- No podía arruinarla. Yo de una forma o de
otra el partido iba a ganarlo...
- Pero, pará, vayamos por orden: todavía están en el vestuario, faltan unos minutos para salir, afuera se escucha el público, está repleto de gente, ¿qué pensabas en ese momento?
- Te lo estoy diciendo: que no podía perder.
- ¿Así nada más? ¿Te decías no puedo perder?
- Me decía: no voy a ser el típico jugador que pierde una final por no salir a buscar el partido, por no agotar todas las posibilidades que tiene a su alcance.
- Pero vos no te sentías favorito.
- No, claro. Él venía de una temporada increíble, había ganado Buenos Aires, Montecarlo, Hamburgo, había sido finalista en el Master Series de Miami. Pero yo sabía que había algo que lo emparejaba.
- ¿Qué cosa?
- La rivalidad.
- ¿Se tenían pica?
- Nos odiábamos. Enfrentarnos era como un clásico del fútbol, no importaba mucho quién estaba mejor o peor, ¿éntendés? Y por otro lado, para mí Roland Garros había sido siempre una obsesión, como una especie de enfermedad, la razón por la que yo me había dedicado al tenis. Tenía que ganar.
- Bueno, él podía estar pensando lo mismo.
- No, él no.
- ¿Por qué?
- Porque era un pecho frío, un jugador increíble, pero frío, sin sangre. Lo importante era que yo había llegado a la final, ¿entendés?, y nada ni nadie me la iba a robar.
- Yendo al partido: los dos primeros sets para él fueron bastante fáciles. Vos no te podías soltar, no estabas jugando bien.
- Los dos primeros sets yo la estaba pasando mal. Me decía: reaccioná, estás haciendo el papelón más grande de una final de Grand Slam. Y lo peor de todo es que no estaba jugando mal, era él que estaba jugando tremendamente bien.
- ¿No te daba chance?
- No. Viste que generalmente vos vas dos-cero o cuatro-cero y se te da una posibilidad y si hacés el punto ya empezás a conectarte, a jugar un poco más. Bueno, él no me la daba, siempre que lo tenía para ganar me hacía un tiro fantástico, que no sé de dónde sacaba, y ganaba el punto.
- Igual en el segundo sets algo empezó a cambiar.
- Sí, fue en el final del segundo, peloteando, empecé a darme cuenta de qué comenzaba a emparejarlo. Y ya el tercero lo gané seis-cuatro.
- Entonces se dio lo del calambre.
- Sí
- ¿Él se acalambró porque estabas vos enfrente, por la rivalidad que tenían, o le hubiese pasado lo mismo con cualquier otro rival? ¿Qué pensás?
- Que no se acalambró.
- Pero, pará, vayamos por orden: todavía están en el vestuario, faltan unos minutos para salir, afuera se escucha el público, está repleto de gente, ¿qué pensabas en ese momento?
- Te lo estoy diciendo: que no podía perder.
- ¿Así nada más? ¿Te decías no puedo perder?
- Me decía: no voy a ser el típico jugador que pierde una final por no salir a buscar el partido, por no agotar todas las posibilidades que tiene a su alcance.
- Pero vos no te sentías favorito.
- No, claro. Él venía de una temporada increíble, había ganado Buenos Aires, Montecarlo, Hamburgo, había sido finalista en el Master Series de Miami. Pero yo sabía que había algo que lo emparejaba.
- ¿Qué cosa?
- La rivalidad.
- ¿Se tenían pica?
- Nos odiábamos. Enfrentarnos era como un clásico del fútbol, no importaba mucho quién estaba mejor o peor, ¿éntendés? Y por otro lado, para mí Roland Garros había sido siempre una obsesión, como una especie de enfermedad, la razón por la que yo me había dedicado al tenis. Tenía que ganar.
- Bueno, él podía estar pensando lo mismo.
- No, él no.
- ¿Por qué?
- Porque era un pecho frío, un jugador increíble, pero frío, sin sangre. Lo importante era que yo había llegado a la final, ¿entendés?, y nada ni nadie me la iba a robar.
- Yendo al partido: los dos primeros sets para él fueron bastante fáciles. Vos no te podías soltar, no estabas jugando bien.
- Los dos primeros sets yo la estaba pasando mal. Me decía: reaccioná, estás haciendo el papelón más grande de una final de Grand Slam. Y lo peor de todo es que no estaba jugando mal, era él que estaba jugando tremendamente bien.
