Lo vimos acercarse
por el caminito de lajas, bordear las canchas, la pileta grande y caminar hacia
el sector de las mesas bajo los plátanos. El mismo andar bamboleante y un poco
a la deriva, la misma expresión bonachona de cuando a eso de las cinco cerraba el
negocio y se aparecía por el club con la bolsa de facturas.
Desde la plegadiza Cati se llevó las manos a la boca, Toresani paralizó el mate a mitad de camino y preguntó con voz de pito:
- ¿Yo veo mal o ese que viene ahí es Ramón?
Una reacción más que justificada, claro, ya que Ramón llevaba unos diez años de fallecido.
El vientre voluminoso, la toalla corta colgada al cuello, el short de baño azul y las eternas sandalias marrones, el tiempo parecía haber practicado un extravagante salto mortal hacia atrás; pero sin dudas era él, era nuestro amigo Ramón.
Fuera del perímetro de los plátanos el sol todavía pegaba fuerte. Al paso del visitante, en la zona de las especies venenosas, la Vieja Paoluci, Tota Smith y Martita Mercante, estiraron los cuellos y rotaron las cabezas de culebra señalando a las demás sombrillas el escándalo que representaba tamaña novedad. Ramón sorteó la prueba con estoicismo y se encaminó hacia nuestra mesa.
Aquella tarde estábamos Juan Titanti, Cati, Julito Ayerbe, Mary Salonia, Eduardo Toresani y yo; Obdulio Clavera y señora desde el día anterior estaban en Buenos Aires. Los nombrados, junto con Ramón y Teresita, la viuda –que desde hacía tres años había vuelto a casarse y vivía en Río Cuarto-, conformábamos la histórica “mesa de la canasta” del club.
Que así como así se aparezca alguien muerto una década atrás, por mejor amigo y buen compañero de cartas que haya sido, de por sí ya es toda una experiencia. Ramón se detuvo unos metros antes de llegar, alzó las cejas y nos contempló con una expresión de tímida alegría. El silencio obstinado creó una atmósfera irreal. Yo la verdad que no supe qué decir. Fue el agrio de Juan Titanti el que rompió el hechizo:
- ¿Qué es esto, una especie de chiste?
Ramón enrojeció.
- ¿Qué hacés acá?
Juan Titanti y Ramón nunca habían congeniado, en la prehistoria de “la mesa” se habían disputado los favores de Teresita, Ramón y su afabilidad habían triunfado, desde entonces y hasta su muerte la rispideces nunca habían sido zanjadas.
- Por suerte hoy no hay ningún cardíaco, ¿cómo se te ocurre aparecerte así?
Ya repuesta de la sorpresa, Mary terció en defensa del recién llegado:
- No es para tanto, che.
- Es verdad –apoyé yo- Es nuestro amigo.
Ramón me miró y se le humedecieron los ojos. A continuación, nos fue repasando uno a uno con una rara intensidad:
- Los veo tan bien.
Cati quiso decir algo pero no lo consiguió y Toresani le pasó una mano por los hombros. Ramón se sentó, alzó el mazo de cartas y se lo llevó a la nariz aspirando profundo. Era una situación inédita, por primera vez en su larga historia de vida la mesa de los chistes, las discusiones y la chachara interminable había extraviado las palabras. Por fin Mary dijo con tono casual:
- ¿Si querés armamos una partida?
Ramón, soltó las barajas y se incorporó de golpe:
- Después. Ahora, si no se enojan, querría algo que vengo deseando desde hace tiempo -y se sacó la musculosa, se ajustó el cordón de la malla y comenzó a desabrocharse las sandalias.
A nadie se le ocurrió detenerlo. Desde la mesa lo vimos caminar hacia la pileta, detenerse bajo la regadera, mojarse la espalda, el cabello ralo, e intercambiar un par de palabras con el Gallego García, que se había acercado a saludar.
En vida Ramón había sido un tipo apreciado, su familia, oriunda de Santiago del Estero, había instalado en la avenida principal una zapatería, al heredar el negocio Ramón consiguió agrandarla y un par de años después abrir un nuevo local del otro lado de la vía. Había sido un tipo tranquilo, de gustos simples, nada presuntuoso a pesar de que económicamente le había ido muy bien, y su muerte repentina había sorprendido a todos.
Concluida la ducha, se subió al borde y se tiró de cabeza. En el sector beligerante ya se había montado el operativo. La Vieja Paoluci y sus dos lugartenientes, ya estaban de pie reclutando aliados. Miraban hacia la pileta con movimientos expresionistas y hacían comentarios a viva voz. Ajeno a cualquier afán de violencia y en completa armonía con el agua clorada, Ramón nadó un largo completo sin detenerse.
