miércoles, 10 de julio de 2019

Roland Garros


- No podía arruinarla. De una forma o de otra yo el partido iba a ganarlo.
- Pero no te apures, vayamos por orden. Todavía están en el vestuario, faltan unos minutos para salir, afuera se escucha el público, está repleto, ¿qué pensabas en ese momento?
-  Te lo estoy diciendo: que no podía perder.
- ¿Así nada más? ¿Te decías no puedo perder?
- Me decía: no voy a ser el típico jugador que pierde una final por no salir a buscar el partido, por no agotar todas las posibilidades que tiene a su alcance.
-  Pero vos no te sentías favorito.
- No, obvio. Él venía de una temporada increíble, había ganado Buenos Aires, Montecarlo, Hamburgo, había sido finalista en el Master Series de Miami. Pero yo sabía que había algo que lo emparejaba.
- ¿Qué cosa?
- La pica, la rivalidad.
- ¿Se tenían pica?
- Nos odiábamos. Enfrentarnos era como un clásico del fútbol. No importaba mucho quién estaba mejor o peor, ¿entendés? Y por otro lado, para mí Roland Garros había sido siempre una obsesión. Como una especie de enfermedad, la razón por la que me había dedicado al tenis. Tenía que ganar.
- Bueno, él podía estar pensando lo mismo, ¿no?
- No, él no.
- ¿Por qué?
- Porque era un pecho frío, un jugador increíble, pero frío, sin sangre. Lo importante era que yo había llegado a la final, ¿entendés? Y nada ni nadie me la iba a robar.
- Vayamos al partido: los dos primeros sets para él fueron bastante fáciles. Vos no te podías soltar, no estabas jugando bien.
- Los dos primeros sets yo la estaba pasando mal. Me decía “¡Reaccioná! Estás haciendo el papelón más grande de una final de Grand Slam”. Y lo peor de todo es que no estaba jugando mal, era él que estaba jugando tremendamente bien.
- No te daba una chance.
- No. Viste que generalmente vos vas dos-cero o cuatro-cero y se te da una posibilidad y si hacés el punto ya empezás a conectarte, a jugar un poco más. Bueno, él no me la daba, siempre que lo tenía para ganar me hacía un tiro fantástico, que no sé de dónde sacaba, y ganaba el punto.
- Igual en el segundo sets algo empezó a cambiar.
- Sí, fue en el final del segundo. Peloteando, empecé a darme cuenta de qué comenzaba a emparejarlo. Y ya el tercero lo gané seis-cuatro.
- Entonces se dio lo del calambre.
- Sí.
- ¿Él se acalambró porque estabas vos enfrente, por la rivalidad que tenían, o le hubiese pasado lo mismo con cualquier otro rival? ¿Qué pensás?
- Que no se acalambró.
- ¿Decís que lo simuló?
- ¡Totalmente! Como te dije antes, entre nosotros había un partido aparte, nos detestábamos, la temporada anterior nos habíamos peleado mal. Yo siempre fui muy emocional, algo sacado, si querés, y él lo aprovechaba. Justo antes de enfrentarnos en Madrid hizo correr la bola de que mi novia me estaba metiendo los cuernos con Robby Mueller.
- Bueno, vos no eras ningún inocente, lo acusaste de arreglar partidos por plata.
- Se lo merecía, por no tener códigos, por mentiroso. ¿Vos por qué lo defendés?
- No lo defiendo…
- ¡Sí que lo defendés!
- Yo solo digo que…
- ¡El tipo era una cucharada de moco, un soberbio y una mala persona! ¿Preguntá en el circuito? ¿Preguntá a los que lo enfrentaron las actitudes que tenía en el vestuario? ¡Era una mala persona, era un hijo de mil putas!
- Bueno, pará, bajá la voz porque van a venir a buscarme y vamos a tener que cortar.
- Okey, dale.
- Volvamos a lo del calambre.
