Nazca por cesárea o parto natural, preferente en una
maternidad privada. Si es en una clínica u hospital públicos la operación puede
ser algo más azarosa pero también vale.
Una vez alumbrado y vacunado acompañe a sus progenitores a lo que va a ser su primer hogar. Usted vivirá allí los primeros meses alimentándose primero de leche materna, luego de carne, variedad de frutas y verduras preferentemente en forma de papilla o cortadas en trozos pequeños.
Con los días notará en usted una serie de cambios
corporales, comenzará a ver con más definición, irá creciendo y le saldrán
dientes. Luego emitirá algunos sonidos con la garganta y a continuación aprenderá
a decir “papa” para manifestar que quiere comer, “kabón” si quiere decir jabón
y así sucesivamente.
La mayor parte del tiempo no va a comprender nada de lo
que sucede a su alrededor, sobre todo le resultarán impenetrables los
comportamientos de un grupo de desconocidos que visitarán su hogar y que al
acercársele practicarán morisquetas, moverán las manos y hablarán como
imbéciles.
Usted no se alarme. Siga viviendo, siga viviendo y a los
ocho o nueve meses notará que se estira un poco más y un tiempo después lográ
incorporarse en sus dos pies y consigue caminar de una forma bastante
aceptable. Esto significa que usted ya está en condiciones de ser extraído del
hogar e introducido al sistema tradicional de enseñanza por los próximos
diecisiete o dieciocho años.
Cumplidos los doce meses y una vez al año, como se
acostumbra en los países occidentales, en su hogar se celebrará una fiesta. Con
estas animadas reuniones en las que se sirven coca cola y sánguches de miga las
personas de su entorno darán a entender que están contentas por su aparición en
el mundo y conmovidas por el esfuerzo que usted hace para insertarse en él.
Como dijimos, cumplidos los tres o cuatro años será
extraído del hogar para ingresar en una institución de asistencia obligatoria,
de lunes a viernes y en horario fijo. En esos sitios abarrotados de otros infantes como usted, deberá socializar, no agredir ni permitir que lo agredan y
sobretodo tratar de prestar atención a un grupo de mujeres adultas llamadas
“seños” que le irán enseñando una serie de claves programáticas para
convertirlo en algo útil.
En esta experiencia grupal va a notar que con algunos
seres que lo acompañan logrará congeniar, a esos comenzará a llamarlos
“amigos”. A los demás solo “compañeritos”, o si se lleva mal “forros”.
Siga viviendo, siga viviendo, y en algún momento
impreciso pero que podríamos situar entre el cuarto y el sexto grado, notará
que comienza a mirar a un compañerito de forma persistente, y cuando lo hace
piensa cosas absurdas, como que quiere casarse en secreto con él y huir juntos lejos de sus padres. Ceda a esa pulsión, la experiencia se llama
“noviazgo”. Dele besos, comparta golosinas con esa persona y no haga caso de
las bromas que el resto de sus camaradas le harán en los recreos.
Luego siga viviendo, viviendo, cumpla ocho, cumpla nueve,
cumpla diez y de no mediar enfermedad mortal o accidente trágico,
alrededor de los trece notará que entra en una etapa desagradable denominada
“adolescencia”. Se dará cuenta porque sus progenitores automáticamente pasarán
a ser débiles mentales y a usted le crecerá bello en zonas antes despobladas,
que podrá depilarse o no, de acuerdo a la moda o a sus preferencias estéticas o
de género.
Por esta época experimentará un dejavú: como en sus
primeros meses de vida el mundo volverá a ser es un sitio nebuloso y estúpido.
Tal intuición, más no bañarse o hacerlo cada diez minutos, más dormir doce
horas de una sentada, más encerrarse con llave en su cuarto a escuchar reggaetón a
todo volumen, lo convencerán de que es un ser único y genial, y como todo genio
un incomprendido.
Una advertencia: por este tiempo ya va a estar en
condiciones biológicas de engendrar. Trate que esto no suceda ni loco. No es el
momento para ser padre o madre, sino la época para asistir a previas y a
juntadas, a matinés y a lollapaloozas. En esas primeras salidas nocturnas no
consuma demasiado alcohol ni drogas, o si lo hace que no sea al punto de tener
que internarlo para un lavaje de estómago.
Siga viviendo, siga viviendo, por momentos va a sentirse
frágil, vigoroso, anhelante, devaluado, pacífico, belicoso, hundido,
esperanzado, crédulo, escéptico, iracundo, risueño, afligido, excitado, en
forma alternada o todo al mismo tiempo. No se asuste ni entre en pánico, es
normal.