- ¿No te daba chance?
- No. Viste que generalmente vos vas dos-cero o cuatro-cero y se te da una posibilidad y si hacés el punto ya empezás a conectarte, a jugar un poco más. Bueno, él no me la daba, siempre que lo tenía para ganar me hacía un tiro fantástico, que no sé de dónde sacaba, y ganaba el punto.
- Igual en el segundo sets algo empezó a cambiar.
- Sí, fue en el final del segundo, peloteando, empecé a darme cuenta de qué comenzaba a emparejarlo. Y ya el tercero lo gané seis-cuatro.
- Entonces se dio lo del calambre.
- Sí
- ¿Él se acalambró porque estabas vos enfrente, por la rivalidad que tenían, o le hubiese pasado lo mismo con cualquier otro rival? ¿Qué pensás?
- Que no se acalambró.
- ¿Decís que lo
simuló?
- ¡Totalmente! Como te
dije antes, entre nosotros había un partido aparte, nos detestábaos, la
temporada anterior nos habíamos peleado mal. Yo siempre fui muy emocional, algo
sacado, y él se aprovechaba. Justo antes de enfrentarnos en Madrid hizo correr
la bola de que mi novia me estaba metiendo los cuernos con Robby Mueller.
- Bueno, vos no eras
ningún inocente, lo acusaste de arreglar partidos por plata.
- Se lo merecía, por
no tener códigos, por mentiroso. ¿Vos por qué lo defendés?
- Yo no lo defiendo,
solo digo…
- ¡SÍ, LO DEFENDÉS! ¡ERA UN SOBERBIO, UNA MALA
PERSONA! ¿PREGUNTÁ EN EL CIRCUITO? ¿PREGUNTÁ A LOS QUE LO ENFRENTARON LAS ACTITUDES
QUE TENÍA EN EL VESTUARIO? ¡ERA UN HIJO DE PUTA!
- ¡Bueno, pará! Bajá
la voz porque van a venir a buscarme y vamos a tener que cortar.
- Okey, discúlpame.
- Volvé a lo del
calambre.
- El calambre. Si vos
recordás, lo del calambre fue la misma situación que habíamos vivido en
Hamburgo. También se había acalambrado y en el tercer sets me ganó dándome el
baile de mi vida. Yo sé lo que es acalambrarse, tuve que abandonar un montón de
partidos por acalambrarme: no podés moverte. Y si ahora estaba acalambrado,
para mí es imposible que jugara un quinto set como después jugó.
- No nos adelantemos,
estamos en el cuarto, cuando vos lo ves a él rengueando, con dificultades
para desplazarse…
- ¿Sos tonto? ¿Qué
parte no entendés? Te digo que no estaba acalambrado...
- Disculpame, cuando
vos lo veías simulando ese calambre,
¿no se te hacía difícil seguir jugando con un rival en esas condiciones?
- Para nada. No me
hacía ningún efecto, ya había aprendido la lección. Estaba ahí para ganar como
fuese. Si se acalambraba, si se quebraba una gamba, si le daba un infarto, era
lo mismo. Recordá lo que dije al principio: yo iba a ganar. A ver, por
ahí no termino de explicar bien la dimensión de todo esto: ¡era la final de
Roland Garros, el sueño de mi vida, la fantasía de cualquier tenista!
- Está claro. Volvamos
al partido: ese set lo ganaste seis uno.
- Sí, me sentí por
primera vez fuerte, pero al mismo tiempo empezaba a pensar en lo que se venía:
yo sabía que el quinto iba a ser una guerra.
- ¿En el quinto set él
tuvo dos match point?
- Fue muy loco,
porque yo nunca me había caracterizado por tener la cabeza fuerte. Pero
estaba match point abajo y me decía: esperá, tranquilo que no te
lo gana, el maricón no te lo gana. Y los levanté las dos veces.
- ¿Y entonces llegó tu
oportunidad?
- Exacto, lo doy
vuelta, me pongo siete-seis, quince-cuarenta arriba y tengo mi oportunidad de
partido.
- ¿Qué pensaste en ese
momento?
- Fue muy loco,
antes de que él sacara me pasaron mil quinientas cosas por la cabeza, empecé
a pensar en todo lo que había vivido desde chico con el tenis, me acordaba
de mi familia, de mi primer entrenador. Estaba ahí, ¿entendés?, a nada de
ganar, era el sueño de toda mi carrera.