- El calambre. Si vos recordás, lo del calambre fue la misma situación que habíamos vivido en Hamburgo. También se había acalambrado y en el tercer sets me ganó dándome el baile de mi vida. Yo sé lo que es acalambrarse, tuve que abandonar un montón de partidos por acalambrarme: no podés moverte. Y si ahora estaba acalambrado, para mí es imposible que jugara un quinto set como después jugó.
- No te adelantes, estamos en el cuarto, cuando vos lo ves  a él rengueando, con dificultades para desplazarse…
- ¿Sos sordo o te falta un golpe de horno? ¡Te digo que no estaba acalambrado!
- Disculpame. Cuando vos lo veías simulando ese calambre, ¿no se te hacía difícil seguir jugando?¿No te afectó la concentración?
- Para nada. No me hizo ningún efecto, ya había aprendido la lección. Estaba ahí para ganar como fuese. Si se acalambraba, si se quebraba una gamba, si le daba un ACV, era lo mismo. Recordá lo que dije al principio: yo iba a ganar.  A ver, por ahí no termino de explicar bien la dimensión de todo esto: ¡era la final de Roland Garros, el sueño de mi vida, la fantasía de cualquier tenista!
- Está claro. Volvamos al cuarto set: ese lo ganaste seis uno.
- Sí, me sentí por primera vez fuerte, pero al mismo tiempo empezaba a pensar en lo que se venía: yo sabía que el quinto iba a ser una guerra.
- En el quinto él tuvo dos match point.
-  Fue muy loco, porque yo nunca me había caracterizado por tener la cabeza fuerte. Pero estaba match point abajo y me decía “Esperá, tranquilo que no te lo gana. El maricón no te lo gana”. Y los levanté las dos veces.
- Y entonces llegó tu oportunidad.
- Exacto, lo doy vuelta, me pongo siete-seis, quince-cuarenta arriba y tengo mi oportunidad de partido.
- ¿Qué pensaste en ese momento?
-  Fue raro, antes de que él sacara me pasaron mil quinientas cosas por la cabeza. Empecé a pensar en todo lo que había vivido desde chico con el tenis, me acordaba de mi familia, de mi primer entrenador. Estaba ahí, ¿entendés?, a nada de ganar. Era el sueño de toda mi carrera.
- ¿Cómo fue ese punto? Describilo.
- Cuando él sacaba yo generalmente le devolvía por el medio, porque si le devolvía a los costados, le daba más ángulo y me hacía correr mucho. Entonces me digo: le devuelvo por el medio la que viene y me va a venir más o menos por el medio. Saca, yo salgo por el medio por el lado del drive  y me tira un paralelo de derecha fuerte, un golpe que no me había tirado en todo el partido. Me desconcierto y medio que la meto así como puedo. Empezamos a pelotear el punto y en ese momento pasa lo que yo ya sabía que en algún momento iba a pasar.
- ¿Qué cosa?
- Me viene a la cabeza el pensamiento más temido. Yo soy un tipo complicado, ya lo sabés, siempre fui de sabotearme, de problematizar, de buscarle el pelo al huevo a todo.  Estamos peloteando entonces me digo: aunque lo tengo match point está mejor que yo. Si levanta este punto seguro que me gana los tres siguientes y pierdo el partido. Era algo más fuerte que una intuición, era una certeza, ¿comprendés? De algún lado me venía esa imagen de lo que sí o sí iba a pasar, y yo no podía hacer nada para impedirlo.
- Y entonces sucedió.
- Sí, entonces sucedió.
- A ver, detengámonos un momento. Desde que estás acá, esto nunca lo contaste en una entrevista, ¿podés hacerlo en detalle?
- Estamos quince-cuarenta, él me deja una bastante fácil al revés y yo le tiro un passing corto y lo traigo a la red. Me la devuelve accesible al drive -en el medio yo tengo este pensamiento insistente, machacándome la cabeza: “está mejor, está mejor, me va a ganar”. Entonces le tiro un globo alto, más alto de lo necesario. Yo calculo los segundos que va a tardar hasta que baje y él pueda devolverlo; y mientras la pelota flota en el aire corro hasta mi banco, abro el bolso, saco la pistola que ya tenía preparada, voy de su lado, me le acerco y le disparo.
- ¡Impresionante!