Usted siga viviendo y mientras tanto vaya terminando el
colegio, haga el viaje a Bariloche, anótese en el Ciclo Básico Común y ahora sí
podrá enfocarse en un deseo que arrastra prácticamente desde que nació: irse a
vivir solo, libre, lejos de la órbita molesta de su padre, de su madre, de sus
hermanos menores, de su tía Karen y el novio, de su abuelo Ernesto; gente que a esta altura ya no entiende en que idioma hablan en los almuerzos, en qué creen o por
qué viven.
Según la Organización de Naciones Unidas si usted llegó a
este punto, usted está ingresando en la denominada “juventud plena”, sección
que se extiende hasta los veinticuatro años aprox. Es un momento curioso, con
algunas experiencias que no están mal: debe encarar una carrera, ni se le
ocurra estudiar algo como Historia del Arte o Astronomía, elija oficios o
profesiones con los que pueda hacer algún dinero.
Si continua en el hogar practique pequeños trabajos para
aportar a la casa, estire su cama, enjuague algún vaso. Si se produce alguna
discusión de convivencia y le dicen “vago” o “parásito”, hágales comprender que
usted es una personalidad fascinante y compleja que aún no explotó.
En otro orden, disfrute del sexo con la debida
protección, trate de tener diversas parejas, no se tatúe el nombre de su
amante, no se filme ni permita que lo filmen, no se embarace ni deje
embarazado. Si consigue el dinero viaje a lugares exóticos como Singapur o el
Delta del Okavango, son experiencias que no sirven para nada pero que dan
currículum.
Siga viviendo, siga viviendo, cumpla veinticuatro, cumpla
veinticinco. Promediando los veintiséis comenzará a plantearse el tema de la
felicidad. No como concepto filosófico, sino con un fin puramente práctico.
Para ello se le hará imprescindible aplicar el sistema de los plazos
condicionales. ¿En qué consiste? Dígase “si hago tal o cual cosa lograré
cumplir con esto y lo otro y así seguramente seré feliz”. Verá que una vez
llegado al objetivo establecido será feliz solo por unos diez, quince minutos, para luego volver
al vacío original.
Establezca entonces un segundo plazo condicional: “si ahora hago esto y aquello, seguramente voy a lograr esto y lo otro y entonces sí, indudablemente, seré feliz”. Volverá a fracasar. Y así en adelante vaya estableciendo cada vez un nuevo plazo y una nueva condición. Nunca conseguirá la felicidad pero por lo menos se mantendrá ocupado.
Establezca entonces un segundo plazo condicional: “si ahora hago esto y aquello, seguramente voy a lograr esto y lo otro y entonces sí, indudablemente, seré feliz”. Volverá a fracasar. Y así en adelante vaya estableciendo cada vez un nuevo plazo y una nueva condición. Nunca conseguirá la felicidad pero por lo menos se mantendrá ocupado.
Por esta época, nuevamente va a sentirse frágil,
vigoroso, anhelante, devaluado, pacífico, belicoso, hundido, esperanzado,
crédulo, escéptico, iracundo, risueño, afligido, excitado, en forma alternada o
todo al mismo tiempo.
Tampoco se asuste, no haga terapia ni tome
aceite de cannabis, dígase que si llegó hasta allí es porque pudo sortear varias
etapas, sigue en este mundo y ha logrado transformarse en una persona adulta.
No sé si es para festejar a los gritos pero es algo.
Usted siga, tiene treinta y uno, tiene treinta y dos
años, comenzará a reunirse con sus compañeros de secundario para rememorar
cosas absurdas, abrirá una caja de ahorros, sus padres lo ayudarán con la mitad
del alquiler y ahora se va a encontrar con una encrucijada que definirá el
resto de sus días: o sigue solo como un titán, sin responsabilidades ni
imposiciones, recorriendo casas de amigos, sin horarios, experimentando,
viviendo experiencias nuevas y cautivantes; o decide sentar cabeza.
Obviamente elegirá la segunda opción porque -como la
mayoría- a usted le gusta pisar terreno seguro, odia que lo miren de reojo y
murmuren, quiere ser una persona normal, integrar alguna vez un grupo de wasap,
o formar parte de la comisión directiva o el club de benefactores de algo.
Por lo tanto ha llegado el momento de definir esa
historia amorosa que arrastra desde hace tiempo. Hasta ahora el lazo que los
unía era lábil, con sus idas y sus vueltas. Tome el toro por las astas y
propóngale irse a vivir juntos. Puede optar por la unión de hecho o, si le
gustan las fotos y los videos, el casamiento.
Es un paso riesgoso, piense que usted se fue del pequeño
universo que lo vio nacer y que le cuestionaba todo, y casi sin solución de
continuidad va a entrar en otro igual o peor. Pero sin embargo, íntimamente
sabe que junto a él o ella usted la pasa bien. Juntos miran las series del
cable y las critican, juntos viajan y exploran hoteles. Juntos, algunas noches,
brindan con un buen vino y recostados en la alfombra se burlan del universo
entero y ríen como pavotes.
