El Departamento de Letras de la Universidad Nacional del
Noroeste, en un escueto comunicado publicado por “El lector”, su órgano de
difusión, informó el hallazgo de la última obra literaria de Andrés Cuantemoc
Frene.
Los originales, consistentes en un grueso block de hojas escritas
a mano alzada, con manchas de dulce y parcialmente quemados, se titulan
“Programa del fin del mundo” y fueron encontrados entre las cenizas de un
brasero en los fondos del domicilio del singular escritor bonaerense.
Su descubrimiento estuvo a cargo del profesor Pedro
Gabriel García, especialista en la obra de ACF, quien haciéndose eco de algunos
rumores de pasillo que aseguraban la existencia de un manuscrito inacabado del
artista, se apersonó en la vieja casona abandonada y concretó el hallazgo.
Narrador, ensayista, poeta y dramaturgo, Andrés Cuantemoc
Frene nació en la localidad de Agustina. Hijo de Aldana Pulido y Lucio “Chichín”
Frene, un conocido empresario de electrodomésticos de la zona, quedó huérfano a
temprana edad y a partir de ese momento se dedicó a hacer gimnasia, a la
escultura con fósforos y a la “lectura sistémática”, esto es, a leer en orden
alfabético ascendente -comenzando con las autores con “z”- el catálogo completo
de los volúmenes de la biblioteca municipal local.
Pronto despuntó su carácter intolerante y su personalidad
esquiva. Desde sus primeros escritos juzgó a su obra como “basofia” e “inútil
pérdida de tiempo”. Se mantuvo al margen de los cenáculos literarios y desarrolló
un profundo pesimismo. Siguiendo el pensamiento de Schopenhauer, para ACF “las cosas no son tan malas como
parecen, son peores”.
En 1974 -sin mucho entusiasmo- finaliza su primera obra a
la que titula “¡A ver si nos callamos!”, un largo poema épico sobre el tratado
Roca-Runciman. La originalidad de la propuesta, más allá de su temática,
radicaba en el hecho de que el trabajo solo tenía una existencia mental, esto
es, ACF había decidido no darle una entidad exterior concreta en papel; por lo
que una vez editado el libro contó con prólogo, con tapa y contratapa a tres
colores, pero todas sus páginas iban en blanco.
El ambiente literario lo rechazó, el escritor fue acusado
de frívolo, de ególatra, y el frente de la casona paterna fue salvajemente
cascoteado. ACF, en vez de rebelarse, estuvo de acuerdo. “Hacen muy bien –dijo-
Yo reaccionaría igual. ¿Qué me propongo con esta mierda?”.
A partir de “¡A ver si nos callamos!” en los cinco años subsiguientes
ACF edita “La felicidad es de los otros”, “De qué se ríen”, “Balada del anciano
con gota”, (novelas), “Incomprensiones
1”, “Incomprensiones 2”, “Incomprensiones 3” e “Incomprensiones 4” (poesía) y “La
oscuridad de la razón”, una extensa investigación histórica sobre la crisis del
‘30´ y su impacto en la industria de la marroquinería y las tiendas de ropa interior
femenina.
Su estrategia literaria es la misma, las obras nacen,
maduran y concluyen en la imaginación de ACF y su posterior edición es con las
páginas en blanco. El escritor se vuelve aún más resistido, los reseñistas se
ven en figurillas para redactar las críticas de sus libros, se lo acusa de
fraude, se lo tilda de provocador, algunos especulan con la incidencia de una
enfermedad mental preexistente. Las ventas lógicamente no ayudan y Fidalgo Hnos.,
su editorial, finalmente lo abandona.
En 1979 Andrés Cuantemoc Frene no recibe los Premios
Alfaguara y Biblioteca Breve de novela, ni el Premio Anagrama de ensayo, ni el Premio
Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez de poesía.
En 1983 su repulsión hacia el acto manual de escribir
aumenta, para no obligarse a redactar, incluso, memoriza las listas de las compras. Cuando debe conceder entrevistas
hiperventila y sufre crisis de angustia.
A pesar de su aversión al contacto social comienza a
tener adeptos: integrantes de asociaciones de solos y solas, de clubes de doma
y grupos de extrema derecha empiezan a seguirlo. La atracción es un verdadero
misterio, ya que debido a las características propias de la producción literaria
del ACF ninguno ha leído de él ni una sola línea. Sin embargo tratan de
contactarlo, le envían telegramas, montan guardia frente en su domicilio, pero
una y otra vez el polígrafo los rechaza, los denuncia al 911, incluso les
arroja agua con vinagre desde las ventanas.
