viernes, 14 de noviembre de 2014

Bicho Martínez ataca

Si le soy sincero, si le soy absolutamente franco, no creo que para alguien como yo esté tan mal algo así: vivir a cielo abierto, en medio del campo inculto, junto a esta zanja florida. Tal vez sea lo más parecido a mi hábitat natural y “la naturaleza busca su propio equilibrio”, como dice Sócrates Batiatto, el filósofo del programa de las once. Y entonces, el hecho de haber caído en una ciudad llena de “caminadores rápidos” no haya sido más que una circunstancia trágica, una falla, una desviación. No lo sé. ¡Pobre Gastón!, quizás no es así y yo soy el único responsable de lo sucedido. ¡En fin!... Lo que sí le pido es que mientras hablamos no se aproxime, porque cuando atravesemos los momentos álgidos me voy a poner algo crispado y puede ser un problema.
   Mi nombre es  Martínez, Bicho Martínez. Así me bautizó Andreas. "Viru¬lentis ab ovo guriguri parvo", escribió en un cartelito mecanografiado que prendió de la jaula. ¿Y eso qué quiere decir?, le preguntó la mujer. ¡Es la denominación científica!, le contestó con una sonrisa torcida Andreas y lo mismo repitió a cada cliente que entraba y, siempre de lejos, miraba para mi lado: la  fila de las jaulas grandes, después del tucán y la iguana, junto al alimento balanceado para cachorros medianos.
   Lo de ese cartelito vergonzoso no era más  que otra de sus patrañas:
- ¡Siempre que no  sepas la procedencia de la mercadería pone un bolazo en latín, los idiotas se pasman y compran a cualquier precio!...-instruía mecánicamente Andreas a su mujer. Porque para  el griego nunca fuimos más que eso: como una bolsa de alpiste, o el respirador de las peceras, artículos de consumo, mercadería.
   Usted hoy preguntaba sobre mi origen: no puedo responder. No por mala voluntad, salvo alguna vaga imagen de mi primer año de vida, un par de escenas borrosas donde desde algún lugar alto que puede ser un promontorio rocoso o la rama de un árbol, veo a mi padre derivando panza arriba en un pantano de aguas pútridas y a mi madre acercándose y sonriéndome con sus ojos dulces, con un mono silbador entre las fauces, casi lo único que recuerdo es la cara de Andreas. Es como si toda mi vida hubiese transcurrido en esa jaula, junto a una serie intercambiable de compañeros de encierro, todos invariablemente tristes y consumidos, el televisor encendido a todo volumen, Andreas y la mujer.
-  ¡Mire qué fenómeno! -agitaba los brazos el griego cada vez  que entraba  alguien. Era su gran momento, los clientes vivían la actuación y se la creían, aunque yo veía que sus ojos pequeños se mantenían fijos, como muertos.
- ¡Fíjese el color tornasolado del plumaje, la cola prensil, observe el diseño geométrico del caparazón! ¡Así como lo ve, ha sido traído directamente de la costa sud-sudeste de las  islas Kuriles! ¡Acérquese, hombre, no sea miedoso! ¡Es inteligentísimo, observe como mira televisión!
Porque cada vez que empezaba con la sarta de mentiras yo me ponía tan agitado que empezaban a castañetearme los colmillos y buscando una salida clavaba la vista en la pantalla azul.
   También desde que tengo  memoria  quiso venderme, que me llevaran a cualquier precio; y en el último tiempo creo  que si alguien se hubiese interesado, hasta me habría regalado. Por eso,  a  la hora de cerrar, yo puntualmente debía pagar el derecho a la jaula. La de Andreas era la psicología típica del “hombre golpeador”, el modelo exacto descripto por el panel de psicólogos de las cuatro. Tenía una forma escrupulosa de ejercer la violencia, como un monje fanático cumpliendo con un mandato arcaico, si me permite la imagen. Procedía siempre igual: de la trastienda traía una botella y abría la libreta mugrienta donde garabateaba sus anotaciones y mientras hacía la caja, entre copa y copa, lentamente, parecía como si los números de algún modo lo guiaran hacia mi jaula y a la distancia me clavaba sus ojitos:
-  ¡Ni tres hipopótamos ni cinco leones comen lo que vos lastras, bestia!...-decía torciendo la boca y, normalmente, agarraba el lampazo.
- ¡Mañana mismo te llevo a una laguna  y te ahogo! -decía y pasando el palo por entre los barrotes iniciaba la ceremonia. Como única defensa yo intentaba arrancarle la escoba de un zarpazo, pero era peor: se ponía histérico:
- ¡Ah, sí! ¡Ah, sí! –decía, y dando saltitos de satisfacción iba al fondo y volvía con el escobillón, o la pala rota del jardín, y no había más remedio que agachar la cabeza y soportar el castigo.
   Hasta  el día que entró Gastón, un muchacho pálido, delgado, con una expresión en la cara que aún hoy me sigue pareciendo extraordinaria, cómo describírsela sin decir una soncera: una cara como de distracción atenta. Entró buscando una bolsa  de alpiste para el canario:
- ¡Mire qué fenómeno! -arrancó Andreas y enton¬ces ocurrió lo que no había sucedido en todo ese tiempo: Gastón se  acercó   y sin ningún tipo de precauciones inclinó la cabeza y me miró:
-  ¡Qué lindos ojos azules! -dijo y a  continuación,  algo todavía más  increíble, me dijo: Te  voy  a llevar...
Aunque de naturaleza ignota para la Zoología, soy un ser sumamente emotivo: debajo de las plumas del pecho me golpeó el corazón y empezó a faltarme el aire. Nunca nadie se había acercado así a mi jaula, ni había reparado en mis ojos, ni mucho menos me había hablado. Comprenderá mi estupor.
Andreas, como es lógico, tampoco lo podía creer:
-  ¡E-efectivamente,  fíjese bien, son ojos de perro siberiano, premolares y colmillos de coco¬drilo del Amazonas! ¡Es muy guardián y además sabe multiplicar! ¡En suma, un caso único!...-      
declamaba, mientras de reojo estudiaba la reacción de su víctima.
Algo repulsivo. Y si  quiere  que hablemos con sinceridad, creo que lo que pasó a continuación, Andreas se lo tenía merecido. Cuidado, no quiero justificar nada, si bien gracias a sus mentiras yo pude salir de esa jaula, eso no quita que haya engañado a tanta gente.
   Cuando  acto seguido Gastón le dijo que me llevaba, fue hasta el mostrador  y le pidió a la mujer una bolsa de alpiste, yo me puse tan  frenético  que empezaron a castañetearme los colmillos. Hasta allí nunca había sucedido, pero aquel temblor  que en cuestión de segundos se trasformó en una serie de espasmos y sacudidas bastante incómodas, vaya uno a saber por qué (instinto podrá decir usted tal vez con razón) comprendí lo que significaban. Y la verdad es que no hice mucho para evitarlo: ni bien Andreas introdujo la llave en el candado, corrió el pasador y abrió la puerta del jaulón, abrí las fauces y  me lo comí.

