domingo, 18 de diciembre de 2016

Umbral Kümel-Hartman

El ENFERMERO empuja al PACIENTE en una camilla.
PACIENTE: Los hospitales son tan grandes, tan inabarcables.
El ENFERMERO no responde.
PACIENTE: Son como ciudades. Uno nunca termina de recorrerlos, ¿no?
El ENFERMERO no responde.
PACIENTE: ¿Para dónde me lleva?
El ENFERMERO no responde.
PACIENTE: Enfermero, le hice una pregunta ¿para dónde me lleva?
ENFERMERO: Para la Morgue.
PACIENTE: “Para la Morgue” ¡Jajaja!  ¡Está muy bien! ¡Jajaja! ¡Qué humor que manejan!
El ENFERMERO sigue empujando.
PACIENTE: Si no vi mal, para volver a la habitación hay que subir un piso y tomar el pasillo de la derecha, ¿no?
ENFERMERO: Sí.
PACIENTE: ¿Y entonces?
ENFERMERO: ¿Y entonces qué, señor?
PACIENTE: ¡Hombre, que me está llevando para otro lugar!
ENFERMERO: Sí, claro.
PACIENTE: ¡¿Sí claro?! ¡¿Cómo sí claro?! ¡Hágame el favor, no sea irrespetuoso!
El ENFERMERO sigue empujando.
PACIENTE: Ya mismo llamo a mi prepaga. Pido el traslado urgente. Esto es vergonzoso.
El ENFERMERO no responde.
PACIENTE: Usted evidentemente se empeña en ignorar lo que digo.
El ENFERMERO se detiene.
ENFERMERO: Señor, ¿qué quiere que le responda?
PACIENTE (incorporándose en la camilla): ¡Le pregunté adónde me está llevando, eso quiero que me responda!
ENFERMERO: Y yo ya se lo dije.
PACIENTE: No, señor, usted hizo un chiste impropio, dijo “a la Morgue”. Yo se lo festejé, pero ahora le pido seriedad, por favor. ¡Además qué es eso de andar haciendo chistes, yo a usted no lo conozco, quién le dio confianza!
ENFERMERO: Nadie. Usted me hizo una pregunta y yo se la respondí: lo llevo a la Morgue. La Morgue es el lugar donde en estas camillas llevamos a las personas que acaban de fallecer, y usted acaba de fallecer.
PACIENTE: Que yo acabo de… (histérico) ¡Ja ja ja!
ENFERMERO: Si le parece gracioso…
PACIENTE: ¡Claro que no me parece gracioso! ¿Cómo me va a parecer gracioso? ¡Me parece absurdo, me parece ridículo! ¿De dónde saca esa estupidez?
ENFERMERO: Amigo, 
está hiperventilando. Hagamos algo: levante los brazos e intente relajarse.
El ENFERMERO ayuda al paciente a incorporarse en la camilla y le levanta los brazos.
ENFERMERO: Usted está atravesando lo que se conoce como el “Umbral Kümel-Hartman, la estapa posterior al óbito...
PACIENTE: ¡¿El óbito?!
ENFERMERO: Su organismo ha colapsado, su sistema nervioso central ahora está en estado de shock y…
PACIENTE: ¡Pero BASTA, no quiero escucharlo!
El Enfermero recibe un llamado al celular.
ENFERMERO: Hola… (al PACIENTE) Aguánteme un segundito y ya estoy con usted (al celular) ¿Qué dice, Morales? ¿Y, en qué quedó, se hace o no se hace?... ¿Dónde?... Okey. Pero el pedido nuestro está incorporado, ¿no?, mire que es la condición... Okey… ¡No, Morales, de ninguna manera. Cinco no, son cuatro horas y rotativas!… ¡No, señor! Esto llegó a un límite, ellos ya lo saben, se lo advertimos. Cuatro horas y si quiere rotamos con Diagnóstico por Imágenes, con Depósito, dibújelo como prefiera, pero que salga... Si no se aprueba le paramos el Piso. Adelánteselos… Okey, en media hora, yo aviso y voy para allá, chau, chau, Morales (mira la hora, al PACIENTE) Dele, recuéstese que tenemos que seguir.
El ENFERMERO comienza a empujar la camilla.
PACIENTE: Pare.
ENFERMERO: No puedo.
PACIENTE: ¡Le digo que pare!
ENFERMERO (deteniéndose): Por favor, señor, tengo trabajo, no puedo hacer nada, usted está muerto.
PACIENTE: Es absurdo
ENFERMERO: Si lo quiere ver así, es absurdo.
PACIENTE: Digo que no puede estar sucediendo, míreme, si estoy muerto explíqueme entonces por qué estoy así.
ENFERMERO: ¿Es sordo? Ya se lo dije, es el Umbral Kümel-Hartman.
PACIENTE: ¡¿Y qué corno es el Umbral Kümel-Hartman?!
ENFERMERO: Se lo pongo de esta manera: cuando usted hace un rato falleció fue como que su conciencia no se dio por aludida y siguió con el envión. ¿Me capta? Por desgracia esto algunas veces pasa. Hasta que su mente se hace a la idea de que está muerto, usted cree que no está muerto. ¿Comprende?
Atónito, el PACIENTE se levanta de la camilla, observa el entorno, observa al ENFERMERO, se observa los brazos, se toca la cara. El ENFERMERO vuelve a mirar la hora.
PACIENTE: ¿Y usted?
ENFERMERO: ¿Yo qué?
PACIENTE: No se haga el idiota, usted, ¿cómo es que me habla?
ENFERMERO: Es exactamente eso lo que yo me pregunto. ¡Por qué les hablo! ¡Quién me manda a mí a hablarles! ¿Sabe qué es esto, señor? Trabajo insalubre. ¿Hasta cuándo uno puede estar teniendo la vela, bancando las quejas, las agresiones de locos que creen no estar muertos? Esto es lo que estamos planteando para la asamblea: o conseguimos turnos rotativos o vamos al paro.
PACIENTE: ¡Espere, espere o va a explotarme la cabeza! No entiendo nada de lo qué está diciendo. Primero, la asamblea esa de la que habla me importa un carajo, usted tiene la obligación de atender las demandas de los pacientes: cumpla con su trabajo y respóndame lo que le pregunto.
El ENFERMERO mira a ambos lados del pasillo, se sienta en la camilla, saca un paquete de cigarrillos, enciende uno.
ENFERMERO: Tengo unos minutos, dele, ¿qué más quiere saber?
PACIENTE: ¿Usted está diciendo que es algo que hace habitualmente? ¿Acostumbra a hablar con los muertos que lleva a la Morgue?
ENFERMERO: Sí.
PACIENTE: O sea que usted habla con los muertos.
ENFERMERO: Sí. Es decir, no con todos.
PACIENTE: ¿Me vio cara de pelotudo?
El ENFERMERO salta de la camilla.
ENFERMERO: Se acabó su tiempo.
PACIENTE: ¡No, discúlpeme! ¡Respóndame, por favor!
ENFERMERO: Hay un porcentaje que no. Quiero decir, no hablan, están en un estado como de confusión. Pero eso es peor, porque tienen una expresión en la cara, lo miran a uno de una forma tan espantosa. ¡Hay que ver lo que es esa mirada! Después, por la noche, no me la puedo sacar de la cabeza.
El PACIENTE mira el paquete de cigarrillos, el ENFERMERO lo percibe y le convida uno. Fuman. Tiempo. De golpe el PACIENTE se pone el cigarrillo en los labios, salta de la camilla y se pone a hacer flexiones.
PACIENTE: Esto, ¿usted cree que puede hacerlo una persona fallecida?
ENFERMERO: ¿Qué hace? Por favor, vuelva a la camilla que me compromete.
El PACIENTE se incorpora, se observa la entrepierna por sobre la bata.
PACIENTE: Hasta creo que estoy teniendo una erección. ¿Qué hora es?
ENFERMERO: Las cinco.
PACIENTE: A esta hora siempre tengo una. ¡Dígame, eh! ¿Qué tiene que ver eso con la muerte?
ENFERMERO: ¡Vuelva a la camilla, señor!
El paciente se sube a la camilla. Circulan. Tiempo
PACIENTE: Hagamos algo, tengo una propuesta.
ENFERMERO: Ya sabía yo. Siempre tienen una propuesta.
PACIENTE: ¿Cuánto tiempo le queda para esa reunión?
ENFERMERO: Quince minutos.
PACIENTE: Dejeme ir hasta la habitación, tengo que hablar con mi hijo y hacer un par de llamados. Puedo pagarle, alzo la billetera y le doy todo el cambio que tenga.
ENFERMERO: No voy a aceptar su dinero, señor y no puedo dejarlo ir.
PACIENTE: Son cinco minutos. Le prometo que vuelvo, acepto lo del Umbral Kümel no se cuanto y me lleva lo más tranquilo a la Morgue. ¡Tenga corazón, necesito hablar con mi hijo!
ENFERMERO: Es que es inútil.
PACIENTE: ¡Por favor!
El ENFERMERO por señas le permite irse, el PACIENTE sale, el ENFERMERO se recuesta en la camilla. Fuma.
ENFERMERO: Estoy harto, ojalá fracase la asamblea, se pare el hospital, salte todo por el aire. Tengo que salirme de esto, no puedo más. Ahí está: puedo ir a trabajar con mi cuñado (saca un celular y llama) Hola amor, ¿qué estás haciendo?… (sonríe)Yo también... Decime una cosa, porqué no llamás a tu hermano y le preguntás si todavía está la propuesta esa para trabajar con él en la óptica. ¿Te acordás que él me había ofrecido?… ¡Mal! Para serte sincero, mal. En un rato nos reunimos, pero no creo que prospere, no tienen personal y yo ya tengo la cabeza quemada… No, hoy no. Estoy bien… Hoy uno solo, pero parece bastante tranquilo. Lo dejé ir porque quiere hablar con el hijo… ¡Es que no puedo, amor, siento que tengo que darles una mano, es pobre gente! ¿Entendés?… ¡No, tranqui, no voy a renunciar! Por eso vos, por favor, hablá con tu hermano. Llamá y preguntale.
Vuelve el PACIENTE furioso.
ENFERMERO: Te llamo en un rato, ahora tengo que hacer, ¿dale? Chau, amor, chau, chau (al PACIENTE) ¿Y?
El PACIENTE no responde.
ENFERMERO: Se lo dije.
PACIENTE: ¡Usted no me hable!
ENFERMERO: Okey, no le hablo.
PACIENTE: ¿Por mera casualidad, usted cree que me trajo a este hospital de mierda sin consultarme, que me internó y ahora viene con esos modos petulantes a vigilarme, por qué? ¿Porque le interesa mi salud?
ENFERMERO: ¿De quién habla?
PACIENTE: ¡De mi hijo! ¡De mi único hijo! Si lo conoceré, lo único que le interesa son sus acciones en la empresa. ¡La frialdad! ¡El tupé para ignorarme como me ignoró!
ENFERMERO: Amigo, escuche…
El ENFERMERO intenta interrumpirlo pero no lo consigue.
PACIENTE: Como si yo lo hubiera maltratado. ¿Cuándo lo presioné, cuándo lo ofendí? ¿Eh?, dígame. Después, como si nada sale al pasillo y se pone a hablar con un médico…
ENFERMERO: Por favor, señor…
PACIENTE: Ahí entonces yo aprovecho para intentar hacer las llamadas. Alcé el teléfono y de golpe se me hizo un blanco en la cabeza, no recordaba nada, ningún número de teléfono, ni el de mi casa. Justo yo que para los números tengo memoria de elefante. Me dije que debía ser el shock por toda esta situación…
ENFERMERO: ¡Escúcheme, por favor! Ni su hijo lo ignora, ni puede llamar por teléfono. Es lo que quería advertirle, su hijo no lo ve, ¿comprende? Usted ya no es.
PACIENTE: ¡Ay basta! ¡Ya me tiene harto usted también! ¡Lléveme y no hable más!
El PACIENTE se sube, el ENFERMERO empuja la camilla.
PACIENTE: ¡Dele, sáquese de encima el estorbo, ese es su espíritu de servicio! ¡Vaya corriendo a esa asamblea de mierda, por lo que va a arreglar! Sépalo: usted parece cualquier cosa menos un trabajador de la salud. ¿Cuánto hace que no se afeita? ¿Se miró las manos? Además, ¿le hacen exámenes sicológicos? ¿Andar hablando con muertos da que pensar, no?
El ENFERMERO empuja la camilla sin responder.
PACIENTE: ¡Un momento!... ¡Pare, le dije!
El ENFERMERO detiene la camilla.
PACIENTE: ¿Usted no estará en combinación con el asqueroso de mi hijo, ¿no? ¿No se habrán complotado para sacarme del medio? Sea sincero. ¿Qué le prometió?
ENFERMERO: ¡No me ofenda!
PACIENTE: ¡Ah, el señor también se ofende!
ENFERMERO: ¡Sí, me ofendo! Usted es un desagradecido. Además, que esté en la situación en la que está no quita que se pueda comer una buena piña.
El PACIENTE salta de la camilla.
PACIENTE: ¿Quiere pelear? Dele, inténtelo. Soy cuarto dan de taekwondo.
Ambos se ponen en guardia, giran, hacen un par de amagues, pero a continuación bajan los brazos.
PACIENTE: Es ridículo.
ENFERMERO: Pienso igual. Además me daría cosa pegarle a un muerto.
PACIENTE: ¡Un muerto...! ¡Muerto, terminado...!
El PACIENTE se quiebra, el ENFERMERO le da palmadas en la espalda.
ENFERMERO: ¡Bueno, tranquilo, hombre, hay que ser fuerte!
PACIENTE: Discúlpeme. Odio hacer este tipo de escenas.
El PACIENTE se sube a la camilla, el enfermero lo empuja, trasponen una puerta y se detienen.
ENFERMERO: Escúcheme, yo llego hasta acá. Ahora lo voy a dejar, después van a venir a acomodarlo. Le aconsejo que se quede recostado y trate se relajarse, le va a ir dando sueño, cada vez más sueño, hasta que en determinado momento…
PACIENTE: ¿El fin?
ENFERMERO: Sí.
PACIENTE: Qué porquería es todo.
ENFERMERO: Sin sentido.
PACIENTE: 
Arbitrario, más que nada. E injusto.
ENFERMERO: Hoy estamos y mañana no estamos más.
PACIENTE: Así de absurdo.
ENFERMERO: Y estúpido.
PACIENTE: Una última cosa: no me dijo cómo sucedió.
ENFERMERO: Ah, disculpe: infarto. Usted estaba en la habitación y fueron a buscarlo para hacerle unas placas, ¿no es cierto? Fue en la sala de rayos. Hicieron lo imposible para volverlo.
PACIENTE: ¿Pero no pudieron?
ENFERMERO: No.
PACIENTE: Bueno, no lo entretengo más.
ENFERMERO: Quiero decirle que me alegro.
PACIENTE: ¿De qué se alegra?
ENFERMERO: De la serenidad con que se lo toma.
PACIENTE: Si quiere me pongo a bailar hip hop.
ENFERMERO: No, por supuesto.
Se miran con incomodidad.
PACIENTE: Bueno…
ENFERMERO: Bueno…
PACIENTE: ¿Cuando se despide de los otros qué hace? Quiero decir, ¿les da la mano? ¿Los abraza?
ENFERMERO: Les doy la mano.
El PACIENTE se incorpora y, muy formal, le tiende la mano.
PACIENTE: Ramiro Funes Cassini, fue un gusto.
ENFERMERO: Quintanal, Amilcar, lo mismo (se aleja unos pasos) Como le dije, recuéstese como si fuera a dormir. Ni se va a dar cuenta.
PACIENTE: Adiós.
ENFERMERO: Adiós.
El ENFERMERO sale. El PACIENTE mira el entorno.
PACIENTE: ¡Qué mugre! ¡Qué desastre es el hospital público, por Dios! Espero que no me tengan en esta ratonera mucho tiempo (se recuesta en la camilla, cierra los ojos) ¿Tendré que hacer lo que dijo este muchacho? Cerrar los ojos, como si fuese a dormir.
Tiempo. De golpe el PACIENTE salta de la camilla, va hasta la puerta.
PACIENTE: ¡ABRAN! ¡EY! ¡ABRAN! ¡SECUESTRO! ¡ME SECUESTRARON! ¡ABRAN!
APAGÓN

