martes, 9 de marzo de 2021

Hermanos

 

Personajes:
Haydee
Miguel


1
Amplio comedor de una casona, desnudo, como pronto a una mudanza. Sentada a una mesa larga, sola, tomando el té vemos a Haydee, aspecto estirado de dama distinguida. Se escuchan las llaves de una puerta, ingresa su hermano menor Miguel, es lo opuesto, barba de dos días, ropa juvenil algo sucia, traza descuidada.

HAYDEE: Tengo que cambiar esa maldita llave.
MIGUEL (herido): Hola, Miguel. ¿Cómo estás, Miguel? ¡Qué alegría verte!
HAYDEE: ¿Qué hacés acá?
MIGUEL: Vivo acá.
HAYDEE: ¿Vivís? Bueh…
MIGUEL: ¡Haydée, no empecés que no estoy de humor, eh!
HAYDEE: ¿No estás de humor? Ah, mirá. ¿Y yo estoy de humor? Sabés que odio cuando interrumpen mi té de la tarde (tiempo, Miguel vaga por el cuarto, indeciso, Haydee lo estudia) ¿Qué buscás?
MIGUEL: Nada. Vine a verte, a estar un rato con vos.
HAYDEE: ¿Me ves cara de idiota? Te aparecés cuando necesitás algo para vender.
MIGUEL: ¿Qué decís?
HAYDEE: Y te adelanto que ya no queda nada.
MIGUEL: Haydee, ¿quién quiere vender algo?
HAYDEE: ¡Ay, por favor, me voy diez días a Colonia y desaparecen los veinte picaportes de bronce de las puertas!
MIGUEL: Hace un año que no me drogo.
HAYDEE: Ja ja, sí, seguro.
En su recorrida Miguel abre el cajón de un mueble de comedor.
HAYDEE: ¿Qué buscás ahí?
MIGUEL: Uf, te dije que nada. ¿Tenés otra taza de ese té? Estoy con resaca.
HAYDEE: Si me decís a qué viniste.
MIGUEL: ¡A visitarte, sorda! ¡A sacarte un rato de este sarcófago en el que vivís!
HAYDEE: (burlona, se lleva los dedos a los ojos): Qué ternura. Pará que creo que estoy llorando.
MIGUEL: ¿Podés aflojar un poco? (simula temblores) Dale, Haydecita, creo que me estoy enfermando.
HAYDEE: ¡No me llames Haydecita! Vos sos débil, Miguel, siempre lo fuiste. Por eso te convertiste en drogadicto.
MIGUEL (llevándose las manos a los oídos): No te escucho. El té...
HAYDEE: Desperdiciaste tu vida. No te estoy atacando, sólo soy objetiva: sos un desecho, un descarte social. No entiendo como tenemos la misma sangre.
MIGUEL (con las manos en los oídos): El té, el té…
Haydee se levanta a desgano, sale hacia la cocina, Miguel rápidamente saca un sobrecito de un bolsillo, pone su contenido en la taza de Haydee y lo revuelve. Haydee regresa con la taza para Miguel, se sientan. Hay un duelo de miradas, Haydee estudia a su hermano con sarcasmo, Miguel le sonríe con falsa simpatía, se apresura a poner azúcar y a tomar de su taza para que su hermana lo imite. Haydee se lleva a los labios la suya pero se interrumpe.
HAYDEE: ¿Cuánta plata necesitás?
MIGUEL: No necesito.
HAYDEE: ¿Seguro?
MIGUEL: Seguro.
Haydee vuelve a llevarse a los labios su taza pero vuelve a interrumpirse.
HAYDEE: Mirá que estoy por cobrar un retroactivo de la clínica y puedo darte.
MIGUEL: No.
HAYDEE: ¿Seguro?
MIGUEL: Seguro, Haydée.
Haydee vuelve a llevarse a los labios su taza pero vuelve a interrumpirse. HAYDEE: Me lo devolvés cuando quieras, con un interés mensual, obviamente. Y podés hacerte un buen stock de esas porquerías que consumís.
MIGUEL: No, de verdad.
Haydee vuelve a llevarse a los labios su taza pero se interrumpe. Miguel finalmente explota.
MIGUEL: ¡TE DIJE QUE NO! ¿Y PODÉS TOMAR DE UNA VEZ ESE TÉ DEL ORTO!
Haydee de golpe alza su taza y se la tira en la cara.
HAYDEE: ¡CREES QUE SOY IMBÉCIL, QUE TENGO LA MITAD DEL CEREBRO MUERTO COMO VOS!
MIGUEL: ¡Ay!
Haydee saca una pistola paralizante de entre sus ropas, va hasta Miguel que se refriega los ojos y se la aplica en el cuello.
HAYDEE:¡Ruina humana! ¡Cucaracha!...
MIGUEL: ¡Ayayay!
HAYDEE: ¡Y bajá la voz que es un tema privado y escuchan los vecinos!
Cuando termina de aplicarle la descarga Miguel pierde el conocimiento.
APAGÓN

2
Cuando vuelve la luz Miguel está atado y amordazado en una silla, Haydee sentada a la mesa, con lentes en la punta de la nariz, consulta un grueso libro. Tiempo, Haydee se interrumpe.

