Personaje:
JULITO
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Julito, 20 años, aspecto común, lleva una carpeta con documentación. Sólo causa
extrañeza un dato: su brazo izquierdo es ostensiblemente más grueso, más
musculoso y más largo que el derecho.
JULITO: En la playa de estacionamiento yo empiezo en julio del ‘96’, 3 de julio del ‘96’, me acuerdo porque el 2 es el cumpleaños de mi vieja y ese día había venido a casa mi tío Roque, que es transportista, y mi tío Roque va y me dice que estaban buscando gente, que me presentara de parte suya y yo fui y me tomaron. ¡De banderillero, sí, acomodador de autos! Cuando entré hice todo el circuito, primero hacía mandados, le cebaba mate al encargado, manguereaba el playón. Los domingos tenía que hacer el fuego, desengrasar la parrilla, asar los chorizos. Bastante después empecé a acomodar los autos. Las banderas me gustaron desde siempre. Si voy para atrás, esas imágenes que a uno le quedan, puedo verme con una banderita argentina en el patio de la escuela Malvinas Argentinas. Después, con el viejo y mi otro tío, Héctor, camino a la cancha. Yo era chico y me acuerdo que les insistía para que me llevaran a ver a Villa Dálmine, quería subir a la tribuna, agarrarme de la bandera de la hinchada. No sé. ¡Una vocación!...
Un día estoy en la playa y, de pura casualidad, un acomodador hace un mal movimiento y se recalca el hombro. Entonces el encargado va y me dice: “Tomá, pibe”, y me trae la bandera y me la da.
Julito contempla en la mano de su brazo hipertrofiado una bandera invisible, extasiado.
¡No lo podía creer! Había quedado como atontado, sin reacción, como si me estuviera sonando la Marcha de San Lorenzo y el Himno Nacional adentro de la cabeza.
Abre la carpeta, extrae unas fotos.
¿Ven? ¡Miren acá! Estoy estacionando un Valiant modelo ‘65’. Un recuerdo imborrable. El dueño era viajante de Arcor, un tipo macanudo, terminamos haciéndonos amigos. Acá estoy con la Pick Up. Al de la Pick Up le gustaba mi movimiento de bandera, me lo dijo desde un principio, llevaba la camioneta sólo en mi turno. Cómo explicarlo: yo lo disfrutaba, con este trabajo yo me sentía un afortunado, era feliz.
Se conmueve, se le empañan los ojos. Para superar el trance abre la carpeta, lee.
El problema empieza…, a ver, a principios del ‘94’. Marzo del ‘94’, para ser precisos. Un día se aparece un tipo en la playa, yo estaba cumpliendo el turno y me dice: “¡Pibe, soy el Secretario General del Sindicato, avisale a todos que vamos a convocar a una asamblea!” Yo la verdad que de política no entiendo nada, y a este tipo era la primera vez que lo veía. Los de la playa después me dijeron que era un grosso, que había estado en la cárcel, que era primo hermano del Perro Santillán. A mí cuando habló me pareció sincero. El conflicto parece que era por el tema este del brazo (se contempla el brazo) Yo no tenía ni idea, pero parece que en la playa, al trabajar se te desarrolla un sólo brazo, que es con el que movés la bandera (hace el movimiento), y el otro que no trabajás no se te desarrolla. Al principio yo no lo había notado, pero después me empecé a dar cuenta de que lo empezaba a tener distinto y a la noche lo sentía como agarrotado, me dolía.
“Trabajar los dos brazos, ya”, fue la consigna que largó el tipo y el primer punto del petitorio que nos hizo firmar. El tipo explicaba que se estaba violando “un derecho inalienable del trabajador”. “¿Por qué un agente de tránsito, un limpiavidrios, un simple malabarista de la 9 de Julio, te trabaja los dos brazos y el banderillero no?” “Hay una clara desigualdad ante la ley, una injusticia”, decía. Nos mostró unos estudios médicos de la Organización Internacional del Trabajo, por acá los tengo…
Vuelve a buscar en la carpeta, lee.