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuatro monos

I - ESTUDIO SOBRE EL AMOR

Entra Felisberto, 12 años, gordito, con un guardapolvo de médico y un estetoscopio.
FELISBERTO: Papi y mami se aman con locura. Eso se dicen cuando papi se aparece una vez a la semana, tira el maletín, se arranca la corbata, y los dos se empiezan a perseguir como perros rabiosos: “¡Te  amo con locura!”, se gritan, se arrancan la  ropa, se muerden y a continuación se empiezan a decir cosas que no me animo a reproducir. Como  yo  estoy siempre dando vueltas por la casa,  mami dice: “¡Felisberto, no te quedés ahí, andá al súper a comprar gelatina “light” de cereza!”. Dan un portazo y se encierran en el dormitorio. Se siguen diciendo asquerosidades, pero a pesar de que  utilizo  el estetoscopio en la pared, ya no consigo escuchar más.
Desde ya  que el pedido de mami de ir al súper a comprar gelatina “light” de cereza, no signi¬fica que esté necesitando ingredientes para un postre. Mami es un ser desprovisto de cerebro, su capacidad de razonamiento es la de una ameba unicelular, no cocinó en su vida y si Rosita se tomara vacaciones creo que terminaríamos comiéndonos entre nosotros como las tribus antropófagas del Amazonas. Más bien sé que tengo que desaparecer para que ellos puedan hacer sus acoples.
Cuando medito sobre el tema de los acoples, aunque es un fenómeno primitivo,  sé que tarde o temprano es algo que me va a afectar. Molina, por ejemplo,  ya tuvo acoples y con sólo observarlo cinco minutos, como a cualquiera de los de tercero, se puede com¬probar  que el sexo es algo que incluso le sucede a  los infradotados.
Lo mío, en cambio, pasa por la investigación, me la paso estudiando las transformaciones de la materia y la energía, el comportamiento de los seres vivos. Desde que papi ya no vive con nosotros, mis obser¬vaciones sobre  los  acoples, lógicamente descontando pruebas de campo con cascarudos, se han reducido a observar a mami a la hora del baño. Para eso construí el periscopio invertido. A las 6:00 PM Rosita sale a hacer las compras y a las 6:15 mami entra al baño (recita a velocidad) el periscopio invertido o trampa de luz, es un sistema de espejos enfrentados embutidos en un tubo de polipropileno e introducido en el conducto de la ventilación. Desde la terraza, tengo en el campo visual la mayor parte del baño principal. No es difícil, sólo hay que evitar que el vapor nuble la lente y esperar que mami se pare frente al espejo grande para untarse sus cremas. Mami es un bello espécimen, aunque desprovista de líquido cefalorraquídeo, como dije, tiene un cuerpo notable, tanto como cualquiera de las mujeres de las revistas sucias que se pasan los de tercero. Otro dato importante es cuando viene a visitarla el toxicómano ese que ahora es el novio y la ata a los barrotes de la cama.
Papi con su socio tienen una empresa de transportes, son los dueños, pero  cuando mami discute con él, siempre le termina diciendo: camionero de mierda. Su lectura de la realidad es curiosa, porque si para ella papi, que es dueño de una flota inmensa de camiones, nos compró esta casa, paga mi colegio, viene una vez por semana y le grita que la ama con locura, es un camionero de mierda, por qué se eligió como novio a un roquero anoréxico, que arrasa con lo que hay en la heladera, consume sustancias que alteran la percepción y encima la ata a los barrotes de la cama y le pega chirlos en el culo.
Papi  creo que nunca le pegaría y yo no  sé, quizás cuando se tiene una esposa lo mejor es golpearla. Ella ahora me dice que tengo que volver a lo de la doctora Chernaski, para controlar la agresividad. ¿Qué agresividad? Resulta que invita al novio a cenar y el tipo se aparece con los compañeros de la banda, un cuarteto de mugrientos semianalfabetos que enseguida se instalan como si la casa fuera de ellos, mami empieza a tomar champagne, se ríe todo el tiempo, uno se pone a tocar la guitarra y ella a bailar. Algo patético. Después dos de los tipos se encierran en mi habitación a fumar “cannabis sativa” (recita a velocidad) cáñamo índico de efecto narcótico que vasodilata e inhibe las señales psicomotoras, muy consumido en el mundo de la música, pero lo peor fue cuando me tocaron el microscopio. Me enfurecí tanto que agarré la colección de piedras basálticas y se las empecé  a tirar. Tengo práctica con tiros a distancia contra cuevas de murciélago, así que les apuntaba a la cabeza. Dos sangraron, hasta que por fin se tuvieron que ir.
¡Yo tengo que controlar mi agresividad y resulta que a ella le gusta que el tipo ese la ate a los barrotes de la cama y le pegue chirlos  en el culo! Se lo dije, que la escuché con el estetoscopio y que por lo tanto no pienso volver a lo de ninguna doctora Chernasky: soy un investigador, un científico, lo que pasa es que hay momentos en que es necesario reaccionar. Papi no, papi es débil, desde que se separaron y se fue a vivir con la hija de su socio, conmigo se puso extraño, quiere que (hace comillas) dialoguemos. No veo de qué podemos dialogar, papi es extremadamente ignorante, carece de imaginación y su lóbulo temporal tiende ligeramente al zapallito calabaza. Por ahí está hablando, ¿no? y de golpe se me queda mirando como si su sistema nervioso central colapsara, los ojos se le ponen vidriosos y empieza a tartamudear. Se lo dije, que me da bastante pena, que ojalá yo en la edad adulta no me transforme en alguien como él. A veces me viene a buscar y me invita a su casa. La hija del socio de papi tiene diecisiete, va a quinto de mi mismo colegio y le gusta tomar sol sin corpiño. Cuando papi le dijo al socio que se había puesto de novio con su hija, parece que se agarraron a piñas en la oficina, y como  papi es evangelista practicante quedó con toda la cara moretoneada. Eso es lo que me contó mami. Si fue así no estoy de acuerdo, creo que a veces, a pesar de que uno sea un hombre de ciencia, también tiene que saber defenderse. Para no dejarse pisotear, pero también como mecanismo pre¬ventivo para evitar daños mayores. Como hacen los médicos epidemiólogos en el caso de la transmisión de la rabia (recita a velocidad) enferme¬dad infecto-contagiosa que provoca la hidrofobia. El animal rabioso te inocula un virus a través de la espuma que le sale de la boca, el virus te va destruyendo uno a uno los músculos del cuerpo y te morís loco de dolor. Mi plan antirrábico dio inmejorables resul¬tados: de un total de treinta y dos perros del barrio, logré eliminar dieciocho. No fue fácil, tenía que idear un sistema rápido, que no dejara huellas en caso de autopsias, por eso se me ocurrió el método de shock eléctrico con batería de cortadora de césped, lo que resultó difícil fue controlar el voltaje y varios se prendieron fuego. No es que odie a los animales, lo que pasa es que un científico a veces tiene que optar por cierto tipo de decisiones para evitar males mayores.
La hija del socio de papi toma sol sin corpi¬ño, la vez que papi me llevó a su casa  ella estaba con unas amigas, todas en la terraza, tomando sol sin corpiño  y fumando, y se reían porque yo estoy algo gordito y no quería sacarme la ropa y quedar¬me en slip. Papi sí se puso a tomar sol en slip, él va al gimnasio tres veces por semana y le gusta exhibir los pectorales. En un momento ellas trataron de sacarme la ropa. Le conecté un puñetazo en la glándula mamaria a la más alta, a la pobre se le cortó la respiración y hubo que suministrarle oxígeno. Después me dejaron tranquilo.
Luego de dos meses sin aparecer, un día llega papi de la oficina, tira el maletín y se vuelven a decir con mami: “¡Te amo con locura!”. Se gritan, se arrancan la ropa, pegan  un  portazo y se encierran en el dormitorio. Esta vez, no sé por qué le hice caso a mami y fui al super a comprar gelatina “light” de cereza. Cuando volví, Rosita les había servido bebidas y canapés en la cama. Utilicé el estetoscopio: habían decidido hacer las paces, organizar una cena a la que iban a invitar a sus respectivos novios. ¡¡¡CÓMO!!! ¡El roquero mugriento y la idiota, juntos, en mi propia casa!... Prendí la lámpara del escritorio y me  puse a trabajar: el shock eléctrico con la batería de cortadora de césped descartado, tenía que ser algo más sutil. Abrí el libro de química: ¡Ya está! (recita a velocidad) un preparado de permanganato de potasio y cloruro de litio, la dosis apropiada provoca arritmia y contracción muscular sin llegar al paro cardiorrespiratorio.
Llegada  la hora del encuentro, soy el primero en sentarme a la mesa, con un gotero vierto una pequeña dosis en las copas de champagne. La cena no estuvo mal: mami al principio ignoró a la novia de papi, pero después de las primeras copas de vino se le soltó la lengua y empezó a hablar estupideces; por su parte papi no sabía de qué conversar con el drogadicto, yo me compadecí y les hablé de mi colección de tarántulas.
A la hora del champagne, ocurrió lo esperado: la novia de papi y el roquero de golpe se pusieron rígidos y se fueron al suelo temblando y sacando espuma por la boca. Terminaron debajo de la mesa hechos un ovillo. Mami empalideció, y no sé si sería por el vino que había tomado pero se puso como una loca, le empezó a gritar a papi: “¡ES TU CULPA, CAMIONERO DE MIERDA, ES TU CULPA!” Por suerte corrí en busca de sus pastillas, le dupliqué la dosis, se las hice tragar con un vaso de whisky y se calmó.
En  síntesis, el plan resultó bien, el único problema  fue Rosita: como cuando recoge acostumbra a beberse y a comerse las sobras, también tuvo su ataque. Llegó el servicio de emergencias, se llevó a los tres y al rato estábamos en los sillones del living lo más tranquilos. Pero algo no estaba bien, papi y mami mantenían la vista fija el uno en el otro, como esperando el menor gesto para degollarse. Terminé de tragar la bomba de crema y me paré sobre el sofá (se para en una tarima) Hable sobre el proceso de atracción de los sexos, las respuestas químicas del estado de enamoramiento, endorfinas y serótinas, glándulas y hormonas, impulsos eléctricos, las palabras me brotaban como de un surtidor (se baja) Papi y mami, sin dejar de mirarse, paulatinamente comenzaron a entornar los ojos, el flujo sanguíneo les aumento, sus respiraciones se agitaron, les brillaban las pupilas; y de golpe ya no fue necesario seguir: en la cara de mami se dibujó la expresión salvaje: “¡Te amo con locura!” -gritó. Papi hizo estallar el vaso de whisky contra el espejo y se paró de un salto: “¡Yo también te amo con locura!” Y se lanzaron el uno contra el otro, volvieron a arrancarse la ropa, a morderse y arañarse, a decirse asquerosidades y de un portazo se encerraron en el cuarto. Yo alcé la bandeja de las bombas de crema y subí a buscar el estetoscopio. La noche iba a ser larga y un investigador, un científico, no debe descuidar sus estudios, aunque se trate de dos tristes, de dos patéticos vertebrados de su propia sangre.
APAGÓN


II - LA MUDANZA

Se escuchan bombos y cánticos, ingresa el Presidente al auditorio, se sienta en su escritorio, o se para detrás de un estrado.
PRESIDENTE: Señores gobernadores, señores intendentes, miembros del poder judicial, señores senadores y diputados, conciudadanos: como ustedes saben acaba de concluir la reunión de gabinete y quiero comunicarles la decisión de este gobierno: nos mudamos.
Los bombos y cánticos lo interrumpen, el Presidente hace gestos para poder continuar.
Tras meses de trabajo, planeamientos,  complicadas proyecciones, creo estar en condiciones de adelantar que en las próximas semanas estaremos desocupando el actual territorio de la república para instalarnos en uno nuevo.
Dicho así sé que puede sonar fuerte, pero como primera autoridad de la Nación me veo en el deber ineludible de asumir la responsabilidad y disponer los instrumentos para concretar este traslado.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente reitera los gestos para poder continuar.
¿Por qué nos mudamos? Sin entrar en un racconto que a todos resultaría doloroso, en el largo período de desgobierno vivido por nuestra nación, sus administraciones centrales fueron solventando pésimos negocios y peores inversiones, primero con las reservas, luego con los ahorros del ciudadano y finalmente con la tierra de la Patria.
Así como lo escuchan: a cambio de préstamos usurarios, de prebendas y derroches escandalosos, nuestro territorio fue pasando metro a metro, cuadra a cuadra, manzana a manzana, a manos de los principales holdings bancarios del Primer Mundo y hoy nos encontramos en una virtual situación de desalojo.
Soy consciente de que las mudanzas son de las circunstancias que más estrés producen en el ser humano, es por eso que, con tiempo, les aconsejo ir acomodando todo en cajas, que son de fácil transporte (los libros deben repartirse para distribuir el peso, los bultos con sus respectivos rótulos para evitar extravíos; las bolsas de nylon, por su parte, son buenísimas para objetos como ropa, artículos de cama, juguetes y peluches) La Secretaría de Comunicaciones a partir de mañana les va a estar haciendo llegar un manual editado por la imprenta gubernamental, que se titula “Cinco consejos útiles para empacar correctamente en una mudanza de Estado”.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente ídem.
La segunda pregunta que deben estar haciéndose es: está bien, nos mudamos ¿pero adónde? En principio, quiero manifestar que los esfuerzos de esta administración desde el comienzo han estado orientados a encontrar un territorio lo más parecido posible a nuestra querida Patria. Por supuesto, no se puede pedir que donde antes había un shopping, una laguna, una plazoleta cara a nuestra historia personal, los encontremos exactamente replicados en el nuevo destino.
De acuerdo a detallados informes en poder del gobierno, la propiedad (ubicada entre los 2 y los 8 grados latitud norte y los 63 y 67 longitud oeste) es una unidad en excelente estado; deshabitada desde épocas de la Colonia, en el siglo XIX fue ocupada por una nación ya desparecida, la República Clareteana de Garcilia, a comienzos del XX fue adquirida por la colectividad afgana, que en busca de climas húmedos planeaba trasladar el gobierno central de ese país a la región, proyecto que fracasó.  A partir de allí, y hasta hace unos veinte años, fue utilizada sucesivamente como coto de caza, reserva indígena, zoológico natural y depósito de muebles. Hoy, ya hace 3 años que se encuentra desocupada, con el deterioro lógico de la falta de mantenimiento, así que instruí al Ministerio de Planificación e Infraestructura para que corte el pasto, recicle los monumentos públicos, repinte los edificios de las ciudades principales y reinstale los servicios de luz eléctrica y Directv.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente ídem.
Conciudadanos, la vida nos pone una vez más a prueba, un cambio de estas características sé muy bien que conlleva la separación de familias, la pérdida de amistades y hasta de vecinos y vecinas apreciadas. Quiero tranquilizarlos, la Dirección Nacional de Catastro desde hace una semana se está ocupando de tomar fotos satelitales para que en el nuevo espacio podamos conservar cada uno la misma ubicación. Esto es, ciudadano, ciudadana, usted podrá seguir teniendo al querido vecino de enfrente, la peluquería, la despensa de la esquina, la casa de su tía a tres cuadras. De forma tal que se cambiara de territorio pero no de vecindario.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente ídem.
Yendo a las medidas concretas de gobierno, he dado instrucciones para que comiencen a ser trasladados los libros de nuestra Biblioteca Nacional por correo privado; a partir del fin de semana  vamos a comenzar con el acarreo de los papeles del Estado en el avión presidencial, luego se trasladará al gabinete, a los familiares directos de los Ministros, a sus mascotas y plantas; y a partir de allí el avión dejará de funcionar ya que no nos quedan vales para combustible.
Además de la migración de la población, un tema de importancia estratégica es el traslado de la producción nacional. El Ministro Plenipotenciario de Minería e Industria ya está ocupándose de la salida de la industria siderúrgica, que se hará por ferrocarril. A las minas de oro, plata y cinc lamentablemente las vamos a tener que dejar. La industria nuclear y la totalidad de la producción agrícola-ganadera también deberá movilizarse por tierra, a excepción de la producción avícola que lo hará por aire.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente ídem.
A nivel educativo, como estamos a mitad del año lectivo, vamos a coordinar con el Ministerio de Educación para que nuestros niños pierdan la menor cantidad de días de clases posible y –por supuesto- ya he dado instrucciones para que se cambien los manuales de geografía y los mapas físicos y con división política.
Algo que representa un problema de logística delicado es el sistema sanitario y el traslado de nuestros enfermos. He ordenado a la cartera de Salud que en todos los sanatorios, clínicas y hospitales, tanto de la esfera pública como privada, se inicien tratamientos relámpago para curar la mayor cantidad de pacientes posible. Los que se vean impedidos de movilizarse por sus propios medios, como amputados, enfermos graves y ancianos, lamentablemente morirán en el territorio de la Patria y serán recordados con cariño. Comprendan que es un momento histórico y debemos  ser fuertes.
En otro orden, algo todavía irresuelto es el tema de las cárceles y los cementerios. Los nuevos propietarios ya han arrendado el actual territorio nacional a la OTAN para la instalación de un basurero de desechos de guerra y una cadena de burdeles para la tropa. Desde la Subsecretaría del Interior estamos negociando para que se nos permita mantener tanto las cárceles como los cementerios en el mismo sitio, y a través del pago de un ticket de ingreso, similar al utilizado en los estadios de fútbol, podamos  visitar a nuestros deudos y familiares detenidos.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente ídem.
Con emoción, he recibido mensajes de apoyo de todos y de cada uno de los países hermanos de la región. El Estado Federativo del Brasil y la República Plurinacional de Bolivia se han ofrecido para organizarnos una fiesta de bienvenida al nuevo hogar. Les transmití que no creía que fuese momento para festejos, aún quedan asuntos importantes por resolver, una vez que estemos instalados y organizadas las fronteras, quizás llegará el tiempo del vino espumante, de las guirnaldas y de un estreno como Dios manda.
Quiero aprovechar estas palabras para transmitir algunos agradecimientos:  a la Corporación del Personal Tranviario,  a la Asociación Municipal de Aeronautas y Volovelistas,  a Correos Nacionales, al Encuentro Federativo de Camioneros y, muy especialmente, a la Comisión Directiva de la Asociación Nacional de Natación, que en un verdadero acto de entrega se ofreció a trasladarse nadando.
Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, el Presidente ídem.
Para finalizar, desmiento categóricamente algo que viene repitiéndose en varios medios de comunicación: nuestra amada patria no cambiará de nombre. Y permítanme aquí un mensaje de carácter personal: “Nona, mamá: no vamos a llamarnos Paraquestán, República Trashumante de Jodonia, ni ningún otro disparate por el estilo. La Patria orgullosamente va a seguir conservando el nombre que le fuera legado por los héroes de nuestra independencia”.
El Presidente se conmueve, saca un pañuelo y se seca las lágrimas. Vuelven a escucharse los bombos y cánticos, reitera los gestos para proseguir.
Queridos conciudadanos, en la vida para ganar siempre hay que sacrificar algo, en esta encrucijada les ruego optimismo y valor. Esperen los llamados de las empresas mudadoras que van a contactarlos a la brevedad, les aconsejo que antes de partir saquen muchas fotos, y no lleven ropa de abrigo, ya que nuestro nuevo destino es bastante más cálido. Gracias, los saludo fraternalmente y ¡Viva la Patria!
APAGÓN
                 