   ¡Que  soy guardián es uno más de tantos embustes, guardián puede ser Rintintín, Lassie, perros entrenados, verdaderos mastines, a ver si soy claro! Yo no soy perro, no sé ladrar y generalmente me asusto y me excito por casi  todo. Además,   ¿a quién podría correr con estas extremidades de palmípedo? Pero sin embargo sé multiplicar, es lo único en lo que el extinto no mintió. Aprendí en el programa de juegos de los sábados y vaya uno a saber por qué me quedó.  Después, como los gatos monteses dormían casi todo el tiempo y con los  pájaros no había diálogo posible, las horas de la tarde que eran las más largas, me las pasaba viendo televisión y multiplicando.
   Cuando   con   Gastón   salimos  a la calle, yo todavía temblaba, el cuerpo del griego en mi estómago era una bola compacta que me producía una sensación de hinchazón. Pero de golpe experimenté algo notable: ¡El aire de la calle, vaya fenómeno! A través de la vidriera muchas veces yo había contemplado mecerse a las hojas de los árboles, trataba de recordar, de reconstruir en la memoria cómo era aquella sensación, buscaba inspiración en el ventilador de techo de Andreas, en el corto soplo que entraba cada vez que algún cliente abría la puerta en un día ventoso, pero nada que hacer. Ahora comprobaba que nunca me había aproximado siquiera a lo que en verdad es el aire de la calle. ¡Y del sol, de la tibieza mullida del  sol, mejor ni hablar! Una palmada levísima que se le posa a uno en el lomo y de a poco lo va aplacando, aplacando... ¡Discúlpeme, explicarle semejante obviedad, no!
   Como decía, allí estábamos en la puerta del negocio, yo temblando y con los  ojos ciegos por el resplandor y Gastón esperando a  que me adaptara. Cuando nos pusimos en movimiento,  noté que la vereda empezaba a llenarse de gente.
- ¡Tranquilo! -me susurró Gastón y me ajustó la correa al cuello.
En su mayoría eran “caminadores rápidos”. Le explico el concepto: desde hace algunos años,  de tanto observar por la vidriera de la veterinaria yo había urdido una tipificación que creo bastante apropiada y que divide a la gente de las grandes urbes en ‘caminadores rápidos’, ‘caminadores medium’ y ‘gente que pasea’. Los ‘caminadores rápidos’ tienen la particularidad de marchar por una vereda y cruzar intempestivamente a la de enfrente hablando todo el tiempo por teléfono celular;  a su paso podrán suceder fenómenos extravagantes: que una ronda de ancianos desnudos se ponga a hacer tumba-carneros, por poner un ejemplo grosero,  que se detendrán un segundo, dirán ‘qué barbaridad’ y seguirán su camino sin inmutarse. Los ‘caminadores medium’, en cambio,  andan con la frente inclinada hacia el piso como intentando calcular la ubicación exacta del sistema cloacal, son bastante menos expeditivos y cada tanto parecen reaccionar, abren desmesuradamente los ojos como si un recuerdo inesperado los obligase a despertar. Finalmente está la ‘gente que pasea’, que no camina en el sentido estricto sino que parece navegar, andan como si resbalasen por la vida sin un destino preciso, van y vuelven sobre sus pasos, observando la arquitectura de los techos o el comportamiento migratorio de las aves. De los tres, estos son las víctimas de los accidentes de tránsito. Andreas era ‘caminador rápido’, Gastón es claramente ‘gente que pasea’ y usted, si bien aún no nos conocemos, creo que también, a lo sumo un ‘caminador medium’ moderado.
   Al cruzarse con nosotros, entonces, esta gente se volvía, me escudriñaba con ojos distraídos, decía ‘qué barbaridad’ y retomaba su camino.  A la  primera cuadra de marcha, descubrí que  era más pesado de lo que imaginaba, el caparazón sobre todo, lo sentía como un encofrado de hormigón que me vencía las rodillas. Pensé que no podría avanzar mucho, por suerte  la casa  de Gastón no quedaba lejos. Subimos en  ascensor, Gastón vivía en un noveno piso.  Cuando metió la llave en la cerradura y abrió la puerta, vi  a una  mujer pequeña sentada en un sillón hablando por teléfono, que  me miró, abrió la boca y soltó el tubo todo en un mismo movimiento.  El teléfono cayó al piso con un sonido hueco.
- ¡Tranquilo! -me dijo Gastón. Me desprendió la correa del  cuello  y  se  acercó  a la mujer:
- ¿Te gusta, Nora? ¡Mirá que lindos ojos azules tiene! -dijo. La mujer pequeña  nos medía a uno y a otro, estupefacta. A continuación se levantó y dando saltitos desapareció tras una puerta.
Estaba shoqueada, razoné, era más que lógico, cuando a uno le suceden cosas que no le pasaron nunca, se perturba. Y para ella, sin dudas, yo era algo que no le  había sucedido nunca.
Gastón  fue tras la mujer pequeña y cerró la puerta. Escuché una voz chillona y excitada:
-  ¡Siempre lo mismo, Gastón! ¡Nuestro  matrimonio así va camino al fracaso! ¡Haceme el favor, mientras tengamos ‘eso’ acá, ponelo en el lavadero y  cerrá la puerta!..
Al rato Gastón salió un poco más pálido.
- ¡Tranquilo!...-me dijo. Y mientras volvía a ponerme la correa, me miró con tal expresión de tristeza, que por un momento estuve tentado de estrecharlo en un abrazo, no sé, de palmearle la espalda y decirle como Facundo Lux-Arriaga en “Dos por la pasión”: ¡Amigo mío, estoy contigo!...
   El lavadero era un sitio pequeño y oscuro,  casi  como la jaula, pero sin vidrieras hacia el mundo exterior.  Había una locura de trastos,  estantes con latas de pintura, botellas, una estufa vieja,  fuentones,  una montaña de ropa, un lavarropas y algunas otras cosas que en la penumbra no alcanzaba a distinguir. El olor acre a humedad mareaba.
-  ¡Guuurl  -guuurl! -escuché. ¿Serían  las cañerías que se quejaban así? Esos ruidos, el estar tan apretado, la idea de que la mujer pequeña me dejaría ence¬rrado allí para siempre, me llenaron de tal desazón que otra vez volvió el temblor,  los espasmos, las convulsiones, abrí las fauces y, sin poder dominarme me tragué una de  las estanterías con  cinco latas de pintura, el atado de ropa para planchar, una pecera en desuso y la caja del jabón en polvo.
   ¿Qué hacer, cómo evitar esas crisis? No crea que es algo de lo que me despreocupo, sé que existen el yoga, las terapias de relajación, el psicoanálisis, la medicina alternativa y la convencional, sé que hay drogas poderosas que actúan sobre la química del cerebro; pero sin descreer en los efectos que todo esto puede lograr en un organismo virgen para la ciencia, sospecho que es algo más profundo, un problema que tal vez tiene que ver con el Origen, con la raíz indescifrable de la vida; y es en ese sustrato difícil y poco accesible donde debe buscarse la respuesta.
   No  sé cuanto tiempo pasé en el lavadero, lo que  sí  re¬cuerdo es que para que el tiempo transcurriera, me puse a multiplicar números binarios positivos por decenas alternadas de tres cifras, en un momento sentí unos pasos y la puerta que se abría: era Gastón,  que me decía que lo siguiera hasta la cocina.
- ¿Qué le vamos a dar de comer? -preguntaba la mujer pequeña. Noté que había cambiado de ropa, ahora vestía un deshabillé bordó, el cabello enroscado en dos grandes ruleros y me miraba de reojo como esos clientes que curioseaban de lejos, y Andreas trataba de convencer sin éxito. De golpe, algo me hizo sacudir. Nora dejó caer la ensaladera al piso:
- ¡Hay, Gastón! ¿Qué le pasa, qué tiene?
- ¡Tranquila, Norita!
- ¡Hacé algo, no ves que está rabioso, le sale espuma por la boca y va a atacarnos!..
¿Usted cree en el destino? Yo soy un convencido, los budistas dicen que cada acción de esta vida tiene un premio o un castigo en la otra, a eso le llaman ‘karma’,  mi karma dice que en los peores momentos a mí me suceden los percances menos convenientes, vaya uno a saber cuál será la contraparte de esto en mi otra vida: creo que fue la caja de jabón  en polvo que al entrar en contacto con los líquidos digestivos del estómago inició la reacción que me provocó el ataque de hipo.
- ¡Es repugnante! ¡Solo a vos se te ocurre traer a casa algo así!...
La espuma brotaba de mis fauces en una gran nube blanca y se derramaba rumbo al living, era una avalancha deslumbrante que en otras circunstancias, le aseguro, hubiese sido una cosa digna de contemplar. Mien¬tras tanto, Gastón intentaba serenar a su mujer:
- ¡En la veterinaria me lo aseguraron, Norita, es mucho más guardián que cualquier perro!...
¡Pobre Gastón! Repetía como un perico las palabras del griego. ¿Creía realmente en ellas? Si usted me lo pregunta ahora, le diría que no, y aunque no tengo forma de probarlo porque nunca me atreví a preguntárselo, creo que Gastón sabía lo que hacía desde un principio. No sé, a medida que le cuento, reflexiono sobre esta combinación de sucesos encimados unos sobre otros, donde conviven seres como Andreas y espíritus excepcionales como el de Gastón, sin el que nunca hubiese salido al mundo exterior, sin el que no podría haber llegado hasta aquí, donde nos encontramos tan a gusto usted y yo, pero, fundamentalmente, sin el que no hubiese conocido a la hermosa, la inolvidable Aurora.
   Después de cada mala experiencia se da una buena. ¿Hay un dicho popular que habla de algo así, no es cierto? El movimiento pendular,  parte del equilibrio inestable en que se desenvuelve el Universo. Gracias al ataque de hipo, decía,  pude conocer al amor de mi vida, la bella y sacrificada Aurora. Mientras la mujer pequeña escurría la espuma con un secador y comenzaban a almorzar, Gastón me dijo que circulara un poco para que se me pasara  el  hipo.
- ¡Si quiere caminar que camine, pero más vale que no se meta en mi taller! - lo amenazó  la mujer pequeña. Como supe a continuación, Nora era modista especializada en vestidos de novias y madrinas.
   Salí  al living estrecho y en penumbras, junto al sillón había una mesa llena de fotos,  un ventanal que daba a la calle y junto al ventanal una puerta entreabierta. Había demasiados muebles, me moví despacio tratando de no tirar  nada y fui hacia la puerta, asomé la cabeza  y ¡glup!  allí  estaba: altísima, delgada, con un vestido increíble (¡más linda, qué digo, muchísimo más linda que cualquiera de esas mocosas que presentan las colecciones de París y Nueva York en el Canal de la Mujer!): Aurora. Y ahora es usted quien me tiene que ayudar, porque cuando la vi no sé qué ocurrió: bajo las plumas  del pecho sentí una opresión tan intensa y tan rara; nada violento, al contrario, algo como caliente y agradable. Tuve una alucinación: me encontraba en una ciénaga,  perdido en la oscuridad y de golpe un haz de luz se posaba en las púas de mi nuca, era alzado por los aires y empezaba a viajar en la luz, cada vez a más velocidad y a medida que avanzaba, todo era expectativa por algo que me esperaba al llegar y que yo desconocía, algo que sin embargo sospechaba sublime. Fue un incidente confuso y en el tiempo que duró vaya uno a saber la expresión anormal que tendría en la cara, porque cuando volví en mí Aurora me observaba con curiosidad.
   Me recompuse lo más rápido que pude y pensé: tengo que decir algo que la impresione. ¿Pero qué? Me surgían frases sueltas, retengo parlamentos completos de Máximo López-Williams, de Pablo Lafox, de Guido Santamarina en “Historia de un amor canalla”, pero ninguna se adecuaba. Respiré profundo para evitar un bajón de presión y le pregunté algo relacionado al clima:
- Se anuncian lluvias para el domingo -respondió, su voz era de terciopelo- ¡Mi nombre es Aurora!
- ¡Martínez, Bicho Martínez, encantado! –dije. Su buena reacción me hizo renacer el coraje, le dije que había notado que sus bellos ojos denotaban tristeza, si había algo que le causaba displacer.
-  ¡Es muy observador! –dijo y entornó las gruesas pestañas- Efectivamente estoy triste, porque  estoy demasiado tiempo inmóvil. Dígame: ¿Usted sabe lo  que  es  un maniquí?
- ¡Someramente! –respondí.
- Alguien al que le ponen todo el tiempo vestidos de fiesta  pero no va a ninguna...Yo soy un maniquí -dijo  y al pronunciar estas palabras su mirada se volvió tan desolada que me sentí morir. Volví a la jaula, al sonido amortiguado de la calle, al aburrimiento de las horas muertas, al aspecto depresivo de mis compañeros de encierro. ¿Cómo no comprenderla, cómo no experimentar toda aquella angustia, si casi éramos almas gemelas?
Como su mano estaba demasiado alta, con la cola prensil la rodeé por las rodillas:
- ¡No se preocupe -murmuré- si a usted no le incomoda, a partir de hoy voy a venir a visitarla!
En sus pupilas siliconadas se encendió un pequeño brillo:
- ¿Habla en serio?
- ¡Es una promesa!
- ¿Eso quiere decir que ya somos pareja? -preguntó de golpe.
Y aquí sí,  confieso,  me quedé sin palabras. La sexualidad es un tema complejo, me considero bastante ilustrado al respecto, he visto investigaciones serias, he reflexionado y arriesgado conclusiones, pero por lo que le he contado, usted comprenderá que soy alguien ‘técnicamente’ virgen. Ser pareja de otro trae como resultado la unión de los sexos, y que alguien como esta preciosura me propusiese justamente eso, así de golpe y en un día tan cargado de sucesos fuertes... La verdad que me sentí un manojo de nervios y ya no pude hilvanar pensamiento. En tal estado de confusión estaba cuando siento que abren la puerta, me doy vuelta y veo a la mujer pequeña:
- ¡Gastón, "eso" está en mi taller, que salga,  que salga, que salga!...-se puso a berrear como un crío. Apareció Gastón y me ató la correa:
- ¡No está haciendo nada, Nora, tranquilizate! Lo voy a llevar a la plaza...
- ¡Vos estás rematadamente loco! –lo atacó la mujer pequeña.
Pero Gastón, con suavidad la convenció de que no había por qué preocuparse, que a esa hora de la tarde la calle estaba tranquila, que a él también le haría bien estirar las piernas, que no podía suceder nada extraño.
   Y así fue que me vi arrastrado a la calle sin responder a la íntima proposición de mi amada. El hilo invisible de nuestras miradas se tensó, hasta que la puerta del cuarto de costura lo seccionó con un chasquido opaco.
En este mundo extravagante, resulta tan improbable para alguien como yo descubrirse reflejado en los ojos de una compañera. Usted dice que no es casado pero que ha experimentado el amor sensual, comprenderá que haber encontrado a Aurora para mí representaba un milagro, éramos dos soledades que se reconocían en el acto, y cuando sucede algo parecido uno se hace la ilusión que tiene que ser para siempre. Frívola ilusión.
                                                      