“En este caso puntual, el fenotipo se conoce como ‘brazo de banderillero’. En términos clínicos consiste en una “macrotia álgida crónica de la extremidad, con implicancia en el sistema muscular del antebrazo, vasos y tendones cruzados. El trabajo intensivo durante tiempo extendido, con brazo elevado y movimiento repetitivo, sobrealimentan de lactosa los músculos implicados agravando el cuadro”.
Para mí no era para tanto. Por ahí, sí, había algunas burlas. No sé, algún bardero con unas cervezas demás que pasaba y te gastaba un poco. “¡Eeeeeeh Guillermo Vilas...Guillermo Vilas...eeeeeeh!”, te decía. Cosas inofensivas. Había que tomárselo con soda, ¿no? Yo quería trabajar, que me dejaran hacer lo mío. Ese trabajo me gustaba, lo disfrutaba mucho, me hacía feliz.
Vuelve a quebrarse. Se recompone.
Resulta que el Sindicato entonces reclama y los dueños de las playas de estacionamiento no quieren ni sentir hablar del asunto. La cuestión al parecer era esta (vuelve a abrir la carpeta y saca una planilla, la estudia, la da vuelta) Si se puede ver el gráfico: esta es la playa, este el área donde el trabajador banderillero cumple su función, ¿no cierto?, la calle tiene sentido norte-sur, por lo tanto, el banderillero enfrenta el tránsito automotor así y mueve la bandera en este sentido. Entonces, es el brazo izquierdo, el que soporta la carga laboral y el que termina afectado.
El gremio, entonces exigió qué cada playa constara de dos sectores, uno a cada lado de la arteria vehicular, de forma tal que implementando un sencillo sistema de turnos rotativos los banderilleros pudieran trabajar un tiempo de cada lado y solucionar el problema. La cosa, decía el gremio, se resolvía con más inversión. “¡Un completo disparate! -respondió la patronal- Ni juntando a todos los dueños de playa, ni asociándonos con capitales externos se podría solventar algo así”.
Después se apareció uno de los principales socios capitalistas de los playeros e hizo otra propuesta: que el Gobierno de la Ciudad cambiara la dirección del tránsito una vez cada quince días para que pudiésemos trabajar los dos brazos. Pero tampoco prosperó. Al final, no hubo acuerdo y, bueno, trajeron a esos muñecos de Taiwán a batería, con la cara de Menem, de De la Rúa, ¿los ubican? Esos del piloto amarillo con capucha (mima los movimientos del muñeco).
Les digo algo, yo con los muñecos nunca tuve ningún problema. Es más, me hice muy amigo de uno. Gallardo, le decía yo, por el Muñeco Gallardo. Lo esperaba hasta el cambio de turno y nos íbamos a tomar unas cervezas por ahí. Qué se yo, me decía: bien o mal somos todos laburantes, para qué embromarnos entre nosotros, ¿no?
Y bueno, esto fue en octubre o noviembre, si mal no recuerdo, y ahí nomás la gremial hace una reunión y deciden los sabotajes. Yo nunca supe exactamente cómo lo hacían, pero al parecer venían por la noche agarraban a los muñecos y les ponían líquido de frenos en las baterías. ¡Fue un descontrol! Los muñecos de golpe empezaron a estacionar los automóviles en cualquier parte, se subían a los capots de los autos y se ponían a zapatear, manoseaban a las clientas, o les agarraba un ataque como de epilepsia, se ponían a temblar y les salía un líquido azul por la boca. ¡Un desastre! A los dueños de las playas les llovieron los juicios, tuvieron que contratar servicios de seguridad que igual eran burlados. Al final las playas fueron atacadas por patotas a sueldo y tuvo que intervenir la Gendarmería.
Como dije, no entiendo nada del tema, pero creo que en la lucha por los derechos del trabajador hay métodos y métodos, y con los métodos violentos siempre algún inocente paga el pato.