- Sí, fue bastante impresionante. Una sola bala, le di en la cabeza.
- ¿Murió en el acto?
- Es lo que dijeron los médicos después. A mí me hubiera gustado que viviera unos segundos más para que viera lo que iba a pasar a continuación.
- Te confieso que en mis años de periodista presencié algo parecido: fue el momento más delirante que viví en un partido de tenis. El silencio que se creó en el estadio fue algo único.
- Sí, es verdad.
- ¿Y cómo fue lo del ampayer? ¿También lo tenías planeado?
- Sí, obvio. Yo sabía que si después del disparo el ampayer no anulaba el punto, por reglamento yo lo ganaba y, como estábamos match point, ganaba el torneo. Así que me acerqué a la silla y…
- También le disparaste.
- Sí, en el medio del pecho.
- ¡Impresionante!
- También fue bastante impresionante. Entonces ahí sí, guardé la pistola, tiré la raqueta al aire, me fui al centro de la cancha y se desató la locura.
- No hubo mucha locura. Para ser justos el público no aplaudió.
- ¡Sí aplaudió!
- No aplaudió. Sólo se escucharon las palmas de un par de desorientados que no terminaban de comprender lo que acababa de pasar.
- Para mí fue suficiente. Yo estaba llorando como un chico, finalmente cumplía el sueño por el que había trabajado toda mi vida. Ya era el nuevo campeón y nadie podía quitarme eso. ¡Era el campeón! ¡Era el número uno! ¡Era el mejor!
- Bueno, acá vienen a buscarme. Qué lástima. Me tengo que ir. ¿Puede ser una última pregunta?
- Dale.
- ¿Valió la pena? Quiero decir, ¿en todo este tiempo nunca te preguntaste si no hubiese sido mejor jugar ese punto, que terminar así, en la cárcel, con una condena a perpetua, lejos de tu país quizás por el resto de tu vida?
- Obvio que sí. Por supuesto que valió la pena. Era mi sueño y lo logré. Como te dije al principio, de una o de otra forma yo iba a ganar. No podía arruinarla. Y entré en la historia del tenis, soy campeón de Roland Garros. Soy el campeón. No es poca cosa, ¿no?

martes, 2 de julio de 2019

Caripelas


Sector Cajas, ventanilla, detrás el CAJERO sellando formularios. Llega un cliente que no vemos.
CAJERO: ¡No te puedo creer! (mira el reloj, mira al cliente) ¡Diez minutos! ¡Diez putos minutos para cerrar! ¿Qué le pasa a la gente? ¿No tiene nada mejor que hacer? (sella, mira con disimulo)  Mmmm. Y qué caripela. ¿Por qué moverá así las manos? Raro, ¿no? ¡Ah, bueno, ahora te vas a empezar a sugestionar! No, no me sugestiono. Pero que es raro es raro. Alguien que viene faltando diez minutos y mueve así las manos (deja de sellar) ¡La puta madre, me va a chorear! ¡No te puedo creer! ¡El hijo de mil putas me va a chorear! (vuelve a sellar a velocidad) ¡Y justo un viernes! ¡Cagado por un elefante, más que eso, cagado por una manada entera de elefantes estoy yo! (deja de sellar) Serenidad. No tengo que demostrar emociones (canturrea) Hoy es viernes / joda, joda, joda / Hoy es viernes / joda, joda, joda… Y fijate vos como se hace el desentendido. Estos con cara de desentendidos son los peores, por lejos son los más violentos. Familias disfuncionales, droga. ¿Habrá otro afuera de campana? Seguro. Y un tercero esperando en el auto. ¡Y todos enfierrados! (sella a velocidad y se detiene) ¿Cómo me va a decir? “¿Arriba las manos?” “¿Quédese quieto y deme todo?” Una antigüedad, no. Ahora usan palabras incomprensibles, argot tumbero, lo vi en “Policías en acción” “Eeeeh, eeeehh, salchicha, rescatate