III - LA CRÍA DEL HIJO

Entra el Licenciado llevando debajo de un brazo a un bebé de goma. Lo sostiene del pecho,  boca abajo, como si llevase un perro, o un gato. En el escenario hay un escritorio y un corralito. Expone ante un auditorio.
LICENCIADO: Concebir un hijo, criarlo, satisfacer sus necesidades primarias es, desde tiempos inmemoriales, una de las actividades más frecuentes del ser humano. Hoy es común que junto al juego de living, el plasma con HD, la heladera con freezer, el equipo de pesca, etcétera, encontremos a un hijo en la casa.
Ahora bien, una vez que el hijo está en la casa, esto es, una vez que nace por cesárea, parto natural o se lo adopta, es conveniente tomar algunos recaudos que servirán para su crianza y posterior desarrollo. Como a todo mamífero vertebrado, a poco de nacer al hijo comienzan a crecerle dientes (muestra la boca del bebe de goma)  Para ayudar a que asomen debe equipárselo con algunos elementos como trozos de plástico, de goma, metal blando, madera aglomerada, resina, o símil, para que muerda y vaya cortándolos.
A medida que enumera va sacando de sus bolsillos los objetos, los muestra y junto al bebé los apoya en el escritorio.
¿De qué se provee al hijo para su alimentación? En una primera etapa se alimenta, básicamente, de leche materna. Luego de un tiempo ya puede ingerir carnes, pastas, variedad de frutas y verduras -preferentemente bien pisadas o cortadas en trozos pequeños, pues como no maneja el cuchillo y el tenedor, ni controla los mecanismos masticatorios y de deglución, puede sufrir ahogos, asfixias y cortes en brazos, cuello y rostro.
Aquí conviene mencionar algo importante, al momento de alimentarlo el progenitor debe acompañar cada cucharada con la voz “ico, ico” o “eta ica la papa”, para ir acostumbrándolo al lenguaje hablado. También es útil proveerlo de abundante agua fresca, ya que todavía no posee dinero para ir a comprarla por sí mismo al chino y, como no sabe hablar, tampoco la solicita.
Levanta al bebé y lo introduce en el corralito.
A diferencia del perro o del hámster, el hijo no posee hábitos nocturnos, esto es, por las noches duerme casi todo el tiempo. Durante el día, como todavía no se desplaza por sus propios medios, es útil introducirlo en un recinto cerrado y de piso acolchado, con paredes de reja o malla tejida, donde se pasará el día arrastrándose y gateando en círculos, esto es, fortaleciendo miembros inferiores y superiores y –como decíamos antes- mordiendo objetos para “cortar” los dientes Señala las características del corralito y le tira al bebé los objetos que están sobre el escritorio.
En esta etapa el hijo también suele hacerse encima sin avisar, para ello debe equipárselo de un pañal, que es una prenda absorbente usada para higienizar y evitar la contaminación del entorno. El pañal debe tener un recambio periódico, mínimo cada tres horas, máximo una vez a la semana.
Una vez que el hijo logra controlar esfínteres, esto es a partir de los dos años, el progenitor debe enseñarle a utilizar la pelela y posteriormente el inodoro. A partir de ese momento cada vez que haga sus necesidades el padre y la madre pueden armarle divertidas rutinas para desarrollar en el baño, como obritas de títeres, búsquedas del tesoro, o convocar a los abuelos y a vecinos de confianza para que presencien el acto.
Saca al bebé del corralito y lo pone en el piso.
Cuando se desea alzar al hijo, siempre hay que tratar que trepe y suba, esto es, procurar que haga el esfuerzo para que poco a poco vaya intentando arreglarse solo. En lugar de alzarlo, a veces es útil ponerse a unos metros de distancia y decirle “¡Vení!” (realiza la acción) Cuando el hijo se acerca, volver a alejarse. “¡Vení!”, y repetir la operación. Esto va a servir para seguir fortaleciendo miembros inferiores y superiores y, sobre todo, para que aprenda que en la vida los objetivos a lograr cuando uno cree haberlos conquistado, siempre vuelven a alejarse.
Cada cierto tiempo también es conveniente higienizarlo. ¿Qué se necesita para higienizar al hijo? Es necesario un champú y un jabón para hijos, una toalla y una bañera. Se llena la bañera, el agua tiene que estar siempre templada.
Alza al bebé del piso, lo pone en el escritorio y dramatiza el baño.
Una vez dentro de la misma es conveniente sujetar al hijo para que no se sumerja, ni se quiera ir. Para que se relaje es mejor poner en el interior de la bañera un Power Ranger, submarino, barquito, o símil. Se moja al hijo con una esponja, luego se lo enjabona, hay que ir frotando, frotando la espalda, los brazos, las piernas, la cabeza, las orejas. A la mayoría de los hijos esto suele gustarles, les gusta sobre todo que les enjabonen la panza. Con el enjabonamiento de la panza el progenitor poco a poco va a ir ganándose la voluntad del hijo, al mismo tiempo, el hijo le irá tomando afecto y en algún momento del proceso emitirá la voz “papá”, o “father”, o “váter”, dependiendo de la ubicación geográfica de la familia. Finalmente se lo seca, se lo cambia, se le dice “qué lino, nene se bañó” y se lo vuelve al habitáculo de seguridad a que siga arrastrándose en círculos hasta la hora de dormir.
Vuelve a depositar al bebé en el piso.
El gateo del hijo. El gateo es una de las actividades más importantes durante la etapa de desarrollo, se calcula que un hijo en condiciones normales, es decir con todos sus miembros sanos, gatea en promedio unos tres kilómetros diarios. ¿Cómo hacer para que cumpla con estos registros? En principio, debe limpiarse el piso con un escobillón, lampazo o símil. Se deposita al hijo boca abajo, se observará que primero se va a quedar unos segundos estático, como muertito, no hay que alarmarse porque está reconociendo el terreno. A continuación va a comenzar a gatear (de un bolsillo saca una tiza y hace una línea delante del bebé, luego va a ir empujándolo con un pie para que avance) Como estoy haciendo yo en este momento, es útil que el progenitor haga una marca del lugar donde el hijo inicia el gateo, para consignar en un registro la distancia diaria recorrida, para luego hacer proyecciones semanales, quincenales y mensuales y, de esta forma, ir constatando sus progresos.
El hijo gatea hasta que comienza a caminar, esto es, aproximadamente hasta el año y medio de vida. Si luego lo sigue haciendo, supongamos hasta los doce o trece años, no hay que alarmarse, en algunas culturas de Oceanía el gateo es un signo de nobleza y en la actualidad existen varios proyectos en el parlamento argentino para declararlo deporte olímpico.
Levanta al bebé y vuelve a colocarlo sobre el escritorio.
¿Cómo hacer para que el hijo se pare sobre sus pies y diga su propio nombre? Este es un paso importante que crea dudas. Un sistema efectivo es el de los “refuerzos positivos”, que consiste en recompensar al hijo cada vez que cumple y obedece una orden. Los refuerzos pueden ser empanadas de atún, golosinas o entradas para películas en 3D, que son las cosas que al hijo más le gustan. Para que aprenda a realizar cada acción, primero hay que emitir la orden acompañada de un gesto para que comprenda qué se le está ordenando. Se le dice, por ejemplo, “Iñaki”, o “Nico”, o “Juan Manuel”, y se lo señala con el dedo para que sepa que debe decir su nombre, y una vez que el hijo –aunque imperfectamente- consiga repetirlo, se le da el premio antes mencionado aplaudiendo, o diciendo “¡joya!”, o “¡grande, titán!”.
El método “imitativo” también tiene un buen estándar. ¿Cómo funciona? Se convoca a un primo segundo o amigo de la familia de contextura pequeña, que debe disfrazarse de hijo y ponerse junto al hijo real. El hijo apócrifo, a cada orden del progenitor debe hacer todo lo que se le quiere enseñar al hijo verdadero. Es conveniente en esa instancia que el progenitor ignore al hijo verdadero y festeje exageradamente cada orden cumplida por el falso hijo diciendo “¡maestro!”, “¡cómo aprende este nene bueno!”.  Entonces, el hijo verdadero, por efecto imitativo, pero sobre todo por miedo a ser reemplazado por el hijo apócrifo y abandonado en un basural, aprenderá en tiempo récord lo que uno busque enseñarle.
Rabietas y berrinches del hijo. La vida, se sabe, es energía liberada al espacio sin ningún sentido, y el paso del ser humano por el planeta una cosa absurda; en esta primera etapa de vida, lógicamente, el hijo no comprende esto, y cuando la realidad no coincide con sus deseos es pasible de sufrir berrinches. ¿Cómo deben manejarse estas primeras manifestaciones de su carácter? En primer lugar hay que comprender que el hijo no tiene nada personal contra uno, no nos está bardeando, ni intenta hacernos la vida imposible, sencillamente berrea porque todavía no puede suicidarse, ni cometer un acto terrorista; esto es, no sabe encauzar sus emociones. Ante la rabieta, entonces, el progenitor debe explicarle que está descontento con su proceder, sin atacar su personalidad debe negociar, buscar siempre el punto medio evitando la rigidez: por ejemplo, si el hijo quiere pintar una pared del living con betún para el calzado, que pinte sólo la mitad de la pared. O si a la hora de la cena quiere tirar la papilla al piso, que el hijo arroje una parte, el padre la otra, y luego ambos pueden festejar la gracia zapateando sobre la misma.
Levanta al bebé del escritorio, lo apoya en el piso boca arriba y se acuesta a su lado.
Una alternativa física para cambiar el equilibrio energético ante el berrinche, es acostarse junto al hijo en el suelo, abrazarlo y respirar juntos lentamente hasta que se vaya calmando. Se desaconseja hacer esto en una terminal de transporte en horario pico, en un shopping en día de rebajas, o en un restaurante completo Vuelve a incorporarse, levanta al bebe y lo deposita en el corralito.
Finalmente, si no funciona ninguna de las tácticas anteriores, se puede volver al hijo al recinto de seguridad enrejado a que siga gateando en círculos por el resto del fin de semana.
El hijo debe tener los papeles en regla. Es conveniente, desde un principio, tramitar la documentación que fija la ley para acreditar, primero, que el hijo es él mismo y luego que es su hijo. De esta forma, si usted y su familia van por la ruta y los para la policía caminera, además del carnet de conductor, cédula verde y últimos dos recibos de patente, podrá presentar la documentación que acredite que ese ser que lleva amordazado en el asiento de atrás es su hijo y no la víctima de un robo o un secuestro extorsivo.
Vuelve a sacar al bebé del corralito y lo sostiene bajo el brazo como al principio de la escena.
Para finalizar,  la cría del hijo, digámoslo de una vez, es una actividad onerosa. Los gastos de salud, educación, vivienda, vestido y transporte, pueden rondar los 75.000 pesos anuales. Esto es, el equivalente a unos tres sueldos mínimos al año con un dólar a tasa variable. Para recuperar dicha inversión existen hoy en día actividades en la que el hijo puede transformarse en una redituable fuente de ingresos: castings para agencias de modelos, publicidades, tiras televisivas y una variada nómina de concursos que reparten importantísimos premios en metálico.
En cuanto a esto, es útil recordar que todas las gracias, conocimientos, facultades y destrezas adquiridas por el hijo en los primeros años de vida, comienzan a velarse en la segunda infancia, declinan en la adolescencia, para perderse por completo en el oscuro pozo de la mediocridad de la edad adulta; por lo tanto es conveniente no distraerse y sacar el mayor rédito posible en su edad temprana, para lograr amortizar los gastos ocasionados por la crianza. Muchas gracias.
APAGÓN