- ¡No es lejos, no te preocupes! –procuró tranquilizarme Gastón.
Era una advertencia innecesaria, porque la idea de volver al aire y al sol a mí me había llenado de un entusiasmo casi corpóreo. Cuando se vive una vida de encierro, cosas simples como un paseo pueden transformarse en un valor agregado que uno no termina de agradecer. La marcha igualmente se hizo cuesta arriba y en la última cuadra, con las baldosas salidas y las roturas por los arreglos de gas, mi tracción trasera vaciló en más de una ocasión.
   La plaza era un entramado de callecitas de grava entre rectángulos de césped cuidado, Gastón se sentó en un banco a leer el diario y yo me eché en el pasto  a sentir el sol. Hubiese querido entredormirme estirado en ese colchón mullido y oloroso, pero no pasó mucho que el lugar empezó a poblarse. En su  mayoría eran niños, o sea “gente que pasea”, que se detenían con sus mochilas de colegio y sus bicicletas, y nos señalaban:
- ¡Miren!...
- ¡Parece un dinosaurio!
- ¿Qué será?
Poco a poco se fue armando un círculo en derredor. Gastón primero  dejó de leer el diario:
- Su nombre científico es "viru¬lentis ab ovo guriguri parvo"... –respondía con imperturbable paciencia. Hasta  allí  nada por qué alarmarse, los niños son admirables, todo les da curiosidad, viven como en un estado de exaltación perpetua. Pero a continuación se produjo una avanzada de “caminadores rápidos”, era la hora de cierre de los bancos: corredores de la bolsa, secretarias, auxiliares primeros, señoras con changuitos, empezaron a amontonarse y a murmurar:
- ¿Pero qué es esto?
- ¿Una provocación?
- ¿Una campaña de izquierda?
- ¡Qué barbaridad! –rezongaban e inmediatamente se ponían a analizar la situación económica o a hablar de modas. Llegaron dos camarógrafos de la televisión. Traté de decirle a Gastón que nos fuéramos,  que podía ser peligroso. La multitud empezó a empujar y a apretarnos, yo me asusté, los colmillos empezaron otra vez a castañetearme. En determinado momento los de adelante se nos vinieron encima. Gastón  se incorporó como pudo y me sostuvo de la correa, yo emití un torvo  mugido y se hizo la oscuridad.
   No me pida precisiones, comprenderá que una circunstancia así se vive como una pesadilla, los sentidos entran en cortocircuito, todo suena a irreal: creo que  me tragué cuatro o cinco niños, un anciano con su bastón, dos mochilas, la rueda de una bicicleta, un camarógrafo, treinta y dos metros de cable coaxil, una señora con el changuito y una ligustrina. Con los apretujones y el griterío fue todo muy desprolijo, por  suerte Gastón consiguió hacerse paso y tirando fuerte de  la cuerda, logró rescatarme medio desplumado.
-  ¡Tranquilo, tranquilo! –lo escuchaba repetir como en un salmo mientras marchábamos de regreso al departamento. ¡Pobre Gastón! Yo estaba tranquilo, lo que no podía evitar era sentirme deprimido. El simple hecho de vivir ya produce una tensión con el medio, ¿pero ante tan irreprimible impulso qué armas oponer?¿Cómo impedir estos asaltos? ¿En estas condiciones era posible pensar en una vida en sociedad, en un trabajo, una familia?

   Cuando volvimos Gastón ocultó a la mujer pequeña lo sucedido en la plaza, creo que hizo bien, porque hubiese sido el motivo para otra disputa. A la hora de la cena, si bien ya estaba tranquilo, me sentía algo disperso. En la tele repetían un programa sobre la vida nómada de los Tuaregs, un documental de la BBC que había visto una treintena de veces: ahora apenas si podía seguirlo. Gastón y Nora hablaban animadamente, recuerdo que la mujer pequeña por primera vez se mostraba distendida, me dije que no tenía una fea sonrisa, en definitiva algo bueno debía ofrecer para que Gastón la hubiese elegido. En la pantalla azul, una mujer tuaregs acondicionaba su tienda de campaña, y entonces sucedió algo tan vergonzoso que me cuesta recordarlo: en un momento cerré los ojos y se me presentó la imagen de mi amada. Perdidos en la anchura del desierto, en plena noche africana, allí estábamos Aurora y yo en nuestra tienda nupcial, ella con un sayón de tosco género y debajo sin ropa interior. Nos acechábamos con lujuria, avanzábamos y retrocedíamos en un juego dulce y abrumador. Llegado el momento de la unión, rodeaba con mi cola prensil los finos tobillos de mi amada. Sin dejar de mirarla a los ojos, rasgaba el vestido y subía hacia sus caderas rumbo a los pechos altos, le susurraba “te amo, te amo”, obligándola a rodar por el piso de arena todavía caliente en un abrazo interminable.  Las voces de Gastón y Nora que se mantenían de fondo, de golpe se reprimieron:
- ¿Qué le sale? ¡Gastón, es un asco! –chilló ella.
- ¡Estará en el período de celo!  –se defendió mi amigo.
¡Torpe, más que torpe: bochornoso! El fantaseo me había provocado una terrible erección. Como una ‘serpiente toro’ que se estira y despereza luego de una larga siesta, mi miembro congestionado asomaba por el costado del  caparazón y comenzaba a reptar por las frías cerámicas en dirección a la mesada. Para alguien desacostumbrado, entiendo que este dato de mi anatomía puede causar cierta impresión, no sólo por las dimensiones, sino también por el atípico penacho de plumas tornasoladas que exhibe hacia el final. Fue penoso, si bien en ese momento las miradas apuntaban hacia otro sitio, el rubor abarrotó mis mejillas.
- ¡Que se vaya, sacalo de mi vista! –chillaba la mujer pequeña.
No esperé la señal de Gastón y caminé hacia el living con pasos cautelosos, intentando no pisar mi prolongación sensible. Volvió la angustia, sentía un nudo en  la boca del estómago. ¿A quién podía engañar?: era un estorbo, un ser rechazado que encima hacía lo posible para promover ese rechazo. Quería volver  al taller de costura, encerrarme con  mi amada y aislarme del mundo para siempre. De pronto estuve  frente  al sillón del living y me distraje, con mi pata izquierda  me pellizqué el miembro, un chicotazo de dolor me hizo dar un respingo: con  el costado del caparazón choqué  la mesa de los retratos, que se cayeron  aparatosamente, me hice a un lado, di contra un modular del que se tambaleó y terminó por caerse un florero lleno de agua.  Ahora sí que estaba  perdi¬do, Nora terminaría de enloquecer: se desharían de mí arrojándome por la ventana, volaría por los aires hasta caer en medio de la calle donde una jauría de ‘caminadores rápidos’ al volante terminarían por machacarme contra el asfalto! Entré en pánico: me sobrevino el temblor, los espasmos, se me abrieron las fauces y me comí el sillón, la lámpara de pie, la alfombra; seguí  con   los estantes de la biblioteca,   la mesa  de los retratos, los cuadros, las cortinas amarillas; y  de golpe,   no sé cómo, no sé en qué momento, estuve en el cuarto de la costura frente a  Aurora. La mirada triste y enamorada de Aurora, y por más que lo intenté ya no pude comunicarme, no logré advertirle y en la vorágine, como un ente autónomo, mi bocaza se abría y cerraba: me comí la máquina de coser, un vestido de novia y finalmente, trágicamente (perdóneme usted por lo que voy a decir, porque yo no puedo) a la pobre Aurora.  A  la pobre y hermosa Aurora que estaba allí parada, mirándome con ojos incrédulos, inerme, esperando que le contestara si  ya éramos pareja, para comprometernos y casarnos y ser felices para siempre, también me la comí...