Su pulsión literaria, en tanto, no halla sosiego. En 1986
sale a la luz “Lobotomía ya”, poemas, “¿Vamos a jugar a que tenemos vida
interior?”, teatro para niños, y “El libro de la desazón”, una novela de
ciencia ficción donde los seres humanos deciden auto-eliminarse al descubrir
que hace 25.000 años fueron clonados por extraterrestres.
ACF decide innovar: con su última producción volverá al
formato tradicional, esto es, los libros tendrán capítulos impresos y cada
página estará rellena de palabras. Desoyendo el consejo de su nuevo editor, el
escritor agustinense publica un único ejemplar de cada obra, que lee en voz
alta a Lin, la encargada del supermercado chino en el que se aprovisiona y con
quién ha entablado una relación, para luego incinerarlos en la parrilla del
fondo de su casa.
“Los estímulos que la sociedad actual pone a nuestro
alcance –sostiene el artista- nos sobre-excitan y desvían nuestra atención
respecto a la principal actividad de nuestra existencia: dormir”
En 1989 ACF no recibe el Premio Internacional Rómulo
Gallegos, ni el Premio Herralde de novela, ni el IV Premio de Dramaturgia
Hispana de Chicago.
Ese mismo año, el artista escucha por la radio el rumor
de que es uno de los candidatos a recibir el Nobel de Literatura. ACF decide
llamar a la academia sueca, lo comunican con recepción, donde deja dicho que
los premios literarios son “tentaciones que corroen el innato sinsentido de la
creación” y que si le otorgan el Nobel de
ningún modo va a aceptarlo.
Andrés Cuantemoc Frene ya tiene setenta años. Ha
experimentado con libros mentales, ha escrito volúmenes corrientes y ahora la
intuición le dice que debe buscar algo más. En una noche de insomnio, entonces,
descubre que a partir de ese momento su relación con la literatura va a ser sólo
de ideas. Los próximos años va a dedicarse únicamente a pensar ideas para
libros, de las que no va a desarrollar ninguna.
Es así que entre 1990 y 1999 concibe la friolera de mil
cuatrocientas cuarenta un tres ideas para libros de poemas, seiscientas sesenta
y dos ideas para novelas y cuatrocientas veintinueve para volúmenes de ensayo;
producción monumental de la que -fiel a su propuesta- no escribirá una sola
línea.
A fines de 1999 se pierde todo registro del escritor, las
ventanas de la vieja casona familiar están siempre cerradas, se rumorea que se
fue a vivir a Paso de la Patria, Corrientes; hasta que la supermercadista Lin
comunica la mala nueva: la madrugada del 14 de noviembre de 1999 Andrés
Cuantemoc Frene muere en su lecho de un infarto cerebral y deja tras de sí una
extensa y estrafalaria obra.
A modo de homenaje y para concluir esta breve biografía, la
Universidad Nacional del Noroeste ha decidido compartir un fragmento del valioso
hallazgo del Profesor Pedro Gabriel García –lo único que ha logrado rescatarse
de las llamas- el índice de su obra póstuma:
“Programa del fin del
mundo” – Novela inconclusa de Andrés Cuantemoc Frene - Índice
06:30 horas – Apertura.
07:00 horas - Lluvia de meteoritos.
08:30 horas - Llegada del primer tsunami.
10:00 horas - Contaminación del agua.
11:30 horas - Estallidos de las principales centrales nucleares y liberación
de radiación.
De 12:00 a 13:30 horas - Almuerzo.
14:00 horas - Comienzo de la destrucción.
15:30 horas - Eclipse e inversión de los polos magnéticos de la Tierra.
16:00 horas - Desembarco de los ovnis
17:00 horas - Revelación pública de la identidad del Anticristo.
17:30 horas - Suicidios rituales en masa.
18:00 horas - Apertura de grietas en la superficie
de la Tierra.
De 19:00 a 20 horas - Refrigerio.
20:30 horas - Súper calentamiento global y
disminución del oxígeno.
21:00 horas - Desaparición de la flora y la fauna.
22:00 horas - Aniquilación de la población humana.
23:00 horas - Desintegración del sistema solar.
De 23:30 a 00:00 horas - Brindis de despedida y cierre.