                    
IV - WARNES SAMURAI

Entra ALAN, con una bata, ojotas, una espada, un rodete en el pelo, la barba de dos días. Su aspecto es francamente decadente.
ALAN: A ver esperá, yo estoy yendo al Japón año ‘84’, año ‘85’. Es por esa época. Lo tengo presente porque estaba el gobierno de Alfonsín y Argentinos Juniors había ganado el Metropolitano. Recuerdo que viajo con pase libre de mi club, Comunicaciones y, te digo: me adapté bien, vivía en el estadio, me habían dado una cocinita y me hacía mis propios churrascos a la plancha, nos subían a una combi y nos llevaban a recorrer. Los ponja son gente atenta. Aterricé en un lugar llamado Kamaishi Do, o algo por el estilo.
El arte marcial es algo que a mí siempre me llamó. De pibe. En casa me veía las películas de Bruce Lee, coleccionaba estrellitas ninjas, practicaba patadas con el maniquí del cuarto de costura de la vieja. ¡Una vocación! Pero si yo ahora te tengo que decir, la verdad yo no estoy bien…
Ser samurai es algo complicado, ser samurai en la Argentina es directamente una desgracia. Mucha discriminación. Suponete que un día querés ir a dar una vuelta por el Alto Avellaneda: te discriminan; querés ir a comerte unas pizzas a La Continental, te discriminan, vas a ver un Racing / Independiente: te discriminan; y si no te  discriminan se te cagan de risa en la cara. Y eso te va corroyendo, te va corroyendo. La culpa la tiene el juramento. Por la cuestión del juramento samurai el luchador siempre tiene que andar con el batón, la espada y el rodete hecho. A toda hora. Es una especie de compromiso, un asunto –cómo se dice- milenario. Venís a ser como un boiescau pero sin borceguíes, siempre listo por cualquier eventualidad. ¿Vos sabes lo que es ir en el 60, hora pico, el bondi hasta el ojete y vos así emperifollado? ¿No sé, pasar por plaza Once a la hora de la bailanta, los chabones haciendo la cola con sus pantaloncitos de corderoy, sus musculosas de asetato meta transar chichis y vos con el batón? El otro día, sin ir más lejos, estoy arriba del 168, voy a lo de un tío que vive en Soldati, siete de la tarde, el colectivo hasta las manos, pasamos por la cancha de San Lorenzo, suben cuatro giles y empiezan a armar quilombo. ¡Barrabravas, viste! Cuando los veo, me digo “Alan, hacete el boludo”. Pero por el juramento samurai hay que enfrentar la Injusticia para que triunfe el Bien, viste. Los giles estos estaban en el fondo, ya habían empezado a manotear billeteras, a toquetear colegialas, así que pego el grito samurai y desenvaino. En el asiento individual, vos sabes que iba una viejita, así con las manos en la falda apretando su bolsita de Supermercados Coto. ¡La abrí toda, pobrecita! Prácticamente ni sangró. Quedó así apoyadita contra la ventanilla mientras daba el último suspiro. ¡Me dio una amargura, me dio una angustia! “Parada”- grité y me mandé a mudar. Por eso te digo, y ojo, no quiero que pienses que tengo una visión negativa de la existencia, pero si yo te tengo que decir, la verdad-la verdad, yo no estoy bien.
Había un movimiento muy lindo que me pedían mucho allá. Dejame recordar: me paraba extendiendo los brazos en diagonal al oponente, me dejaba caer de espalda y tiraba el salto para atrás mientras sacaba la espada. A la figura yo le había agregado una cosa muy linda que le veo en el año ‘77’ al Coreano Sun de “Titanes en el Ring”. No quiero sonar presumido, pero era una cosa que impresionaba. El rival se te quedaba mirando sin comprender que había perdido.
Como te decía, llego al país oriental y me estaba adaptando: había empezado con los entrenamientos, en el tiempo libre aprovechaba para conocer. Y fijate lo que es el destino, ¿no?, llega el día en que tengo que hacer mi primera pelea, me enfrento con el campeón supergallo de Kiushiu, Shunkiu, o algo así. El vago este (aparte de ser más feo que apretarse los huevos con una morsa) se caracterizaba por usar dos espadines que movía como aspas de ventilador de techo. Empieza el encuentro, y lo llevaba bien: le había hecho un par de piquetes de ojos, el tipo que me tira dos guadañazos, yo los esquivo y corro a la tribuna y lo festejo con las manitos así, como Riquelme. Un festejo que allá en el Japón prendió mucho. Entonces me digo: el gil está para el cachetazo, ha llegado el instante de rematarlo. Y justo en ese momento, fijate vos lo que son las cosas, justo en ese momento me gritan de la cantina “¡auuuaaa kataaa jiio!”, “teléfono” en japonés. ¡De no creer! ¿Quién podía estar llamándome a mí, al Japón y en ese momento? Era mi hermano el Walter, con el que tenemos la parrilla en Warnes. “¡Alan, volvete, se nos fue el parrillero!”, me dice. “¡Walter en este instante no puedo atenderte!”, le digo. “¡Si no venís y me das una mano la parrilla se va a la mierda!”, me dice.  ¡Imaginate adónde fue a parar mi concentración! Cuando vuelvo al combate el chabón este que me está esperando tomándose una Gatorade. Especulo: lo adecuado en esa situación es liquidarlo rápido, y para eso lo recomendable es la “Doble Alan con Trompo Invertido”, otra creación mía de excelente rendimiento. Te la resumo: movimiento regular de espada en forma de cortadora de fiambre, en determinado momento tirás el trompo, te plantás de sopetón, das dos saltos mortales y salís volando. Bueno, hago la primera parte, el vago que me mide, se pone a la defensiva, hasta ahí todo bien. Hago el trompo, me planto, tiro los saltos mortales y vos sabés que siento el tirón. ¡Aductores! ¡Cuatro meses parado!
Y vos viste como son los dirigentes, para los dirigentes lo único importante es el resultado. Acá en la Argentina perdés tres partidos al hilo y te piden la renuncia del cuerpo técnico. Bueno, allá se suicidan. Así como lo escuchás: al menor problema los chabones se bañan, se cambian, escriben un par de cartas y se suicidan. No sé si es algo que les viene de la época de la guerra en que se tiraban con avión y todo, o es también una cuestión –cómo se dice- milenaria. Por ponerte un ejemplo, accidente en la calle: dos autos chocan en una esquina japonesa, ¿no?, los tipos en vez de bajar a putearse como cualquier persona normal, cierran la ventanilla, traban las puertas, se bajan un frasco de genioles y se suicidan; debate de candidatos políticos en la tele: ante el menor ataque pelan una catana, se apuntan al chichulín y se suicidan. En la calle hay carteles que prohíben amasijarse en determinados horarios para evitar embotellamientos. En eso hay que reconocer que son organizados.
Y bueno, dicho y hecho, cuando culminó el torneo por lo de mí lesión y por otro vago que se dobló un tobillo, la comisión directiva completa se encerró en una oficina, se bajó cinco litros de sake, se subió al avión del club y se estrelló contra una montaña.
Después se dieron otros conflictos: huelga de árbitros, no pagaban las primas, yo empecé a extrañar, entre en un pozo depresivo. Al final me cansé y me volví. Por eso si yo te tengo que decir: yo ahora bien-bien, no estoy.
Y bueno, ya de regreso en Warnes, me surgió una diyuntiva: cómo trabajar en la parrilla sin abandonar el juramento samurai. A ver si se entiende: eran mundos incompatibles y el Walter no quería aceptar que yo no podía abandonar mi razón de ser en esta vida. Pensé, pensé, hasta que me surgió una idea magistral: tengo un herrero amigo, el Ruben. Me dije, ¿qué pasaría si le pido al Ruben que agarre a la espada y le adapte un kit de suplementos: un pinche para los chorizos y las mollejas, una palita para las brasas, una pinza para la carne?  Podría hacer el laburo sin dejar de ser samurai. Entusiasmado con la idea, llamo por teléfono a mi Sensei al Japón para que dé el okey: “Hola, Sensei, acá Alan de Argentina, ¿se acuerda? ¿El muchacho que fue a préstamo  del club Comunicaciones?” ¡El ponja se acordaba, imaginate la emoción! Hablamos de esto y de aquello y entonces aprovecho y le planteo el tema. Siento que el teléfono se queda mudo y a continuación al Sensei que grita: “¡Uooo, guuuuu, uaaa kiooo aiiiaaaa ooooo kataaa!”… ¿Podés creer que me puteó a la vieja, japonés del orto? ¡Me puteó a la vieja! ¿Te parece que yo merezco algo así? ¿Qué cosa rara le estaba pidiendo? No quiero presumir, pero yo di mucho, por la lucha samurai yo entregué todo. La ojota con borde afilado, la catana con hoja de cuchillo tramontina, son creaciones mías. Las figuras que imitan a bichos en vías de extinción como el Aguila Viuda, el Maracaná Cara Afeitada, o el Tatú Carreta, nuestro animal autóctono, son mías. Yo inicié una transformación, una renovación de la disciplina, cuestiones que luego fueron adoptadas por los grandes maestros, copiadas, e incluso incorporadas a la enseñanza oficial. ¡Y fijate cuál es la paga!
Otra cosa jodida allá en Japón son los gay. ¡Mucho gay, mucho transexual! En todo  el ambiente de las artes marciales. ¿Viste las geishas de las películas, esas que te preparan tecitos con hierbas raras y te hacen masajes en los pies? ¿Vos las ves así, tan femeninas, tan delicaditas? ¡Todos travestis brasileros! Así como lo escuchás. Ojo, contra los gay yo no tengo nada, incluso te digo más, cuando estaba en Kamaishi Do me había hecho amigo de un geisha brasilero, Toninho, había jugado de nueve en la cuarta del Atlético Mineiro, un vago macanudísimo. Por ahí me pasaba a buscar por el estadio y salíamos a tomar unas cervezas, lo ayudaba a pintarse las uñas, o nos poníamos la toalla al cuello y nos íbamos a las piletas de mar artificial esas que usan allá. Y el chabón me explicaba lo que les pasa a los japoneses con los ‘travas’. Es que las japonesas tienen ese problema físico, digamos, el defecto ese en el aparato reproductor femenino. Y bueno, parece que por eso los tipos están como locos y para desahogarse contratan ‘travas’ brasileros. Que además les resulta favorable por el cambio de moneda.
Por eso, si yo ahora te tengo que decir, la verdad-la verdad, yo no estoy bien. Como samurai yo quería progresar, edificarme un futuro. Me digo: ¿por que el Japonés García sí y yo no? ¿Por qué el Chino Fernández, el Chino Volpato sí y yo no?
Después hubo otra serie de problemas, en la parrilla tuve un cambio de palabras con unos transportistas, clientes fijos. Uno me bardeó y tuve que enfrentarlo: le cercené la arteria femoral y el pobre casi se va en sangre. Lo internamos en el Durán, estuvo en terapia intensiva una semana y la parrilla tuvo que afrontar los gastos. A raíz de esto discutí con el Walter y volví a caer en otro pozo depresivo.
Empecé a reunirme con un grupo de autoayuda en el club Comunicaciones, lo coordina un chabón que fue pesista y abandonó la disciplina por una hernia. ¡Ser pesista y venir a herniarse: fijate vos si no hay gente con mala leche!  Bueno, resulta que el vago este a la segunda reunión me lleva aparte y tenemos un diálogo. “Alan, tenés que tratar de aceptarte, de reecontrarte con tu yo interno”, me dice. “Soy samurai, así que calculo que mi yo interno también debe ser samurai, Doc” -le digo yo. Fue una conversación cálida, muy afectuosa. Llegamos a la conclusión de que tenía que buscar una ocupación para despejarme. Empecé a buscar trabajo en los clasificados. Un mes, dos meses: nada. Y una vuelta veo en un destacado “Se busca samurai con experiencia, movilidad propia” ¡No lo podía creer! Le pido el rastrojero al Walter y me voy de raje. Llego a un galpón por la zona de Barracas: “La gustosa”, una fábrica de chacinados. Seleccionaban degustadores para corte de salamín en público en dos cadenas de supermercados. “¿Qué soy, la mujer barbuda, el hombre elefante, por qué no me propones laburar en un circo?, le digo al chabón, y me fui dando un portazo. ¡A vos te parece! Por eso, si ahora te tengo que decir, yo bien-bien no estoy. Si fuera japonés, con que tuviera la doble ciudadanía nomás, podría suicidarme. Pero ni eso. El Walter dice que me tengo que ir a Hollywood, que ahí puedo edificarme un futuro. No sé, yo soy de Warnes, el ser humano no puede vivir mucho tiempo privado de los afectos.
ALAN sigue el relato melancólico mientras lentamente va bajando la luz.
ALAN: ¡Mirá vos lo que ahora me viene a la memoria! Yo hacía una figura muy fina, muy pulida: daba un salto, ¿no?, me plantaba con los pies en ángulo de noventa grados, levantaba los brazos, empezaba a agitarlos como la urraca cuando entra en época fértil y con un golpe de cadera hacía que la espada se desenvainara sola. ¡Era impactante!…
APAGÓN

lunes, 31 de octubre de 2016

Vialidad Nacional

Se hizo el vacío y árboles, cables telefónicos y cielo desaparecieron de golpe. Fueron unos tres segundos de caída libre. Mariana, mi mujer, pegó un grito al tiempo que dábamos contra el fondo duro de algo. Sentí el chicotazo del airbag en la cara, la explosión de una cubierta delantera y a continuación oscuridad y silencio. Tomi empezó a berrear, giré la cabeza y seguía atado a su sillita. Mi mujer había abierto la guantera y con ojos desorbitados parecía preguntar ¿qué paso? ¿qué paso? a la luz del interior. Quise abrir la puerta pero en algún lado se trababa, empujé con el hombro hasta que cedió.
La oscuridad era casi total, el lugar parecía una especie de cueva o caverna de forma y dimensiones imprecisas, unos cuatro metros arriba –lo más campante - el agujero por el que habíamos caído.
Pasaron unos segundos densos en los que solo percibí el latido de la sangre en las sienes y de golpe una voz:
- ¡Caballero!
El instinto me hizo dar un salto hacia atrás.
- ¡Caballero, no se asuste!
Busqué en la negrura. Por el timbre carrasposo era la voz de un hombre mayor. Finalmente lo vi: un individuo bajito y calvo que estaba a unos cinco metros, llevaba unas bermudas y una camisa abierta por la que le asomaba el vientre pálido y redondo. Unos metros más allá unas plegadizas y una mesita de camping y más atrás una vieja Chevy azul o gris con el tren delantero partido. En el asiento del acompañante se adivinaba la silueta de alguien más.
- Tuvieron suerte, una caída bastante limpia. ¿Para dónde iban?
Respondí, todavía atontado:
- Para la playa.
- Sí, obvio que para la playa, ¿pero para cuál?
- La Lucila.
- Buena elección. Menos gente que en Santa Teresita. Fortunato Asconzábal, un placer –dijo el hombrecito extendiendo la mano.
Vi que la silueta del Chevy había encendido la luz interior y saludaba.
– Aquella es Haydée, mi señora.
Toda la escena parecía sacada de un sueño o de una película de Terry Gilliam:
- Disculpe la curiosidad, pero ¿y ustedes qué están haciendo acá?
- Nosotros caímos a principios de mes.
Le escruté los ojos buscando alguna señal de burla, a continuación me volví hacia a la caverna, la Chevy, la mesa y las reposeras, para terminar en el pedazo de cielo azul del agujero del techo:
- ¿Y esto viene a ser…?
- Un bache.
Solté una risa involuntaria:
- No lo tome a broma, conozco la zona. Con mi mujer somos de Haedo pero venimos todos los veranos. Esta ruta no se arregla desde la segunda presidencia de Menem. Usted deja un agujero sin tapar y después si las napas están altas el agua hace el resto. ¿Respira la humedad?
Aspiré profundo. De golpe escuché el llanto de Tomi y caí en la cuenta de que me había olvidado de mi familia. Giré la cabeza al momento que sonaba la puerta del acompañante y mi mujer venía rengueando hacia nosotros.
- ¿Estás bien?
- Sí. Creo que me doblé el tobillo.
Por naturaleza desconfiada, Mariana midió al hombrecito y se agarró de mi brazo.
- Acá el señor está diciendo que caímos en un bache.
- ¿Un bache? ¿Cómo un bache? ¿Qué es, un chiste? 
Fortunato Azconzábal volvió a presentarse y repitió lo de su caída de principios de mes. Yo le presioné levemente la mano a mi mujer para que no insistiera con más preguntas.
- Pero ojo que no fuimos los únicos  –observó moviendo la cabeza hacia la derecha. En la penumbra, casi pegado al muro irregular, había un Corola oscuro y unos cuatro metros más allá lo que parecía ser un utilitario Renault.
Tomi volvió a llorar desde su asiento y Fortunato Azconzábal se volvió hacia la Chevy:
- Haydée, ¿queda leche para el nene?
Mariana le pidió que no se molestara.
- No es molestia, si la criatura llora lo más probable es que ya tenga hambre, es casi mediodía.
La señora del hombrecito, que ya se había bajado del auto, se acercó y con actitud amistosa le tomó el brazo a Mariana:
- Venga, tesoro, vamos a buscarlo que en nuestro auto tenemos más luz.
Al verla pasar a mi lado caí en la cuenta de que la mujer también llevaba puesta la malla, un pareo y ojotas. ¿Corríamos peligro? ¿Serían un par de psicópatas? Se comportaban como si estuviesen instalados en plena playa, sin embargo el instinto me decía que parecían inofensivos.
Como si hubiese estado esperando el momento en que quedásemos solos el hombrecito se me acercó:
-Venga, que voy mostrarle más –dijo, y de un bolsillo de la malla sacó una caja de fósforos. Con ambos brazos extendidos y cuidando de dónde apoyaba los pies, avancé junto a Fortunato Azconzábal hasta lo que parecía ser el  límite occidental de la cueva. El hombrecito prendió un fósforo: sobre el muro, comidos en la piedra o dibujados con tiza, había flechas con corazones y una decena de mensajes con distintos estilos de letra. Leí: “Inolvidables vacaciones con Rita y mamá, 3 de enero del 98” Leí: “Vélez campeón del Clausura. La Pandilla de Liniers. Noviembre de 2011”. Leí: “Fanny, te amo por siempre. Nahuel de Berazategui, 6 de julio de 2003”.
El hombrecito iba de las inscripciones a mi rostro esperando una reacción:
– A esta altura de la vida a mí ya no me asombra nada –dijo- pero convenga que si uno llega a contar esto quién le cree.
- Mire –agregó frotando varios fósforos juntos. Hubo un chasquido y un resplandor fuerte: a unos diez metros, semioculta por una concavidad de la pared, asomó la carcasa de una sedán.
- Desguazada –afirmó- debe haber sido de uno de los primeros. Mi teoría es que quedó tan rota que el propietario la abandonó y después los que le siguieron le fueron sacando las piezas con la ilusión de arreglar sus roturas.
Traté de componer la escena: el insólito desarmadero funcionando a unos diez metros bajo tierra, 
en la soledad de la ruta costera y a oscuras, sus huéspedes desesperados que desconectan cables, destornillan piezas y aflojan carrocerías mientras cuentan las horas hasta que alguien llegue a sacarlos. ¿Qué habría sido de aquella gente? ¿Cómo recordarían la experiencia? Todo suma, se me ocurrió pensar, de cada cosa que uno vive, por más absurda y arbitraria, se saca algo. 
- ¿Desde que usted cayó vio a alguien más? –pregunté.
- Solo al del Corola –dijo el hombrecito- un comisario retirado medio loco, tenía un arma y quería encender las cubiertas de los autos a modo de protesta. Por suerte vinieron a buscarlo.
- ¿A quién vinieron a buscar? ¿Entonces nos van a sacar? –la voz de Mariana nos sobresaltó. Se había acercado subrepticiamente y ahora inspeccionaba las inscripciones del muro.
- Depende, querida.
- ¿De qué depende?
- Del apuro que tengan y sobre todo del dinero.
Fortunato Azconzábal entonces explicó que las grúas comunes no servían para sacar los automóviles, así que los lunes miércoles y viernes cerca de las tres de la tarde pasaba un guinche hidráulico de una constructora de San Clemente y se asomaba por el agujero uno de los operarios. ¡Unos vivos!
Le pregunté por qué lo decía.
 - Cobran dos mil quinientos dólares para sacarlo y otros seis mil pesos por el acarreo.
- ¡Pero eso es un robo! –se indignó mi mujer- ¿No tendría que hacerse cargo Vialidad Nacional?
Fortunado Azconzábal la miró con una sonrisa compasiva. Quedamos en silencio, como retraídos cada uno en sus pensamientos, hasta que el hombrecito habló:
- Nosotros íbamos a almorzar. Tenemos sopa y tarta pascualina, para Haydée y para mí sería un gusto invitarlos.
Le agradecí el gesto, pero le dije que no se molestara.
- Además no queremos consumirles las reservas –agregó Mariana.
- Por la comida no hay problema –aclaró el hombrecito, y dijo que por la mañana pasaba el chico de una rotisería de San Clemente, que el vitel tone y las empanadas de carne eran muy recomendables, y que el muchacho también les traía las bebidas y les llenaba el termo para el mate.
- Un bache con delivery –dije yo. Mariana me traspasó con la mirada pero el hombrecito pareció asimilar la broma.
Aceptamos la invitación y almorzamos con ellos. Nos contaron sobre su familia, sobre el trastorno que representaba viajar en auto de Provincia a Capital y sobre la campaña de Deportivo Morón, el club del que eran socios. Luego de tomar el café Mariana puso la excusa de llevar a hacer dormir a Tomi, me llevó aparte y dijo con tono imperativo:
- Hay que ayudarlos.
Le pregunté cómo.
- Sin nos sacan de este agujero las vacaciones ya están perdidas, así que démosle la plata que podamos.
Si hay algo que me enamora de mi mujer, además de la curva de sus pechos y de cómo baila “Nada fuera del amor”, son sus raptos de generosidad. Le dije que estaba de acuerdo, hice una cuenta rápida y volví hasta la Chevy de los Azconzábal. Les dije que queríamos ayudarlos y podíamos facilitarle unos catorce mil pesos para que sacaran el auto.
El hombrecito me miró con sorpresa y en la expresión de su mujer percibí una indisimulada alarma. Algo parecía no estar funcionando. Fue ella quien se animó a hablar:
- Son muy amables pero no podemos aceptar.
Fortunato Azconzábal pasó la mano por sobre el hombro de su mujer y comprendí que estaban de acuerdo.
- ¿Y por qué no?
- Mire, tesoro, dejamos la casa bien cerrada, día por medio nuestra hija va a regarnos las plantas y a controlar que esté todo bien. Cuando uno sale de vacaciones ¿qué busca?
Hizo una pausa. Ambos esperaban mi respuesta.
- Descansar –aventuré.
- Exacto, descansar. Aquí abajo no estará la playa, ni el agua, ni el sol, pero eso no quita que estemos descansando.
- Y agregue además que se está fresco y que no funcionan los celulares –aportó el hombrecito- Sin hijos, sin nietos, sin sobrinos. La tranquilidad perfecta.
No supe qué decir, eran argumentos sólidos. Igualmente hice un último intento:
- ¿Y ante una urgencia, un problema de salud?
- El chico de la rotisería pasa todos los días –dijo la mujer- De verdad, no tienen por qué preocuparse.