Bueno, ese inocente fui yo. Según supe después, fue a uno de los pesados del gremio al que me le crucé entre ceja y ceja, la razón era mi relación con el Muñeco Gallardo, entendían que a través de él yo le pasaba información a la patronal y estaba saboteando la medida de fuerza. Así que en uno de los choques me agarró un grupo contratado de la barra de Almirante Brown y me dieron de arriba y de abajo, de frente y perfil (lee en la carpeta) Una semana en terapia intensiva con pérdida de conciencia, fractura de cráneo, un hematoma sangrante en el vaso, seis costillas rotas, desprendimiento de retina de un ojo y una quebradura de tibia y peroné en la pierna izquierda.
Pero la cosa no terminó ahí, estando internado en la clínica me llegó el telegrama de despido: “Por agitador y violento, Playas de Estacionamiento S.R.L. prescindía de mis servicios”. Para los dos bandos de una guerra incomprensible, entonces, yo era el culpable. Y después de eso, la verdad que no estuve bien. En esa playa yo hacía lo que me gustaba, había vivido momentos felices, tenía a mis amigos. Y un día la vida te golpea y te quedas desnudo y sin nada. Entré en un pozo depresivo, todo el día metido en la cama, tapado con dos frazadas, incluso hasta pensé en atentar contra mi vida (abre la carpeta y lee) “Cuando un evento traumático desborda la capacidad de objetivación del Ser, sobreviene la crisis. El afecto, el contacto con el Otro, convocan a través de su praxis a un encuentro primario con el Yo. Ser, Cuerpo Objeto y Sensorialidad, actúan entonces como vehículo logrando el compromiso y reconociendo al Otro como puente hacia lo sensitivo”. ¿Se entiende? Yo tardé pero finalmente comprendí esas palabras: para salir de ese estado yo necesitaba de mi amigo, necesitaba recuperar mi relación con el Muñeco Gallardo. Yo había hecho una amistad, y en los momentos desesperados, cuando uno por ahí está pensando en cometer la peor de las locuras, necesita la palabra de un amigo. Bueno en este caso no la palabra, porque Gallardo no se expresa verbalmente.
Entonces, un par de compañeros que habían ido a verme a la clínica se pusieron en campaña para encontrarlo. El día del ataque el Muñeco había desaparecido y no habían vuelto a verlo por la playa. Comenzaron a rastrearlo por la zona, finalmente lo encontraron en la feria de San Telmo trabajando de hombre estatua.
Y así se reanudó nuestra relación, volvimos a disfrutar de la mutua compañía. Yo necesitaba volver a trabajar, así que decidimos emprender algo juntos. Para ser sincero, con este brazo y con las habilidades de Gallardo para hacer de hombre estatua, podríamos haber conseguido trabajo fácil en un circo, o en el programa de Mauro Viale, pero no es mi estilo, yo soy un tipo de perfil bajo, no me veo en el mundo del espectáculo y la verdad es que tenía otra idea.
Comercialización de banderas y banderines. Al por mayor y al por menor. Empezamos como prueba piloto en la cancha de Villa Dálmine y nos fue bien. En poco tiempo nos fuimos extendiendo y ahora cubrimos toda la Primera A y los torneos de ascenso. Incorporamos cuatro vendedores, pedimos un crédito y armamos una pyme. El Muñeco Gallardo se encarga del departamento contable y la atención a proveedores, yo hago la parte de marketing y, aunque no lo necesitamos, sigo vendiendo: lo disfruto tremendamente. Cuando subo a las tribunas, se fijan en el brazo y no pueden dejar de comprar. El otro día a la salida de Nueva Chicago-Lanús sucedió algo hermoso: me encontré con un ex cliente de la playa. Fue una alegría, dijo que me reconoció a la distancia, por la forma de mover la banderita.
¿Bronca? No, creo que no tengo bronca. Sé que lo que viví fue una injusticia, pero el mundo está lleno de injusticias mucho más grandes y, sin embargo, la gente sigue viviendo. Pero de todas formas, creo que uno debe ser fiel a sus sueños, seguirlos siempre, cueste lo que cueste.
Yo ahora tengo un sueño y quiero cumplirlo. No sé, por ahí es una pavada, pero me gustaría hacer la llegada de un Gran Premio de Fórmula 1. Ver entrar por la recta a esas tremendas máquinas, el estruendo de los motores, la gente con la boca abierta de la emoción y yo agitando y agitando y agitando la bandera a cuadros. Siempre tuve esa fantasía.