Volverá a experimentar una sensación parecida a la de
quinto grado cuando descubrió a su primer amor, pero con la diferencia que
ahora paga impuestos y no tiene lugar adónde escapar.
Cumpla treinta y cuatro, cumpla treinta y cinco, cumpla
treinta y seis. Usted ha seguido viviendo, ya cuenta con pareja estable,
consiguió un crédito hipotecario y compraron un departamentito. Se mira en el
espejo y nota que ha comenzado a salirle pancita, o una antiestética adiposidad
alrededor de la cadera que en el verano disimula con un pareo. Como el daño
está hecho no lo piense más y tenga un hijo.
Hay varios argumentos en apoyo a esta opción: tener hijos
es una experiencia necesaria, tener hijos es un aprendizaje, tener hijos está
bien visto, una cuna o un corralito con un hijo adentro combina con el juego de
living. Finalmente, el más convincente: una sola sonrisa de ese
pequeño e indefenso ser que en algún momento va a tener entre sus brazos (y al
que llamará Brian, o Roberto, o Ernestito, cuando lo inscriba) vale más que
todas las reservas de gas de Vaca Muerta, más la suma de las fortunas personales de los craks del Barza
y el Real Madrid juntos.
Suena absurdo pero es así. Además usted debe ser
agradecido y recordar que si sus padres hubieran decidido no tener hijos usted
no estaría leyendo estas instrucciones que tan bien lo están guiando.
Muy bien, ha pasado el susto y ha tenido su hijo. Ahora
siga viviendo, siga viviendo, tiene treinta y siete, tiene treinta y ocho, como
se relajó ha tenido un segundo hijo. No se sienta presionado pero esos dos
seres ahora dependen absolutamente de usted. Provéalos de alimento, de
educación, de salud y de vivienda sea como sea.
Advertirá que los ama y que ellos lo aman a usted, eso se
siente bastante bien. Recuerde que para los hijos siempre es necesaria una mascota, así
no piensan ni le exigen cosas más onerosas como viajes a Disney o un drone.
En paralelo con la paternidad/maternidad para usted es
primordial su trabajo. Estudio y se capacitó con esfuerzo, hizo planes y puso
muchas expectativas en su profesión. Al comienzo se ilusionará, se comprará un traje, incluso hará imprimir tarjetas con su nombre.
Pero en muy corto plazo (como el 99,9 por ciento de la
masa laboral) descubrirá que usted no es nada del otro mundo haciendo lo que
hace, y que lo que hace a su vez no es nada del otro mundo para el progreso de
la sociedad de la que forma parte, que a su vez no es nada del otro mundo para
el equilibrio del sistema planetario. Usted acepte esta realidad y siga.
Cumpla treinta y nueve, cumpla cuarenta. Llegado a este
punto volverá a sentirse frágil, vigoroso, anhelante, devaluado, pacífico, belicoso,
hundido, esperanzado, crédulo, escéptico, iracundo, risueño, afligido,
excitado, en forma alternada o todo al mismo tiempo.
No tome Melatol Plus ni vaya con los evangelistas, usted
ingresó en la llamada “crisis de los cuarenta”, aguántesela, a lo sumo convérselo
con sus amigos, pero sufra sin hacer tanto espamento.
Volverá a su cabeza la dichosa idea de la felicidad. Con
menos ímpetu que dos décadas y media atrás (la energía lógicamente es otra)
practicará un último plazo condicional: “si hago eso, esto y lo otro, voy a
concretar aquello, lo de allá y lo de más allá; de esa forma (ya soy
padre/madre, soy maduro, tengo otro control) lograré de una buena vez la puta
felicidad”.
Con el nuevo fracaso se convencerá de que ya no va a
volver a intentarlo: nunca, en el plano terrenal, al menos, conseguirá ser
feliz.
A partir de esa certidumbre sucederá algo sorprendente:
se va a sentir relajado. Su entorno percibirá el cambio y por un
corto período usted será el centro de las reuniones sociales, tocará el piano,
hará chistes ingeniosos, se pasará de copas, será un amante, un padre y una
madre casi inolvidables.
Cuando uno comprende que ya no tiene nada que perder
puede transformarse en algo realmente vistoso. La celulitis y el sobrepeso, la
miopía y la pérdida de cabello ya no serán un problema. Se contemplará en el
espejo del baño con gesto recio y decidirá regresar al equipo de vóley senior
de las chicas o al fútbol cinco de los borrachos de sus amigos.
Estas citas de los jueves con la actividad física lo
llevarán a descubrir que su cerebro da órdenes que su cuerpo ya no recibe, o
que recibe con delay, o que recibe para terminar haciendo lo que se le ocurre.