A las tres de la tarde, como había predicho Fortunato Azconzábal, se asomó por el agujero un operario y contratamos el servicio. Primero se escuchó un ruido metálico y un par de minutos después se descolgó un grandote de mameluco azul  y a continuación un arnés que el sujeto fue pasando por debajo del chasis de nuestro Polo a la altura de las ruedas. El hombrecito observó con interés toda la operación, luego se acercó y me dio un papel:
- Solo le pido que cuando tenga señal llame a nuestra hija y le diga que está todo en orden. 
Subimos al auto y nos fueron remontando. A medida que ascendíamos la cueva se iba haciendo más pequeña e inocua, junto a las plegadizas y la mesa de camping el hombrecito y su señora nos contemplaban como a los tripulantes de una nave exploradora que regresa a la Tierra. Saqué la mano por la ventanilla y Fortunato Azconzábal levantó la suya.
- No se preocupe por nada. Fue un placer –lo escuché decir, antes de perderlo en la oscuridad para siempre.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Runners

Son cerca de la cinco y yo estoy desde hace unos veinte minutos en un bar con mesas a la calle frente a la plaza Congreso. Es una tarde calurosa y agitada del mes de octubre. Siempre he creído que sentarse así, pedir una cerveza con palitos y dejar fluir por un rato el paisaje urbano es un ejercicio sanador y que ayuda a vivir. 

Hablando de vivir, yo vivo a tres cuadras, alquilo un departamento en calle San José junto a mi mujer, Martina, y Pamela y Rocío, nuestras dos perras salchicha. Creo que constituimos una familia feliz. Martina es radióloga, está empleada en una clínica de Zona Norte y yo soy traductor y trabajo en dos editoriales pequeñas que funcionan en el Bajo. 

También soy aficionado al running, salgo a correr tres veces a la semana, con la posibilidad de una cuarta los sábados si no estoy muy cansado. Corro en esta misma plaza ¿Es raro correr en una plaza? No lo sé, quizás. Pero la imposibilidad de contar con otro espacio cercano hace que yo y otros neuróticos como yo nos la pasemos girando y girando entre un número importante de pastores evangélicos, vendedores de pochoclo, palomas, gente en situación de calle y taxistas que duermen la mona. Solo hay que acostumbrarse al ruido y al aire viciado por los escapes.

Estoy, como decía, sentado en mi mesa, la moza ya trajo la cerveza y el plato con palitos. Me sirvo un vaso, me sirvo otro, ha pasado un buen rato de sereno estado contemplativo cuando por la senda de piedritas coloradas de enfrente me veo pasar a buen tranco. Digo bien: yo, que estoy sentado acá, me veo pasar por allá, corriendo por el camino de piedritas de la plaza.

Además de llevar una vida ordenada, creo que con Martina somos dos seres lógicos, no usamos drogas, no somos sugestionables, no creemos en magia negra, ni en ovnis, ni nos gustan las películas de sucesos paranormales. Somos, en suma, espíritus concretos. Ante la aparición me nace preguntarme qué almorcé al mediodía, o si estoy yendo bien de cuerpo, o cuánto tiempo de sueño llevo en las últimas cuarenta y ocho horas.

Mientras analizo la situación, mi doble ya ha pasado otra vez por enfrente para no dejar lugar a dudas. Como los días que vengo yo doy diez vueltas, me pregunto por cuál irá. No puedo arriesgarme a perderlo y quedarme con la idea de que he sufrido una alucinación, así que me incorporo y cruzo la avenida.

Es raro verse así, de afuera, con el pelo revuelto, la cara congestionada y boqueando como un besugo fuera del agua. Contrariamente a lo que uno imagina es una imagen desagradable, casi fea. Aquí estoy yo plantado en la pista y el tipo con mi aspecto que viene dando la vuelta a la esquina lo más campante. Al ver que le interrumpo el paso aminora la marcha y se detiene. Lleva la remera gris y los short que uso habitualmente. ¿Está sorprendido? Es obvio que tiene que estarlo. Pero entonces, ¿por qué no se conmociona? ¿A qué se debe esa sonrisa estúpida? 
- ¿Qué hacés, campeón? –dice.
- ¡No, vos qué hacés! –lo increpo.

¿Cómo se inicia un diálogo con una copia de uno que, al mismo tiempo, es un desconocido? Porque si el sujeto este soy yo mismo, cosa que está por verse, es un yo fuera de mí y en términos estrictos, al estar fuera y ser la primera vez que lo veo, es un desconocido. 

Mueve los pies en el sitio, me observa y sigue con la sonrisa. En principio descuento que los dos estamos viendo lo que sucede, así que intentar hablar sobre el clima es una estupidez. Junto coraje y voy al grano:
- Por favor decime que sabés lo qué está pasando –digo. 
Deja pasar unos segundos, me mira y dice que no tiene ni idea, pero que viéndolo bien le parece re-loco y súper-potente.
Viéndolo bien le parece re-loco y súper-potente, me repito mentalmente. Es una respuesta provocadora, pero más que provocadora es frívola. Le digo que a mí no me parece re-loco, ni súper-potente, ni una mierda. Levanto la voz. Me dice que no me ponga así, que lo tome con calma y que me siente en algún lado a esperarlo mientras termina las vueltas que le faltan. 

Sé que tiene razón: se está enfriando y para un runner enfriarse a mitad de su rutina no es bueno. Vuelvo a la mesa, siento indignación y al mismo tiempo un extraño vértigo en el estómago. Se me ocurre que todo es una broma, que va a salir alguien de algún lado para decir que es una cámara sorpresa, va a volver el corredor para sacarse la cara de goma con mis facciones y todos vamos a reír y a aplaudir en pose, buscando una imagen con buena medición de audiencia.

-Tranquilizate –me dice.
- ¿Tranquilizate? ¿Eso es lo único que se te ocurre? –digo yo, volviendo a irritarme. Ha pasado un rato, mi copia concluyó con la corrida, yo pagué la cuenta, abandoné la mesa y ahora le estoy sosteniendo los pies mientras hace tres series de cincuenta abdominales. Se detiene y vuelve a estudiarme. Estamos en el sector de césped que se ubica haciendo cruz con el Cine Gaumont y desde hace unos minutos se han agregado otra media docena de corredores que pasan a pocos metros completamente ajenos a nuestro drama.
- Te tranquilizás y cuando termino nos vamos para tu casa -dice.
- ¿Vamos? ¡Voy, querrás decir!

Vuelvo a sentir el vértigo en el estómago, para ser sincero tengo todas las ganas de soltarle los tobillos, abalanzarme hasta su cuello y apretar, pero enseguida me digo que no sería inteligente. Pienso que mi vida feliz con Martina y con las salchichas ha llegado a su fin, que la aparición de un extraño, que para colmo es mi doble, ha resquebrajado para siempre el orden armónico de nuestro hogar.

- Sinceramente, ¿vos crees que puedo volver así como así con esta novedad? 
El tipo termina la segunda serie, se apoya con ambas manos en el césped y suspira:
- Son cuarenta y ocho, a lo sumo setenta y dos horas. 
- ¿Eso es lo que dura?
Dice que sí y que si lo tomo con calma y no vuelvo a levantar la voz me lo explica. Acepto. Entonces confiesa que cuando hace un rato yo lo abordé él mintió, que en realidad sabía. 
- Lo que nos sucede tiene que ver con el running -dice. 
Se me escapa una carcajada.
- No es broma, las duplicaciones se producen por un cambio en la oxigenación del cerebro por el running. 
Y agrega que estuvo leyendo bastante, que la cabeza es un universo increíble. Además –advierte– en nuestro caso no es la primera vez que sucede.

Vuelvo a impacientarme, le exijo que sea claro, que se explique como corresponde. Me pregunta si recuerdo febrero pasado, cuando volvimos de vacaciones con Martina y las perras de La Lucila.
- El primer lunes viniste a correr más o menos a esta hora, yo pasaba por Avenida Rivadavia y te vi.
- ¡No te creo! ¿Y por qué no me detuviste?
- Me asusté. 
Pienso a velocidad: o el tipo este aprovecha que estoy alucinando para tomarme el pelo, o es un loco total. Le pregunto cómo, si estaba sucediendo algo tan grave yo no me di cuenta. Me dice que trate de hacer memoria, que seguramente algo, alguna señal física, tuve. Dice: 
- Cuando nos duplicamos yo siento un cosquilleo en la panza, como una náusea. 

Le suelto los tobillos y me incorporo de un salto. ¡Es verdad: el cosquilleo en el estómago! Lo tuve desde el momento en que lo vi. ¿Entonces está pasando de veras? ¿El pibe este no es un loco, ni estoy sufriendo un brote esquizoide?
De golpe siento miedo, estoy a merced de un desconocido con mi cara que en un segundo se infiltró en mi tranquila existencia para cambiarla para siempre. ¿Qué hacer? Para lograr una respuesta debo saber qué es lo que pretende, cuáles son sus intenciones, que también vendrían a ser mis intenciones, o sus intenciones que al mismo tiempo son mis intenciones proyectadas en las suyas. Suena raro, pero por primera vez veo todo con claridad. 

Sin acordarlo, saltamos la verja del sector del césped, cruzamos la calle y ahora vamos avanzando por Irigoyen hacia casa.
- Supongamos que te creo –le digo- y que por ese cambio en la oxigenación del cerebro y no sé que más sucedió esto. ¿Cómo seguimos? Vos y yo, ¿ahora qué hacemos?
- En principio, quiero que entiendas que es injusto que otra vez yo sea el que tenga que aislarse -dice. 
Y comienza a hacer una larga descripción de los tres días de febrero en los que anduvo boyando de aquí para allá, sin dinero, durmiendo en una pensión en Constitución, con la angustia de haber perdido su identidad y de no saber cuándo la recuperaría.
- Te imaginarás que no podía venir y tocarte el timbre.
Algo me dice que está fingiendo, que de alguna forma intenta conmoverme.

- ¿Y entonces? –digo con frialdad. 
- Lo que quiero decir es que, si estás de acuerdo, ahora vamos hasta el departamento y como todavía falta una hora para que vuelva tu mujer del trabajo, te hacés un bolso y te vas vos. 

Me detengo en seco y lo agarro del brazo. Mi otro yo ya no sonríe y en sus ojos por primera vez noto el apremio: 
- Tomalo como unas vacaciones. 
El vértigo en el estómago sube y baja en oleadas progresivas y cada vez más violentas. Apelo a mi imaginación, trato de visualizar lo que está proponiendo, lo veo con mis pantuflas saliendo del baño, preparando el café, yendo al escritorio y encendiendo la computadora para continuar con mi trabajo. ¿Y las salchichas? ¿Pamela y Rocío cómo tomarían el cambio? ¿Sobretodo Rocío que es la del olfato más sensible? Sin dudas que se darían cuenta.
De golpe el rayo de un escalofrío me secciona en dos la columna vertebral: ¿Y mi amada esposa? ¿Y Martina? ¿El tipo este buscaría hacerle el amor a mi mujer? Técnicamente estaría en su derecho y en sentido estricto Martina no me estaría siendo infiel. ¡No! ¡Es ridículo! ¡Completamente absurdo! Tengo que serenarme y pensar. 

Ya doblamos por San José y estamos a una cuadra. Nos detenemos en la esquina de Alsina para dar paso al 64 que cruza hacia el Bajo como una exhalación. Me digo que tengo encontrar la forma de desarticular su plan. Pienso: las llaves de casa. Comento como al pasar que las llaves de la puerta del edificio a veces se me traban.
- ¿Me permitís las tuyas? –digo. 

Él saca el manojo de su riñonera y me lo tiende. ¿Lo tomé por sorpresa o es un acto de inocencia? No importa. Porque ahora que el semáforo nos da paso, yo tenso el cuerpo, me estiro hacia adelante, inclino la cabeza como un ariete y corro. Son ochenta metros hasta la puerta, unos sesenta pasos y yo, con sus llaves en mi puño y con las mías en el bolsillo, sincronizo los brazos, ajusto la respiración y corro. Tanto él como yo estamos entrenados, pero yo estoy fresco y él viene de un esfuerzo de una hora. Son cincuenta, cuarenta, treinta metros, entrecierro los ojos, aspiro por la nariz, suelto por la boca y corro. Veinte, quince, diez, y finalmente el hall, el ascensor, la puerta y ya estoy por fin adentro, otra vez en poder de mí mismo, vuelto a la unidad, de una sola pieza y mucho más tranquilo.

viernes, 26 de agosto de 2016

Mami

(Reg. Prop. Intelectual Expte. Nº 797616)

Personajes:

José María
Mami
Juli
Adrián
Luquitas

La acción se desarrolla en la cocina y el living comedor de una casa antigua, reciclada con detalles de modernidad. Sobre la izquierda un sofá con una mesa baja, sillas y sillones; sobre la derecha la cocina separada por una barra con banquetas altas, a foro una ventana que da a la calle, entrada del exterior por la izquierda, sobre la derecha acceso al piso superior y al resto de la propiedad.