APAGÓN
JULITO: En la playa de estacionamiento yo empiezo en julio del ‘96’, 3 de julio del ‘96’, me acuerdo porque el 2 es el cumpleaños de mi vieja y ese día había venido a casa mi tío Roque, que es transportista, y mi tío Roque va y me dice que estaban buscando gente, que me presentara de parte suya y yo fui y me tomaron. ¡De banderillero, sí, acomodador de autos! Cuando entré hice todo el circuito, primero hacía mandados, le cebaba mate al encargado, manguereaba el playón. Los domingos tenía que hacer el fuego, desengrasar la parrilla, asar los chorizos. Bastante después empecé a acomodar los autos. Las banderas me gustaron desde siempre. Si voy para atrás, esas imágenes que a uno le quedan, puedo verme con una banderita argentina en el patio de la escuela Malvinas Argentinas. Después, con el viejo y mi otro tío, Héctor, camino a la cancha. Yo era chico y me acuerdo que les insistía para que me llevaran a ver a Villa Dálmine, quería subir a la tribuna, agarrarme de la bandera de la hinchada. No sé. ¡Una vocación!...
Un día estoy en la playa y, de pura casualidad, un acomodador hace un mal movimiento y se recalca el hombro. Entonces el encargado va y me dice: “Tomá, pibe”, y me trae la bandera y me la da.
Julito contempla en la mano de su brazo hipertrofiado una bandera invisible, extasiado.
¡No lo podía creer! Había quedado como atontado, sin reacción, como si me estuviera sonando la Marcha de San Lorenzo y el Himno Nacional adentro de la cabeza.
Abre la carpeta, extrae unas fotos.
¿Ven? ¡Miren acá! Estoy estacionando un Valiant modelo ‘65’. Un recuerdo imborrable. El dueño era viajante de Arcor, un tipo macanudo, terminamos haciéndonos amigos. Acá estoy con la Pick Up. Al de la Pick Up le gustaba mi movimiento de bandera, me lo dijo desde un principio, llevaba la camioneta sólo en mi turno. Cómo explicarlo: yo lo disfrutaba, con este trabajo yo me sentía un afortunado, era feliz.
Se conmueve, se le empañan los ojos. Para superar el trance abre la carpeta, lee.
El problema empieza…, a ver, a principios del ‘94’. Marzo del ‘94’, para ser precisos. Un día se aparece un tipo en la playa, yo estaba cumpliendo el turno y me dice: “¡Pibe, soy el Secretario General del Sindicato, avisale a todos que vamos a convocar a una asamblea!” Yo la verdad que de política no entiendo nada, y a este tipo era la primera vez que lo veía. Los de la playa después me dijeron que era un grosso, que había estado en la cárcel, que era primo hermano del Perro Santillán. A mí cuando habló me pareció sincero. El conflicto parece que era por el tema este del brazo (se contempla el brazo) Yo no tenía ni idea, pero parece que en la playa, al trabajar se te desarrolla un sólo brazo, que es con el que movés la bandera (hace el movimiento), y el otro que no trabajás no se te desarrolla. Al principio yo no lo había notado, pero después me empecé a dar cuenta de que lo empezaba a tener distinto y a la noche lo sentía como agarrotado, me dolía.
“Trabajar los dos brazos, ya”, fue la consigna que largó el tipo y el primer punto del petitorio que nos hizo firmar. El tipo explicaba que se estaba violando “un derecho inalienable del trabajador”. “¿Por qué un agente de tránsito, un limpiavidrios, un simple malabarista de la 9 de Julio, te trabaja los dos brazos y el banderillero no?” “Hay una clara desigualdad ante la ley, una injusticia”, decía. Nos mostró unos estudios médicos de la Organización Internacional del Trabajo, por acá los tengo…
Vuelve a buscar en la carpeta, lee.