   ¿Entiende el por qué de mi advertencia del principio? Sé que es espantoso y ahora mismo si quiere puede marcharse y dejarme para siempre. Soy un monstruo, un psicópata al que si existiese la pena de muerte deberían inyectar una dosis letal. ¿Qué hacer sino con alguien como yo? ¿La cárcel? ¿Un zoológico de máxima seguridad? Tal vez no tendría que haber salido del pantano, o peor, tal vez Andreas no era más que un ciudadano ejemplar que protegía al mundo de un asesino. Le cedo la palabra porque yo lo ignoro.
    Lo que sucedió luego se me confunde. Sólo recuerdo que un  instante después estaba dentro del ascen¬sor y Gastón, pálido, nervioso, me palmeaba y me decía:
- ¡Tranquilo! !Quedate acá que ya vuelvo!...
Entonces  yo trataba de controlar los temblores, me mantenía muy quieto y con los ojos cerra¬dos. Y al rato, escuchaba otros gritos de la mujer pequeña y Gastón que entraba en el ascensor  con una valija en la mano y bajábamos. Y después  caminamos y caminamos, noté que íbamos  en dirección  contraria a la plaza y que Gastón no me ataba la correa al cuello. Era todo muy extraño, Gastón caminaba mirando al frente con una expresión curiosa, que no era de molestia o de tristeza, cada tanto suspiraba y en una bocacalle se puso a silbar.
   Caminamos como diez cuadras, era tarde, la calle estaba vacía y después Gastón le hizo señas a un  taxi, pero el taxista no quiso dejarme subir. Así que seguimos marchando en silencio. No es necesario decir que yo nunca había andado tanto: no sentía las extremidades, estaba extenuado y ardía de fiebre. Y poco a poco las calles se fueron angostando, las casas bajas reemplazaron a los edificios y fuimos saliendo de la ciudad e ingresando en los arrabales, hasta llegar a este sitio. Gastón se detuvo, me miró largamente y dijo:
- Aquí nos separamos.
Yo estaba mal, comprenderá que era el único responsable de todo aquel cataclismo. No me atrevía a mirarlo a los ojos. Junté coraje y levanté la vista: el pálido y bueno de Gastón, con esa expresión curiosa en la cara, me sonreía.

   ¿Y a continuación qué pasó? Simplemente  me quedé viendo como se alejaba. Justo antes de perderse por esa loma, Gastón se volvió y alzó una mano. Esa es la última imagen que conservo de mi amigo. La noche se había puesto fría, observé el lugar,  contem¬plé el cielo, aspiré el aire húmedo y pensé que lo mejor iba a ser  buscar un lugar abrigado. ¿Ve aquel barranco?: en una oquedad tengo el dormitorio. Al campito de atrás lo uso para pastoreo: a la fuerza tuve que hacerme vegetariano. Estoy bien, conforme con la lógica inexorable de mi desgracia, ‘contenido’, si usted prefiere. He incorporado positivamente mi fracaso y eso da una gran tranquilidad, sabe, es como volver a nacer. ¿Si regresa? Por favor, no se sienta obligado, puedo arreglarme, no necesito nada, de verdad. Bueno, quizás... sólo si para usted no es molestia, es una pavada, me da un poco de pudor decírselo: un televisor. ¿Podría conseguirme un televisor?

sábado, 12 de julio de 2014

La lectura

Cuando Aparicio vio el sobre con sello al agua bajo la puerta sintió cosquillas y un súbito calor le subió desde la boca del estómago hasta el despoblado cráneo. La Asociación Saladense de Amigos de las Artes finalmente daba testimonio de su existencia, más aún, a través de una escueta misiva lo invitaba a leer en uno de sus eventos.
  
 En la soledad umbría del cuarto de pensión, Aparicio esbozó una sonrisa pudorosa y sus ojos se humedecieron. La vida tenía esas magias, pensó. También pensó que quizás había llegado la hora de que comenzara a reconocerse su trabajo.

La imprevista viudez lo había sumergido en un pozo oscuro, pero desde hacía unos tres años, en coincidencia con su jubilación en el departamento contable de Amortiguadores Titán SRL, Aparicio se había volcado de lleno a la pasión que lo habitaba desde su época de bachiller: la escritura.

Cuentos románticos, relatos de aventura, poesía, ensayo, obras de teatro, notas de opinión sobre temas científicos, con llamativa productividad había incursionado en casi todos los géneros. En el periódico local comenzaban a ser motivo de comentario sus homenajes rimados a recordaciones tan disímiles como el nacimiento de Don Martín Miguel de Güemes o el Día Internacional del Tambero. 

La Asociación Saladense de Amigos de las Artes era la autoridad que definía las líneas rectoras de la actividad cultural del pueblo. ¡Y ahora él había sido invitado! Conforme a la carta rubricada por la presidenta y el tesorero, la lectura estaba programada para el viernes a las siete de la tarde. Aparicio se dijo que contaba con tres días para prepararse. El miércoles le entregó a la patrona su mejor camisa para que la lavara y le almidonase el cuello, se retocó la tintura del bigote y en la casa de moda masculina Muñoz y Muñoz compró una corbata de lazo, más afín que las convencionales para el aliño del hombre de letras.

El jueves por la tarde se enfrascó en una tarea compleja: abrió la valija imitación cuero que guardaba en el fondo del ropero y entre una parva de originales dactilografiados se concentró en elegir el texto a leer. ¿Qué era lo apropiado? ¿Una de sus semblanzas de personajes típicos, los celebrados homenajes, una historia romántica? Aparicio fue asaltado por la ansiedad, en la soledad del cuarto se materializó la imagen hierática de Atanasia Vélez, conductora de la Asociación y dos segundos premios del Concurso Provincial Juana de Ibarbourou, tras ella, el Dr. Pérez Cárpena, lingüista defensor del buen decir y el Escribano Herminio Gonzaga, historiador aficionado, secreteaban acaloradamente y cada tanto lo medían a la distancia. ¿Qué esperaba de él aquella gente? ¿Y si su prosa los decepcionaba? La incertidumbre, pero sobre todo los intestinos traicionaron al autodidacta y una flojera súbita lo llevó de visita al baño una decena de veces por el resto de esa tarde.
Finalmente llegó el día ansiado, la Asociación Saladense de Amigos de las Artes sesionaba en un viejo edificio de altos lindante con las oficinas del Correo: allí se realizaban los conciertos de piano y los encuentros de teatro leído, ambos eventos abiertos al público; las reuniones de lectura, en cambio, eran actos especiales, con estricta invitación personal.

Aparicio se plantó frente a la alta puerta de roble con su carpetita bajo el brazo, había escogido uno de sus trabajos recientes: una historia de amor trágico protagonizada por un bombero voluntario y una bella mujer a la que el oficial salvaba de las llamas. A decir verdad, no se sentía bien: la noche anterior, una vez controlada la descompostura intestinal, un insomnio tenaz se había apoderado de sus nervios y recién había logrado dormir con las primeras luces del alba.

La puerta se abrió y fue la mismísima Atanasia Vélez quien lo recibió con una inclinación solemne:
- ¡Amigo Aparicio, adelante, adelante!
La presidenta de la Asociación, con largo vestido de organza  y un peinado alto de peluquería, lo secundó hasta el salón. El recinto era amplio y bien iluminado, en uno de los ángulos había un piano de cola y en el centro dos sillones grandes y una variedad de silloncitos de estilo diverso rodeaban una mesa baja. La poetiza lo presentó a los miembros del grupo que no conocía.
- Es un honor para nosotros recibir a una pluma de tan amplio registro –lo saludó Pérez Cárpena, extendiendo su diestra.

Además del abogado y del Escribano Herminio Gonzaga, ya estaban allí la viuda de Bertoni, a quien conocía del periódico local, dos hermanas de mediana edad apellidadas Cerasuolo, también poetas y docentes de enseñanza inicial, un veinteañero de aspecto enfermizo que venía de una localidad vecina y que al parecer constituía el futuro de la novelística de la región, y el profesor Lobianco, a quien reconocía del programa de entrevistas en la televisión local.
- ¿Sería tan amable de dedicarnos unas líneas con su firma al pie? –lo abordó una de las hermanas Cerasuolo, extendiéndole algo parecido a un libro de visitas.

El clima era de excesivo envaramiento y Aparicio se sintió abrumado, tenía la sensación de que las cosas se sucedían a velocidad: le hablaban, respondía, pero no alcanzaba a retener el sentido de las palabras. Recuerda que en un momento alguien acercó una bandeja con copitas de licor de mandarina, y él pidió si en su lugar no podían servirle un vaso de agua.

Una vez intercambiados los comentarios de bienvenida, los miembros de la Asociación Saladense se desentendieron del visitante y ocupando los sillones se pusieron a hablar entre sí con murmullos apenas audibles:
- ¿Cómo anda de ese catarro, Escribano?
- Mejor, por suerte.
- ¿Se sabe algo del concurso de la Alianza Francesa?
- Tengo entendido que esta semana se expide el jurado.

Aparicio comprendía que estaba en presencia de gente de cultura. Las copitas de licor poco a poco se fueron retirando, Atanasia Vélez agradeció la presencia del visitante y cuando comenzó a leer un breve currículum que sintetizaba su trabajo, Aparicio volvió a sentir esa fea ansiedad y dejó de escuchar. Tras la presidenta, intervino una de las hermanas Cerasuolo, luego el Profesor Lobianco, a continuación se hizo una pausa larga y todos miraron en su dirección. Comprendió que tenía que leer.

Comenzó con voz vacilante, la historia se titulaba “Fuego de amor” y arrancaba por la infancia del héroe, un muchacho de barrio que desde sus primeros años ya daba señales inequívocas de la vocación de bombero que lo acompañaría por el resto de sus días. La voz de Aparicio, al principio contenida, fue soltándose y ya promediando la segunda carilla, abandonó, por así decirlo, tierra firme para navegar con soltura por la trama del relato.

Fue entonces que ocurrió aquello: el literato notó que entre el Dr. Pérez Cárpena y una de las hermanas Cerasuolo, a quienes tenía justo enfrente, se producía un movimiento. Fue un gesto, algo así como un ademán ejecutado con la cabeza, muy leve e inmediatamente reprimido. Imaginó que era el modo que utilizarían para transmitirse el parecer de las lecturas, pero enseguida pensó que era algo sin importancia y prosiguió con el texto: en el relato se producía el incendio, la bella y multimillonaria Ornella quedaba atrapada por las llamas alimentadas por el rico mobiliario y los pesados cortinados de la mansión. El bombero, descolgándose de una ventana, la rescataba de entre los escombros de un toilette donde había logrado aislarse. En la voz de Aparicio la narración ya era un río torrentoso cargado de suspenso: el bombero llevaba en brazos a la atractiva mujer, los pisos crujían, las vigas de los techos estaban a punto de derrumbarse, la pareja debía descender peligrosamente por las escaleras metálicas. En el momento de mayor dramatismo, se miraban por primera vez a los ojos.