ESCENA 1

Se escuchan llaves en la puerta de entrada, entra JOSÉ MARÍA (40, aspecto juvenil,  moderno, algo descuidado, denota un discreto amaneramiento)
JOSÉ MARÍA: ¡Vení! ¡Pasá! ¡Pasá!
Nervioso, se vuelve y reingresa arrastrando del brazo a MAMI.
JOSÉ MARÍA: ¡Pasá! ¡Pasá! ¡Qué sorpresa!
La mujer (70) tiene el aspecto de alguien totalmente ido, la mirada extraviada, no habla ni registra el entorno, lleva un tapado oscuro, un sombrerito. Desde el patio se escucha ladrar a un perro.
JOSÉ MARÍA: ¡Qué sorpresa! Pero todo bien, ¡eh! Vos sentite cómoda, sentite tranquila. En  realidad parecés tranquila, el que estoy nervioso soy yo. Vení, sentate (levantando la voz) ¡Juli! ¡Juli! ¡Adrián!  Sentate, sentate. ¡Uf, qué agitación! En ésta, no mejor ahí (levantando la voz) ¡Juli! ¿Están?  No están, ¿qué hora es?, todavía no llegaron (el perro vuelve a ladrar insistentemente, JOSÉ MARÍA la ayuda a sentarse en un sillón. Se sienta enfrente, no logra superar el desconcierto) Ese es Black, pero vos no te preocupes, está en el patio y lo tienen siempre atado. Bueno, je. ¿Y?, cómo va. No sé, querés contarme algo… Yo bastante bien, igual, algo más delgado, ¿lo notás? Los chicos re bien, ¡cuando lo veas a Luquitas!  No lo vas a poder creer. Está en esa edad en que pegan el estirón (cambiando) Decime, una pregunta, ¿vos podés andar por ahí? ¿Salir? Digo, ¿cómo es?... Dejá, no importa, hablemos de cosas alegres. ¡Eso, alegría! Yo sigo viniendo, ¿viste? Antes más seguido. Antes en realidad era otra cosa. Me esfuerzo, no te creas, pero con Adrián no hay caso, no me llevo, no lo siento y eso no se puede disimular. ¿Qué pasa, qué mirás?  Ah, ¿lo reconocés? Tu sillón. Querés sentarte, vení, qué problema hay (la ayuda a levantarse, la sienta en el sillón, espera algún tipo de respuesta, pero enseguida desiste. Pasea la vista por el entorno) Creo que es lo único que queda.  Juli cambió todo, contrató un diseñador, se gastaron una fortuna pero quedó bien, ¿no? ¿Te gusta? Juli para todo lo que es decoración tiene buen gusto. Le va re bien en la tele, ¿sabés?, ¡va a ser una estrella!... En fin (suspira, se levanta y se acerca, le pasa las manos delante de los ojos) Vos escuchás lo que digo, ¿no? (va hasta un mueble, saca una botella de whisky y un vaso. Vuelve a ladrar el perro) Perdóname pero yo necesito una copita. ¡Uf! Una sorpresa. ¡Qué digo una sorpresa, una súper sorpresa! (cree que Mami mira la botella)  ¿Qué hay? Ah, no, ya no tomo más. Es decir, solo en algunas ocasiones. ¡Ponele ésta, ja ja! Si me ve Adrián que le agarro el whisky… (vacía el vaso de un trago, se sirve otro) La verdad que me costó dejar, vos viste, esos tratamientos son bastante ingratos, pero poniéndole voluntad. No te voy a mentir, Juli y Adrián me ayudaron un montón (se escucha ruido de llaves, se incorpora de un salto, esconde el vaso y la botella) ¡Ahí están! Cuando te vea Juli… ¡Juli, Juli, mirá con quién estoy!
Entran JULI (38), atractiva, impecablemente vestida, gafas negras, cargando varias bolsas de shopping y ADRIÁN (45), actitud distante, con indumentaria de golfista y cargando el bolso con los palos. Tiempo. 
JOSÉ MARÍA: ¿Y, qué me dicen?
JULI se saca las gafas, se acerca, mira a MAMI con gesto inescrutable, da unos pasos hacia JOSÉ MARÍA, vuelve hacia MAMI, la estudia unos segundos más, se le caen las bolsas, reprime un grito llevándose las manos a la boca.
BREVE APAGÓN


ESCENA 2

Continuación de la acción anterior, MAMI está sentada en el mismo sillón, ADRIÁN se mantiene a distancia, JOSÉ MARÍA y JULI la observan. JULI se lleva las manos a la boca para contener un sollozo, JOSÉ MARÍA se acerca para contenerla pero JULI lo rechaza. JULI, confusa, da unos pasos hacia ADRÍAN que también intenta abrazarla, JULI lo rechaza y sale corriendo hacia el interior de la casa. ADRIÁN reacciona contra JOSÉ MARÍA.
ADRIÁN: ¿Vos sos pelotudo?
ADRIÁN sale tras su mujer, JOSÉ MARÍA lo mira confundido.
APAGON


ESCENA 3

JULI está recostada en el sofá cubriéndose los ojos con una mano, JOSÉ MARÍA a su lado, de pie.
JOSÉ MARÍA: Primero no la reconocí. Yo salgo de la boca del subte, siempre vengo por Güemes, ¿viste?, pero como desde ayer estoy buscando un libro, me digo voy a la librería que está en Santa Fe a ver si lo encuentro, y entonces subo por Paraguay. Cuando doy la vuelta a la esquina veo a alguien sentado en el banco de la vereda. Estaba ahí, quietita, lo más tranquila y cuando me acerco…
JULI (en sus pensamientos): Okey, supongamos…Lo que yo digo es… Un planteo hipotético, una fantasía, pero supongamos que viniera alguien y me dijese… Por más loco, por más enfermo de la cabeza, viene y me dice… (desesperándose) ¡No, no, no hay forma, no hay forma, José!
JOSÉ MARÍA: ¿No hay forma de qué?
JULI: ¿Qué viene a ser esto?
JOSÉ MARÍA: ¿Cómo qué viene…? (tanteando) Es… es Mami.
JULI: ¡Sí, ya sé que es Mami, no soy ciega! (se incorpora, va hasta la ventana, vuelve. Vigilando que no escuchen desde adentro) Pero es imposible. ¡Imposible! ¿Vos lo entendés, no?
JOSÉ MARÍA: Creo que sí.
Tiempo.
JULI: Falleció hace tres años, José.
JOSÉ MARÍA: Dos años y ocho meses.
JULI: Dos años y ocho meses, cuál es la diferencia. ¡Pero se-mu-rió, crepó, ya no está!
JULI lloriquea. En la mesa baja hay un vaso con agua y un blíster de ibuprofeno, toma uno.
JULI: ¡Me estalla la cabeza!
JOSÉ MARÍA la observa.
JULI: ¿Qué mirás?
JOSÉ MARÍA: Nada, pensaba. Sabés, pasado el primer momento, quiero decir, pasada la sorpresa, cuando entramos y la ayudé a sentarse ahí… No sé, a mí me puso contento.
JULI: ¿Te puso contento?
JOSÉ MARÍA: Sí, el hecho de volver a verla, de reencontrarnos…
JULI: ¡Cómo te puede poner contento!
JOSÉ MARÍA: ¿Por qué?
JULI: ¿Por qué? Por mil razones. ¡Porque este tipo de cosas no suceden, porque van en contra de la naturaleza, porque son un rotundo disparate! (tiempo) Decime, ¿qué hace acá? ¿A ver? ¿A qué vino?
JOSÉ MARÍA: No sé (tiempo) ¿Pensás que tendríamos que llamar a alguien?
JULI: ¿A quién?
JOSÉ MARÍA: Y qué se yo. A Defensa Civil, al SAME.
JULI: ¡¿Estás loco?! ¡Con lo que es este barrio! (tiempo) A ver, vamos a ordenarnos: José, necesito que me prometas algo.
JOSÉ MARÍA: ¿Qué cosa?
JULI: Esto no puede salir de acá. Esto es un secreto. ¡Dale, promételo!
JOSÉ MARÍA: Está bien, tranquila. Lo prometo.
Se escucha ladrar al perro. Del interior de la casa ingresan ADRIÁN  llevando del brazo a Mami, y LUQUITAS  que los sigue a distancia. LUQUITAS es un adolescente gótico, vestido de negro, botas y rostro maquillado. Mami se lleva por delante una silla.
ADRIÁN: ¡Lucas, corré esa silla, serví para algo!
LUQUITAS  corre la silla y ayuda a MAMI a sentarse en un sillón. La observa, fascinado.
JULI: No le hables así, Adrián.
ADRIÁN: Qué hay, es su abuela, ¿no?
JULI: ¡Era!
Tiempo, se miran unos a otros.
JULI: ¿Y?
ADRIÁN: Y yo qué sé. No quiere ir al baño, no quiere caminar, tampoco quiere dormir. Yo hasta acá llegué, ahora ocupate vos.
LUQUITAS le toca la cara, le estudia las manos.
JULI: ¿Qué pasa, mi amor?
LUQUITAS: Se dan cuenta, ¿no?
JULI: ¿De qué?
LUQUITAS: ¿De qué? ¿Cómo de qué? ¿En qué planeta vivís, mamá? Esto es re groso. The walking dead, Guerra mundial Z, los muertos vivos, ¿no te suena?
JULI lo mira con resignación, LUQUITAS se pone junto a MAMI, apronta su celular y se saca una autofoto. ADRIÁN le arrebata el teléfono.
ADRIÁN: ¿Qué hacés?
LUQUITAS: ¡Dame mi teléfono!
ADRIÁN: Nada de fotos.
LUQUITAS: ¡Dame mi teléfono! ¿Qué tiene?
JULI: Papá tiene razón, Luqui.
LUQUITAS: ¿Por qué?
JULI: Es hasta que decidamos qué hacer. Después te sacás las fotos que quieras.
JULI vuelve a quebrarse. Se escucha ladrar al perro.
ADRIÁN: ¡Nabo, mirá como ponés a tu madre! (suprime la foto y le devuelve el teléfono) Ahora andá a seguir con lo que estabas.
LUQUITAS: No estaba con nada.
ADRIÁN: Bueno, entonces ordená tu cuarto. Andá a calmar a ese perro (su hijo no acusa recibo) ¡ANDÁ, TE DIJE!
LUQUITAS sale a disgusto.
JULI: ¿Por qué lo maltratás?
ADRIÁN: ¡Cortala, Juli, ya es un pelotudo grande!
ADRIÁN se acerca, estudia a MAMI, JULI y JOSÉ MARÍA observan sus movimientos. Tiempo. ADRIÁN se sonríe.
JOSÉ MARÍA: ¿Qué pasa?
ADRIÁN: Ustedes son increíbles.
JOSÉ MARÍA (con frialdad): ¿Y por qué somos increíbles?
ADRIÁN: ¿Vos decís que esta mujer es tu madre?
JOSÉ MARÍA: Obvio.
ADRIÁN: ¿Y vos, Juli?
JULI: Yo ya no sé ni lo que pienso.
ADRIÁN: Dejando de lado que si así fuese habría que convocar a una conferencia de prensa, yo te pregunto: ¿vos la reconocés? Digo, ¿no puede tratarse de alguien parecido?
JOSÉ MARÍA: ¿Me estás jodiendo?
ADRIÁN: Para nada.
JOSÉ MARÍA: ¿Para vos puedo ser tan ruin, tan mala persona como para no reconocer a mi propia madre?
ADRIÁN: Yo no dije eso.
JOSÉ MARÍA: ¡Es Mami, grabátelo en la cabeza, esa señora que ves ahí es nuestra madre! (cambiando, tocado, JOSÉ MARÍA se dirige a JULI) Cuando camina, ¿vos viste, Juli?, yo ya no recordaba. Esa forma de balancearse. Las manitos…
JULI se acerca y lo palmea.
JOSÉ MARÍA: La expresión de la boca, la mirada…
ADRIÁN: ¿La mirada?
JOSÉ MARÍA: Sí, la mirada, ¿qué hay?
JULI: Es verdad, José, ¿la mirada? Si tiene los ojos en cualquier parte (JULI estudia con detenimiento la cara de MAMI, JOSÉ MARÍA se sienta en el sofá, ensimismado. Tiempo.
ADRIÁN: ¿Y pensaron en la ropa?
JULI: ¿Qué pasa con la ropa?
ADRIÁN: ¿Cómo que pasa con la ropa? Es evidente ¿De dónde la sacó?
JULI: Es suya, los zapatos no sé, pero al sombrerito y al tapado los reconozco. ¡Adrián, no entiendo adónde querés llegar! ¿Por qué no hablás claro?
ADRIÁN: Que estás ciega, Juli, que esto no cierra por ningún lado. ¿Vos te acordás cuando reciclamos el primer piso y la terraza?
JULI: Sí.
ADRIÁN: ¿No me pediste que sacara toda la ropa de tu madre?
JULI: ¿Yo?
ADRIÁN: Sí, vos. Y la donamos al Cotolengo Don Orione.
JOSÉ MARÍA (volviendo de su ensimismamiento): ¿Vos donaste la ropa de Mami?
JULI: No, sí, bah, no me acuerdo.
JOSÉ MARÍA: Podrías haber preguntado, ¿no?, podría haber querido quedarme con algo de recuerdo.
JULI: ¿A qué viene eso, José? ¡El tema ahora es otro, te pido por favor! Acá está sucediendo algo grave. Acá seguro que hay una mano negra. Evidentemente alguien de mi entorno me quiere perjudicar.
JOSÉ MARÍA: ¿Alguien de tu entorno te quiere perjudicar?
JULI: ¡Sí! ¿Qué hay?
JOSÉ MARÍA (con intención): ¡No, claro, cierto que ahora sos una estrella de la televisión! ¡Juli, a veces no entiendo como podés ser tan frívola!
JULI: ¡Ay, basta, nene!
ADRIÁN vuelve hasta Mami y la observa.
JOSÉ MARÍA: ¿No traía una cartera, un monedero?
JULI: Creo que no.
JOSÉ MARÍA: Yo no le vi.
ADRIÁN: En ese estado es probable que la hayan choreado. Entonces, no hay documentos, tampoco hay efectos personales…
JULI y JOSÉ MARÍA observan a ADRIÁN, este saca de un bolsillo las llaves del auto Y levanta a MAMI de la silla de un tirón. A continuación, JULI, ADRIÁN y JOSÉ MARÍA la van a levantar y a volver a sentar alternativamente, como si fuera un paquete.
JULI: ¿Qué hacés?
ADRIÁN: Estás lenta, Juli. No hay identificación, nadie querría buscarla, son cosas que juegan a nuestro favor. Hay que actuar rápido, el auto está en la puerta.
JULI: ¡Estás loco! ¿Adónde la vas a llevar?
ADRIÁN: Ya se me va a ocurrir, antes de involucrarnos más hay que sacársela de encima.
JOSÉ MARÍA: ¡PERO VOS SOS UNA MIERDA DE PERSONA!
ADRIÁN: ¡Cuidado con la boca, estás en mi casa y no voy a tolerar que me insultes!
JOSÉ MARÍA: ¡Mami de acá no se mueve!
ADRIÁN: ¿Vos podés probar que es tu madre?
JOSÉ MARÍA: Juli, ¿escuchás esto?
JULI: ¡Córtenla, por favor!
JOSÉ MARÍA (quebrándose): Con lo que fue en vida esta mujer, con los sacrificios que hizo por vos, Juli. Tirarla a la calle, así, como a un perro…
JULI: ¡Ay, vos también pará con el melodrama, José! Serenémonos, tenemos que pensar…
Mientras discuten, MAMI se incorpora y lentamente va hasta la barra de la cocina. De golpe reparan en ella.
JOSÉ MARÍA: ¿Qué hace?
JULI: ¡Y yo qué sé!
MAMI  agarra un rollo de papel de cocina, corta las servilletas y comienza a comérselas.
JULI: ¡MAMI, SOLTÁ ESO! ¡AY, NO PUEDO VER! ¡ADRIÁN, POR EL AMOR DE DIOS, SACALE ESAS SERVILLETAS!
APAGÓN