HAYDEE: ¿Y cuál era el plan? El señor pensaba envenenarme. ¿Sabés lo que me ibas a dar?
Miguel dice algo con la mordaza y no se entiende.
HAYDEE: ¿Vos comprendés que existe algo llamado autopsia? ¿Qué se iban a dar cuenta de que no había muerto por causas naturales? ¡Qué vas a saber! Y los titulares de los diarios: “Familia Medialdea-Posse, hermano homicida”. ¡Pobre papá, se levantaría de la tumba para volver a morirse!
Miguel vuelve a decir algo con la mordaza. Haydee se incorpora y se la baja para entender.
MIGUEL: Sacame esto, Haydecita. Vos estás nerviosa.
HAYDEE: ¿Qué me ibas a dar? ¿Qué le pusiste al té?
MIGUEL: No sé.
HAYDEE (dándole un coscorrón en la cabeza como a un chico): ¿No sabés?
MIGUEL (reaccionando, lloriquea): ¡No me pegues cocachos! ¡Siempre odié que me pegaras cocachos!
HAYDEE: ¡Entonces hablá!
MIGUEL: Te dije que no sé, no estoy seguro. Tengo un amigo que trabaja en una droguería y…
Miguel se interrumpe.
HAYDEE: ¿Y? ¿Y? ¿Está probando un nuevo medicamente? ¿Te ofreciste a que yo lo testeara? 
Miguel no responde, Haydee se sienta y vuelve al libro. Tiempo.
MIGUEL: Ahora estamos a mano.
HAYDEE: ¿Qué decís?
MIGUEL: Que ahora estamos a mano. Vos me quisiste ahogar y yo nunca te guardé rencor.
HAYDEE: ¿Otra vez con esa historia? No, señor, yo no te quise ahogar.
MIGUEL: Me quisiste ahogar, dale.
HAYDEE: Vos tomabas las clases y no aprendías a flotar que es distinto. Yo te ayudé a aprender.
MIGUEL (lloriqueando): Me tiraste a la pileta y te fuiste, Haydee. Era una pileta inmensa. Yo tenía tres años.
HAYDEE: ¡Ay, dale, maricón! Y decime, ¿todo esto es por la casa? Contame que organizó esa pequeña cabecita quemada, ¿planeabas matarme así heredabas solito?
Miguel comienza a tratar de zafarse de las ataduras de las manos.
MIGUEL: Estas paranoica, desconfiás de todo el mundo, por eso estás sola. Yo no planeaba nada.
HAYDEE: Seguro (vuelve a la lectura, tiempo, se detiene) Hoy en día, ¿cuánto puede valer una casa así? ¿Ochocientos mil? 
MIGUEL: No sé, no lo pensé.
HAYDEE: Sí, entre ochocientos mil y novecientos mil vale.
MIGUEL: Vale un millón doscientos.
HAYDEE: Epa, ¿no era que no habías pensado?
MIGUEL (sincerándose): Tengo un amigo, Mariano Manríquez, cuando estabas en Colonia vino a verme.
HAYDEE: ¿Otro amigo? Cuántos amigos que tenés. ¿Otro drogón?
MIGUEL: Nada que ver, tiene una inmobiliaria.
HAYDEE: Ya sé, ya sé: es tu dealer. Le debés plata. Ja ja ja. ¿Qué le prometiste? Miguel, vos das vergüenza ajena, sos de manual. Ahora, por favor, dejame leer.
Haydee le acomoda la mordaza y vuelve a leer. Tiempo, Miguel dice algo que no se entiende, le señala el libro con la cabeza. Mientras tanto sigue intentando desprenderse de las ataduras,
HAYDEE: ¿Qué estoy leyendo? ¿Y a vos qué te importa?... Química Forense, la mejor forma de deshacerse de un cuerpo diluyéndolo en ácidos. Para hacer las cosas hay que hacerlas como corresponde, Miguel, y para eso hay que estudiar, capacitarse. Te voy a diluir y te vas a ir por el caño del inodoro a tu lugar de pertenencia: la cloaca.
Miguel se desespera, dice cosas que no se entienden. Haydee vuelve a correrle la mordaza.
MIGUEL: Yo no te iba a envenenar, Haydecita, solo te iba a hacer dormir un rato para ver si podía encontrar algo. Me siento mal, dale, tengo el estómago revuelto, quiero ir al baño.
HAYDEE: Sí, claro.
Suena el teléfono, Haydee va a atender.