Llegado a ese punto de la historia, Aparicio percibió que se repetía el misterioso movimiento pero esta vez, alertado, levantó la vista de la página y lo que sintió fue una detonación en el estómago: Aurelia Cerasuolo y el Dr. Pérez Cárpena no se comunicaban, ni se pasaban seña alguna, sino que en forma casi sincronizada sus cabezas se habían inclinado ganadas por el sueño. ¡Sí, aquellos dos cabeceaban y se estaban durmiendo! ¿Podía imaginarse peor desventura? ¡Era un bochorno! Intentando disociar la cabeza, Aparicio trató de justificar el incidente: es cierto que escuchar leer muchas veces provoca somnolencia, además era viernes, último día de la semana, tal vez el cansancio acumulado… ¡Pero no, no había razón posible! Su corazón se puso a galopar. Como seguía con el relato, procuró que su revolución interior no se le delatara en la voz. ¿Y el resto de la Asociación Saladense de Amigos de las Artes qué opinaba al respecto? Aprovechando el cambio de carilla, levantó la vista para interpelar a los anfitriones y aquí, sí, el impacto fue explosivo: Atanasia Vélez, el escribano Gonzaga, la viuda de Bertoni, el chico del pueblo vecino y el profesor Lobianco, en distintos estadios y posiciones, ya dormían a pierna suelta.

El autodidacta se puso a temblar como una hoja, no era un hombre de naturaleza violenta, ante las injusticias no conseguía enfurecerse, saltar, ni maldecir, lo que ahora sí sentía, como nunca antes recordase, era una inmensa vergüenza. La viuda de Bertoni y Atanasia Vélez se apoyaban una sobre otra durmiendo mejilla con mejilla, Herminio Gonzaga, rígido y con el rostro orientado hacia el techo resoplaba con la boca abierta, la poetisa Cerasuolo descansaba la cabeza en el regazo del novelista adolescente, quien junto al profesor Lobianco iban resbalando paulatinamente de los sillones hacia el piso alfombrado.

Lo asombroso era que mientras se desplegaba aquel Apocalipsis, como un ente autónomo, en la voz de Aparicio el relato avanzaba sin prisa y sin pausa: una vez recuperada de las consecuencias del incendio, la heroína y el bombero no habían vuelto a verse, el oficial se reprochaba la timidez imperdonable que había impedido una cita. Pasaron los meses y cuando el protagonista creía que estaba todo perdido: otro incendio, una gran mansión devorada por las llamas y la sorpresa del bombero no tuvo límites cuando de otro toilette volvió a rescatar a la bella Ornella. La mujer esta vez había sido lastimada gravemente, el bombero la bajaba por las escaleras metálicas, la subía a la ambulancia, viajaban juntos y en el interior del móvil era ella quien abría su corazón y develaba el misterio: Ornella se había enamorado del bombero y la forma pergeñada para volver a encontrarlo había sido provocando un nuevo incendio. La pareja se unió definitivamente, el fuego, como un testigo fatal, se transformó en el eje de aquella historia de amor: los incendios se multiplicaron, Ornella seguía esperando en caserones arrasados por las llamas y el Bombero corría a  rescatarla.

Sorda a la apasionada narración, la Asociación Saladense de Amigos de las Artes, en tanto, se empeñaba en el inexorable derrumbe. El profesor Lobianco y el novelista joven ya dormían definitivamente tendidos en la alfombra, liberado uno de los sillones de tres cuerpos, el Escribano Gonzaga se estiraba en toda su longitud con el dedo pulgar derecho en la boca; Atanasia Vélez, en cambio, había quedado en una posición difícil para una mujer de su trayectoria: volcada sobre la mesita baja, con las rodillas apoyadas en el piso elevaba el trasero en una irrefutable invitación a lo prohibido. Entre carilla y carilla, incrédulo, Aparicio hacía largas pausas para constatar los avances del cataclismo.

Producidos ya otros cuatro incendios, los compañeros de cuartel, más tarde los médicos de la clínica, advertían al bombero de los riesgos de la situación: el estado físico de la bella Ornella se deterioraba vertiginosamente, las heridas no alcanzaban a curar que ya su cuerpo volvía a ser agredido por las llamas. ¿Se justificaban tales advertencias?, se interrogaba el bombero ¿Acaso no era el cuerpo arrasado de su amada el símbolo palpitante de aquella historia de amor? Pese a los peores pronósticos el romance continuó y una noche fría de invierno la pareja contrajo matrimonio. El escenario elegido fue la Iglesia Nuestra Señora de La Merced; y aquel fue el final soñado por los amantes: el campanario y la alta cúpula lamidos por las llamas, los compañeros del cuartel, los familiares y amigos asistiendo desde la vereda, el bombero con su uniforme de gala irrumpiendo hacha en mano, el pesado portón que se resistía ante los primeros golpes, que finalmente se abría, y en el interior, junto al altar mayor, aguardando, primorosa, casi mística, la imborrable imagen de la bella Ornella, con su velo, su cola y su vestido blancos, en vivas llamas.

Aparicio leyó las últimas líneas con los ojos velados por las lágrimas, el final de la historia era impactante y al mismo tiempo dotado una belleza poco común. Cuando las palabras finales dejaron de vibrar, el autodidacta dejó pasar unos segundos para acomodar las emociones. Ahora el silencio era acompañado por un coro de respiraciones y ronquidos en varias escalas. Colocó las carillas dactilografiadas en la carpetita y se incorporó intentando no pisar a nadie. Se dirigió a la salida, pero a los pocos pasos cambió de idea y dio un giro en torno al salón. ¿Podía irse así como así, sin despedirse? ¿Aquello no podría ser tomado como un desaire? Esa gente, generosamente, le había abierto sus puertas, eran personalidades de prestigio. Además, ¿tenía él un cabal conocimiento de sus hábitos como para juzgarlos? ¿Y si aquel era el comportamiento habitual en las reuniones de lectura?

Paseando la vista por los durmientes, de golpe algo se encendió en su interior y supo lo que debía hacer. Una de las hermanas Cerasuolo dormía de costado con un brazo y la mejilla derecha apoyados sobre el pecho del Dr. Pérez Cárpena, a su lado, la viuda de Bertoni se estiraba prolijamente boca arriba, entre ambas había un claro que le daba espacio suficiente. Se recostó con cuidado apoyando la nuca sobre la alfombra y extendió lentamente las piernas. No se estaba mal estirado en el piso, desde aquel ángulo podía apreciar las molduras del techo y la araña de cuentas de cristal. Recordó que su fallecida esposa en sus últimos días debía acostarse sobre la pinotea del dormitorio para soportar los dolores, luego le vino a la memoria una lejana canción de cuna que le cantaba su madre. Cerró los ojos y se durmió.