y aflojá la bolsa” ¡Pará, pará, pará! ¿Y si no se qué está diciendo cómo voy a responder? ¡Es un riesgo tremendo! Por ahí sin comerla ni beberla no entiendo, contesto cualquier cosa, el tipo lo toma a mal, dispara y pierdo la vida (lloriquea) ¡La puta madre, no tengo que demostrar emociones pero no puedo! ¡Estoy histérico! (se siente el ruido de un pedo)  ¡No te digo que estoy cagado por los elefantes! De los nervios se me escapó un gas (vuelve a sellar, mira con disimulo) ¿Habrá escuchado? No parece. Por suerte son cuescos inoloros. Es lo que le digo a Celeste cuando estamos en la cama y se me escapa uno: “Es solo el ruido, mi amor. Si no tienen olor” Tengo que serenarme y pensar en otra cosa (vuelve a sellar, mira con disimulo) Hoy es viernes / joda, joda…¿Y el fierro? Generalmente se lo calzan en la cintura. Una Berza nueve milímetros, o la Glock que usan los del FBI en “Criminal Minds”. ¿Cómo harán cuando tienen que sacarlo? A mí me temblaría todo, estaría pensando cada momento en que se me va a escapar un tiro. ¿Se te escapan los pedos no se te va a escapar un tiro? Seguro que practica en la casa, se para frente al espejo antes de cada asalto. “¡Eeeeh, eeeh, gato, no te amotinés y aflojá el monedero”… La puta madre, y qué pibes que parecen. Uno los ve así flaquitos, con cara de nada y se dice: no puede ser. Y después resulta que es: tiene diez asaltos a mano armada, veinticuatro secuestros extorsivos, cinco homicidios (por primera vez, hablándole al cliente) ¡Ya te atiendo, eh! (volviendo al soliloquio) ¡Una mierda te voy a atender! ¿Qué soy boludo, yo? A las tres baja el patovica de seguridad y te recontra-recaga a trompadas. ¡Lacras, parásitos sociales! ¡A todos estos hay que pasarlo por las armas! ¿Qué cárcel ni ocho cuartos? ¡Hay que hacerlos mierda! (deja de sellar, mira a un costado de la ventanilla) Si por lo menos funcionara el puto botón anti pánico. Estos cráneos ponen un botón anti-pánico y no lo conectan. “Estimado señor malviviente, la sucursal cuenta con botón anti-pánico. Pero no se inquiete, por cuestiones de reforma y para su mejor desenvolvimiento está desconectado.” ¡Qué país, mi Dios! (vuelve a sellar, espía al cliente) No sé si serán los nervios, pero a esa cara yo la tengo. ¿A quién me hace acordar? (interrumpe abruptamente el sellado) ¡Ya éstá! ¡Al primer novio de Vicky! ¿Cómo se llamaba? Manuel, Nahuel. Pero no puede ser. ¿Cuánto hace que no lo veo? A ver, estuvieron alrededor de año, año y medio cuando Vicky terminó el colegio. 2015. Se enojaron unos meses, volvieron. 2016. Después se pelearon definitivamente. 2017. ¿Y si es? ¿Y si es y por ahí también me reconoció y le digo que deponga la actitud? “Soy yo, Nahuel o Manuel, soy Carlos, el padre de Vicky, ¿no me reconocés? Te gustaban las milanesas con limón. Y cuando venías a cenar hablábamos de Independiente. ¿Recordás? ¡Qué campaña la del rojo ese año!” ¡La puta madre, qué encrucijada! ¿Qué hago? ¿Le pregunto? No, es un disparate (al cliente, de sopetón) ¿Nahuel?... Digo, ¿Manuel?