- ¿Cómo fue ese punto?
Describilo.
- Cuando él sacaba yo
generalmente le devolvía por el medio, porque si le devolvía a los costados, le
daba más ángulo y me hacía correr mucho. Entonces me digo: le devuelvo por el
medio la que viene y me va a venir más o menos por el medio. Saca, yo salgo por
el medio por el lado del drive y me tira un paralelo de
derecha fuerte, un golpe que no me había tirado en todo el partido. Me
desconcierto y medio que la meto así como puedo. Empezamos a pelotear el punto
y en ese momento pasa lo que yo ya sabía que en algún momento iba a pasar.
- ¿Qué cosa?
- Me viene a la cabeza
ese pensamiento -yo soy un tipo complicado, ya lo sabés, siempre fui de
sabotearme, de problematizar, de buscarle el pelo al huevo a todo.
Estamos peloteando entonces me digo: aunque lo tengo match point está
mejor que yo. Si levanta este punto seguro que me gana los tres siguientes y pierdo
el partido. Era algo más fuerte que una intuición, era una certeza, ¿entendés?
De algún lado me venía esa imagen de lo que sí o sí iba a pasar, y yo no podía
hacer nada para impedirlo.
- Y entonces sucedió.
- Y entonces sucedió.
- Sí, entonces
sucedió.
- A ver, detenete un
momento. Desde que estás acá, esto nunca lo contaste en una entrevista, ¿podés
hacerlo en detalle?
- Estamos
quince-cuarenta, él me deja una bastante fácil al revés y yo le tiro un passing corto
y lo traigo a la red. Me la devuelve accesible al drive -en el
medio yo tengo este pensamiento insistente, taladrándome la cabeza: está mejor,
está mejor, me va a ganar. Entonces le tiro un globo alto, más alto de lo
necesario, yo calculo los segundos que va a tardar hasta que baje y él pueda
pegarle, y mientras la pelota flota en el aire salto la red, voy hasta el
bolso, saco la pistola que ya tenía preparada y le disparo.
- ¡Impresionante!
- Sí, fue bastante
impresionante. Un solo disparo, le di en la cabeza.
- ¿Murió en el acto?
- Es lo que dijeron
después los médicos. A mí me hubiera gustado que viviera unos minutos más para
que viera lo que iba a pasar a continuación.
- Te confieso que en
mis años de periodista presencié algo así: fue el momento más loco que viví en
un partido de tenis. El silencio que se creó en el estadio fue algo único.
- Sí, bastante impresionante…
- ¿Y cómo fue lo del ampayer? ¿También lo tenías planeado?
- Sí, bastante impresionante…
- ¿Y cómo fue lo del ampayer? ¿También lo tenías planeado?
- Sí, claro. Yo sabía
que si después del disparo el ampayer no anulaba el punto, por
reglamento yo lo ganaba y, como estábamos match point, ganaba el torneo.
Así que me acerqué a la silla…
- Y también le disparaste.
- Sí, al medio del
pecho.
- ¡Impresionante!
- Sí, también fue
bastante impresionante. Entonces ahí sí se me llenaron los ojos de lágrimas, tiré
la raqueta al aire, me fui al centro de la cancha y se desató la locura.
- No hubo mucha locura. Para ser justos el público no aplaudió.
- No hubo mucha locura. Para ser justos el público no aplaudió.
- ¡Sí aplaudió!
- ¡No aplaudió! Sólo
se escucharon las palmas de un par de desorientados que no terminaban de
comprender lo que acababa de pasar.
- Para mí fue
suficiente. Finalmente cumplía el sueño por el que había trabajado toda mi vida
Yo ya era el nuevo campeón y nadie podía quitarme eso. ¡Era el campeón! ¡Era el
mejor! Bueno, ahí vienen a buscarte. Te tenés que ir.
- ¡Qué lástima! Una
última pregunta: ¿valió la pena? Quiero decir, ¿en todo este tiempo nunca te preguntaste
si no hubiese sido mejor jugar ese punto, que terminar en la cárcel, con
una condena a perpetua, lejos de tu país quizás por el resto de tu vida?
- Por supuesto
que valió la pena. Yo gané. Como te dije al principio, de una o de otra forma
yo iba a ganar. Y entré en la historia del tenis, soy campeón de Roland Garros,
no es poca cosa, ¿no?
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