lunes, 9 de junio de 2014

Final Tango

Personajes:
Final Tango
Rappapport

ESCENA 1

Un barrio de Buenos Aires, una  esquina, un farol, las persianas del bar cerradas, sobre el frente un banco de plaza. Es el atardecer, reina un silencio inhabitual para la hora. Entra FINAL, estampa de malevo, funyi, saco cruzado, pañuelo blanco al cuello, a pesar del aire altanero denota una marcada debilidad física.
FINAL (contemplando la soledad de las calles): Barrio, barrio, aquí estoy luego de larga ausencia… (se desplaza un par metros, estornuda) El tiempo no te ha cambiado, barrio, el empedrado azul de aquella noche que la oí taconear. ¿Dónde está ella? ¿Dónde los muchachos? (se desplaza otro par de metros)  La persiana del Gallego entornada, como entornado este cielo plomizo que mi corazón oprime (saca una libretita y un lápiz) ¡Ves, eso está bien! (anota, se desplaza otro par de metros, mismo tono) Calles que atesoran mis anhelos y arrullan la nostalgia loca de los veinte abriles. ¡Qué desencuentro! Aquí estoy, ya no soy aquel, la vida me ha hecho daño...
FINAL saca un pañuelo, se suena ruidosamente. De algún lugar elevado, un árbol, un tapial, cae hacia el escenario RAPPAPPORT, lleva una mochila a la espalda, guantes de ciclista, calzas largas de color chillón y musculosa, va descalzo y tiene un peinado estrafalario. Colgada al cuello lleva una especie de i-Pod, o calculadora grande. RAPPAPPORT se incorpora, evidentemente se ha hecho daño en una rodilla, vuelve a mimar el salto con el que entró, hace una tumba carnero, acerca la nariz al piso, lo huele, lo toca con ambas palmas como comprobando su dureza. Todos sus movimientos y actitudes son raros.
FINAL (aunque percibe su presencia no acusa recibo, mismo tono): ¿Acaso la vida no da revanchas? Una pena empeñosa castiga este corazón malevo, como el dulce engaño de su boca de pétalo…
RAPPAPPORT aspira dos o tres veces el aire, en actitud científica intenta desplazarlo con las manos como si fuese sólido.
FINAL: …Noches de arrobo y de murmullos. La esquina, el farol, no son otros pero tampoco son los mismos…
RAPPAPPORT golpea con los nudillos el caño del farol escuchando y tratando de capturar el sonido metálico.
FINAL: ¿Cuánta bravura, cuántas historias…
FINAL se interrumpe, le clava una mirada turbia. RAPPAPPORT deja de golpear.
FINAL: …decía: ¿Cuánta bravura, cuántas historias de mudo coraje atesoran las íntimas calles? El último organito emite su postrera melodía y…
RAPPAPPORT ahora deja caer un largo hilo de saliva de su boca, estudia como se comporta en su caída. FINAL no puede dejar de observarlo, se desconcentra.
FINAL: Y tu amor en mi ventana. Digo, “y mi amor en tu ventana”… ¡TE PODÉS DEJAR DE JODER!
RAPPAPPORT se congela. Pausita. Junta coraje, se acerca a FINAL.
RAPPAPPORT: P-perdono.
FINAL: ¡No te perdono nada!
RAPPAPPORT (con cautela): Good morning, ciao, signore. ¿Arrivals exchange?
FINAL lo mide, RAPPAPPORT no puede sostenerle la mirada.
FINAL (para sí): Ves, esto es lo que hace la droga.
RAPPAPPORT: P-perdono.
FINAL: ¡Dije que no te perdono nada! (saca un pañuelo, se agacha y se lustra la punta de los zapatos, se incorpora) Es esta gripe: me hace ver pelotudos por todas partes (se aparta, estornuda, volviendo a lo suyo) Hermano de mil noches, camarada, busco las palabras que consigan plasmar esta angustia que atenaza el pecho. Fui suyo, fue mía. ¿El dulce olvido que todo lo puede, traerá nuevas esperanzas?
RAPPAPPORT se aleja, para disimular canturrea.
RAPPAPPORT: Cu cu / cu cu / cantaba la rana / Cu cu / cu cu… (con discreción  se lleva un dedo al oído y acerca a su boca la calculadora, aparentemente para comunicarse con alguien) Parlare solo.
FINAL: …Amurado en mi tristeza me vence el recuerdo loco de la dicha que otrora me hiciera gozar…
RAPPAPPORT (ídem): Parlare solo y contestarse.
FINAL (volviendo al presente): No, no hay caso, no estoy en vena (a la persiana, malhumorado) ¿Che, qué pasa? Gallego, ¿hoy no piensan abrir?
FINAL no le saca los ojos de encima a RAPPAPPORT, que intenta ocultar con su cuerpo el i-Pod.
RAPPAPPORT: Cu cu / cu cu / di sotto dil acqua… (vuelve a llevarse el dedo al oído) ¿Perdón? ¿N-no complete il profile? (advierte la mirada del otro, disimula, se aproxima) Esteee… ciao, mister, good morning, qué confortevole tarde. ¿Conference and business center?
FINAL (lo mide): Sos raro, te felicito. Pero hoy no estoy con paciencia, así que ¡vía, vía, tomátelas!
FINAL lo empuja, RAPPAPPORT hace un zumbido con la boca, de golpe gira y levanta una rodilla y contorsiona ambos brazos haciendo una extraña figura, apresta el I-pod y lo apunta, FINAL da un paso atrás, se lleva la mano a la cintura.
FINAL: ¡EPAAA, CONMIGO NO JODÁS, MIERDA!
RAPPAPPORT: Si no molestia…
FINAL: ¿Qué cosa?
RAPPAPPORT: ¿De perfil ponerse, please?
FINAL: ¡Drogados, “punk”! (lo pronuncia como se escribe. Se ladea el sombrero, saca pecho, se entrega para las fotos) ¿Vos sos “punk”, nocierto? Te juné de entrada. Yo para estas cosas soy detallista (haciendo distintas poses para las tomas que RAPPAPPORT va haciendo) El Lautaro, mi sobrino, es “punk” también: así, un tarado mental como vos. Le digo a la Elsa: uno le pregunta a tu pibe y no se sabe qué carajo espera de la vida, sin plan, sin horizontes (se acomoda el pañuelo del cuello) Se trenza a los cadenazos acá a la vuelta con los amigos, dejan los dientes tirados en la vereda. Un escándalo (reflexivo) ¡Qué picardía, carajo, cómo ha cambiado la vida en poco tiempo! Sin ir más lejos: pensar lo que era esta misma calle treinta años atrás (declamando, conmovido) El asfalto borró de un coscorrón, la barriada que nos vio nacer…
Pausa, expresión evocadora de FINAL, la escena se congela unos segundos, se escucha de fondo “Por una cabeza”, de Gardel y Le Pera. Vuelven abruptamente a la acción.
FINAL: ¡Pero qué tengo que estar perdiendo el tiempo con vos! (va hasta la persiana, la golpea con fuerza) ¡Gallego, Gallego, qué pasa viejo! Vamos que hoy vengo atrasado (consulta el reloj pulsera, lo sacude) Qué lo parió, y a este cacharro qué bicho le picó.
FINAL revisa el reloj descompuesto, estornuda, se suena la nariz, RAPPAPPORT descubre  un insecto que ve pasar por el piso, le pega un manotazo, se lo lleva a la boca, lo paladea. Tipea algo en la computadora mientras canturrea. FINAL lo observa.
RAPPAPPORT: Cu cu / cu cu / pasó un cavaliere…
FINAL: No, a vos no te tengo visto.
RAPPAPPORT (escupiendo un trocito del insecto): Le magnétisme.
FINAL: ¿Qué?
RAPPAPPORT: Le magnétisme, campo de vectores inducidos de Madre.
FINAL: ¿Madre, qué madre? ¿La vieja, decís?
RAPPAPPORT: Madre. Spedizioniere Madre.
FINAL: ¡Pibe, vos estás muy mal! ¿Sabés que eso que tomás te caga las neuronas, no?
RAPPAPPORT: Gli machine descomponerse, por eso crack-paf suo reloj. ¿No ver E.T.?
FINAL: ¿E.T.?... Bueno, mirá (volviendo a empujarlo) guita no tengo, merca menos que menos, así que vía, vía, chabón, despejá la cancha que ya me estoy pudriendo.
RAPPAPPORT se queda a un costado, FINAL observa las calles.
FINAL: Sí parece feriado nacional, parece (se suena la nariz, se planta en pose, vuelve a declamar) Viejo, querido arrabal. En tus patios perfumados se insinúan las estrellas que te bañan de silencio... ¡Eso está bien! (saca la libretita, anota, se desplaza un par de metros) La madreselva, los íntimos faroles... (pierde concentración) ¿CHE, PERO QUE CARAJO PASA HOY? ¡GALLEGO, ME ESTOY EMPEZANDO A CALENTAR! ¿DÓNDE ESTÁN TODOS?
RAPPAPPORT hace una seña para que FINAL lo deje hablar.
FINAL: ¿Ahora qué?
RAPPAPPORT: ¿A-a usted dónde parecerle?
FINAL: “A usted dónde parecerle” ¿Qué sos, piel roja? ¡O hablás en cristiano o te mandás a mudar!
RAPPAPPORT: ¿Dónde parecerle que están todos?
FINAL: Ni es tu problema, ni te importa (para sí) Todavía es temprano. Serán las seis y veinte, seis y media…
RAPPAPORT: Siete di afternoon GTM
FINAL (sin escucharlo): Seguro están atrasados, el Ruso, sin ir más lejos, en marzo pasado había conseguido un trabajo.
Pausita.
RAPPAPORT: ¿E-el Gallego, say?
FINAL: Sí. ¿Por qué? ¿Lo conocés?
RAPPAPPORT (consulta en el i-Pod): ¿M-manuel Marcelino Mourelos, 68 years old, two by-pass, operación próstata, hacerse llamar il Gallego?
FINAL: ¿Cómo sabés todo eso? ¿De dónde lo sacaste?
RAPAPPORT: Transportado questa matina.
FINAL lo mide, RAPPAPPORT no puede sostenerle la mirada.
RAPPAPORT: Terminal check-out no smocking, estar evacuando.
FINAL: ¿Evacuando?
Pausita. FINAL larga una carcajada, RAPPAPPORT lo imita, emite una risa mecánica contagiosa. FINAL vuelve a reír y el otro a imitarlo. RAPPAPPORT revuelve en la mochila, saca un corpiño, lo estira, estudia la tela, de golpe el corpiño sale disparado, se asusta y da un grito.
FINAL: ¡Evacuando, está muy bien!