Como lo mismo está sucediendo en sus compañeros y rivales, lo que originalmente
se había planeado como una cita con el deporte terminará en una patética
sucesión de yerros, torpes persecuciones en cámara retardada, caídas y bloopers
que lo harán entrar en un estado de desesperación como hace tiempo que no experimenta.
El descubrimiento del no manejo de su cuerpo lo llevarán a preguntarse si usted maneja realmente algo de su entorno. Y si no lo maneja usted, ¿entonces quién lo hace? ¿Una fuerza superior? ¿Nadie? Y si no lo hace nadie, ¿a qué fuerzas oscuras está sometido el Hombre? ¿Hay una dirección? ¿Hay una finalidad? Y si no la hay, ¿cuál es el sentido de la existencia? ¿La buena comida? ¿El porno casero? ¿Hacer turismo?
A esta altura usted
está lleno de preguntas sin respuesta, ha dado casi cuarenta y dos
vueltas al sol, teniendo en cuenta las expectativas de vida promedio en el cono
sur ha llegado casi a la mitad del camino y -a lo que usted imaginaba- la
experiencia no ha sido gran cosa. Pero usted dígase “no me importa” y siga
viviendo.
Cumpla cuarenta y dos, cumpla cuarenta y tres, cumpla
cuarenta y cuatro, cumpla cuarenta y cinco. Disculpe pero en este tiempo no
pasa nada.
Cumpla cuarenta y seis y llegado al segundo trimestre de
los cuarenta y siete hará una comprobación fuerte: usted se ha vuelto
invisible. Hombre o mujer, podrá verificarlo con facilidad: entre a un lugar
poblado de otra gente en plan relajado, salón de té, recepción, pub, disco,
acérquese con paso decidido a la barra y la totalidad de los asistentes nunca
habrán registrado su ingreso, ni su estadía, ni su egreso.
Es duro. No es que usted busque una aventura o demande
una atención especial, pero usted recuerda con melancolía las épocas en que su
porte y su aspecto, sus movimientos y su actitud provocaban una inevitable
atracción sexual. ¿Y ahora las miradas de esos desnaturalizados lo traspasan
como si fuese un puto holograma?
La comprobación de otra puerta cerrada para siempre lo
llenará de angustia. ¿Cómo sucedió que pasara todo tan rápido? ¿Dónde quedaron
los sueños, las lecturas, la música, los planes alocados con sus amigos, el
entusiasmo?
Usted se pregunta y busca afanosamente respuestas, pero
de golpe mira la hora y debe correr a la reunión de padres por el viaje a
Bariloche, después tiene el turno para la colonoscopía y a las diecinueve la reunión
para encarar los trabajos de pintura de los palieres. ¿Qué pueden hacer esos
ingenuos planteos sobre la condición humana contra una agenda apretada?
Sin demasiadas opciones usted siga viviendo, siga
viviendo, vaya a trabajar, renueve el plazo fijo, vaya a votar, el fin de semana aproveche
para dormir. Planee las vacaciones familiares a la costa y vaya, a su regreso
cumpla cuarenta y ocho y continúe.
Cada tanto mírese al espejo del baño para comprobar que
todavía sigue allí. Cumpla cuarenta y nueve y una noche, regresando al hogar se
encenderán las luces y vualá: lo habrán emboscado para otra animada reunión con
coca cola y sánguches de miga (a la que ahora habrán agregado un buen vino y
cápsulas digestivas)
¡Cincuenta años! ¡Medio siglo de vida ocupando una porción de aires sobre la Tierra! Allí estarán sus suegros, sus padres, sus amigos, sus hijos,
todos contemplándolo con cierta curiosidad, como esperando algo. Y es extraño
porque usted sentirá que ese que está allí parado no es usted, que el verdadero
usted sigue siendo el chico o la chica que se encerraban en su cuarto y querían
irse a vivir solos.
Nada más equivocado, usted sí es ese que está allí parado
y si en todo este tiempo no lo comprendió usted es medio salame.
Y así vamos llegando al final. A partir de aquí se abre
un abanico de posibilidades. En realidad decir “abanico” es algo exagerado: se
abren dos, a lo sumo tres posibilidades que no son objeto de este instructivo y
que usted deberá descubrir solo.
Puede hacerse budista, o ingresar en un consorcio,
comprar un feed lot y dedicarse a la ganadería. Puede pedir el divorcio,
ponerse de novio con alguien veinte años menor, o cambiar de sexo, o comprar una
bicicleta de ruta alemana y pedalear cincuenta kilómetros diarios.
En suma le estarían restando unos veinticinco, treinta
años. El sentido común dice que de aquí en más todo debería empeorar, pero, en
fin, usted verá.