HAYDEE: Hola, cómo anda, Lucio. En este momento estoy ocupada, ¿usted podría tirármela por debajo de la puerta? Hágame ese favor. Saludos, un beso. Gracias, Lucio.
Miguel sigue intentando sacarse las ataduras, busca derivar la atención.
MIGUEL: ¿Quién era? ¿Lucio? ¿El encargado de seguridad?
HAYDEE: Sí.
MIGUEL: ¿Vos sabías que el tipo ese está enamorado de vos, no?
HAYDEE: No digas estupideces.
MIGUEL: Ves, nunca hablamos del tema, eso es algo que no entiendo.
HAYDEE: ¿Qué cosa?
MIGUEL: Tu problema con los hombres. Siempre a la defensiva, siempre rechazándolos, escapando de cualquier tipo de relación.
HAYDEE: Ahora resulta que también sos psicólogo. Dejame leer y no vuelvo a repetírtelo (vuelve al libro) Huesos mayores: para diluir los huesos mayores se necesita otra familia de ácidos y el proceso puede demorar más tiempo. Tengo un vago recuerdo de lo que vi en las clases de Química Orgánica pero necesito refrescarlo.
MIGUEL: ¡Por favor, Haydee, dejá eso que me da impresión!
Tiempo. Miguel finalmente termina de zafarse de las ataduras y se abalanza sobre su hermana. La tira sobre la mesa, se le monta y comienza a apretarle el cuello.
MIGUEL: ¡POR FIN! ¡SE VA A ACABAR ESTA PESADILLA! ¡VOS SOS MI PESADILLA, HAYDEE! ¡LA PESADILLA DE TODA MI MALDITA VIDA! ¡Y AHORA SE ACABA! ¡AHORA LLEGA A SU FIN! 
Mientras lucha por respirar Haydee le hace señas, Miguel afloja sus manos para escuchar.
MIGUEL: ¿Qué pasa?
HAYDEE: Qué son cuestiones privadas y los vecinos no tienen por qué enterarse. Bajá la voz.
MIGUEL: ¿VES? ¿TE DAS CUENTA LO LOCA QUE ESTÁS? TE ESTOY ESTRANGULANDO, VA A SER ALGO QUE NO VOY A BORRAR DE MI CABEZA MIENTRAS VIVA Y A VOS TE SIGUEN PREOCUPANDO LOS VECINOS. ¡TE ODIO, ME ENTENDÉS! ¡TE ODIO!
De golpe tiran un sobre por debajo de la puerta y ambos giran la cabeza como un periscopio. Haydee aprovecha la distracción, empuja a Miguel, se zafa y va hacia la puerta para pedir ayuda, pero su hermano la intercepta, luchan, la tira al piso y vuelve a montársele y a apretarle el cuello hasta que su hermana pierde la conciencia. Tiempo. Miguel se incorpora como borracho, observa a su hermana,  va hasta la puerta y pega la oreja para ver si ya no hay nadie, vuelve hacia el cuerpo de Haydee y acerca la cara a su nariz para ver si respira.
MIGUEL: ¿La maté? ¿No es increíble? La maté. Y no se siente mal. Es como una liberación, como volver a respirar (respira fuerte) ¡Vamos, Miguel! ¡Respirá, Miguel! ¿O tengo que sentirme culpable? Tengo que sentir pena, es mi hermana. No lo sé.
Trastabillando, vuelve hasta la puerta.
MIGUEL (alzando el sobre): Gracias, Lucio, en este momento no creo que Haydee pueda atenderte (leyendo el remitente) ¿Convento de la Sagrada Herida? ¿Y esto? (la abre y lee, tiempo) ¡No te puedo creer! ¡No te puedo creer!
De golpe Haydee vuelve en sí y ve a su hermano de espaldas leyendo la carta. Se incorpora busca algo para atacarlo, ve un jarrón de grandes dimensiones sobre el aparador, lo alza y va hacia él.
MIGUEL (leyendo): ¡No te puedo creer!
HAYDEE: ¿De quién es?
Miguel gira, Haydee le rompe el jarrón en la cabeza, Miguel cae inconsciente y Haydee se sacude el polvillo del jarrón roto del vestido con gesto de malhumor.
APAGÓN