ESCENA 4

Mañana siguiente, JULI, LUQUITAS y JOSÉ MARÍA están en la barra desayunando, a unos metros MAMI está sentada, inmóvil, con un repasador sobre la cabeza que le oculta la cara. JULI y JOSÉ MARÍA tragan sendas tostadas, LUQUITAS bebe su café con los head-phones puestos. Tiempo.
JOSÉ MARÍA: ¿Y adónde fue?
JULI: No sé, salió temprano. Vos también no hacés más que pelearlo.
JOSÉ MARÍA: Yo no lo peleo, Juli, es que no tiene filtro, ¿vos viste las cosas que dice?
JULI: Adrián es así, es frontal, dice lo que piensa. Vos ya lo conocés.
Siguen comiendo. Tiempo.
JULI: Luqui (levantando la voz) ¡LUQUI!
LUQUITAS se saca los head-phones.
LUQUITAS: ¿Qué hay?
JULI: Comete por lo menos una tostada.
LUQUITAS: No quiero.
JULI: No puede ser que te alimentes de aire.
LUQUITAS: No me alimento de aire.
JULI: Estás en el límite de tu peso, recordá lo que dijo el clínico. Te hago media con dulce.
LUQUITAS: Si querés hacela, pero no la voy a comer.
JOSÉ MARÍA (acaba su taza de un trago y se incorpora): Bueno, yo me voy.
JULI: ¡Sí, claro!
JOSÉ MARÍA: Juli, estoy destrozado. Yo fui el que se clavó en ese sofá. No dormí en toda la noche.
JULI: Me lo prometiste, hasta que no le encontremos una salida a esto vos te quedás.
JOSÉ MARÍA: No lo entiendo, estaba como conectada a dos veinte, no paraba de caminar, la volví a la silla doscientas veces. Hasta que a tu hijo se le ocurrió lo del repasador.
JULI: Ah, ¿fuiste vos?
LUQUITAS: Sí.
JULI: ¿Y no me pensabas contar?
LUQUITAS: No hay nada que contar. Cuando bajé serían las cinco, el tío estaba sacadísimo, mientras la abuela caminaba yo me puse a hacer café y entonces recordé lo del documental sobre pájaros: es lo que le hacen a los halcones cuando los entrenan para la caza.
JULI: ¿Halcones? ¡Ay, basta! ¡Esto es morboso, es enfermizo! ¡Luqui, sacale ese repasador, por favor!
LUQUITAS va hasta donde está Mami, le saca el repasador de la cabeza.
LUQUITAS: Lo que te decía, tío, ves como sigue con los ojos abiertos. Los muertos vivientes no duermen, en general tienen el cerebro lobotomizado.  Para estudiarlos hay que instalarles un microchips en la base del cráneo.
JULI: ¡No digas estupideces, hijo! Eso lo sacás de las películas asquerosas que ves.
LUQUITAS: ¡Es verdad!
JULI: Me estalla la cabeza. Desde ayer que no se me va con nada.
JULI saca otro ibuprofeno del blíster y lo traga con un vaso de agua. LUQUITAS se queda estudiando a Mami, en algún momento agarrará un tenedor y le pinchará los dedos para ver sus reacciones. Entra ADRIÁN proveniente de la calle, besa a JULI.
ADRIÁN: ¿Cómo va?
JULI: Mal.
ADRIÁN: Bueno, mientras ustedes dormían yo fui a buscar soluciones: recordé que en el estudio teníamos un contacto en la administración del cementerio, así que hablé por teléfono con el tipo. Obvio que le pedí absoluta discreción. Tengo buenas noticias: fue hasta la bóveda de tu familia, me dijo que el ataúd de tu vieja está tal cual, la bóveda no se abre desde la muerte de tu tía Adolinda. Conclusión: esta buena señora no sabemos quién es, pero olvidate que sea tu madre.
JOSÉ MARÍA: ¡Dios mío, este tipo!
ADRIÁN: ¡Con vos no estoy hablando!
JOSÉ MARÍA: ¿Por qué te metés? Si no es tu familia.
JULI (agarrándose la cabeza por el dolor): ¡Paren un minutito, por favor! Amor, te agradezco la preocupación y todo lo que estás haciendo, pero te pido algo: dejanos que con José nos vamos a ocupar.
ADRIÁN (tocado): Okey. Como quieran.
JULI: Te prometo que antes de la noche le vamos a encontrar una solución, ¿dale?
ADRIÁN: Dale. Entonces me pego un baño y me voy. Porque tengo una reunión y estoy llegando tarde.
ADRIÁN sale hacia el interior de la casa.
JULI (a LUQUITAS, que volvió a alimentar con servilletas a MAMI) ¡Lucas, te dije que no vuelvas a darle papel! 
LUQUITAS: ¿Me la puedo llevar a mi cuarto?
JULI: No.
LUQUITAS: ¡Un rato, nada más!
JULI: ¿SOS SORDO? ¡TE DIJE QUE NO!
LUQUITAS sale a disgusto.
JOSÉ MARÍA: Dejalo, Juli.
JULI: De ninguna manera. No es una mascota, ¿no?
Tiempo.
JOSÉ MARÍA: Yo, si me perdonás, necesito dormir un rato, en este estado no puedo pensar. Subo a la habitación de huéspedes, ¿puede ser?
JULI: Andá.
JOSÉ MARÍA sale. JULI termina su taza de café, observa de reojo a MAMI, comienza a incomodarse. Coloca las tazas y los platos en la bacha, va hasta el sillón, cada vez más ansiosa acomoda almohadones. Se vuelve de golpe.
JULI: ¿Soy una egoísta? Decilo. Yo sé que para vos soy una egoísta. ¿O no?... Nunca lo demostraste, pero en el fondo lo pensás.... “José es débil, a José hay que apoyarlo” ¿Sabés las que tuvimos que pasar con José?... (bajando la voz) Además de que lo enamoran los hombres, tu hijo es alcohólico. ¿Vos lo sabías?… ¿Sabías que ahora vive de lo que yo le doy? Obviamente se lo oculto a Adrián porque se volvería loco... Así de feo es el mundo, así de cruel, siempre distinto a como lo soñamos... Vos nunca lo quisiste ver, pero yo sí, yo lo veo todos los días. No vivo quejándome, no lloro por los rincones, “se hace lo que hay que hacer”, como decía Papi… ¿Con vos me cerré, con vos me hice dura? Puede ser… Pero al final conseguí armar algo: lo tengo a Adrián, lo tengo a Luqui, ¿viste lo grande que está Luqui? Estoy trabajando bien, conseguí la conducción del noticiero en el horario central. Canal 12 es un medio importante que llega a todo el país. La gente me para por la calle, ¿sabés?... Pero no es eso, ¿verdad? Esa vida de la que hablabas, ¿dónde está?, ¿qué era, una metáfora, una parábola como la de los cuentos que me contabas? Yo la busqué, te juro, y cómo la busqué... Me hubiera encantado escucharte, me hubiera encantado que me dijeras, que me susurraras, como cuando venías a darme el beso antes de dormir, que era así, como en los cuentos… (se inclina hacia MAMI, la acaricia) Que la gente como vos se vaya es tan triste… ¿Estás acá? ¿De veras viniste? (cambiando) Uf, ya ni sé lo que digo. Es este dolor de cabeza, perdoname. Ahora tengo que subir a hacer un par de llamados, si necesitás algo, cualquier cosa… Vos tranquila, descansá, ¿sabés?
JULI se comienza a ir y se vuelve, duda, le coloca el repasador en la cabeza. Finalmente sale.
APAGÓN


ESCENA 5

JOSÉ MARÍA está dormido en el sofá, entra JULI y lo sacude.
JULI: ¡Despertate!
JOSÉ MARÍA: ¡Eh!
JULI: ¿Qué pasó? ¿Dónde está?
JOSÉ MARÍA: ¿Quién?
JULI: Mami, José, ¿dónde está?
JOSÉ MARÍA (aún dormido, señalando un sillón): Ahí.
JULI: La tenías que vigilar hasta que yo volviera. ¿Era tan difícil? ¡Cómo puede ser que seas tan inútil!
JOSÉ MARÍA: Te juro que estaba ahí, tenía el repasador puesto (confundido, se incorpora, comienza a recorrer la escena) ¿Buscaste arriba?
JULI: Sí.
JOSÉ MARÍA: ¿En las habitaciones? ¿En el patio, te fijaste?
JULI se sienta en el sofá.
JULI: ¡Estoy harta, agotada! Esto es un desastre y a nadie parece importarle. En el Canal preguntan, me ven desconcentrada. Lo último que yo necesito es un escándalo.
JOSÉ MARÍA: Pará, estás paranoica.
JULI: ¿Paranoica? ¡¿José, vos en qué planeta vivís?! La gente es dañina, está esperando que te equivoques.
JOSÉ MARÍA: Es un asunto familiar.
JULI: Rayano en la locura, injustificable. Una familia conocida conviviendo con su madre vuelta de la muerte. ¿Te parece que alguien podría comprenderlo?
JOSÉ MARÍA se incorpora, va hasta la cocina y se moja la cara. Tiempo.
JOSÉ MARÍA: Juli.
JULI: ¿Qué?
JOSÉ MARÍA: ¿Y si se fue?
JULI: ¿Qué querés decir.
JOSÉ MARÍA: Claro, ¿qué pasa si se fue? Si como apareció se fue, volvió al lugar de donde vino.
JULI (se estira en el sofá, cierra los ojos): No sé, ya no puedo pensar.
Llega ADRIÁN.
ADRIÁN: ¿Qué pasa?
JULI: Mami desapareció.
ADRIÁN: ¿Se fue?
JOSÉ MARÍA: Ves, es lo que yo digo, Juli, se fue.
ADRIÁN: Se fue. No se rompan la cabeza. Si se fue, se fue. No encontró el filón y se mandó a mudar.
JULI: ¿Qué querés decir?
ADRIÁN: Yo me entiendo. Ahora, por favor, ¿podemos volver a la normalidad? Esto ya no parece una casa: no se almuerza, no se cena, desapareció el personal doméstico. ¿Hasta cuándo le diste franco a la chica?
JULI: Viene el martes.
Entra LUQUITAS llevando a MAMI, la conduce de una cadena atada al cuello, como usan los góticos, MAMI también está maquillada y caracterizada de gótica. ADRIÁN se le va encima a LUQUITAS, JULI se incorpora del sofá y se interpone.
ADRIÁN: ¡TE VOY A ARRANCAR TODOS LOS PELOS!
JULI: ¡Por favor, Adrián!
ADRIÁN: DECIME, ¿QUÉ TENÉS EN LA CABEZA, ANIMAL? ¿DE DÓNDE LA TRAÉS?
LUQUITAS se cubre detrás de su madre.
JULI: Es un chico.
ADRIÁN: ¿Un chico? ¡Dejate de joder! Yo a los quince años estudiaba y trabajaba. No hacía el payaso disfrazado de “hombre manos de tijera”.
JULI: Luqui, no le hagas caso, vos hablá conmigo, ¿adónde llevaste a Mami?
LUQUITAS: Con los chicos.
JULI: ¿Y por qué la llevaste con los chicos?
LUQUITAS: La querían conocer. 
JOSÉ MARÍA: ¡La querían conocer! ¿Y qué le hiciste en la cara?
LUQUITAS: Nada.
JULI: ¿Cómo nada, Luqui? ¡No somos ciegos!
LUQUITAS: La produje un poco para que pasara desapercibida.
ADRIÁN: ¡ME IMAGINO, EN LA CALLE NO LOS DEBE HABER MIRADO NADIE!
JULI: ¡Pará, Adrián!... Luqui, concentrate en esta pregunta: ¿por dónde fueron? ¿Pasaste por la galería?
LUQUITAS: Por enfrente.
JULI: ¿Maruca estaba en el negocio?
LUQUITAS: No sé.
JULI (desesperándose): ¿Cómo que no sabés?
ADRIÁN: ¿Esa vieja todavía no se murió?
JULI: No, no se murió, Adri. Era su amiga, y vos sabés lo envidiosa, lo dañina que es.
JOSÉ MARÍA: Pero así como está, seguro que no la reconoció.
JULI: ¡No lo sabés! Te apuesto a que si la reconoció en un rato tenemos a la prensa en la puerta. ¡Dios santo, por qué me tienen que pasar estas cosas!
ADRIÁN (yendo otra vez contra LUQUITAS): ¡YO TE REVIENTO!
JOSÉ MARÍA (interponiéndose): ¡Pará, Adrián! ¿Por qué no nos serenamos un poco?
Tiempo. LUQUITAS levanta una mano.
LUQUITAS: ¿Puedo decir algo?
JULI: A ver.
LUQUITAS: Según Erni, la abuela fue víctima de un hechizo vudú.
ADRIÁN: ¡Perfecto!
LUQUITAS: Dice que un brujo la abordó con algún engaño y le absorbió el alma para luego traspasarla a una botella; después la abuela tuvo el ataque, murió y fue enterrada. Entonces el brujo profanó la tumba para poner debajo de la nariz de la abuela la botella con su alma, mientras le administraba un preparado especial hecho de hierbas…
ADRIÁN: ¡Qué divino!
JULI (a Adrián): Dejalo expresarse.

ADRIÁN (irónico): ¡Expresate, hijo! 
LUQUITAS: Una vez resucitado, el cuerpo de la abuela no descansa ni puede ingerir alimentos, lo mejor es que sólo coma papel porque sino volvería a su condición mortal y al instante entraría en descomposición.
ADRIÁN: Solo una pregunta: ¿Vos y tus amiguitos con qué se drogan?
JULI: ¡PARÁ, ADRI!
LUQUITAS: Ya convertidos, a los zombis se los puede emplear de autómatas en varias ocupaciones: para ayudar en las tareas de la casa, en la limpieza…
ADRIÁN: Y si tenés problemas con las materias también te puede ayudar en los exámenes. ¡DEJATE DE DECIR GANSADAS Y ANDÁ YA MISMO A TU CUARTO! 
JULI: ¡CORTALA, POR FAVOR! Luqui, escuchame bien lo que te voy a decir: te prohíbo que vuelvas a sacar a Mami, ¿de acuerdo? (LUQUITAS no contesta) ¿DE ACUERDO?
LUQUITAS: Sí. De acuerdo.
JULI: Ahora vení y dame un abrazo.
LUQUITAS abraza a JULI.
APAGÓN


ESCENA 6

Atardecer.  JOSE MARÍA está sentado junto a MAMI, saca fotografías de una caja, las mira, se las pone delante de los ojos.
JOSÉ MARÍA: Creo que esa Navidad no hubo fotos. Estas las sacó el tío Tito, Papi le pidió copias. Fijate que todavía está la abuela. Creo que murió ese año, ¿no? (pasa a otra foto) Acá tengo el yeso, es en el ochenta y cuatro. Ochenta y cuatro u ochenta y cinco. Si están Lucía y Pato son las vacaciones de invierno. Te acordás cómo protestaba Papi porque dábamos vuelta la casa… Acá hay otra en el patio. Con el pelo así Juli parecía un chico… A vos te gustaba eso, ¿no? Digo, la gran familia reunida, la casa siempre llena de gente, todos en la cocina tomando la leche, corriendo por el comedor, o pateando la pelota en el garaje y rompiendo los vidrios…
JOSÉ MARÍA le toma la mano a MAMI y la pone en su nuca. Entra JULI con un salto de cama, pantuflas, unas anteojeras para dormir en la frente y el cabello revuelto. JOSÉ MARÍA se sobresalta y se saca la mano de MAMI. JULI va hasta la canilla, se sirve un vaso de agua y se traga un ibuprofeno.
JULI: ¿Qué hacés?
JOSÉ MARÍA: Nada, encontré esta caja en el cuarto de arriba.
JULI se sienta y le saca la foto que tiene JOSÉ MARÍA en la mano.
JULI: ¡Qué horror lo que parezco con ese pelo! (agarra otra foto de la caja) El tío Ernesto y la tía Delia. ¡Por Dios! (le da la foto a JOSÉ MARÍA) Se instalaban en casa el verano entero como si estuvieran en un hotel.
JOSÉ MARÍA: No seas mala.
JULI: ¡Sí es verdad! Unos vivos. Se pasaban dos meses de arriba, Mami les hacía de sirvienta, los atendía como a reyes. Mostrásela (JOSÉ MARÍA pone la foto delante de los ojos de MAMI) ¿Te acordás, Mami, del vividor de tu hermanito? ¿Te acordás cuando fuimos a San Luis a visitarlos, a la tía Delia de golpe le dio una gripe repentina y ni siquiera nos sirvieron una mísera taza de té?
Sacan otras fotos de la caja.
JULI: Tu fiesta de egresados.
JOSÉ MARÍA: Ajá.
JULI: ¡La cara que tenés! Ahí tus amigos ya se habían tomado todo el clericó (alza otra foto) Acá hay otra. Está Andrea, Marina, ¿yo dónde estoy?
JOSÉ MARÍA: Perdida en algún rincón oscuro con Gustavo Prato.
JULI: ¿Sí?
JOSÉ MARÍA: ¿Perdiste la memoria? Por esa época te ibas violando uno a uno a todos mis compañeritos.
JULI (ríe): ¡Qué malo! ¡Vos de envidioso!
Tiempo.
JULI: No tiene sentido.
JOSÉ MARÍA: ¿Qué cosa?
JULI: Esto, José. Hacer como que está.
JOSÉ MARÍA: Es que está.
JULI: No está.
JOSÉ MARÍA: No lo sabés. Por ahí está pero de una forma que vos y yo no podemos comprender.
JULI: Es estúpido, es absurdo. Yo ayer le hablé.
JOSÉ MARÍA: Y está muy bien, Juli, yo también le hablo, le hablo todo el tiempo. Escucha, estoy seguro de que es como esos pacientes que están en coma, que aunque no logran hacerse entender escuchan.
JULI: No. Es una locura.
JOSÉ MARÍA: Te voy a contar algo que no sabés: en la clínica donde estaba internada ella tenía a alguien.
JULI: ¿Cómo a alguien?
JOSÉ MARÍA: A alguien. Un amigo.
JULI: ¿Un novio? (JOSÉ MARÍA asiente) ¡Me estás jodiendo! (ríe) ¿Y vos lo conociste?
JOSÉ MARÍA: No.
JULI: ¿Y por qué no me contaste?
JOSÉ MARÍA: No quiso. Le daba pudor. Me hizo prometer...
JULI: Que no me podías decir nada. Ustedes dos siempre se aliaron...
JOSÉ MARÍA: Estás equivocada. Mami siempre te admiró.
JULI: Me tenía miedo.
Vuelven a mirar fotos. Tiempo.
JOSÉ MARÍA: ¿Por qué nunca fuiste?
JULI: No lo sé.
JOSÉ MARÍA: Cuando falleció…
JULI: Yo me quedé en Miami y no viajé...
JOSÉ MARÍA: No iba a decir eso. Cuando falleció, en una caja llena de remedios encontré un papel.  Con el problema en las manos y todo había escrito una carta, era para mí, casi no se podía entender la letra. Ahí puso lo del reloj y la cadena de la abuela, y después decía algo así como que estando vos conmigo ella se quedaba tranquila.
JULI: No entiendo.
JOSÉ MARÍA: Claro, que estando vos yo iba a estar a salvo, que me ibas a proteger y que eso la hacía irse tranquila.
Tiempo.
JOSÉ MARÍA: Mirá, Juli, yo estuve pensando: mejor me la llevo.
JULI: ¿Qué decís?
JOSÉ MARÍA: Me la llevo conmigo, ¿qué tiene?, para vos es un problema que esté acá.
JULI: Eso es una locura.
JOSÉ MARÍA: Me puedo arreglar, si ni siquiera necesito otra cama.
JULI: Hay que soltarla, José, hay que dejarla ir.
JOSÉ MARÍA: ¿Adónde?
JULI: No lo sé, pero hay que soltarla.
JOSÉ MARÍA: Si vino es por algo, nos está queriendo decir algo. ¿Y si está extraviada?  ¿Y si está perdida y muerta de miedo? ¿Adónde va la gente perdida? Suponete que vos tenés un accidente, suponete que estás en una ruta desconocida y es de noche. Estás sola, paralizada por el susto, no sabés si estás herida. ¿Adónde te surgiría llamar? ¿Adónde querrías con más fuerzas volver? A tu casa, con Adrián, con Luquitas, a tu familia. Es lo que a uno le nace por instinto. Sobre todo siendo como era ella, Juli. Somos su sangre. ¿A quién más puede recurrir en este mundo?
JULI: Es que ya no está en este mundo. No se puede retener a los que se van, hay que aprender a despedir, es la única forma de seguir adelante. Yo ya la despedí (a MAMI)  No es que no te quiera y no te extrañe, pero yo te despedí. No podemos forzar al tiempo, no podemos volver a estar como antes…
MAMI de golpe se incorpora y se pone a caminar en círculos.
JULI: Mirala, ¿A vos te parece que está con nosotros?
JOSÉ MARÍA se incorpora, la toma del brazo y camina con ella.
JOSE MARÍA: No lo sé, lo que sí sé es que yo no puedo dejarla así. Vení, caminemos un rato los tres, como cuando íbamos a Traslasierra.
JULI: Eso fue hace treinta años, José.
JOSÉ MARÍA: ¿Y qué hay? ¿Te acordás cuando salíamos de noche por la montaña? Vos protestabas todo el tiempo.
JULI: Porque nunca me gustó caminar, prefería quedarme con Papi.
JOSÉ MARÍA: ¡Dale, vení!
JULI: ¡Por Dios! Agarrados así parecen dos locos de neuropsiquiátrico.
JOSÉ MARÍA: ¡Dale!
Resignada, JULI se incorpora, toma del otro brazo a MAMI. Los tres caminan en círculo.
JOSÉ MARÍA: Tres.
JULI: ¿Qué decís?
JOSÉ MÁRÍA: Que parecemos tres locos de neuropsiquiátrico.
APAGÓN

