinchadas surgido
en una esquina cualquiera de la ciudad de Buenos Aires había logrado crecer,
mutar y contagiarse como un virus purulento a cada rincón de la República.
La noticia no tardó en traspasar las fronteras. En
el encuentro de cancilleres previo a la asamblea anual del Mercosur, el
representante de Brasil interpelo a su par argentino expresando la preocupación
de la Región
por la guerra civil que había estallado en el Río de la Plata y su temor por “los
inevitables coletazos de violencia en las naciones vecinas”. El canciller
argentino respondió que se trataba de una cuestión doméstica, que su gobierno
no iba a permitir injerencias y que “para hablar con ese tono el canciller
evidentemente aún no digería la eliminación del Corinthians a manos de Boca
Junior, aliado de Huracán, en la última copa mundial de clubes”. El
representante brasileño se incorporó encolerizado, el presidente “pro témpore”
de la Asamblea
trató de apaciguar los ánimos proponiendo pasar al postergado debate de la baja
de las barreras arancelarias, pero la mecha estaba encendida.
A los gritos, el representante venezolano denunció
que los servicios bolivarianos de inteligencia habían descubierto que las FARC
colombianas fomentaban con droga y armas la reacción violenta entre los
fanáticos del Atlético Orinoco de Venezuela, el Chivas azteca y el Sporting
Cristal peruano. El canciller de
Bolivia, acusó a Chile y Uruguay de racismo contra su gobierno de mayoría
indígena y de discriminar “la altura” de La Paz en los encuentros de la Copa América. Reinó el
descontrol: el canciller de Ecuador sacó de su maletín una bandera del Emelec y
se paró sobre su escritorio, mientras los representantes de Venezuela y
Colombia ya se habían tomado del cuello con claras intenciones de ahorcamiento.
Por la mañana, los principales diarios del
continente coincidían en diagnosticar “la herida de muerte propinada al bloque
del Mercosur”. En Brasil, las torcidas del Palmeiras de Sao Paulo y el
Flamengo, comenzaron a salir espontáneamente a las calles, declaraban su
adhesión a uno u otro de los equipos de la capital argentina e iniciaban los
desmanes. Sao Paulo, Brasilia y Belo Horizonte se transformaron de la noche a
la mañana en incontrolables focos de violencia.
El presidente de Paraguay, desacreditado por la
corrupción y con un débil 5% de la aprobación popular, enmascarando la medida
con una distractiva adhesión a “la heroica lucha libertadora de la parcialidad
de Huracán contra de las mafias enquistadas en la Confederación
Sudamericana de Fútbol”, declaró campeón por decreto a Cerro
Porteño de Asunción. La población asunceña, enardecida, salió a la calles y
comenzó a saquear e incendiar oficinas públicas. En el transcurso de 48 horas
varias capitales de continente comenzaron a arder.
En la Casa Blanca las repercusiones no se hicieron
esperar, el Subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Paul Cannon, planteó al
Presidente su inquietud ante el inesperado brote de violencia en América del
Sur. Reunido con el Comité de Crisis, el Presidente de improviso pidió ubicar a
su Ministro de Deportes, el Secretario de Estado lo miró azorado. Se sabía que
el Presidente era fanático de los NY Yankees, su deporte era el baseball y
prácticamente lo ignoraba todo sobre el balompié, por lo que había que averiguar
a cuál de las dos hinchadas del fútbol argentino adscribían sus admirados
Yankees, la lógica indicaba que esa era una tarea de su Ministro de Deportes.
En el Salón Oval se sucedieron minutos tensos, los miembros del Estado Mayor
Conjunto consultaron en silencio los últimos informes de la CIA , finalmente sonó el
teléfono rojo: “estamos con Huracán”, se escuchó del otro lado. Y aquellas tres
palabras sellaron la posición de la principal potencia del mundo en la nueva
amenaza que se cernía sobre la paz del planeta.
Como correspondía en estos casos, se convocó al
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Antes de la reunión, China y la Federación Rusa
lanzaron sendos comunicados en el que se declaraban a favor de San Lorenzo de Almagro.
La Unión Europea ,
excepto las intransigentes Irlanda y República Checa, propusieron llegar a
algún tipo de acuerdo que desactivase el enfrentamiento, “quizás apoyando a
alguna hinchada no alineada como la del Al-Shabab de Arabia Saudita o el Racing
de Camerún podrían aquietarse las aguas” Las principales potencias prometieron
sopesar la propuesta y la reunión del Consejo se programó para el día siguiente
en la ciudad de Ginebra.
