Todo gran hombre deja una marca, el dibujo de sus
iniciales grabado a fuego en la superficie roma del mundo. Cuando el azar nos
planta frente a alguien con estas peculiaridades, cuando tenemos la dicha de
compartir un trecho de su camino, se nos hace luego una obligación de por vida
comunicar el legado de su obra y vigilar que nuevas generaciones accedan a ella
para nutrirse con sus verdades eternas.
Tras veintiséis impactos de bala y una breve agonía, en
el día de ayer ha dejado el tránsito por este mundo el Prof. Amancio “Cacho”
Baruscotti, el padre del “pensamiento giroscópico”, un gran hombre.
Explorador intrépido del potencial civilizador del arte y
de la ciencia, artífice de reconocida trayectoria en ámbitos académicos e
intelectuales, parte hacia la casa del Señor tras una serie de absurdas,
desafortunadas circunstancias.
Perteneciente a una familia de hondas raíces en un
pujante pueblo de la Pampa, a temprana edad recibe el llamado del conocimiento,
con vistosa capa negra y melena bohemia así es como a inicios de la década del
‘40’ veremos a un púber Baruscotti en animadas ruedas de artistas y
antropólogos, en los que abrevará su espíritu tumultuoso, su rigor científico y
recto trato. Quienes nos consideramos sus discípulos y continuadores recordamos,
por ejemplo, sus memorables citas del libro “Ficciones” de Jorge Luis Borges,
diez años antes de que el genial escritor publicase la obra. “La inteligencia
me persigue –gustaba comentar a sus más íntimos- pero yo soy más rápido”.
En el año 1953, en una primera gran crisis existencial
Baruscotti siente el llamado de la naturaleza, desoyendo advertencias se
recluye en la soledad del campo en una anónimo rancho deshabitado, donde se
dedica a la doma de potrillos, lee a su poeta romántico preferido, Shelley, y
termina de corregir su primer gran libro de ensayos “Sobre porque el Chango Nieto canta con los
ojos cerrados”, de temática folklórica.
De regreso a la civilización, el Prof. Baruscotti cumple
con lo que considera una deuda filial: le ha prometido a su difunto padre, un
destacado “hombre bala” de principios de siglo, la creación de una fundación
dedicada a la difusión de ese noble oficio circense. Bajo su impronta,
entonces, se lanza el Primer Foro Ecuménico de Hombres Bala, que se disparan y
entrecruzan de un extremo al otro del planeta en alegre gimnasia transoceánica.
Por esta época edita “Abuela con motosierra” (1955,
novela policial), “Todos medicados” (1956, ensayos) y “Padre Horacio, exorcista
y bailarín” (1956, biografía). Visionario atormentado, en el invierno de 1964
Baruscotti vaga por plazas y paseos de la ciudad universitaria de Bremen
(Alemania), el azar lo deposita ante una calesita, algo le dice que en aquel
primitivo juego infantil hay una respuesta a sus desvelos metafísicos. Encaramándose
en el poste de la sortija, entonces, gesta el alumbramiento: “¿Hacia donde
marchan los caballos de madera de esta calesita?”, interpela a sorprendidos
padres y a niñitos asustados. Es arrestado por la fuerza pública, pero queda
plantada la simiente de lo que será su primera aproximación al “pensamiento
giroscópico”, que remueve viejas categorías aristotélicas produciendo un vuelco
en el pensamiento filosófico de occidente.
En 1966 publica sucesivamente “Iniciación al pensamiento
giroscópico”, “Cuadratura y circularidad en el pensamiento giroscópico” y
“Heidegger, confesiones de un giroscopista”
(Terra, Tomos I-II-III, Col. Clásica y Contemporánea). Baruscotti es una
mente en ebullición, a través de sus estudios de geopolítica, en 1970
pronostica que en la isla caribeña de Cuba están dadas las condiciones para una
revolución de tinte socialista, lo tildan de payaso, los programas radiales de
la tarde lo ridiculizan, nadie cree que como no lee diarios ni mira televisión
no se ha enterado de que dicho movimiento revolucionario ya se ha producido
once años antes.
Como en todo gran hombre es esperable el ataque de sus
contemporáneos: cuando en 1972 le otorgan el “doctorado honoris causa” de la
Universidad de Bologna (Italia), se lo acusa de “personaje público con un ego
inconcebible”. Intimo amigo del sabio indio Ghanem-Ben-Schamsenharanandha,
creador de la técnica moderna del tatuaje corporal, se dice que el anciano le
ofrece tatuarlo de cuerpo entero y que el Prof. Baruscotti, presa de un
entusiasmo infantil, se hace tatuar una réplica exacta de sí mismo, cosa que
nunca fue comprobada: o sea, si él mismo es un tatuaje de sí mismo, o si él
mismo es él mismo a secas.
