El calor era agobiante y el parque invitaba a refugiarse
a la sombra de los plátanos. En la canchita de papi rodeada por el alambrado
alto la pelota iba y volvía a ritmo quebrado y cada tanto se escuchaban las
protestas y las risas de los contrincantes. Sentadas bajo los árboles el grupo de mujeres los contemplaba.
- El sol está picante, ¿no les parece que ya es
suficiente? –dijo una.
- Dejalos, si no es hoy, pobrecitos, cuándo van a
disfrutar.
- Eso es verdad –apoyó otra.
Las plateistas compartían la ronda de mates con la mirada
puesta en el juego. Los de casaca roja ocupaban el campo izquierdo y les
llevaban dos goles de diferencia a los de camiseta verde.
- Transpirar los serena –dijo una.
- Y cómo les mejora la piel. A Tomi se le fueron esos
granos tan feos que tenía.
- Lo mejor es que el mío después duerme como un ángel
–celebró otra.
En el grupo se hizo un silencio, hasta que la que cebaba,
con tono reflexivo, dijo como hablando para sí:
- Son tan lindos
Como un talismán poderoso y revelador las tres palabras
descorrieron las cortinas de la emoción: el mate se paralizó, en todas se
dibujó la misma sonrisa de inefable ternura y cada una buscó con la mirada a su
héroe.
El que atajaba con los de verde, un gordo pelado, se
arremangó el buzo y señaló hacia el grupo debajo de los plátanos:
- ¿Me quieren decir de qué se ríen estas pelotudas?
La respuesta volvió veloz:
- Dale, Koyack, dejá tranquila a tu jermu y concentrate
en el juego que ya te comiste cinco.
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