- Está igual –dijo Julito.
Juan Titanti, cerró el diario:
- ¡Demasiados problemas tengo yo como para que ahora se aparezca este del más allá!
- ¿Y qué tiene, che?
- ¡Que siempre fue un vivo!
- ¡No digas pavadas!
- ¡No digo pavadas! ¿No te das cuenta cuál es su manejo? Siempre se quiso hacer notar.
- Relajate, Juan –medió Eduardo Caresani- Ramón siempre fue un tipo trasparente.
- Sos un ingenuo. ¿Te preguntaste alguna vez cómo hizo para hacer tanta plata?
Titanti se levantó de la plegadiza y alzó el termo vacío:
- Les adelanto que si se queda un rato más yo me voy –dijo, y se fue para el lado de la cantina.
Teresita y Ramón no habían tenido hijos, tras su muerte ella había seguido asistiendo a la mesa y Titanti luego de cumplido un plazo prudencial había vuelto a intentar la conquista, pero sin éxito. Cumplido el quinto aniversario, Teresita conoció a un viajante de comercio divorciado en un grupo para dejar de fumar y al tiempo se fueron a vivir a Río Cuarto.
- ¿Y el torneo de fútbol de fin de año se sigue haciendo?
Aquí estaba de nuevo, chorreando agua, con los ojos encendidos, un poco colorado por el esfuerzo.
- Empieza mañana –dijo Toresani.
- ¡Qué lástima! Me hubiera gustado ver por lo menos un partido.
- Te habrás enterado lo de River, ¿no? –dijo Julito, con tono zumbón.
- Prefiero que hablemos de otra cosa –lo cortó Ramón simulando indignación.
Cati, que estaba cortando un bizcochuelo, dejó el cuchillo y le posó la mano en el brazo:
- ¿Sabés lo de Teresita?
Ramón sonrió:
- Estuve con ella hace un rato.
Yo me desconcerté:
- ¿Cómo hace un rato? ¿Ella no está viviendo en Córdoba?
Nuestro amigo se frotó el cuero cabelludo con la toalla y la dejó sobre el respaldo de la plegadiza:
- Es algo complicado de explicar…
- Y dale, hay tiempo –dijo Cati.
Ramón suspiró:
- Bueno, mirá, es raro, pero si en algún momento uno tiene la necesidad y pide…
La voz de Juan Titanti, lo cortó:
- ¡Es él!
El grupo, de unos diez, con la Vieja Paoluci, Juan Titanti y Carbone, el cuidador del club, a la cabeza, venía en formación desde la cantina. Rápido de reflejos, Julito Ayerbe se incorporó de la reposera:
- ¿Qué pasa, Carbone?
El encargado titubeó:
- El señor…
- Es un antiguo socio.
Juan Titanti estalló:
- ¡Dejate de joder, Julio, este se murió hace diez años!
Mary se incorporó de la plegadiza:
- ¿Y cuál es el problema?
Fue el momento esperado por la vieja Paoluci:
- ¿Me permiten? En principio quiero decir que las integrantes de nuestra sombrilla nos alegramos de la visita de Ramón y, por supuesto, nos entristece su fallecimiento. Pero lamentablemente el club se rige por un Reglamento que en su apartado octavo dice…
Desde la segunda fila, Martita Mercante filtró una mano veloz con unas hojas impresas sujetas con un clip (se notaba que ya lo tenían ensayado) La vieja Paoluci se colocó unas gafas en la punta de la nariz y leyó con entonación leguleya:
-“Ante la extinción o desaparición física del socio, la administración del club suspende automáticamente su cuota social y el fallecido pasa a la categoría de ex socio”.
Mary le arrebató el documento de mala manera:
- ¿Me permitís, Paoluci? –y dio vuelta una hoja- El Reglamento también dice “el socio que por mudanza o traslado interrumpa la concurrencia regular al club, deja de pagar la cuota y, manteniendo los derechos, ingresa en la categoría de ‘socio no residente’”.
Juan Titanti volvió a estallar:
- ¿“Mudanza o traslado” adónde? ¡Al más allá! Mary, ¿vos me estás cargando?
El grupo beligerante comenzó a murmurar, Tota Smith, que se moría por intervenir, asomó la cabeza desde atrás:
- ¡Sin mencionar que el desubicado cometió la asquerosidad de meterse en la pileta!
Durante la refriega, Ramón se había mantenido en la plegadiza con la mirada baja, ya se había puesto la musculosa y ahora se calzaba las sandalias.