En 1976 ya es Profesor Emérito de la Facultad de Ciencias
Impalpables de la Universidad de Rennes (Francia), publica “El hombre araña
contraataca” (teatro, 1977), “Rosalía, amor de un día” (poemas) y el ensayo
político “Tatu carreta ‘go home’” (premio Conde de Lampedusa 1979). La crítica
vuelve a atacarlo, se rumorea que por el poder de anticipación de ciertos
fragmentos, esta última obra le ha sido dictada por extraterrestres.
Baruscotti no descansa, buscando la apertura hacia nuevos
sustratos de conciencia comienza a experimentar con drogas. “Es el científico y
no el toxicómano el que me mueve al sacrificio -declara- aunque hay que
reconocer que con esto se conoce gente y uno la pasa bomba”. La Academia no
perdona la provocación, se lo tilda de “fisurado”, de “viejo drogón”, el sabio
hace oídos sordos. Tras varios intentos con alucinógenos sintéticos, descubre
que el limpiavidrios fosforado combinado con Desenfriol provoca paravisiones
anticipatorias. Al ingerir el cóctel Baruscotti entra en un violento estado de
trance, de golpe se siente poseído por el Secretario de Seguridad de los
EE.UU., logra entrever la inminente invasión de tropas kurdas a Chechenia y se
comunica con el Comité de Seguridad de las Naciones Unidas y lo denuncia. Es
así que en abril de 1981 recibe en Ginebra el Premio Jaime el Paz Martínez al
Mantenimiento de la Paz.
¿Qué se sabe sobre su vida sentimental? Poco y nada, se
especula con que hace caso omiso a cualquier insinuación del sexo débil, hasta
se llegan a suponer ciertas desviaciones. Sin embargo en la primavera de 1982,
el destino y una recepción diplomática en la Embajada de los Países Bajos lo
sorprenden ante a la pálida mano extendida de la condesa austro-húngara Berthe
Anne Korsenski-Stahl, erudita y bella mujer que lo cautiva al instante. Bailan
el merengue, el Profesor le propone matrimonio pero su propuesta es tajantemente
rechazada. Existen versiones encontradas sobre este hecho, se dice por ejemplo
que la condesa no habla bien el castellano y confunde el verbo “casar” con la
voz “¢astkaf”, “cepillar” en uno de los
dialectos menos conocidos de los Montes Urales, su tierra natal, por lo
que el pensador recibe como toda respuesta un fuerte guantazo en la oreja
derecha.
Despechado, se refugia en la soledad de sus estudios, se
vuelve taciturno, escucha a Beethoven. Anota en su diario: “No se pueden tener
amigos más que entre los catamarqueños y las lombrices”, buscando un remedio a
su vacío emprende estudios de lombricultura pero, contrariado, a las dos
semanas declara: “las lombrices son seres avaros, poco comunicativos, sin el
más elemental sentido de la solidaridad”. Por esta época salen a la luz: “Drive
fórmula renovada, ¿inteligencia artificial o jabón contaminante?” (1985),
“Ontología de la meditación giroscópica” del mismo año y las novelas
turísticas “Conozca Chascomús” y “El placer
de viajar en subte” (Universidad de Montreal, 1988, 1989)
A instancias de la Asociación Argentina de Paracaidistas,
en 1990 retoma un proyecto varias veces postergado: el diseño de un módulo en
condiciones de transportar jubilados a
la estratosfera. Para ello Baruscotti busca
combinar la fusión del átomo con alguna de las formas sabias de la
naturaleza, trabaja durante meses en las instalaciones del Instituto Balseiro
alternando experiencias de laboratorio con visitas a viveros y granjas de la
zona. Es así que finalmente presenta en sociedad los planos de su BV-24 o
“batata voladora”. El prototipo es una y otra vez rechazado por la comunidad
científica, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales declara: “¡Intentar
contactarnos con civilizaciones de otras galaxias con un tubérculo es
inaceptable!”.
La cadena de traspiés sumergen al sabio en un estado de
confusión y finalmente en el caos psíquico: a finales de ese mismo año
Baruscotti ha sido designado presidente de la delegación argentina en la Feria
Internacional del Sueño y el Tiempo Libre de Quebec (Canadá), pero nunca llega
al aeropuerto. ¿Dónde esta Amancio “Cacho” Baruscotti? ¿Ha sido secuestrado por
guerrilleros colombianos? ¿Ha salido al espacio exterior? Las hipótesis se
multiplican. La policía internacional toma cartas en el asunto, finalmente un
arriero norteño es el que aporta el dato salvador: se lo ubica vagando en la frontera con Bolivia, cantando
en quechua “Mi héroe es / la gran bestia pop”, arrastra en un improvisado
“carrito bolillero” un ejemplar de la Enciclopedia Británica de la que se ha
comido tres tomos.