3
Sentado nuevamente en una silla, Miguel vuelve en sí. Haydee, con la carta en la mano, le alcanza una bolsa con hielo.
MIGUEL: ¿Qué pasó?
HAYDEE: Sostenete esto en la cabeza.
MIGUEL: ¡Ay, cómo duele!
HAYDEE: ¿No recordás nada?
MIGUEL: No. ¡Ah, sí, la carta, esa carta, Haydecita, es de un Convento de la Sagrada Herida o algo así, una tal Sor Estela!
HAYDEE: La iglesia de mamá.  
MIGUEL: ¡Es trágico: la vieja les donó la casa! Mandan una fotocopia de la carta que ella les envió antes de morir.
HAYDEE (releyendo la carta): “Nuestra comunidad agradece el gran gesto cristiano de vuestra madre María Matilde y tras su lamentable pérdida confía en que vosotros, sus dignos herederos, se encargarán de realizar los trámites legales para la donación”
MIGUEL (lloriquea): Se la dejó a un convento. ¿Entendés? ¿Y ahora qué hacemos? Haydee, yo voy a tener problemas muy serios. Debo mucha plata. Y no sabés lo peligrosa que es la gente a la que le debo.
HAYDEE: ¡Pará, maricón! Yo no soy una descerebrada como vos, yo pienso, planifico, me adelanto a los acontecimientos. Callate y hacé lo que yo te digo.  Ahora quedate ahí sentado que tenemos que esperar.
MIGUEL: Okey.
Tiempo, se miran en silencio.
MIGUEL (viendo los pedazos de jarrón): ¿Fuiste vos la que me golpeó en la cabeza?
HAYDEE: No, fue el espíritu santo.
Tiempo.
MIGUEL: Yo pensé que te había estrangulado.
HAYDEE: ¡Qué vas a estrangular! Siempre tuviste bracitos de mujer, no podrías matar ni a una mosca.
Suena el timbre.
HAYDEE: Ahí está, esperá unos segundos a que se vaya Lucio y entrá lo que trajo. Tiene que ser una bolsa grande.
Miguel se incorpora con dificultad, va hasta la puerta, la abre y entra una bolsa. Va hasta la mesa y vuelca en ella su contenido: son una sotana y un hábito de monja.
MIGUEL: ¿Y esto? ¿Vamos a festejar Halloween?
HAYDEE: ¡Callate!  Mamá en el último tiempo estaba rara, yo sabía que se traía algo con ese convento de mierda, el Escribano me lo había advertido. Si nos remitimos a lo que dicen, el único documento que avala que mamá intentaba dejarles la casa es esa carta. Sólo hay que recuperarla.
MIGUEL (entusiasmado): Sí, sin esa carta no hay pruebas de la donación. Nosotros la recuperamos, no vamos a la escribanía, no hacemos la donación y listo.
HAYDEE: Sos un genio, Sherlock Holmes. Ahora cambiate.
A partir de este momento suena “Hermanos” de Pimpinela
https://www.youtube.com/watch?v=fAS1Kw0XYn4&list=RDfAS1Kw0XYn4&start_radio=1 ) y a modo de videoclip ambos -mientras se ponen la ropa de monja y cura- juegan, se ríen y se festejan (Haydee se pone en pose como la Madonna, camina de rodillas, Miguel recita en latín, imparte bendiciones, se sacan selfies, etc.) Cuando terminan de cambiarse la música cesa y vuelven a la actitud anterior.
HAYDEE (alisándole el pelo a Miguel): Peinate un poco que parecés un cura villero. Cuando lleguemos hablo yo y vos escuchás.
MIGUEL (mirándose en el espejo, constata como le queda): ¿Pero un sacerdote no tiene más escalafón que una monja?
HAYDEE (amenazante): ¡Hablo yo y vos escuchás!
MIGUEL: Okey, okey.
Van saliendo, Haydee se vuelve para alzar la pistola paralizante, busca en la cocina una cuchilla y se la da a Miguel para que la oculte en la sotana
HAYDEE: Y cuando terminemos con todo esto vamos a hablar.
MIGUEL: Sí, por supuesto. Te quiero mucho, Haydecita.
HAYDEE: ¡Dale, mamarracho, caminá!
Salen. De cierre vuelve a escucharse “Hermanos”.
APAGÓN