RAPPAPPORT: ¡E-evacuando, está muy bien, oui!…
FINAL (cambia de golpe): ¡SI ME SEGUÍS TOMANDO PARA LA JODA, PELO LA FACA Y TE DESGRACIO ACÁ MISMO!
RAPPAPPORT se espanta, se cubre para no ser golpeado. FINAL se desentiende, saca un cigarrillo.
FINAL: Como en las películas. Ya que estamos venime también con que se acaba el mundo y cartón lleno (lo enciende, contempla el anochecer)
RAPPAPPORT (vuelve a levantar la vista al cielo, hace unos movimientos extraños con los dedos de las manos. Para sí): N-no, todavía…
Pausa. Ambos se quedan mirando el cielo, la escena se congela unos segundos De fondo vuelve a escucharse ‘Por una cabeza’, vuelven abruptamente a la acción.
FINAL: Qué conste que si te doy pelota es porque estoy aburrido.
FINAL le ofrece un cigarrillo.
FINAL: Si hay algo que me revuelve el estómago son los inútiles así como vos, los “punk”.
RAPPAPPORT: Tante gracie.
RAPPAPPORT se mete el cigarrillo en la boca, lo mastica, se lo traga, FINAL lo observa unos segundos, va a decir algo pero se arrepiente. Se desentiende.
FINAL: ¡Cómo ha cambiado la vida, que lo parió! El otro día lo hablaba con Comesaña, ¿ves, esa de ahí? Esa era nuestra parada: mocosos de 11, 12 años. Todo el santo día en la calle. Claro, en esa época qué peligro podía haber. Hacíamos el picadito en el potrero de la esquina y cuando terminábamos, más o menos a esta hora, Paglieri nos daba los camotes. ¡El tano Paglieri, tipo generoso!  Si me parece estar viéndolo en la verdulería con el delantal roñoso. Prendíamos el fueguito contra el murallón, los asábamos lento, y mientras tanto caía la tarde. Hablábamos de nuestras cuitas… ¿Ves esa calle? Era de empedrado, te pasaba algún camioncito repartidor a las cansadas. Ahora uno observa a esos locos a 200 kilómetros por hora sin parar en los semáforos: ¿adónde van tan apurados, me querés decir?
Mientras FINAL rememora, a sus espaldas RAPPAPPORT, canturreando, le toma las medidas de la cabeza, de los brazos, de los pies. Tipea en el i-Pod.
RAPPAPPORT: Cu cu / cu cu / cantaba la rana / Cu cu / cu cu / di sotto dil acqua…
FINAL (conmovido): y cruza el cielo el aullido / de algún perro vagabundo / y un reo meditabundo / va silbando una canción...  ¡Qué lo parió, qué imagen!
FINAL se deprime, RAPPAPPORT lo observa, le estudia los ojos, con la punta de un dedo le saca una lágrima, la examina. 
RAPPAPPORT: ¿Estar… (busca la palabra en el i-Pod) “nos-talgio”?
FINAL: ¡TOMÁTELAS!
RAPPAPPORT: Traffic control. ¿Quiere que yo proyectarle deseo?
RAPPAPORT hace otro extraño movimiento con brazos y piernas, tipea en el I-Pod. FINAL, que lo observa con gesto burlón, de golpe clava la vista en un punto por encima de la platea.
FINAL: ¿ESTERCITA? (impactado, duda, se restrega los ojos) No, no puede ser, es esta fiebre de mierda (volviendo a observar por encima de la platea, a RAPPAPPORT) N-no entiendo. ¿Qué hiciste?
RAPPAPPORT lo anima por señas.
FINAL: ¿Estercita? ¿Sos vos? ¡Qué dicha para mis ojos! (saca un peine, se emprolija el jopo) Estercita, mi bien… Y yo acá, ya me ves, un poco apestado pero como siempre. Los seres humanos somos bichos raros. (se aleja del otro buscando intimidad) Qué picardía dos almas como las nuestras tan distanciadas, Estercita. ¿Leíste las cartas?... Mi único reclamo fue comprensión, mi bien. Me conocés como nadie, sabés que necesito de las noches y las madrugadas. La vida del arrabal siempre fue mi alimento: soy un artista… Estercita, el tiempo es un ave presta a partir, ya no somos pibes. ¡He cambiado tanto, mi bien! Te juro que a veces me miro en el espejo y me desconozco. ¿Qué pasa? ¿Por qué me mirás así? ¿No vas a hablar? Rompé el silencio (nota algo raro, a RAPPAPPORT) ¿Che, qué tiene?
RAPPAPPORT: ¿P-perdono?
FINAL: En el cuerpo, en la ropa, digo…
RAPPAPPORT: Ah, ya estar packaging empaquetada.
FINAL: ¿Empaquetada? ¡Pero, claro, si parecés un cuarto kilo de queso cuartirolo! Estercita, ¿qué te han hecho? ¿Y para qué sube en esa cinta?
RAPPAPPORT: No parking, exit. Estarla embarcando…
FINAL: ¿Embarcando? No entiendo ¿Para qué? ¿Qué piensan a hacer con ella?
RAPPAPPORT: Grageas para la garganta, pilas, depender calidad del fermento…
FINAL saca el puñal, se le va encima.
FINAL: ¡YA ESTÁ BIEN, ME PUDRISTE! ¡DEFENDETE, MIERDA!
RAPPAPPORT da un paso atrás y lo esquiva, FINAL sufre un acceso de tos, vacila sobre sus piernas, está a punto de caerse.
FINAL: ¡La puta, qué flojera! Sosteneme, nene, que me vengo en banda.
RAPPAPPORT lo sostiene.
RAPPAPPORT: Don’t worry, nene chabón signore.
RAPPAPPORT lo acompaña hasta el banco y lo sienta, le saca el cuchillo, de la mochila saca una bolsa esterilizada, lo mete adentro y la guarda.
FINAL: ¿Qué me pasó?
RAPPAPPORT: Niente, no preocuparsi.
FINAL: Me da vueltas la cabeza. La puta, debe ser la gripe. Tres días en cama, cuando me levanto Boca perdió la final de la Libertadores, se rajaron todos y aparece un “punk” falopero que dice que están evacuando el planeta. ¡Mi Diós! ¡Qué país!
Pausa. FINAL se recupera, lo asalta una súbita inspiración, se abstrae, saca la libreta y el lápiz, anota.
FINAL: Carmín y misterio (tacha, vuelve a anotar) Tres lágrimas amargas, como tres tajos… mortales, surcan el amado rostro. ¡Ves, eso está bien!...
FINAL cambia, mide a RAPPAPPORT, este  al sentirse observado se incomoda y canturrea.
RAPPAPPORT: Cu cu / cu cu / pasó un cavaliere…
FINAL: A ver… decime algo, supongamos, sólo supongamos que me tragara semejante sapo, ¿y para cuándo sería esto?
RAPPAPPORT: ¿Discolpare?
FINAL: ¡No te hagás el gil: sabés lo que te estoy preguntando! Para cuando sería… esto… que se acaba.
RAPPAPPORT: ¿Il mondo?
FINAL (reservado): El barrio, a mí hablame del barrio y bajá la voz. ¿O querés que los muchachos me agarren para la joda?
RAPPAPPORT: Six hours, teinta y cinque minuti.
FINAL: ¡Ah, mirá!
RAPPAPPORT: Oui
FINAL: ¿Así que sefiní?
RAPPAPPORT: Oui, check-out.
FINAL: ¿Así como así?
RAPPAPPORT: Oui
FINAL: ¿Todo?
RAPPAPPORT: Tutto
FINAL: ¿Y de dónde tenés el dato?
RAPPAPPORT: Viajando en el tiempo.
FINAL: ¡Ah, mirá! ¿Así que también viajás en el tiempo?
RAPPAPPORT: Oui
FINAL: No te privás de nada, vos.
RAPPAPPORT: No entender.
FINAL: No me hagás caso. ¿Y, decime, podés ver lo que va a pasar?
RAPPAPPORT: Oui
FINAL: ¿Supongamos de acá a dos horas?
RAPPAPPORT: Oui
FINAL se aleja con aire reflexivo, estudia la situación, observa a RAPPAPPORT a distancia, vuelve, se abalanza sobre él.
FINAL: ¡LOS NÚMEROS DE NACIONAL Y PROVINCIA PARA ESTA NOCHE!
RAPPAPPORT: N-no comprender…
FINAL: ¡PASÁ EL DATO, CHABÓN, DALE QUE CIERRA!
RAPPAPPORT(asustado): Pibe monsieur…
FINAL (con desesperación): ¿A VOS PARA QUÉ TE SIRVEN? ¡DALE, NECESITO ESTA GAUCHADA YA: PASÁ EL DATO!
RAPPAPPORT: E-evacuación, arrivals exchange.
FINAL (implorante): Se me acabó el crédito en la pensión, debo cinco meses. ¿Querés que terminé en la calle y con esta gripe?
RAPPAPORT: Exit, signore chabón. E-evacuación…
FINAL: Vos no entendés…
RAPPAPPORT (perdiendo la paciencia): ¡NO, VOS NO ENTENDES!
FINAL: ¡Epa! ¿De dónde sale ese tuteo?
RAPPAPPORT: P-perdono.
FINAL se aparta. Pausita.
FINAL (altivo): ¡Muy bien! ¿Estoy quebrado, estoy en la ruina? ¡No hay problemas! No va a ser la primera vez que un creador, que un artista sufre la incomprensión de su época. ¿Acaso Juan de Dios Filiberto no fue perseguido por prestamistas? ¿Eh? ¿El gran Francisco Canaro no sobrevivió sus últimos años con un mísero Plan Trabajar? ¡Pero cuando uno responde (se quiebra, pucherea) grabate bien esto, pibe: cuando uno responde al supremo mandato del arte, al espíritu intocable de la poesía, todo sacrificio es poco!
FINAL se muestra abatido, pausa, RAPPAPPORT se conmueve, trata de rescatarlo.
RAPPAPPORT: ¡Good morning, pibe signore, tank you for your assistance!
FINAL no responde, RAPPAPPORT busca en la mochila, saca un muñequito Kent, lo huele, le muerde un brazo, se lo muestra a FINAL, le hace hacer piruetas, FINAL tampoco responde. RAPPAPPORT guarda el muñeco, le toma un brazo, le lame la manga del saco.
FINAL: ¡Salí! ¡Dejame!
Pausita, a RAPPAPPORT parece ocurrírsele algo.
RAPPAPPORT: ¡Ascoltare, ascoltare, listen exchange!: (lee en el i-Pod)
“Hombre residente Nueva Delhi, India, demandar a empresa de desodorantes AXE por publicidad engañosa. Campañas publicitarias decir que desodorante atrae mujeres. Vaibhav Bedi declarar que durante siete años usar y nunca se le acerco una mina ni para tomar un té”.
Pausita, RAPPAPPORT estudia la reacción de FINAL, acto seguido larga la risita mecánica pegadiza.
RAPPAPPORT: ¿No graciosísimo? 
FINAL (con frialdad): No.
RAPPAPPORT (entusiasmándose, lee) Ascoltare, listen: “Astro futbolístico inglés David Beckham regalar a Victoria, su signora, vibrador de platino y diamantes valorado en dos millones de dolars”.
RAPPAPPORT vuelve a reír y FINAL ídem.