A partir de este trágico hecho Baruscotti ya no es el
mismo, en el invierno de 1992 vuelve a su pueblo en busca de sosiego, en la
vieja casa que lo vio nacer convive con Tita y Coca, dos tías ancianas. Se registra
entonces un hecho que moviliza una faceta hasta este momento desconocida de la
personalidad del genio bonaerense: la de su religiosidad. Cierta mañana,
arreglando un gallinero en los fondos de la casa desentierra unas pequeñas
tablas de arcilla con extraños jeroglíficos. Presa de su natural curiosidad, se
aboca a traducirlas. A los tres meses declara que los objetos en cuestión son
tablas sagradas y que se le ha impuesto la misión de fundar “La Iglesia del
Cavador del Primer Día”, una nueva religión. Lo tildan de loco, de mitómano,
sin embargo el Profesor hace su primer sermón en la plaza del pueblo ataviado
con una larga túnica y una corona de laureles. A las pocas semanas ya es
seguido por una considerable cantidad de creyentes, la nueva religión es un
éxito. Pero una mañana el sabio despierta con la certeza de haber escuchado un
nuevo mandato: su movimiento religioso debe propugnar la poligamia y el
sadomasoquismo. Es así que el pueblo de sencillos habitantes rurales que lo vio
nacer se sumerge en desenfrenadas noches de orgía y bacanal. Baruscotti empieza
a salir con la esposa del Intendente a la que azota con deleite. Ocurre lo
esperable, cuando el caudillo local se entera de lo que está sucediendo manda a
sus hombres en busca del responsable. El filósofo debe huir del pueblo entre
las sombras, disfrazado de araucaria.
Baruscotti cuenta ya con 75 años, a pesar de la
multiplicidad de actividades no ha amasado fortuna y su salud comienza a
resentirse. Sus cartas privadas sin embargo desbordan optimismo: “Lo positivo
de la vejez –confiesa- es que uno puede
recordar todo lo que pasó, incluso si no pasó”. Edita por esta época: “La
reflexión giroscópica después de los setenta” (Cuadernos filosóficos, 1998),
“Eulogia Lautaro, sabor de mujer” (ensayo histórico, 1998) y “Facturación para
obras sociales por el nomenclador nacional de prestaciones” (novela erótica,
1999)
El destino sin embargo le reserva la peor de las cartas.
Amancio “Cacho” Baruscotti, el polígrafo infatigable, la mente que encausó el
pensamiento filosófico de Occidente, encuentra a su postrer enemigo en un
jarabe para la tos vencido. Según los testimonios recogidos, de paso por la
Universidad de Columbia (New York) y a causa de un resfrío el filósofo ingiere
un jarabe para la tos en mal estado, al parecer la droga lo hace entrar en un
violento estado alucinatorio, se trepa a un monumento ecuestre y declara que es
inmune a las balas. En la radio de un móvil policial que circula por la zona de
golpe escucha sobre un asalto con toma de rehenes que se está produciendo en
algún lugar cercano, hacia allí corre sin que nada ni nadie pueda impedirlo,
burla el cordón policial y se interpone entre autoridades y delincuentes
pregonando: I am the leader of God´s Army, the bullets can´t hurt me. I order you that stop fighting and
shake your hands! (¡Soy el líder del Ejército de Dios, las balas no me
hacen daño, ordeno que dejen de agredirse y que se den la mano!) Once impactos de pistola nueve milímetros y quince
de fusil semiautomático Kalasnicov, provocan el trágico desenlace. Una estrella
poco a poco se apaga, según testigos, en los instantes finales Baruscotti
aprieta entre sus manos un libro de poemas de su amado Shelley, alcanza a
balbucear “el Universo se inclina hacia el caos pero a mí qué carajo me importa”
y finalmente expira.
Nació en el año 1924, deja inconclusas tres obras de
teatro, una voluminosa autobiografía y el ensayo “Para un giroscopista no hay
nada mejor que otro giroscopista”, su testamento político. Quienes lo conocimos
ya no podremos olvidar a este excéntrico fiscal de nuestro tiempo, apologista
del esfuerzo y la superación, explorador de la complejidad del animal humano,
que hizo del cuestionamiento y de la experimentación una fuente inagotable de
búsqueda y conocimiento.
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