- Permítanme hacer una pregunta –terció Eduardo Toresani- ¿El Reglamento no dice también que se pueden traer invitados?
Las miradas de amigos y enemigos confluyeron en la Vieja Paoluci:
- Sí, sí, por supuesto. ¿Pero a Ramón quién lo invitó?
- ¡Yo! ¡YO! –aullaron a coro Cati, Mary y Eduardo.
Julito Ayerbe miró a Carbone y a la comitiva con expresión desafiante:
- ¡Situación zanjada! Como actual Tesorero, les repito que aquí está todo bajo control y el que tenga alguna otra queja que la plantee en la próxima reunión de comisión. ¿Estamos de acuerdo? ¡Carbone, vaya nomás!
Ante la firmeza de esas últimas palabras, los levantados en armas bajaron la vista y la Vieja Paoluci, la Tota Smith y Martita Mercante no tuvieron más remedio que girar sobre sus pasos y emprender la retirada. Juan Titanti agarró el estuche del mate, el bolso, las llaves del auto y se fue sin saludar.
Cuando se quedó entre amigos, Ramón se incorporó:
- Por favor, Julito, yo no quiero crear problemas.
- ¿No escuchaste? Vos sos nuestro invitado y te quedás –sentenció Mary Salonia.
Nos sentamos y mientras hacíamos la partida de canasta fue atardeciendo. Aquella siempre había sido la mejor hora del club, cuando se hacía la procesión de socios hacia los vestuarios, poco a poco se apagaban las voces, y crecía el canto de las chicharras y el olor húmedo del rocío.
Julián Doyle fue hasta la cantina. Al rato vino junto al cantinero con una tabla de fiambres, las cervezas y una botella de sidra helada.
Hablamos de los últimos diez años, de la suma de sucesos grandes y pequeños que fueron definiendo nuestras vidas; Ramón preguntaba, a continuación bebía las palabras del que hablaba con expresión ávida, se quedaba en silencio y por unos segundos sus ojos se llenaban de pasado.
En un momento, se hizo la pausa que todos de una u otra forma esperábamos.
- ¿Y, vas a hablar o no vas a hablar? –dijo Cati.
Nuestro amigo vació de un trago el vaso de sidra y la miró con una expresión de inocencia:
- ¿Ustedes quieren saber cómo es?
- ¡Y obvio!
Mientras buscaba las palabras, Ramón paseó la vista por la extensión de pasto cortado, por las mesas y las sombrillas vacías, se detuvo en la superficie lisa del agua de la pileta y suspiró.
Desde la plegadiza Cati se llevó las manos a la boca, Toresani paralizó el mate a mitad de camino y preguntó con voz de pito:
- ¿Yo veo mal o ese que viene ahí es Ramón?
Una reacción más que justificada, claro, ya que Ramón llevaba unos diez años de fallecido.
El vientre voluminoso, la toalla corta colgada al cuello, el short de baño azul y las eternas sandalias marrones, el tiempo parecía haber practicado un extravagante salto mortal hacia atrás; pero sin dudas era él, era nuestro amigo Ramón.
Fuera del perímetro de los plátanos el sol todavía pegaba fuerte. Al paso del visitante, en la zona de las especies venenosas, la Vieja Paoluci, Tota Smith y Martita Mercante, estiraron los cuellos y rotaron las cabezas de culebra señalando a las demás sombrillas el escándalo que representaba tamaña novedad. Ramón sorteó la prueba con estoicismo y se encaminó hacia nuestra mesa.
Aquella tarde estábamos Juan Titanti, Cati, Julito Ayerbe, Mary Salonia, Eduardo Toresani y yo; Obdulio Clavera y señora desde el día anterior estaban en Buenos Aires. Los nombrados, junto con Ramón y Teresita, la viuda –que desde hacía tres años había vuelto a casarse y vivía en Río Cuarto-, conformábamos la histórica “mesa de la canasta” del club.
Que así como así se aparezca alguien muerto una década atrás, por mejor amigo y buen compañero de cartas que haya sido, de por sí ya es toda una experiencia. Ramón se detuvo unos metros antes de llegar, alzó las cejas y nos contempló con una expresión de tímida alegría. El silencio obstinado creó una atmósfera irreal. Yo la verdad que no supe qué decir. Fue el agrio de Juan Titanti el que rompió el hechizo:
- ¿Qué es esto, una especie de chiste?
Ramón enrojeció.
- ¿Qué hacés acá?
Juan Titanti y Ramón nunca habían congeniado, en la prehistoria de “la mesa” se habían disputado los favores de Teresita, Ramón y su afabilidad habían triunfado, desde entonces y hasta su muerte la rispideces nunca habían sido zanjadas.