“En este caso puntual, el fenotipo se conoce como ‘brazo de banderillero’. En términos clínicos consiste en una “macrotia álgida crónica de la extremidad, con implicancia en el sistema muscular del antebrazo, vasos y tendones cruzados. El trabajo intensivo durante tiempo extendido, con brazo elevado y movimiento repetitivo, sobrealimentan de lactosa los músculos implicados agravando el cuadro”.
Para mí no era para tanto. Por ahí, sí, había algunas burlas. No sé, algún bardero con unas cervezas demás que pasaba y te gastaba un poco. “¡Eeeeeeh Guillermo Vilas...Guillermo Vilas...eeeeeeh!”, te decía. Cosas inofensivas. Había que tomárselo con soda, ¿no? Yo quería trabajar, que me dejaran hacer lo mío. Ese trabajo me gustaba, lo disfrutaba mucho, me hacía feliz.
Vuelve a quebrarse. Se recompone.
Resulta que el Sindicato entonces reclama y los dueños de las playas de estacionamiento no quieren ni sentir hablar del asunto. La cuestión al parecer era esta (vuelve a abrir la carpeta y saca una planilla, la estudia, la da vuelta) Si se puede ver el gráfico: esta es la playa, este el área donde el trabajador banderillero cumple su función, ¿no cierto?, la calle tiene sentido norte-sur, por lo tanto, el banderillero enfrenta el tránsito automotor así y mueve la bandera en este sentido. Entonces, es el brazo izquierdo, el que soporta la carga laboral y el que termina afectado.
El gremio, entonces exigió qué cada playa constara de dos sectores, uno a cada lado de la arteria vehicular, de forma tal que implementando un sencillo sistema de turnos rotativos los banderilleros pudieran trabajar un tiempo de cada lado y solucionar el problema. La cosa, decía el gremio, se resolvía con más inversión. “¡Un completo disparate! -respondió la patronal- Ni juntando a todos los dueños de playa, ni asociándonos con capitales externos se podría solventar algo así”.
Después se apareció uno de los principales socios capitalistas de los playeros e hizo otra propuesta: que el Gobierno de la Ciudad cambiara la dirección del tránsito una vez cada quince días para que pudiésemos trabajar los dos brazos. Pero tampoco prosperó. Al final, no hubo acuerdo y, bueno, trajeron a esos muñecos de Taiwán a batería, con la cara de Menem, de De la Rúa, ¿los ubican? Esos del piloto amarillo con capucha (mima los movimientos del muñeco).
Les digo algo, yo con los muñecos nunca tuve ningún problema. Es más, me hice muy amigo de uno. Gallardo, le decía yo, por el Muñeco Gallardo. Lo esperaba hasta el cambio de turno y nos íbamos a tomar unas cervezas por ahí. Qué se yo, me decía: bien o mal somos todos laburantes, para qué embromarnos entre nosotros, ¿no?
Y bueno, esto fue en octubre o noviembre, si mal no recuerdo, y ahí nomás la gremial hace una reunión y deciden los sabotajes. Yo nunca supe exactamente cómo lo hacían, pero al parecer venían por la noche agarraban a los muñecos y les ponían líquido de frenos en las baterías. ¡Fue un descontrol! Los muñecos de golpe empezaron a estacionar los automóviles en cualquier parte, se subían a los capots de los autos y se ponían a zapatear, manoseaban a las clientas, o les agarraba un ataque como de epilepsia, se ponían a temblar y les salía un líquido azul por la boca. ¡Un desastre! A los dueños de las playas les llovieron los juicios, tuvieron que contratar servicios de seguridad que igual eran burlados. Al final las playas fueron atacadas por patotas a sueldo y tuvo que intervenir la Gendarmería.
Como dije, no entiendo nada del tema, pero creo que en la lucha por los derechos del trabajador hay métodos y métodos, y con los métodos violentos siempre algún inocente paga el pato.
Bueno, ese inocente fui yo. Según supe después, fue a uno de los pesados del gremio al que me le crucé entre ceja y ceja, la razón era mi relación con el Muñeco Gallardo, entendían que a través de él yo le pasaba información a la patronal y estaba saboteando la medida de fuerza. Así que en uno de los choques me agarró un grupo contratado de la barra de Almirante Brown y me dieron de arriba y de abajo, de frente y perfil (lee en la carpeta) Una semana en terapia intensiva con pérdida de conciencia, fractura de cráneo, un hematoma sangrante en el vaso, seis costillas rotas, desprendimiento de retina de un ojo y una quebradura de tibia y peroné en la pierna izquierda.