RAPPAPPORT (lee): “En programa Gran Hermano, enferma terminal premiar ganador de reality con donación de un riñon”…
FINAL (reaccionando, aplaude furioso): ¡BRAVO! ¡TE FELICITO! ¡BRAVO!
RAPPAPPORT: Scusi…
FINAL: ¡Burlate, dale! En ese planeta tuyo deben ser unos piolas terribles.
RAPPAPPORT: N-no querer ofender, sólo divirtiendo.
FINAL: ¡ME IMPORTA UN CARAJO! ¡NO ME DIVIERTE!, UN TIPO COMO YO NO SE DIVIERTE, UN TIPO COMO YO SUFRE! (Pausita. De golpe, agresivo) Decime,¿vos me ves pinta de otario, a mí? ¡Pero mirate la facha!
RAPPAPPORT: ¡No, pibe monsieur! No smoking Exchange.
FINAL: ¡Si parecés un payaso! Con esos pelos, esos calzoncillos largos que te marcan el paquete.
RAPPAPPORT: ¿El qué?
FINAL (amenazante): ¿Me vas a seguir tomando el pelo?
RAPPAPPORT se cubre para no ser golpeado.
FINAL: ¡Ya no sos un pibe, dejate de joder! ¿Qué edad tenés?
RAPPAPPORT: 7302
FINAL: ¡Ves! (desconcertado) ¡Como sea! Quiero decir, ya sos un pelotudo grande. No sé, aprendete un trabajo, metete en un colegio industrial. Hay oficios nobles, el de tornero, por ejemplo (soñador) El viejo era tornero, entró a trabajar y se jubiló en el ferrocarril. Después puso su tallercito en casa… (cambiando) ¡Pero el señor no, claro, el señor es antisistema! ¡No sabés de qué carajo, pero estás en contra! Decime: ¿Te preguntaste alguna vez qué sentido tiene la vida? ¿Para qué estamos vos y yo acá?
RAPPAPPORT: Limousine services.
FINAL (para sí): Hablar con este es como tirarle margaritas a los chanchos. ¡Qué decadencia, hermano! (cambiando, evocativo) ¿Ves esa casa?
Vuelve a escucharse de fondo ‘Por una cabeza’. FINAL relata más para sí que para el otro.
FINAL: Ahí vivían las mellizas Donadío, los padres eran piamonteses, del Norte de Italia, habían venido en el mismo barco que los hermanos del viejo. Yo estaba perdidamente enamorado de Aída. La madre era profesora de piano, por las tardes las hacía ejercitar pasajes de óperas junto a la ventana. Nosotros, por supuesto, las espiábamos: altas, delicadas, el pelo negro, una piel blanca como la leche. Contaba los días que faltaban para el carnaval para intentar bailar con Aída. Hoy si lo cuento parece broma: ¿Sabés dónde se bailaba? Ahí, en mitad de la calle…
RAPPAPPORT ahora se ve arrastrado por la imágenes que transmite FINAL, sin saber qué le sucede se sienta en el banco, se muestra afectado.
FINAL: … Los vecinos sacaban las sillas a la vereda, colgaban lamparitas de colores de poste a poste, la gorda del almacén por unas chirolas nos daba serpentinas, bolsas de papel picado. Pero a mí lo único que me interesaba era bailar con Aída: claro, yo era un pibe, me llevaba media cabeza y no me daba bolilla. Entonces el año que cumplí los trece y pegué el estirón, faltando un mes para el carnaval una tarde llegó un camión, cargaron los muebles y se mudaron de barrio. No la vi más. La casa quedó así, hasta el día de hoy. Si uno piensa, cada lugar, cada esquina, cada ladrillo guarda historias parecidas. ¿Adónde van esos momentos? ¿Qué queda de esas vidas? ¿Se sumergen en la nada como si nunca hubiesen existido?
RAPPAPPORT (compungido, suspira): Dingen...
Cesa la música. FINAL vuelve abruptamente del ensueño.
FINAL: ¿Qué decís?
RAPPAPPORT: Dingen. Al posarse terza luna final año virial check out, Palim ascendiendo hasta alpolones para avvistare salida de los dingen…
FINAL (desconcertado): ¿Ah sí? Mirá vos.
RAPPAPPORT: Al cruzar anillo zona oscura, comunidad ir ascendiendo, ascendiendo hasta arribare carpoxlot. Feliz, cantando opaggas…
FINAL: ¡Eso está muy bien!
RAPPAPPORT: “Curbaaa”, ordenaba Palim XL. Palim entonces practicar gran abruzzo rodeando zona oscura, hasta que asomaban. ¡Dingen celenterados pretty pretty hermosos!
RAPPAPPORT le muestra en el i-Pod una imagen, a FINAL le causa repulsión.
FINAL: ¿Esas qué son, plumas?
RAPPAPPORT: Escamas.
FINAL: ¡Mirá! ¡Gauchitos, eh! ¿Y una vez que estaban todos ahí reunidos, digo… que hacían con estos dingen?
RAPPAPPORT: Cu-cux.
FINAL: ¿Cu-cux?
RAPPAPPORT: Culearlos.
FINAL: ¡Ah mirá! (desconcertado) Y bueno, sobre gustos...
RAPPAPPORT de golpe rompe en llanto, FINAL se desconcierta aún más.
FINAL: Pibe, vos estás muy mal.
RAPPAPPORT: Cambio lunar luego ir traxando y a seis anni viriales troklo inundando. Slowly, slowly, inundando...Anillo zona oscura crivar y, warning dingen descubiertos…
FINAL: ¿No tenés algún familiar cercano?
RAPPAPPORT: Mirarnos comunidad, como diciendo “epoxi, epoxi”…
FINAL: Sí querés los llamo para que vengan a buscarte. Te lo digo de corazón, de onda, como dicen ustedes.
RAPPAPPORT llora cada vez más.
RAPPAPPORT: “Epoxi, epoxi”
FINAL (incómodo): Bueno, bueno, calmate.
RAPPAPPORT llora a los gritos.
RAPPAPPORT: “Epoxi”
FINAL (abrazándolo): ¡Calmate, hombre, no seas maricón!…
RAPPAPPORT poco a poco se calma.
RAPPAPPORT: No abrazar.
FINAL: ¿Cómo?
RAPPAPPORT: No abrazar. Perder energía.
FINAL le saca el brazo de los hombros, se desentiende, saca una petaca, toma un trago, tiene un acceso de tos, vuelve a tomar. La escena se congela, miradas evocativas de los dos, se escucha de fondo “Por una cabeza”. Vuelven abruptamente a la acción.
FINAL: Qué conste que si te doy pelota es porque no me viene la inspiración.
FINAL le alcanza la petaca.
RAPPAPPORT: Tante gracie.
FINAL: ¡Este Gallego! ¿Por qué abre, decime vos? ¿Le habrá pasado algo?
RAPPAPPORT se toma todo el contenido de la petaca, inmediatamente su organismo reacciona, sufre una serie de espasmos.
RAPPAPPORT: GAR, GAR, GAR, GAR… 
FINAL: ¡Epa! ¿Qué te pasa?
RAPPAPPORT: GAR, GAR, GAR, GAR, plataforms 15 arrivals exchange (llevándose el dedo al oído) ¡INTOXICACIÓN, PÒISON! GAR, GAR, GAR…
FINAL (se incorpora, duda, se lleva la mano al puñal): Yo no hice nada, sólo es ginebra (le saca el envase a RAPPAPORT, muestra la etiqueta a un lugar impreciso del cielo) Vencimiento mayo 2009. ¿Se alcanza a leer?
RAPPAPPORT: ¡GAR, GAR, GAR! ¡Exit! ¡No smoking! ¡GAR, GAR, GAR!...
FINAL: ¡Quién me manda a mí a darle pelota al primer colifa que se me cruza! Lo único que falta es que la palme.
RAPPAPPORT: ¡GAR, GAR! Don’t worry, pibe chabón, utilizar proceso autolimpiante inside.
RAPPAPPORT hace una serie de movimientos abdominales, FINAL lo observa impresionado.
FINAL: ¡Mirá! ¿Como las cocinas?
RAPPAPPORT paulatinamente se normaliza, FINAL vuelve al banco, ambos se mantienen sentados, exhaustos. Del cielo cae un paquete de pastillas, FINAL, intrigado, se incorpora, lo alza. Pausita.
RAPPAPPORT (volviendo a la realidad, ve lo que tiene FINAL en las manos): ¡E-estercita, exit!
FINAL da un respingo, suelta el paquete.
FINAL: ¿QUÉ DECÍS, ANIMAL?
RAPPAPPORT: Que ser Estercita.
RAPPAPPORT: ¡ACABEMOS CON ESTA PAYASADA!
RAPPAPPORT: No asustar: ya procesada. Al parecer pidió verlo (se incorpora) ¿Quiere que dejarlos alone?
FINAL (enfurecido): ¡VOS TE QUEDÁS AHÍ (Pausita, duda, mide a RAPPAPPORT, mira el paquete de pastillas) Me seguís tomando para la joda, eh. ¿No escarmentás?
RAPPAPPORT: N-no, caro amico.
Sin abandonar su actitud altanera, FINAL le hace señas hacia el paquete de pastillas.
FINAL: ¿Podés sostenerla vos?. Me da impresión.
RAPPAPPORT alza el paquete. FINAL titubea, junta coraje. Sin mucha convicción.
FINAL: ¡Estercita, pero che qué linda estás!  ¡Te hicieron past… te procesaron, mirá qué suerte! Y qué paquete más colorido (cambiando) No puedo, me parte el alma.
RAPPAPPORT: ¿Llevarla exit?
FINAL: ¡NO DIJE ESO! (volviendo a juntar coraje) Estercita… Estercita, quería decirte… Mirá, mi bien, hoy yo necesitaba manifestarte (se debate) En pocas palabras: Estercita, sé de lo tuyo con Comesaña… Te pido que no hagamos de esto un escándalo y hablemos adultamente. No te preocupes por el muchacho porque es de otro planeta. Mi bien, no me preguntes cómo pero me enteré. Por eso hoy te decía que yo cambié: la soledad me hizo replantearme algunas cosas. Te descuidé, amor mío, te maltraté, no supe valorarte lo suficiente, entonces apareció ESE HIJO DE UNA GRAN…, ESE QUE SE DECÍA MI AMIGO, ESE TRAIDOR, MIRÁ QUE HAY QUE SER GUACHO PARA TENER TANTA MALA LECHE… (logra dominarse) Disculpame, te aseguro que en mí ya no hay rencor. Mi bien, quiero decirte que cualquier pareja vive su momento de crisis, podemos enfrentar la situación. Todo puede volver a ser como antes… (contrariado, a RAPPAPPORT) Así no le puedo hablar, ¿podés ponerla con la etiqueta para adelante, por favor? (a Estercita) Recuperemos el tiempo perdido, mi bien. Vayamos a visitar a tu hermana, si querés. No tengo problemas. Incluso saquemos a pasear a tus sobrinos. Los chicos siempre me encantaron. Podemos ir a la pizzería los domingos… ¡Dale, no seas cruel, hablemos como gente civilizada, Estercita! ¡Estercita, no me mirés así, Estercita, ESTERCITA!…

Apagón. Se escucha Por una cabeza.