- Por suerte hoy no hay ningún cardíaco, ¿cómo se te ocurre aparecerte así?
Ya repuesta de la sorpresa, Mary terció en defensa del recién llegado:
- No es para tanto, che.
- Es verdad –apoyé yo- Es nuestro amigo.
Ramón me miró y se le humedecieron los ojos. A continuación, nos fue repasando uno a uno con una rara intensidad:
- Los veo tan bien.
Cati quiso decir algo pero no lo consiguió y Toresani le pasó una mano por los hombros. Ramón se sentó, alzó el mazo de cartas y se lo llevó a la nariz aspirando profundo. Era una situación inédita, por primera vez en su larga historia de vida la mesa de los chistes, las discusiones y la chachara interminable había extraviado las palabras. Por fin Mary dijo con tono casual:
- ¿Si querés armamos una partida?
Ramón, soltó las barajas y se incorporó de golpe:
- Después. Ahora, si no se enojan, querría algo que vengo deseando desde hace tiempo -y se sacó la musculosa, se ajustó el cordón de la malla y comenzó a desabrocharse las sandalias.
A nadie se le ocurrió detenerlo. Desde la mesa lo vimos caminar hacia la pileta, detenerse bajo la regadera, mojarse la espalda, el cabello ralo, e intercambiar un par de palabras con el Gallego García, que se había acercado a saludar.
En vida Ramón había sido un tipo apreciado, su familia, oriunda de Santiago del Estero, había instalado en la avenida principal una zapatería, al heredar el negocio Ramón consiguió agrandarla y un par de años después abrir un nuevo local del otro lado de la vía. Había sido un tipo tranquilo, de gustos simples, nada presuntuoso a pesar de que económicamente le había ido muy bien, y su muerte repentina había sorprendido a todos.
Concluida la ducha, se subió al borde y se tiró de cabeza. En el sector beligerante ya se había montado el operativo. La Vieja Paoluci y sus dos lugartenientes, ya estaban de pie reclutando aliados. Miraban hacia la pileta con movimientos expresionistas y hacían comentarios a viva voz. Ajeno a cualquier afán de violencia y en completa armonía con el agua clorada, Ramón nadó un largo completo sin detenerse.
- Está igual –dijo Julito.
Juan Titanti, cerró el diario:
- ¡Demasiados problemas tengo yo como para que ahora se aparezca este del más allá!
- ¿Y qué tiene, che?
- ¡Que siempre fue un vivo!
- ¡No digas pavadas!
- ¡No digo pavadas! ¿No te das cuenta cuál es su manejo? Siempre se quiso hacer notar.
- Relajate, Juan –medió Eduardo Caresani- Ramón siempre fue un tipo trasparente.
- Sos un ingenuo. ¿Te preguntaste alguna vez cómo hizo para hacer tanta plata?
Titanti se levantó de la plegadiza y alzó el termo vacío:
- Les adelanto que si se queda un rato más yo me voy –dijo, y se fue para el lado de la cantina.
Teresita y Ramón no habían tenido hijos, tras su muerte ella había seguido asistiendo a la mesa y Titanti luego de cumplido un plazo prudencial había vuelto a intentar la conquista, pero sin éxito. Cumplido el quinto aniversario, Teresita conoció a un viajante de comercio divorciado en un grupo para dejar de fumar y al tiempo se fueron a vivir a Río Cuarto.
- ¿Y el torneo de fútbol de fin de año se sigue haciendo?
Aquí estaba de nuevo, chorreando agua, con los ojos encendidos, un poco colorado por el esfuerzo.
- Empieza mañana –dijo Toresani.
- ¡Qué lástima! Me hubiera gustado ver por lo menos un partido.
- Te habrás enterado lo de River, ¿no? –dijo Julito, con tono zumbón.
- Prefiero que hablemos de otra cosa –lo cortó Ramón simulando indignación.
Cati, que estaba cortando un bizcochuelo, dejó el cuchillo y le posó la mano en el brazo:
- ¿Sabés lo de Teresita?
Ramón sonrió:
- Estuve con ella hace un rato.
Yo me desconcerté:
- ¿Cómo hace un rato? ¿Ella no está viviendo en Córdoba?
Nuestro amigo se frotó el cuero cabelludo con la toalla y la dejó sobre el respaldo de la plegadiza:
- Es algo complicado de explicar…
- Y dale, hay tiempo –dijo Cati.
Ramón suspiró:
- Bueno, mirá, es raro, pero si en algún momento uno tiene la necesidad y pide…
La voz de Juan Titanti, lo cortó:
- ¡Es él!