…. N-no, nada, nada, disculpame. Te confundí con alguien. ¡Ya te atiendo, eh! (volviendo al soliloquio) ¡Mierda, te voy a atender! ¿Cómo voy a confundir a un chorro hijo de mil putas con el novio de mi hija? Yo no tengo perdón de Dios. ¡Basuras! ¡Lacras sociales! (vuelve a sellar a velocidad) ¡Ahora vas a ver cuando te agarre el patovica! Me va a divertir mirarlo: es un enfermo de la violencia el tipo ese, le encanta causar dolor. Y mientras tanto, no tengo que  demostrar emociones (canturrea) Hoy es viernes / joda, joda, joda… ¿Pero cómo puedo no demostrar emociones si me van asaltar? ¿Qué soy, de telgopor? ¿De silicona de poliuretano, soy? Tengo que luchar por mi vida, por vos, Celeste, y por Vicky. Debería pensar en algo inteligente. Yo siempre fui un tipo inteligente (sella a velocidad y se detiene) ¡Ahí está! Una señal. Tengo que hacer que doy una señal para alertar al centro de monitoreo. Obvio que no hay ningún centro de monitoreo pero el chorro hijo de puta lo ignora. Me va a ver haciendo la señal y si tiene dos neuronas que le hagan contacto va a deducir que en tres segundos va a caer la Federal, el Grupo Geo, SWAT, Gendarmería, la policía montada y se va a dar a la fuga. ¡Brillante! ¡Plan perfecto!  Entonces, ¿qué puede ser? Algo sutil, un movimiento discreto (mira sugestivamente al cliente y se toca el lóbulo de la oreja,) No, muy femenino. Algo más “Avengers”, más superhéroe. Algún motivo con los brazos, por ejemplo (mira desafiante al cliente, levanta ambos brazos y los cruza por sobre su cabeza) Una payasada, una verdadera porquería. ¿Y algún tipo de clave sonora? (da un gritito, tiempo de espera observando la reacción del otro, da otro gritito, ídem) ¿Pero qué hago? ¿Qué estás haciendo, Carlos? ¡Un poco de amor propio, sos argentino, algo de dignidad! Si te tienen que chorear que te choreen, a asumirlo con la frente bien alta (vuelve a sellar frenéticamente, lloriquea) ¡Qué necesidad, decime vos! Seguir de cajero por este sueldo de miseria, sin seguridad, expuesto a cualquier loquito parecido al ex novio de tu hija. Le tendría que haber hecho caso a Celeste cuando salió lo de cultivar nueces pecanas en el Tigre (de golpe, mira al cliente) ¿Y ahora? ¿Qué está haciendo?  (sale de la caja, muestra decepción) ¿Se va? ¿Cómo que se va? ¿Te arrepentiste? ¿Arrugaste? (tiempo) Ah, no, salió para atender el celular (regresa detrás de la caja y vuelve a sellar) Acá vuelve. Ya sabía yo, no podía tener tanta suerte. ¿Con quién habrá hablado? Con el jefe, obvio. El tipo seguro que lo presionó para que apure la cosa (al cliente) ¡Ya te atiendo, eh! (volviendo al soliloquio)  ¡Mierda te voy a atender! ¿Y si me tiro al piso y me desmayo? Cuando nos quisieron cobrar la multa en Córdoba, Celeste me obligó, hice el desmayo y salió perfecto. ¡Pero no! ¡Basta, viejo! ¡Que se acabe esta locura! ¡A tomar el toro por las astas y a enfrentar lo que venga! (con resolución, al cliente) Ahora sí, decime, querido, ¿qué andás necesitando?…. ¿El ABL? ¿La boleta de ABL, decís? ¿Me estás jodiendo?... N-no, no, discúlpame. Quiero decir, si me hubieras dicho antes. Para el pago de impuestos municipales es en el Banco Ciudad, acá a la vuelta…. No, por favor, chau, chau, querido. ¡¡Jajaja! ¡El ABL! ¡La puta que lo parió! Esto pasa por sugestionarte. Mucha serie policial, mucho Netflix, eso es lo que pasa (ordena la pila de formularios, canturrea) Hoy es viernes / joda, joda, joda. Ahora sí, hora de cerrar (ve llegar a otro cliente) Pero… ¡Ah, no! (mira el reloj) ¡No te puedo creer! ¡Dos minutos! ¡Faltan dos putos minutos! ¿Pero qué le pasa a la gente, digo yo? (se pone a sellar maquinalmente, observa al nuevo) Mmmm, ¿y este? ¡Qué caripela, por Dios! Este sí. Este seguro que sí.
APAGÓN