ESCENA 7

Se escucha ladrar al perro. JOSÉ MARÍA está sentado en la barra de la cocina tomando un vaso de jugo. El perro ladra insistentemente, escuchamos un grito de JULI desde el patio, entra LUQUITAS proveniente de la planta superior, JOSÉ MARÍA se incorpora de un salto.
LUQUITAS: ¿Qué pasa?
JOSÉ MARÍA: No sé. Es tu mamá (levantando la voz) ¿Qué pasó, Juli?
LUQUITAS: Está en el patio.
Ambos salen por derecha corriendo. Ladra el perro, los gritos de Juli, se repiten.
OFF JULI: ¡Por Dios! ¡Sacásela!
OFF JOSÉ MARÍA: ¡Fuera, chicho! ¡Fuera!
OFF JULI: ¡Luqui, llamalo, que la suelte!
OFF LUQUITAS: ¡BLACK, SIT, BLACK! ¡BLACK, SIT!
OFF JULI: ¡Hay por Dios! ¡Atá a ese perro!
OFF JOSÉ MARÍA: ¡Sostenela! ¡Ayudame a llevarla!...
Ingresan los tres trayendo a MAMI. A la altura del hombro izquierdo tiene la manga del saco hecha girones y le falta el brazo. En ese momento se escucha la llave y entra proveniente de la calle ADRIÁN.
ADRIÁN: ¿Qué pasó?
JOSÉ MARÍA: Una desgracia.
JULI (lloriqueando): Black, se desató y cuando yo salí ya le había comido el brazo.
ADRÍAN: ¿Quién sacó a tu madre al patio?
JOSÉ MARÍA: Yo.
JULI: ¡José, te dije que estando el perro Mami no podía salir!
JOSÉ MARÍA: ¡Perdón, no me di cuenta!
ADRIÁN: ¡Qué pedazo de idiota! (acercándose a MAMI, le estudia la herida). Increíble. Se lo arrancó limpito.
JOSÉ MARÍA, corre detrás de la barra y vomita en la bacha de la cocina.
JULI: ¿Y ahora qué hacemos?
ADRIÁN: Nada
JULI (desesperándose): ¿Cómo nada?
ADRIÁN: ¿Qué querés, llamar a un médico?
LUQUITAS: Tiene razón, mamá. No te preocupes porque los zombis no sangran, tampoco sienten dolor.
JULI: ¡Esto ya no da para más! ¡Adrián, cubrile esa herida, por el amor de Diós! ¡Habíamos dicho que no había que sacarla al patio!
JOSÉ MARÍA (recuperado): Ya pedí perdón. ¡No me di cuenta, PERDÓN! ¿OK?
JULI, LUQUITAS Y JOSÉ MARÍA y ADRIÁN se miran, miran a MAMI, vuelven a mirarse.
APAGÓN

ESCENA 8

Medianoche, MAMI, sin el brazo izquierdo, la misma actitud ausente, ocupa el centro de la escena sentada en una silla. Entra ADRIÁN en pijama proveniente de la planta alta, va al mueble en busca de un vaso y la botella de whisky, se sirve. Se escucha del piso superior la voz de JULI.
OFF JULI: Adri, ¿qué hacés?
ADRIÁN: Ya voy.
Al pasar, ADRIÁN observa a MAMI, está por irse pero se vuelve. Está algo bebido.
ADRIÁN: ¿Y? ¿Cómo la estamos pasando, suegrita? Disculpe lo del brazo, les tengo dicho que ese perro de mierda es un peligro (pasea una mirada por el ambiente) ¿Y, le gusta cómo quedó la casa? Parece otra, ¿no? Entre nosotros, estaba muy descuidada, poco mantenimiento. ¡Su marido, la verdad que un vago importante, eh!…
Vigilando que no haya terceros, ADRIÁN va en busca de una silla, la arrastra junto a la de MAMI, la pone al revés y se sienta a caballo. Cambiando.
ADRIÁN: Dígame, doña, ¿vale la pena todo esto? Sentada en una silla toda la noche, tomando frío, acalambrada. El dolor que le debe estar causando esa herida. Usted debe ser una mujer bastante grande (se tienta, lanza una carcajada, casi no puede hablar por la risa) ¡Comer papel! ¡Eso es genial! ¡Es extraordinario! Déjeme adivinar: a que es actriz.  Ahí está: es actriz, quiero decir era actriz. Una actriz retirada, hace años que dejaron de llamarla, sin trabajo, resentida con el mundo. ¿Estoy muy lejos? Entonces la ve a Juli en el noticiero de Canal 12 y se dice: puedo despuntar el vicio de la actuación y hacerme unos pesos. ¿Se le ocurrió a usted sola? ¿Con quién lo planeó? Lo que no me termina de cerrar es lo del parecido. ¡Es notable! Es muy parecida a la finada. Yo casi entro, ¿sabe?, casi me convence (pega su cara a la de MAMI, la agarra del mentón) ¿Hasta cuándo todo este puto circo, doña? Yo a las de su calaña las tengo bien fichadas, ¿sabe las tipas como usted que pasan por el estudio? (cambiando) Bueno, pero no hay que alterarse.
En el siguiente parlamento, ADRIÁN se incorpora, vuelve lentamente la silla que había acercado a su lugar, agarra el bolso con los palos de golf y lo acerca. Busca un palo, lo saca, lo sopesa, se decide por otro. Se para apuntando a la cabeza de MAMI, haciendo los movimientos y tomando distancia. 
ADRIÁN: Repasemos su plan maestro. Qué le diría -usted, yo, el vecino de la vuelta- a alguno de sus mayores ya desaparecidos. Algo que en vida del difunto no consiguió comunicar, o porque no se atrevió o porque lo fue postergando hasta que se hizo demasiado tarde. Pero entonces, de golpe, ¡aleluya!: milagrosa aparición, regreso inesperado, y la posibilidad de saldar esa vieja deuda, de expresar aquello que le quedó AHI…
De pronto ejecuta el golpe, pero lo detiene a centímetros de la sien izquierda de MAMI. La mujer ni pestañea, ADRIÁN la contempla con asombro, pero enseguida se rehace.
ADRIÁN: … que le quedó ahí, decía, atravesado. ¡Una buena idea, una idea excelente! Lástima que uno sea tan poco romántico, que sea tan desconfiado (volviendo a violentarse) Ahora, doña, si no se desangró por lo de ese brazo, si todavía no se mando a mudar y le queda algo de inteligencia, sabrá que en este momento usted es una puta intrusa, a la una de la madrugada, metida en el puto living de mi domicilio. Y si se me antoja, si junto el coraje, yo puedo golpearla ASÍ, ASÍ, ASÍ (con el palo de golf simula golpearla una y otra vez) hasta hacerle puré la cabeza. Después llamo al 911 y elaboro una pequeña historia…
Vuelve a escucharse a JULI desde el piso superior.
OFF JULI: Adri, dale, ¿qué hacés?
ADRIÁN: Ya voy, ya estoy subiendo, amor.
ADRIÁN deja el palo de golf, va hasta el mueble de dónde sacó el whisky y vuelve trayendo un fajo de dinero.
ADRIÁN: Le pido que preste atención porque es única oferta: yo me voy a olvidar esto acá (suelta el fajo sobre la falda de MAMI) Son diez mil pesos en billetes de cien. Usted los guarda, antes de que amanezca sale por esa puerta y no le vemos más el pelo ¿Es un trato? (le agarra la mano y se la sacude) Lo tomo por un sí. Fue un gusto. Ahora si me disculpa tengo que subir.
ADRIÁN  alza el vaso de whisky, apaga la luz y sale. MAMI queda iluminada por una luz cenital. Entonces, tras unos segundos la expresión de MAMI comenzará a cambiar, será una transformación paulatina, sus ojos irán cobrando vida, su expresión inteligencia. Ya consciente, observará el entorno, reconocerá la casa, la manga hecha girones y su brazo faltante, el fajo de billetes en su falda. Se descubrirá sola, mirará al público a los ojos, transmitiendo con intensidad el dolor y el desencanto que le provoca esa realidad, moverá los labios una y otra vez intentando decir algo. Y así, tan fugazmente como sobrevinieron, culminarán esos segundos de contacto. Su mirada volverá a perderse, retornará la expresión ausente, los movimientos de autómata. Entonces, con la mano sana romperá el fajo y comenzará  a comerse los billetes.
APAGÓN


ESCENA 9

JOSÉ MARÍA está tirado en el sofá, pesadamente dormido, entran JULI y ADRIÁN provenientes de la calle. ADRIÁN se sienta en un sillón y abre el diario que acaba de traer, JULI mira la hora, mira a su hermano y vuelve a mirar la hora.
JULI: ¿Cuánto hace que duerme?
ADRIÁN: Salimos a las cuatro, hará unas dos horas y media.
JULI: ¿Qué le diste?
ADRIÁN: Tranquila.
JULI: Adrián, por lo menos, ¿sabés qué le diste?
ADRIÁN: Es un anestésico de cuando operaron al perro, creo.
JULI: ¿Cómo qué creés? ¡Vos sos un inconsciente! Y lo mezclaste con alcohol, sabiendo que él no puede tomar alcohol.
ADRIÁN: (señala el par de porrones vacíos que hay en la mesita): ¡Se lo di con cerveza, Juli, no rompas!
Tiempo.
JULI: Lo que hicimos es espantoso.
ADRIÁN: No lo es.
JULI: ¡No era tu madre!
ADRIÁN: Precisamente, porque no era mi madre.
JULI: ¿Qué querés decir?
ADRIÁN: Que  necesitabas de alguien que pudiese poner la cabeza en frío, que supiese qué hacer. Además te recuerdo que tu madre me morfó un fajo con 10 mil pesos (Tiempo. Cambiando) Estaba pensando, Juli, el próximo fin de semana largo podríamos irnos a Uruguay y si querés lo llevamos a José (JULI no responde) Por ahí conoce un amiguito, se pone de novio y nos lo sacamos de encima por un tiempo (JULI ídem) ¡Dale, Juli, cambiá la cara!
JULI: ¿Y si está intoxicado? ¿Y si no despierta? Además si Luqui lo ve así se va a asustar.
ADRIÁN: ¡Qué obsesiva, por favor! (se incorpora a desgano, sacude a JOSÉ MARÍA) ¡José, José, despertá!
JOSÉ MARÍA se despierta sobresaltado, da un salto del sofá.
JOSÉ MARÍA: Eh, ¿Cuántos hay? ¿Dónde están? ¿Qué pasó? (trastabilla)
ADRIÁN: ¿Estabas soñando?
JOSÉ MARÍA: Uf, me siento terrible, me da vueltas la cabeza. ¿Qué hora es?  (mira los porrones, gradualmente comprende y va sobre ADRIAN) ¡VOS SOS UN HIJO DE PUTA! ¿QUÉ ME DISTE? ¿DÓNDE ESTÁ MAMI?
JULI (se interpone): ¡Pará, José!
JOSÉ MARÍA: Por eso insistía con las cervezas. ¡Tu marido no tiene escrúpulos! ¡Tu marido es una mierda de persona!
ADRIÁN: No es para tanto.
JOSÉ MARÍA: Juli, ¿y vos?... ¡No lo puedo creer!
JULI (sosteniéndolo): ¿Te sentís bien?
JOSÉ MARÍA: ¡No me toques! ¿Adónde la llevaron?
Tiempo.
JOSÉ MARÍA: Te hice una pregunta.
JULI: No daba para más, José, vos lo sabés bien.
JOSÉ MARÍA: ¿Adónde la llevaron?
JULI (con dificultad): Adrián pensó… Mejor dicho, se nos ocurrió que sacándola de la ciudad… a algún lugar… de Provincia…
JOSÉ MARÍA: No iba a poder volver, no la ibas a tener de nuevo acá en la puerta, ¿no es cierto? ¿Adónde la llevaron?
JULI: Por autopista para el oeste. Después tomamos la ruta cinco…
ADRIÁN: La siete
JULI: ¿Cómo?
ADRIÁN: Que tomamos la siete, no la cinco, Juli. Si tomábamos la cinco hubiéramos ido para el lado de Chivilcoy. Pero a tu hermana le agarró una crisis y discutimos.
JULI: Pegamos la vuelta, y mientras volvíamos empezamos a barajar posibilidades más cercanas.
JOSÉ MARÍA (sacado, vuelve a ir sobre ADRIÁN): ¡¿DECIME ADÓNDE?!
ADRIÁN: Al cementerio.
JOSÉ MARÍA (acusa el golpe, lloriquea): ¿Al cementerio?
JULI: La llevamos hasta la entrada. La bajamos  y nos quedamos en el auto para ver qué hacía. Yo dije “si vemos que no sabe para donde ir, si vemos que duda, o que no quiere…”  (JULI se quiebra)  Pensé en lo que habías dicho vos, que a su manera pero que ella igual comprendía. Entonces se quedó parada. Yo sentí que iba a reaccionar, que iba a levantar la vista y que me iba a mirar. Estábamos ahí, apenas a cinco metros de distancia... Pero se dio vuelta y entró.
ADRIÁN: ¡Te juro por la vida de tu hermana y de Luquitas que entró, José!
JULI: Empezó a caminar lento, primero apenas movía los pies y después fue acelerando, cada vez más rápido. Entonces ya no pude mirar.
ADRIÁN: Le dije que nos fuéramos, arranqué el auto y acá estamos. 
Juli va en busca de un vaso de agua, saca de un blíster un ibuprofeno y se lo traga.
JULI: Por favor, ¿ahora necesito que volvamos a la normalidad?
JOSÉ MARÍA (con intención): ¡Sí, sí, volvamos a la normalidad, vos lo necesitás!
ADRIÁN ¡Uy, cortala, José!
Tiempo. Entra Luquitas, va hasta la mesada de la cocina, saca de un paquete una pila de galletitas, se pone una en la boca, se detiene a observarlos.
LUQUITAS: ¿Pasa algo?
JULI: Nada, mi amor.
LUQUITAS: ¿Seguro?
JULI: Seguro.
LUQUITAS: ¿Y la abuela?
ADRIÁN: Tu abuela se fue.
LUQUITAS: ¿Cómo se fue? ¿Adónde?
JULI: Después te explico.
LUQUITAS: Pero si sola no puede ir a ningún lado. Tío, vos dijiste…
JULI: ¡LUQUI, DESPUÉS! 
LUQUITAS acepta a disgusto, va a mirar por la ventana, sigue tragando las galletitas. ADRIÁN vuelve con el diario. Tiempo.
ADRIÁN: Escuchá, José, estábamos hablando con Juli, vamos a alquilar algo el próximo fin de semana largo en Uruguay, ¿no querés venir?
JOSÉ MARÍA: No, gracias.
ADRIÁN: Hacé un esfuerzo, nos va a servir a todos. La podemos pasar bien, en serio.
JOSÉ MARÍA: No me gusta la playa.
Tiempo. Se escucha ladrar al perro.
LUQUITAS: Má.
JULI: ¿Qué pasa, Luqui?
LUQUITAS: ¿Vos te acordás del abuelo Mario?
JULI: Sí, por supuesto.
LUQUITAS: ¿Cómo era?
JULI: ¿Cómo, cómo era? 
Luquitas mira por la ventana en dirección a la puerta de calle. El perro ladra.
LUQUITAS: El aspecto físico, digo, era alto, tenía el pelo canoso, ¿no?
JULI: Sí, ¿por?
El perro ladra más fuerte, JOSÉ MARÍA, ADRIÁN y JULI parecen comprender al unísono, giran la vista hacia LUQUITAS al tiempo que se escucha el timbre.

APAGÓN FINAL