El grupo, de unos diez, con la Vieja Paoluci, Juan Titanti y Carbone, el cuidador del club, a la cabeza, venía en formación desde la cantina. Rápido de reflejos, Julito Ayerbe se incorporó de la reposera:
- ¿Qué pasa, Carbone?
El encargado titubeó:
- El señor…
- Es un antiguo socio.
Juan Titanti estalló:
- ¡Dejate de joder, Julio, este se murió hace diez años!
Mary se incorporó de la plegadiza:
- ¿Y cuál es el problema?
Fue el momento esperado por la vieja Paoluci:
- ¿Me permiten? En principio quiero decir que las integrantes de nuestra sombrilla nos alegramos de la visita de Ramón y, por supuesto, nos entristece su fallecimiento. Pero lamentablemente el club se rige por un Reglamento que en su apartado octavo dice…
Desde la segunda fila, Martita Mercante filtró una mano veloz con unas hojas impresas sujetas con un clip (se notaba que ya lo tenían ensayado) La vieja Paoluci se colocó unas gafas en la punta de la nariz y leyó con entonación leguleya:
-“Ante la extinción o desaparición física del socio, la administración del club suspende automáticamente su cuota social y el fallecido pasa a la categoría de ex socio”.
Mary le arrebató el documento de mala manera:
- ¿Me permitís, Paoluci? –y dio vuelta una hoja- El Reglamento también dice “el socio que por mudanza o traslado interrumpa la concurrencia regular al club, deja de pagar la cuota y, manteniendo los derechos, ingresa en la categoría de ‘socio no residente’”.
Juan Titanti volvió a estallar:
- ¿“Mudanza o traslado” adónde? ¡Al más allá! Mary, ¿vos me estás cargando?
El grupo beligerante comenzó a murmurar, Tota Smith, que se moría por intervenir, asomó la cabeza desde atrás:
- ¡Sin mencionar que el desubicado cometió la asquerosidad de meterse en la pileta!
Durante la refriega, Ramón se había mantenido en la plegadiza con la mirada baja, ya se había puesto la musculosa y ahora se calzaba las sandalias.
- Permítanme hacer una pregunta –terció Eduardo Toresani- ¿El Reglamento no dice también que se pueden traer invitados?
Las miradas de amigos y enemigos confluyeron en la Vieja Paoluci:
- Sí, sí, por supuesto. ¿Pero a Ramón quién lo invitó?
- ¡Yo! ¡YO! –aullaron a coro Cati, Mary y Eduardo.
Julito Ayerbe miró a Carbone y a la comitiva con expresión desafiante:
- ¡Situación zanjada! Como actual Tesorero, les repito que aquí está todo bajo control y el que tenga alguna otra queja que la plantee en la próxima reunión de comisión. ¿Estamos de acuerdo? ¡Carbone, vaya nomás!
Ante la firmeza de esas últimas palabras, los levantados en armas bajaron la vista y la Vieja Paoluci, la Tota Smith y Martita Mercante no tuvieron más remedio que girar sobre sus pasos y emprender la retirada. Juan Titanti agarró el estuche del mate, el bolso, las llaves del auto y se fue sin saludar.
Cuando se quedó entre amigos, Ramón se incorporó:
- Por favor, Julito, yo no quiero crear problemas.
- ¿No escuchaste? Vos sos nuestro invitado y te quedás –sentenció Mary Salonia.
Nos sentamos y mientras hacíamos la partida de canasta fue atardeciendo. Aquella siempre había sido la mejor hora del club, cuando se hacía la procesión de socios hacia los vestuarios, poco a poco se apagaban las voces, y crecía el canto de las chicharras y el olor húmedo del rocío.
Julián Doyle fue hasta la cantina. Al rato vino junto al cantinero con una tabla de fiambres, las cervezas y una botella de sidra helada.
Hablamos de los últimos diez años, de la suma de sucesos grandes y pequeños que fueron definiendo nuestras vidas; Ramón preguntaba, a continuación bebía las palabras del que hablaba con expresión ávida, se quedaba en silencio y por unos segundos sus ojos se llenaban de pasado.
En un momento, se hizo la pausa que todos de una u otra forma esperábamos.
- ¿Y, vas a hablar o no vas a hablar? –dijo Cati.
Nuestro amigo vació de un trago el vaso de sidra y la miró con una expresión de inocencia:
- ¿Ustedes quieren saber cómo es?
- ¡Y obvio!
Mientras buscaba las palabras, Ramón paseó la vista por la extensión de pasto cortado, por las mesas y las sombrillas vacías, se detuvo en la superficie lisa del agua de la pileta y suspiró.