Mientras en los estratos del poder esto sucedía,
entre la población civil las víctimas se contaban por decenas de miles. La Argentina , el lugar
donde había estallado el conflicto, ya era tierra arrasada, se producían
movimientos de tropas y enfrentamientos en Venezuela, Colombia, México y
Bolivia. En el D.F. mexicano la gente comenzó a salir armada a la calle y los
carteles de la droga aprovecharon la anarquía para ejecutar sus crueles
venganzas. El caos desembarcó en el continente africano y Siria amenazó con
lanzar sus misiles atómicos.
Aunque sin datos concluyentes, entre las
principales escuadras del planeta se registraba el siguiente alineamiento:
* A favor de San Lorenzo: Real Madrid, Bayern Munich, Arsenal, Milan, Olympique de Marsella, Hamburgo, Dynamo, América de Cali, Santos y Cruz Azul.
* A favor de Huracán: Manchester United, Barcelona, Chelsea, Inter, Tottenham, Olimpyacos, Colo Colo, Peñarol, Flamengo y FC Torpedo de Moscú.
* A favor de San Lorenzo: Real Madrid, Bayern Munich, Arsenal, Milan, Olympique de Marsella, Hamburgo, Dynamo, América de Cali, Santos y Cruz Azul.
* A favor de Huracán: Manchester United, Barcelona, Chelsea, Inter, Tottenham, Olimpyacos, Colo Colo, Peñarol, Flamengo y FC Torpedo de Moscú.
La reunión del Consejo de Seguridad de la ONU fue un fracaso rotundo.
Japón y Alemania, si bien no opusieron reparos a su alineamiento con EE.UU.,
instaron a los miembros a aplicar urgentes sanciones económicas contra la Confederación Asiática
de Fútbol por sospechar que era utilizada como pantalla por el comunismo de
mercado chino para perpetrar espionaje industrial. Como represalia, Corea del
Norte amenazó, a su vez, con utilizar su arsenal nuclear. Un fanático se filtró
en la reunión, burlando la seguridad se subió al estrado y se inmoló a lo
bonzo. El desgraciado llevaba puesta una casaca de un equipo del ascenso de la Liga Árabe, lo que agregó más
confusión a la confusión porque era un club desconocido y no se sabía a cuál de
las facciones en pugna respondía.
A una semana de su inicio, la escalada de
violencia se hizo ingobernable: dos millones de muertos, dieciseis capitales
arrasadas, desabastecimiento, saqueos y los primeros desplazamientos masivos de
poblaciones hambrientas y desesperadas que huían a ninguna parte. John
W.Tornes, el destacado analista internacional de “The Washington Post”, señaló en su editorial: “la tan temida
Tercera Guerra Mundial finalmente ha estallado. Sus causas: un estúpido duelo
de hinchadas en un ignoto arrabal latinoamericano. Sin dudas un desenlace
esperado, que sólo denuncia el patético fracaso de la especie humana por
perpetuarse en la historia”
En el planeta lunar Oxímeris, Alawhi W,
Interceptor a cargo de la poderosa Antena Imbelonita III bostezó, estaba mal
dormido, la Jefatura
Suprema le había ordenado vigilar un pequeño planeta ubicado
en la galaxia vecina y a eso había dedicado las últimas cuarenta y ocho horas.
De pronto, una rara interferencia saturó el audio, Alawhi W intentó modular la
señal y aguzó el oído: escuchó una suma de voces que coreaban algo así como:
“ooooh.noten.és.ag.uan.te.tet”. Transcurrieron un par de segundos, la letanía
se repitió. Se disponía a ecualizar la transmisión para grabarla y pasar el informe cuando un resplandor
enceguecedor lo hizo caer de la butaca: el pequeño planeta de pronto se tornó
refulgente, pareció sufrir un breve espasmo, pasó a una coloración verde
violácea, volvió al brillante y estalló en mil pedazos. Nunca había presenciado
cosa parecida. Alawhi W pensó en el suceso que tendría para relatarle a su hembra-robot.
Fascinado, observó los diminutos trozos incandescentes que se esparcían en la
densa noche estelar, los fragmentos emitieron un último destello y se perdieron
para siempre.