Pero la cosa no terminó ahí, estando internado en la clínica me llegó el telegrama de despido: “Por agitador y violento, Playas de Estacionamiento S.R.L. prescindía de mis servicios”. Para los dos bandos de una guerra incomprensible, entonces, yo era el culpable. Y después de eso, la verdad que no estuve bien. En esa playa yo hacía lo que me gustaba, había vivido momentos felices, tenía a mis amigos. Y un día la vida te golpea y te quedas desnudo y sin nada. Entré en un pozo depresivo, todo el día metido en la cama, tapado con dos frazadas, incluso hasta pensé en atentar contra mi vida (abre la carpeta y lee) “Cuando un evento traumático desborda la capacidad de objetivación del Ser, sobreviene la crisis. El afecto, el contacto con el Otro, convocan a través de su praxis a un encuentro primario con el Yo. Ser, Cuerpo Objeto y Sensorialidad, actúan entonces como vehículo logrando el compromiso y reconociendo al Otro como puente hacia lo sensitivo”. ¿Se entiende? Yo tardé pero finalmente comprendí esas palabras: para salir de ese estado yo necesitaba de mi amigo, necesitaba recuperar mi relación con el Muñeco Gallardo. Yo había hecho una amistad, y en los momentos desesperados, cuando uno por ahí está pensando en cometer la peor de las locuras, necesita la palabra de un amigo. Bueno en este caso no la palabra, porque Gallardo no se expresa verbalmente.
Entonces, un par de compañeros que habían ido a verme a la clínica se pusieron en campaña para encontrarlo. El día del ataque el Muñeco había desaparecido y no habían vuelto a verlo por la playa. Comenzaron a rastrearlo por la zona, finalmente lo encontraron en la feria de San Telmo trabajando de hombre estatua.
Y así se reanudó nuestra relación, volvimos a disfrutar de la mutua compañía. Yo necesitaba volver a trabajar, así que decidimos emprender algo juntos. Para ser sincero, con este brazo y con las habilidades de Gallardo para hacer de hombre estatua, podríamos haber conseguido trabajo fácil en un circo, o en el programa de Mauro Viale, pero no es mi estilo, yo soy un tipo de perfil bajo, no me veo en el mundo del espectáculo y la verdad es que tenía otra idea.
Comercialización de banderas y banderines. Al por mayor y al por menor. Empezamos como prueba piloto en la cancha de Villa Dálmine y nos fue bien. En poco tiempo nos fuimos extendiendo y ahora cubrimos toda la Primera A y los torneos de ascenso. Incorporamos cuatro vendedores, pedimos un crédito y armamos una pyme. El Muñeco Gallardo se encarga del departamento contable y la atención a proveedores, yo hago la parte de marketing y, aunque no lo necesitamos, sigo vendiendo: lo disfruto tremendamente. Cuando subo a las tribunas, se fijan en el brazo y no pueden dejar de comprar. El otro día a la salida de Nueva Chicago-Lanús sucedió algo hermoso: me encontré con un ex cliente de la playa. Fue una alegría, dijo que me reconoció a la distancia, por la forma de mover la banderita.
¿Bronca? No, creo que no tengo bronca. Sé que lo que viví fue una injusticia, pero el mundo está lleno de injusticias mucho más grandes y, sin embargo, la gente sigue viviendo. Pero de todas formas, creo que uno debe ser fiel a sus sueños, seguirlos siempre, cueste lo que cueste.
Yo ahora tengo un sueño y quiero cumplirlo. No sé, por ahí es una pavada, pero me gustaría hacer la llegada de un Gran Premio de Fórmula 1. Ver entrar por la recta a esas tremendas máquinas, el estruendo de los motores, la gente con la boca abierta de la emoción y yo agitando y agitando y agitando la bandera a cuadros. Siempre tuve esa fantasía.
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